De vencedor vencido

En su afán de escape de su prisión caliente la verga se desbordó subyugada desliéndose a los pies del ano.

Fue un domingo de esos en los que el calor nos come vivos.

La calle, vacía de tensiones y de balas, estaba habitada solo por lagartos siesteros y adolescentes alzados.

Desde las habitaciones, un paisaje desértico devolvía la tierra blanca, calcinada.

Los macizos marcos de las puertas, sus hojas y las ventanas de las casas, eran los únicos colores que rompían la monotonía de la quemante claridad.

Adentro de las casas los cuerpos se consumían a fuego lento, achicharrándose y soasándose...

Una enmarañada tarde de lujuria

Inútilmente puta movía mis nalgas resfregándome en su fronda. Al compás de su taladro jamás sabré si el me perforaba o yo me penetraba hundiéndome hasta el fondo esa esperanza cuantificada a lo largo y a lo ancho, centimetrada en fuego y fogonera de pasión.

Había sentido hablar de aquello de ir directo al grano. La idea se presentó como una revelación y me detuve en seco. Gregorio no pudo pararse y me llevó por delante. Mis sensibles nalgas sintieron la flacidez de la verga adormilada y poco importó el impacto, el lugar o la hora.

-Lo siento, dijo posando su mano cálida en mi cintura. Hasta los hilos de la blusa sintieron su magnetismo.

-No fue nada, contesté, aunque su calor desató una descarga entre mis piernas.

-Te debo una disculpa más pr...

Dos Amigos en el Momento y Lugar Oportunos

Las nalgas del compinche detuvieron la profundidad de la estocada enclavándose los pendejos del amigo que se imprimieron en su piel como sello del blasón sodomizante.

Cuando el sol siestero apretaba y los mayores dormían, ellos descubrían el mundo en desvanes, en las leñeras abandonadas o en el yuyaral ribereño.

-Quien no ha sentido el silbido del viento entre las dunas, no conoce el mar- se habían dicho.

Ennegrecidas por la penumbra del desván, las hojas de la revista pasaban lentamente con sus exuberantes mujeres de magnificas formas y colores.

Sus cuerpos juntos, los ojos atentos a los cuerpos de papel, las células sensibles al calor de la otra piel,...

Hasta mañana

Apasionado amante asentó su ardiente estaca en la puerta de mi ano y empujó -como solo él sabe hacerlo-. Mi puerta se abrió de par en par para recibirlo en toda su potencia. De un solo envión la mitad de la saeta se había incrustado en mi amoldada cueva, y allí venía, de nuevo, el empuje sostenido y su aparato se introducía entre mis carnes haciéndome sentir el valor de ser hembra de un solo totem.

Caminé lo más provocativa posible para que él viera la hembra que hay en mí.

Envuelta en velos, mi silueta se recortaba ante la luz de la luna. Una penumbra azulina invadía la habitación.

La seda de la entallada combinación modelaba mis formas austeras. Los vaivenes de mis ondulados movimientos se reflejaban en débiles rayos nocturnos en el reluciente género o, tal vez, brotaban de los poros de mi cuerpo cual danza de fuego.

Noche de amor, noche de entrega, noche de ensueño.

En...

Nuestros jugos se condensan

A la vera de la piscina reconocí cada poro de su pecho, conté los vellos de sus piernas y grabé para siempre el olor de su cuerpo en mis sentidos.

Nuestros jugos se condensan y se lanzan al aire cual mariposas. (Anónimo)

Fue la primera vez de un largo amanecer.

El calor de la adolescencia honró su vieja estirpe. Su piel blanca y ardiente se derramaba sobre la mía, derritiéndome en exóticas sensaciones de placer.

A la vera de la piscina reconocí cada poro de su pecho, conté los vellos de sus piernas y grabé para siempre el olor de su cuerpo en mis sentidos.

Él tomó cada gota de mi bronceada piel, alimentó su fuego con mi...

La Parada

Las fosas nasales de la hembra se dilataron y, en leve batirse, aspiró el aroma masculino saboreando el placer del oloroso vaho.

El ambiente no era mejor ni peor a los que había conocido con anterioridad. El halo del día, realzado por el contraste mortecino del bosque y el azul cristalino del cielo, se desleía en la semipenumbra de su interior.

Los grandes ventanales de la recepción no alcanzaban a romper la oscuridad endógena de la hostería.

Aunque la madera del revestimiento daba cierta nobleza y calidez a la estancia, la despersonalización de sus pasillos no llegaba a naufragar en la amigable calidez indispensabl...

Todo un detalle

El ronroneo del motor fue la música que acunó la parea mientras el movimiento acompasado facilitaba el roce ardiente de ambos sexos.

La miraba alejarse con su camisa blanca cayendo libremente sobre la tableada falda gris acampanada, compañera inseparable de la danza bamboleante del andar tropicano.

En el interior de sus muslos se dibujaba vívido un hilo blanquecino, delator implacable de la pasión estallada.

El ómnibus, desvencijado y cargado de efímeros pasajeros, seguía su recorrido cansino con el traqueteo de los años y el chirrido quejoso de los frenos.

Parado, con sus libros a cuestas, improvisado de tanta so...

A veces pienso

El calor de la mirada ajena en las posaderas propias enciende la sangre e intuyo la tea de su cuerpo.

A veces pienso que el tiempo es un cubo de hielo que se deslíe y se nos escurre entre los dedos.

Sin que sepamos el destino de nuestros senderos, emprendemos el camino. Los unos disfrazados de varones, las otras de mujeres.

Allí donde se juntan los muslos, los túmulos de las carnes encerrados entre las piernas, el calor se contagia al compás de cada paso. En el preciso instante en que el pasado y el presente se fusionan, surge la simbiosis de la llama. El leño en uno, la fogata en otra.

...

Éramos

Su bañador se traslucía dejando adivinar las porfiadas formas de su sexo.

Nuestros jugos se condensan y se lanzan al aire cual mariposas. (Anónimo)

Fue la primera vez de un largo amanecer.

El calor de la adolescencia honró su vieja estirpe. Su piel blanca y ardiente se derramaba sobre la mía, derritiéndome en exóticas sensaciones de placer.

A la vera de la piscina reconocí cada poro de su pecho, conté los vellos de sus piernas y grabé para siempre el olor de su cuerpo en mis sentidos.

Él tomó cada gota de mi bronceada piel, alimentó su fuego con mi...

A través del ADN

Nada de sexo.

"A través del ADN....", decía el título de la revista.

"...Método de identificación", masculló en su pensamiento.

Sus ojos celestes se clavaron en el inconsciente marido, auscultando detalladamente el funcionamiento del respirador artificial, el goteo del suero, las blancas paredes del hospital.

Sentada en su sillón de acompañante, sus piernas largas dibujaban una esbelta figura, de abundantes curvas y gráciles líneas. Se adivinaban sus casi treinta años en un lomo fuerte y cuidado.

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