Justicia divina

¿Un resumen? Pues "sexo forzado, muy extremo". Quizá sea demasiado extremo. O quizá no.

Los rayos de sol descienden y lamen la terraza blanqueada. Lamen el suelo de cerámica blanca, lamen las paredes inmaculadas de blanco nuclear. Un ficus exuberante en un extremo no es el único que disfruta de la potente radiación de la mañana.

La mujer entorna los ojos tras las gafas de sol de cristales tintados de rojo vino. El sol reverbera en el suelo y en las paredes. Llega hasta sus ojos con miles de destellos, tintados de roja pasión. Centelleantes chispas de luz carmesí crean en la visión de la...

Hasta siempre y gracias.

Me despido de vosotros. Gracias por haberme acompañado en esta aventura. Hasta siempre.

Hola a todos y todas.

Tiene gracia que, para despedirme, lo haga de esta forma. Me hubiera gustado dar un abrazo a las personas detrás de los apodos, de tomar un café y charlar sobre cualquier cosa. Tranquilidad, sosiego, conversación amena. En cambio, debo conformarme con este escueto escrito (sí, suena cacofónico, ¿y qué?)

Han sido casi dos años de publicación en esta web. El resultado no son los 53 relatos publicados (que son muchos más; algunos los he eliminado y otros aún están inéditos), n...

Robo con ensañamiento

Pensé que era una mujer como otras tantas, con cuerpo pecaminoso y ganas de follar. Nos fuimos a mi casa; yo estaba cachondo a más no poder. Pero el asunto se torció.

La mujer se paseó por el salón con andares calmosos, casi gatunos. Vestía ropa interior de licra, negra y ceñida, y sus ojos zigzaguean a toda velocidad por la estancia, evaluando muebles, cuadros, esculturas, libros, mesa y sillas.

—Todo esto no está nada mal. Pareces un hombre con pasta.

—No me puedo quejar —confirmé, intentando encogerme de hombros.

Se acercó a uno de los cuadros que tapizaba una sección de la pared sur. Era el que más me gustaba. Por el que más había pagado; un Juan Gr...

La cueva.

Mi hermana mayor Sandra me tenía obsesionado. Pensé que, cuando marchó, mi novia Marta calmaría mis fantasías. Pero cuando mi novia y yo cortamos y Sandra volvió al pueblo, los deseos resurgieron con fuerza inaudita.

Quizá porque estaba triste, mi hermana Sandra y yo fuimos a dar un paseo hasta el mirador del acantilado.

El cielo estaba cubierto y, aunque el sol se esforzaba por brillar con intensidad moribunda y tonos dorados aquella tarde, las nubes oscuras lo ocultaban con perversidad. El resultado eran masas oscuras, densas, deshilachadas, que iban perdiendo sus tonos grisáceos en los bordes para luego superponerse sobre otras nubes aún más negras. Con todo, escuetos conos de luz surgían de repente, iluminando...

Y aquella noche, las monedas cantaron.

Un mágico escenario para una mágica noche en la que mi hermana Merche y yo descubrimos algo nuevo sobre nosotros.

Recibí un mensaje de texto de mi hermana Merche indicándome que fuese a buscarla a la parada de autobús.

Era de noche, acababa de empezar a llover, papá y mamá estaban ya durmiendo y mi hermana volvía de juerga a las 3 de la mañana sin un paraguas.

«Ven a recogerme a la parada. No tengo paraguas. Llueve mucho»

Mi hermana había mandado ese mensaje. Yo estaba dormido y me desperté al oír el teléfono vibrar. En casa se han armado muchas broncas cuando nuestros teléfonos sonaban de madrugada c...

Ese Rolex que me hizo perder la razón.

Me llamo Teresa y soy ladrona. Sí, de las que roban pulseras, bolsos, teléfonos móviles, dinero... Y polvos.

Mi nombre es Teresa, tengo veintisiete años, complexión delgada, morena, cabello corto y ojos claros. Ah, y soy ladrona.

Sí, ladrona. De las que roban.

No, por favor, no me miren así. Ya sé que mi trabajo consiste en apropiarse de lo ajeno y también sé que la propiedad, en el mundo actual, es sagrada. La gente tiene dinero, documentos, coches, joyas, teléfonos móviles. Y sé lo que cuesta conseguir esas cosas. Pero de algo hay que vivir, ¿no?

A veces me los quedo yo —no es lo usual, sobre t...

Soy un depravado

¿Acaso no le asiste a un padre el deber y el derecho moral de procurar protección a su hija, incluso cuando él y su novio se creen solos en casa? Me escondo y los espío porque mi hija me preocupa. Solo por eso.

No tengo ningún reparo en que se me califique de depravado o enfermo. La concupiscencia la considero innata en los hombres y además me asiste el deber moral de procurar protección a mi prole así que yo, como buen padre y pérfido hombre concupiscente, sediento de sensaciones corporales, táctiles o visuales, sonoras o aromáticas, permanezco atento y oculto en el armario ropero de la habitación de mi hija, espiando como transcurre uno de sus frecuentes polvos con los no menos frecuentes novios que se trae a ca...

Me acuesto con mi hermana

Con la excusa de estar secándose el barniz del parqué de mi habitación, paso la noche en el dormitorio de mi hermana. Pronto estoy en su cama. Ninguno de los dos tendrá, entonces, muchas ganas de dormir.

—Dime cuánto me quieres, dímelo, Vanesa, dímelo.

—Te quiero mucho, hermanito, te quiero mucho, mucho, mucho.

Y Vanesa repetía la última palabra muchas veces, con distintas tonalidades, diferentes ritmos; palabras de timbres agudos y, también graves como timbales. Y mientras, en la oscuridad de su habitación, mi cuerpo oculto bajo las sábanas, desnudo del todo, casi como el suyo, se restregaba sobre su costado derecho y mi mano izquierda —en el interior de su braga nictálope— escarbaba con ansias...

Las aventuras de los hermanos O´Sullivan

La apacible vida de Jackie O´Sullivan se ve truncada por un hecho inusual. El pasado surgirá para acosarla, su lascivo hermano la torturará y, al final, toda su vida dará un giro completo.

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--CAPÍTULO 1--

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Creo que si hay alguna forma de testimoniar la vida de un ser despreciable, vil, ladino y lujurioso, es dejándolo por escrito. El ser al que me refiero es mi hermano, Jasper O’Sullivan y yo soy su hermana, Jacqueline O’Sullivan, aunque prefiero que me sigan llamando Jackie.

Cuando retrato a mi hermano con calificativos tan horrendos, pueden creerme si les digo que no estoy escatimando en insultos y también pueden estar seguros que cualquier otro improperio en el...

Control remoto

Jamás imaginé por llegaría a poder controlar la sexualidad de mi mujer de aquel modo. Aún ahora me maravillo y dudo si ella tomó parte. Pero no puedo negar que durante un tiempo fui el señor absoluto del sexo de mi mujer.

—El viernes hay que ir al supermercado a hacer la compra.

Abrí los ojos y posé la vista sobre Lourdes. Ella Miraba al frente. En los cristales de sus gafas se reflejaban las imágenes cambiantes del televisor y en su rostro imperaba la inexpresividad que la caja tonta infunde. Tenía la cabeza apoyada en una mano, el codo en el apoyabrazos del otro extremo del sofá, el cuerpo recostado y tapado con una fina manta estampada a cuadros. Hacía algo de fresco dentro de casa, sobre todo en el salón; era una t...