Arrodillada (II)
Ya era hora del segundo polvo, y casi no habían terminado el primero.
Todavía temblaba, arrodillada frente a él, mientras los vestigios del sabor ardiente de su semen me escocían la boca.
El no se movía, perdido aún en las brumas del tremendo orgasmo reciente, agotado de haberse vaciado en mi garganta de manera brutal.
Nuestras miradas se encontraron: él, desde arriba, como todo dios, me observaba y sabia que mi cuerpo ardía, que haberlo sentido derramarse así dentro de mí me había enloquecido y necesitaba un alivio YA.
Imprevistamente, me tomó d...