Diario de Cocó
No sabía que tuviese una tía abuela en París, pero me enteré cuando murió. No entendí los prejuicios de mi familia y porque me habían negado su existencia: Lo bautizaron con el nombre de Olegario, pero en París se hacía llamar Cocó.
Sucedió en 2003. Una burbuja de aire tórrido alcanzó Centroeuropa, y el trópico llevó a París, no salsa y merengue, sino velatorios. Los áticos chapados de zinc, acostumbrados a soportar lloviznas eternas y un sol desvaído, se convirtieron en hornos bajo la canícula, y muchos ancianos murieron asados como pollos en sus apartamentos precarios. Cocó estaba entre ellos. Era mi tía abuela y yo, su único descendiente. En realidad se llamaba Olegario pero cambió su nombre de pila. Me citó en sus últimas voluntade...