En el autobus

El pene, aún flácido, está caliente y lo notan mis nalgas deseosas de acomodarlo en su hondonada, de abrazarlo con las carnes de la quebrada que conforma mi trasero hasta que ocupa su lugar entre mis nalgas, abriéndolas y acomodándose como dueño y señor de su estancia.

Te siento a mis espaldas. El calor de tu pecho inunda mis pulmones y no necesito más aire para respirar que el que tu me entregas entre el gentío que, con suerte, nos aplasta y nos hace gozarnos solapadamente. Estas conmigo. Tus brazos toman mi cintura y es hermoso; se asientan sobre mis caderas y es re-precioso. Mi cabeza no me responde y se inclina hacia atrás buscando tu rostro para abrasarme en tu piel o entregarte mis labios. Me estás esperando y no demoras en asaltarlos con los tuyos, hundiéndom...

Érase una vez...

Ella no se preguntó porqué estaba allí ni que quería aquel ser mitológico. Al sentir el calor que se transmitía de sus manos y lengua, presintió el desenlace y supo que no podría controlar su cuerpo ni su alma, que no había modo de evitar el entregarse, cosa que ahora lo deseaba tanto como su propia existencia. La llama de la pasión le explotaba en la entrepierna y los jugos de su sexo se volcaban sobre el césped que le servía de tálamo.

Érase una vez en que la joven doncella se paseaba por los jardines reales pensando en las cosas de la carne.

Sus piernas, torneadas y esbeltas, a imagen y semejanza de las diosas que coronaban el capitel del reino, y no pocas veces el lecho real, se movían gráciles al compás del viento que agitaba las hojas del vergel y el suave tejido de su vestido.

En el laberinto la joven se paseaba con total soltura, los senderos eran de aquellos que ella debía bifurcar y lo había hecho desde el fondo...

En la disco con mi hermano

Siento tu mano acariciándome las nalgas, perdiéndose en la raya de mi culo y presionándome hacia ti para hacerme sentir tu frontispicio erecto y de buenas dimensiones, pero estás conmigo y no con otra. ¿Cómo decírtelo? Tus dedos me aprisionan contra tu cuerpo y en mi ingle se calca tu ardorosa y endurecida antorcha.

Bailamos uno junto al otro. Eres mi hermano y no lo niego.

Siento tu mano acariciándome las nalgas, perdiéndose en la raya de mi culo y presionándome hacia ti para hacerme sentir tu frontispicio erecto y de buenas dimensiones, pero estás conmigo y no con otra. ¿Cómo decírtelo? Tus dedos me aprisionan contra tu cuerpo y en mi ingle se calca tu ardorosa y endurecida antorcha.

Mis pezones se hinchan y mis pechos se engloban, mientras miras para arriba o tarareas la canción que danzamos.

...

Somos uno

Las incansables manos de mi amante ora atacaban uno de mis pechos, ora el otro, endureciéndome los pezones juveniles, preparándome para un nuevo asalto. Su lengua no descansaba en investigar las profundidades de mi boca, el sabor de mi piel, los redondeles de mis senos, la durezas de mis pezones hasta terminar trabajando nuevamente en mi sexo engolosinado.

Habíamos nacido en la misma familia. Éramos uno solo. Él, Carlos, que había abusado de mí, con mi callado consentimiento en un atardecer inolvidable.

En verdad, y aunque mi hermano no lo hubo escuchado hasta entonces de mi boca, era suya, totalmente suya, y dispuesta a todo por él.

La primera vez que me tomó fue cuando éramos adolescentes, amparados por la extensa copa de un Sauce Llorón, haciéndomelo por atrás y dejándome varios días dolorido mi trasero.

Lo siento si no soy erótica n...

Mi mujer

Ella percibe mi gemido y comprende: sabe que estoy rendido y entregado a su lujuria, mi lujuria, nuestra lujuria.

Acostumbrados a la nueva forma de amar, consolador mediante, te vi cuán hermoso te hizo la naturaleza (Ella, en "Cornamenta").

Sentí sus manos entre mis piernas y no pude detenerme en dejarme llevar por el placer. Sus dedos suaves y gráciles se deleitaban con mi falo, haciéndome sentir sensaciones tal vez nunca percibidas.

