Las colinas de Komor XXXII
La luz de la luna penetró en la habitación y atravesando la densa nube de polvo que había levantado iluminó a su deliciosa compañera de baile. La lechosa luz del astro resbaló sobre su cara y su cuello haciéndolos refulgir.
XXXII
Miró de nuevo el reloj. Había querido ir inmediatamente a hacer una visita a aquel viejo soldado, pero Monique tenía cosas que hacer y no estaría libre hasta cerca de la puesta del sol, así que estaba de nuevo, tumbado en el catre esperando mientras que, si sus sospechas eran ciertas, los rebeldes afganos podrían estar dirigiéndose hacia allí en ese momento, fuera del alcance de las cámaras de los drones.
—Te veo preocupado.—dijo Oliva sin apartar las miradas de los monitores.
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