Primera vez con Carlos (2)

Sentí la fuerza de su mirada posada en mis nalgas y no pude evitar una pequeña descarga de placer al saberme contemplado.

Primera vez con Carlos II

Nos despertamos entrada la tarde, ambos en pelotas, las pijas erectas del avivarnos adolescente.

El calor agobiaba y el sudor brillaba cual cairel en las pieles.

Nos enfundamos nuestros slips y salimos de la carpa buscando frescor.

El aire nos calcinaba cual soplete así que nos escurrimos debajo de un sauce llorón, a cubiertas del sol y de los demás viandantes.

Como los anteriores cobijados a la sombra de aquel árbol habían dejado hartos restos, l...

Primera vez con Carlos

Esta es una historia verídica. Puedes creerlo o no. Las cosas que pasan, pasan, a pesar de nosotros. Su miembro giró como las aspas de un molino. A los que les gusta, se les para el culo.

Primera vez con Carlos

Esta es una historia verídica. Puedes creerlo o no. Las cosas que pasan, pasan, a pesar de nosotros.

I

Amanecía cuando salimos de excursión, Carlos y yo, con la carpa a cuestas y las vituallas para el fin de semana.

Abordamos el autobús hasta la ribera del río, donde bajamos, y, luego de buscar un lugar adecuado y solitario, armamos la tienda y dispusimos el campamento.

El verde tropical nos apabullaba con su calor sabor a humedad.

Teníamo...

Así te veo

El sello indeleble de la memoria de la carne está presente: Sus manos han encendido el caldero y tu alma se deshace. Su saliva inventa mieles en los poros de tu piel y la vieja sensación eléctrica te toma por doquier.

Así te veo

A la amiga de todos los días, que, a veces, deja de serlo recordando viejos tiempos.

Así te veo, entregada, después de tanto tiempo,

de tanta costumbre amañada en días repetidos, ahora te veo, despertándote.

Tu piel, extrañada, se tensa y se relaja es la onda erótica del pasado que renace.

Así, dispersa, olvidada de ti misma, como antaño.

El sello indeleble de la memoria de la carne está presente:

Sus manos han encendido el caldero y tu alma se deshace...

Descubriéndome

De nuevo te ha venido ese look de vieja puta que te queda tan bien. Tus pupilas se dilatan con un mirar en celo. La voz, acaramelada, adopta a tonos cada vez más graves, ronroneantes, aterciopelados.

Descubriéndome

De nuevo te ha venido ese look de vieja puta que te queda tan bien, tal vez porque lo hayas sido o acaso lo serás.

Tus pupilas se dilatan con un mirar en celo y expresión gatuna.

La voz, acaramelada, adopta a tonos cada vez más graves, ronroneantes, aterciopelados.

Las mejillas arden, los labios restallan y la punta de tu lengua los humedece cada vez con mayor frecuencia.

La respiración pierde la calma y tu calor me quema, aún cuando estamos distantes. ...

Crónicas de la vida marital

A pesar del dolor de su brazo retorcido, la mujer revivió en un instante las imágenes del encuentro con su antiguo novio y percibió, como un recuerdo grabado en su piel, sus besos calientes y excitantes. Nunca en sus diez años de matrimonio había visto a su esposo tan celoso y furioso como ahora.

Crónicas de la vida marital - I

Vio la cara del amor cuando sintió el impacto de la cachetada que la hizo trastabillar. Sus ojos brillaron de furia e, instintivamente, respondió al golpe arrojándole una trompada que nunca llegó a su destino. Con seguridad y rapidez el hombre detuvo en el aire el mazazo y, con habilidad desconocida, le torció el brazo hacia la espalda, inmovilizándola.

— Soltame, carnero de mierda!!!, Puto!!! Reputo!!!, repetía sin éxito una y otra vez la mujer, mientras dab...

Rómpeme

Allí, a la par, con su ímpetu permanente me esperaba fogoso y entregado, todo mío. Lo besé con el fuego y la rabia de la pasión desenfrenada y me monté en la estaca introduciéndola de un solo golpe.

— Rómpeme

Es lo único que recuerdo.

Los débiles rayos de sol se colaban por las rendijas del viejo y abandonado cobertizo en conos de luces casi mortecinas que anunciaban el ocaso.

