La rubia

El sabía como garabatear los esqueletos de las obras que jamás escribiría y ella tenía la certeza de incentivar el ardor de aquel ego literario.

La Rubia era una de aquellas personas de edad indefinida, las de la eterna juventud. Menuda, esmirriada, de baja estatura, con pechos rellenos y pequeños; de piel trigueña y acaramelada, dorada de soles y amantes, recordaba las tardes veraniegas. Los muslos firmes, de torneada labranza, se esfumaban en un culo curvilíneo y discreto. Su cara era proporcionada, ojos claros de mirada de miel, boca de labios apasionados; su larga melena caía sobre los hombros dándole el mote con el que todos la conocían....

Piernas de mujer

La falda azul se extendía envolviendo los carnosos perniles que se diluían en las amplias grupas aposentadas en la silla, transmitiendo la sensación de la magnanimidad natural de su cuerpo del que creía percibir aromáticos efluvios.

Al cruzar las piernas su falda azul se estiró sobre los redondeados muslos, adhiriéndose a su cobriza piel, como un sugerente guante.

Una sobre otra, las piernas mostraban su torneada esbeltez que se extendía hasta los bien trabajados pies.

Entre las carnes se dibujaba el pasaje oscuro que se perdía en una profunda quebrada de oculto límite.

A medida que los ojos se acostumbraban a la oscura penumbra del paso, cubierto por la cobertura de la tela azul, la mirada adivinaba cada poro en...

Marcela de Campamento

Las caricias se desmadraron y las manos acariciaban sin importar el sexo, sin detenerse en quien es quien; las bocas y lenguas se confundían en una manifestación de piel a piel sin importar qué ni con quien.

Cuando reaccionó tras el letargo de la corrida, cubrió su cuerpo desnudo con un pequeño slip y salió de la tienda dejando a Marcela con la arrechera a flor de piel.

En sus labios, los resabios de la leche varonil le daban un gustillo salobre y los vestían con una capa fina y transparente.

Sus ojos azules transmitían su sed de sexo.

Tomó conciencia de su cuerpo, de las marcas que le dejara la libido descontrolada de la noche anterior y un dejo de vergüenza le cubrió de pies a cabeza. ...

Merecer lo merecido (3)

Sensaciones encontradas se disparaban al unísono en el centro de su cuerpo, en la base del recto y en la base de su sexo, bombardeando al unísono descargas compulsivas de deliciosa energía.

Cuando reaccionó tras el letargo de la corrida, Alberto cubrió su cuerpo desnudo con el pequeño slip y salió de la tienda, dejando a Daniel con la arrechera a flor de piel.

En sus labios, los resabios de la leche de su amigo, le daban un gustillo salobre y vestían con una fina y transparente capa la carne carmesí.

Tomó conciencia de su cuerpo, de las marcas que le dejara la libido descontrolada de la noche anterior y un dejo de vergüenza le cubrió de pies a cabeza ante el inminente encuentr...

Daniela y Claudio

Aunque de a dos, un agradable hormigueo y pequeños estremecimientos se expandieron por su cuerpo al contacto de su mano.

Daniela y Claudio

Aunque de a dos, un agradable hormigueo y pequeños estremecimientos se expandieron por su cuerpo al contacto de su mano.

El calor subtropical se hacía notar por todas partes.

El estaba en la cama, semi desnudo, cubierto solo por el slip y con vestigios de la noche pasada.

Ella le contemplaba con ojos inquisitivos y dulces.

Las gotas de transpiración, aún suaves, brillaban como caireles sobre el cuerpo abandonado.

Contempló su fina cara, sus cabellos l...

Evitando el escándalo

Todo lo que puede una oportuna cogida.

Evitando el escándalo

Flameando al viento los pliegues de la ropa recién lavada, y convenientemente extendida en el secadero, recibieron mi retorno a casa después de un agotador día de trabajo.

Evidentemente mi mujer había decido que ése día era de limpieza generalizada y profunda, decisión que solo toma ante un tsunami hormonal.

Y entre el sinnúmero de trapos que habían pasado la prueba del lavarropas, estaban las sábanas de la cama de Sandra.

Extendidas al aire libre y casi en...

Merecer lo merecido (2)

Daniel era de aquellos jóvenes que se prometían hombres para ser amados tanto por mujeres como por los de su mismo sexo. Su seducción, casi indefinida, se transformaba en objeto del deseo de ambos sexos y su lujuria natural, desbo-cada y animal, lo habían programado para el goce del placer sin límites.

Aquel fue el primer campamento caliente de su vida. La noche inicial había caído contra Alberto y sus secuaces.

Y le gustó ser el depósito de la energía viril que se le inoculó a chorros interminables de viscosa materia viva.

Su culo, abierto y perforado como un barril sin fondo, era el custodio de una laguna de espermas y, seguramente, algo similar pasaba con el estómago ya que había recibido por ambos lados las lechadas incansables de sus amigos.

Dormir después de aquella festichola...

Compañeros

Blanca sintió el aroma de esas bolas, el olor a sexo y culo que se desprendía de su amigo, invitándola a descubrir los placeres más recónditos.La atracción fue tal que se dirigió tan abajo para empezar lamiendo y chupando sonoramente los huevos de su amigo. Él sólo jadeaba y se dejaba hacer como un niño.

Compañeros

Su compañera banco era una rellenita inquieta, de buenas formas y mejor trasero. Hacía años se conocían, pero ahora, más crecidos, se miraban con ojos distintos mientras los juegos infantiles aún no se disipaban.

En el fondo del aula, con la pared por todo espaldar, compartían ese espacio ellos dos, en un tiempo en que los maestros y profesores hacían del frente, entre el pizarrón y la primera fila, su ambiente natural.

La consigna para hacer lo que se quiera, y con...

Merecer lo merecido

El calor del aliento macho le incineraba la piel y sin más prolegómenos, le hizo volar el calzón, liberando la verga erguida y dura que tenía entre sus dedos. El ardiente ariete, grueso, duro y largo, destrozaba el virginal recto al abrirse camino a las profundidades, en dolorosas estocadas.

Merecer lo merecido

El calor del aliento macho le incineraba la piel y sin más prolegómenos, le hizo volar el calzón, liberando la verga erguida y dura que tenía entre sus dedos. El ardiente ariete, grueso, duro y largo, destrozaba el virginal recto al abrirse camino a las profundidades, en dolorosas estocadas.

Había sido una jornada agotadora. El viaje, el armado del campamento, la cena compartida y el fogón que se extendió, entre cuentos y cantares, hasta bien entrada la noche, jalonaron...

Mira cómo te han dejado el culo

Y fue mi momento: su juvenil agujero taladrado por mi estandarte, la visión de sus nalgas tersas entregadas, el movimiento cada vez más rápido y penetrante mientras el pene se endureció hasta el paroxismo hasta inundar con certeras y abundantes lechadas el interior de sus entrañas.

Ante mí, sus preciados y jóvenes glúteos, redondos y duros, cubiertos por la tersa piel adolescente y mis manos, sobre su cutis, al abrir los cachetes, erizaban sus vellos casi transparentes, hasta dejar a la vista su ano enrojecido, abierto y florecido, del cual bullía un líquido sanguinolento, algo amarronado y blancuzco.

— Mírate como te han hecho el culo, le dije mostrándole el trasero con un espejo para que vea el estado en que la habían dejado.

— Me duele tío, cúrame, pidió con voz...