La punta de su lengua se deleitaba con el orificio de mi verga, cuando no bajaba acariciando todo el cetro, entreteniéndose en mis testículos.

Hermosa sensación...

Cornamenta

Clavé mi lengua como su fuera un pene entre sus carnes mientras me puse el arnés con el juguete en ariete... Así de golpe te besé la nuca y te clavé como si yo fuera hombre y tú mujer. Al solo tocarte la migaja, te derramaste en un mar de leche. No sé cuantas veces llegaste mientras serruchaba tu culo con todas las ansias descubiertas al verte así, tan hermoso y entregado.

I.-

Que me interesa si la pelota viene y va, golpea y rebota como un pin-pong, si la raqueta no sabe conducir el vaivén de la danza del fuego.

Por más que aquella arremeta en mis carnes una y otra vez, si la lanza no acierta abrir, penetrar y tomar posesión, de nada valen tus sudores ni las palabras -que supones dulces- me bates al oído.

Amándome así, veo en ti tu cornamenta, la tan buscada y abrumadora sed de que sea eróticamente feliz.

Tu migaja de espanto no alcanza a cavar el...

El sauce llorón

Él y yo sentíamos el calor bullendo en nuestros sexos y algo más por la fricción de las silletas que se incrustaban en sendos traseros introduciendo las calzas en los anos y las rajas... Sin permiso, sin ensoñación, sin lujuria ni erotismo, se abrió el pantalón y su sexo excitado saltó como una saeta exhibiendo impúdicamente sus 18 y más centímetros.

Fue una tarde de aquellas de las que casi no se tiene ya recuerdos.

El calcinante sol se batía en retirada y las sombras avanzaban en esa semidiurnidad de los atardeceres.

La tierra rezumaba el calor que, cual afrodisíaco, ebullía la sangre.

Las ruedas de las bicicletas avanzaban sobre el camino terroso al compás de nuestros pedaleos y las filosas silletas hacían estragos en lo sexos.

Él y yo sentíamos el calor bullendo en nuestros sexos y algo más por la fricción de las sillet...

Traqueteo

Al compás del rítmico traqueteo su calor en el hombro le erizaba la piel. Con la pelvis casi a la altura de su nariz él sintió el fuerte olor a sexo que emanaba de la joven.

Al compás del rítmico traqueteo su calor en el hombro le erizaba la piel.

A la altura de los ojos la falda azul, casi ajustada, y el triángulo púbico, la naciente de piernas bien torneadas, de muslos duros y prometedores.

Los ojos se deslizaron por los arrugues de la falda que culminaba poco antes de las rodillas. Miró a través de las piernas y vio dos piernas varoniles.

Adivinaba canela aquella piel enfundada en mallas de lycra que desaparecía en pies casi pequeños.

Ignoraba s...

El otoño

En el verdehaber de los viejos primeros años, una pareja encuentra otra forma de entrega.

El otoño es la estación que une la juventud y la vejez. (Cursilerías así vienen al caso)

Ahora, con los cuarenta pirulos él miraba su estaca ya morcillona e imaginaba cosas que jamás habría soñado.

Ella lo miraba de lejos, a pesar de ser su esposa, y extrañaba aquellos años de revolcones en los coquetos jardines de los parques y en las camas desocupadas.

Por aquel entonces las manos en su cuerpo despertaban ramalazos de electricidad que nacían de su piel para estallar en su interior...

Primera vez con...

Esta es una historia verídica. Puedes creerlo o no. Las cosas que pasan, pasan, a pesar de nosotros.

Amanecía cuando salimos de excursión. Carlos y yo con la carpa a cuestas y las vituallas para el fin de semana.

Abordamos el autobús hasta la ribera del río, donde bajamos, y, luego de buscar un lugar adecuado y solitario, armamos la tienda y preparamos el campamento.

Teníamos el día por delante.

Carlos y yo éramos compinches. Compañeros de estudios, matizábamos las horas "de hacer los deberes" hablando de mujeres, elogiando culos, encegueciéndonos con las fotos de las revistas de cog...