De vencedor vencido
En su afán de escape de su prisión caliente la verga se desbordó subyugada desliéndose a los pies del ano.
Fue un domingo de esos en los que el calor nos come vivos.
La calle, vacía de tensiones y de balas, estaba habitada solo por lagartos siesteros y adolescentes alzados.
Desde las habitaciones, un paisaje desértico devolvía la tierra blanca, calcinada.
Los macizos marcos de las puertas, sus hojas y las ventanas de las casas, eran los únicos colores que rompían la monotonía de la quemante claridad.
Adentro de las casas los cuerpos se consumían a fuego lento, achicharrándose y soasándose...