En el autobus
El pene, aún flácido, está caliente y lo notan mis nalgas deseosas de acomodarlo en su hondonada, de abrazarlo con las carnes de la quebrada que conforma mi trasero hasta que ocupa su lugar entre mis nalgas, abriéndolas y acomodándose como dueño y señor de su estancia.
Te siento a mis espaldas. El calor de tu pecho inunda mis pulmones y no necesito más aire para respirar que el que tu me entregas entre el gentío que, con suerte, nos aplasta y nos hace gozarnos solapadamente. Estas conmigo. Tus brazos toman mi cintura y es hermoso; se asientan sobre mis caderas y es re-precioso. Mi cabeza no me responde y se inclina hacia atrás buscando tu rostro para abrasarme en tu piel o entregarte mis labios. Me estás esperando y no demoras en asaltarlos con los tuyos, hundiéndom...