Robo con ensañamiento
Pensé que era una mujer como otras tantas, con cuerpo pecaminoso y ganas de follar. Nos fuimos a mi casa; yo estaba cachondo a más no poder. Pero el asunto se torció.
La mujer se paseó por el salón con andares calmosos, casi gatunos. Vestía ropa interior de licra, negra y ceñida, y sus ojos zigzaguean a toda velocidad por la estancia, evaluando muebles, cuadros, esculturas, libros, mesa y sillas.
—Todo esto no está nada mal. Pareces un hombre con pasta.
—No me puedo quejar —confirmé, intentando encogerme de hombros.
Se acercó a uno de los cuadros que tapizaba una sección de la pared sur. Era el que más me gustaba. Por el que más había pagado; un Juan Gr...