Odio a mi vecina
¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio!... Repetía el mantra una y otra vez mientras alojaba mi miembro en lo más profundo de su garganta
Cuando la conocí, esa nariz pequeña y respingona, la media melena negra y brillante y la boca de fresa con los labios gruesos y rojos le daban un aire de inocencia infantil que me confundió totalmente.
Había llegado hacía dos semanas por cuestiones de trabajo y se había instalado con la única compañía de un gato persa blanco y de malignos ojos verdes.
Su pequeña estatura y su aire inocente me engañaron un tiempo. Carla era una joven tímida y risueña que bajaba castamente la vista cada vez que co...