La despedida de soltera de una pasante
En el reencuentro casual siete años después con una vieja amiga, pasante en un bufete de abogados, ella me pide que la ayude a disfrutar por todo lo alto de su despedida de soltera y le hago el gusto.
Arminda y yo habíamos crecido en el mismo barrio y en calles próximas. Éramos buenos amigos hasta que un día, por alguna tontería de la que ni me acuerdo, cortamos por lo sano. No sólo dejamos de hablarnos, sino que ni siquiera nos saludábamos. Ni «hola» ni «adiós». Nada. Un orgullo estúpido hizo que ninguno diéramos el brazo a torcer. Era como si ella no existiera para mí y como si yo no existiera para ella. Cuando teníamos diecisiete y dieciocho años (yo le llevo uno) su familia se mudó a otra ciudad y ya...