A los lejos ladraban los perros y los ruidos comenzaban a escucharse con más fuerza.

Desnudo mi cuerpo sobre la vieja lona. Adolorido y casi descoyuntado. Poco a poco fui retomando la conciencia de mi carne, palpándome y casi despertándome con mis dedos la amortiguada piel de mis extremidades.

L...

Arturo (3)

La verga estaba enorme y no pude evitar darle una breve mamada que interrumpí para olisquear el sexo de ella, embriagarme de su olor de hembra mezclado con el aroma de la leche de él, clitorearla con suaves lengüetazos que se expandieron también por el resto de su concha en llamas. Ella estaba a mi portento, sentada con la espada de mi hombre en su agujero, dándole la espalda, y ofreciéndome el sexo de ambos. Me arrodillé y me di el banquete de chuparle la concha mientras la penetraban, lamer el tallo que la perforaba y mamar los huevos de mi amante.

Ese día le había prestado el departamento a Arturo para que se reuniese con su amiga, así que me avoqué de lleno a mi trabajo, dedicándole más de la cuenta no tanto por el amor al yugo sino por el arte de sacarme esa espina de celos que me había quedado, sabiendo que él disfrutaba de mi estancia con una mujer, vía por la que podía perderlo.

No quise darle importancia pero allí estaba la idea y, en cada distracción me sorprendía imaginando lo pasaba en mi departamento entre él y su amiguita.

...

Arturo (2)

Sus gimoteos y susurros daban cuenta de su deleite. Sin tocarse cimbró y de su miembro, como un geiser, brotó en chorros intermitentes su caliente esperma. Su culo se pegó más a mi cuerpo y su grupa se meció con mayor fuerza mientras sus sacudidas seguían las curvas eléctricas del orgasmo anal que se descargaba en su bajo vientre.

Arturo se había convertido en una gacela alegre, cariñosa y obediente: en mi gacela.

Su cuerpo juvenil resaltaba formas armónicas y redondeadas.

Piel blanca y suave, casi lampiño, cabellos rubios y boca carnosa eran los atributos de su sangre ardiente.

Su trasero redondeado y terso, envidia de más de una, era la fuente de mis mayores desahogos.

Me había entregado su virginidad y poco a poco, en ardientes sesiones de pasión, mi verga fue modelando su canal hasta dilatarlo a la fl...

Arturo

Y siguió con su vaivén, su presión alocada y gemidos estentóreos llenándome por dentro con su caliente semen. Ahora era toda suya. Aquella a quien él nunca amó pero que tomó porque su sangre así lo quiso. Con sus enormes brazos me enlazó por los hombros y me abotonó hasta el fondo para reglarme su último chorro en lo más profundo y rebalsar mi trasero con su crema.

Lo sentí latir y contraerse para explotar. Una lechada interminable de esperma me invadió por doquier.

Su sexo estaba vivo y, además del calor con que me quemaba mi canal, se dilataba y contraía en cada chorro de vida que deposita en mis entrañas.

Sus manos, presionábanme desde la cintura, hacia su cuerpo y sentía en toda su longitud y grosor su estaca en mis entrañas.

Los huevos maravillosos, que ya habían sabido de mi boca, chocaban contra mis nalgas y mi sexo agregándome un placer...

El violador silencioso (III - Fin)

El desconocido sabía hacer vibrar mis cuerdas y manipular a su antojo mis tiempos. Manejaba la lonja de cuero como una lengua de fuego que estremecía mi piel. No pude evitar mojarme ante la calentura que me provocaba aquella singular caricia... Me levantó el vestido dejando al descubierto mi voluminoso culo ingenuamente orlado por una insinuante tanga. El cuero del rebenque se engalanó con mi traste, mimándome cada centímetro de piel, dibujó mis glúteos y lamió, por detrás, mi concha como quiso.

El violador silencioso III (fin)

Por Tina

El domingo partió mi marido dejándome sola por tres días, plazo que duraría su viaje a una provincia vecina. Vanos fueron mis esfuerzos para retenerlo: poderosas razones de trabajo le impidieron postergar la marcha.

Si él hubiera sabido la difícil situación por la que atravesaba, seguro habría pospuesto su partida, pero, en definitiva, la culpable de estar metida en ese brete era yo por no haberle confesado a tiempo los abusos a los que era so...