Miradas: la librería
La campanilla me alertó a mí de la entrada de un hermoso cuerpo, cubierto por una camisa larga, azul vaquero, ligera. El contraluz delataba la ligereza del tejido y enseñaba el triángulo que su pubis formaba con sus muslos.
El sol se encaminaba ya hacia la línea del horizonte, pero, a esa hora, aún se colaba la luz con intensidad por las cristaleras donde se exponían libros, material escolares y algún que otro objeto de reclamo infantil. El interior de la librería, junto al mostrador, estaba inmerso en una suave penumbra, sólo la luz natural que llegaba del exterior rompía una sensación de cierta calma. La zona más cercana a la calle recogía esa luz solar matizada por el leve tamiz tintado de las cristaleras.
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