La holandesa (2)
Dios mío, qué peligro!
Durante varios meses la relación entre Ana y yo continuó más o menos de esta manera: en algún momento me decía que pasara por su casa ese día, a tal o cual hora, casi siempre a las cuatro de la tarde; a veces no me lo decía de palabra, sino que me dejaba la información del modo que habíamos convenido para que yo supiera lo que debía de hacer. Si dejaba en el alfeizar de la ventana el osito de peluche de su hijo, me estaba diciendo que al subir a mi casa llamara a su puerta para que habláramos, si habí...