París, 1877 (II)
Pero lo más sorprendente era el bello cuerpo del pequeño Rufus. Núbiles senos brillaban por el sudor, y un pequeño pene saltarín surgía entre los muslos.
Cuando Madame Rousteau oyó la puerta principal de la casa abriéndose se sobresaltó. Monsieur DuForet acostumbraba regresar ya muy entrada la noche cada vez que salía, y no esperaba verlo hasta el día siguiente. Como solía ser habitual, había limpiado y recogido todos los cacharros implicados en la cena de Monsieur y se encontraba en su modesta estancia zurziendo unas prendas. La débil luz del quinqué caía sobre su perfil matizando sus duras facciones en el momento en que oyó los ruidos procedentes del vestí...