La ventana
No podía dejar de hacerlo, mis manos, como si tuvieran vida propia, acariciaban mi cuerpo, mirándome en el espejo de cuerpo entero que hice montar en el cuarto de baño. Desde que mi
No podía dejar de hacerlo, mis manos, como si tuvieran vida propia, acariciaban mi cuerpo, mirándome en el espejo de cuerpo entero que hice montar en el cuarto de baño. Desde que mi marido me abandonó, el deseo de sexo parecía haberse desequilibrado, tenía siempre un ardiente furor por la masturbación, cada dia la practicaba tres o cuatro veces, no podía contenerme, en la cama, en la ducha, en la cocina, dejaba que mi mano bajara hasta mi entrepierna, tenía las bragas mojadas del flujo que rebosaba de mi va...