El sueño de desvirgar a mi cuñada

Ideé el plan para follarme a mi cuñada y saciar así las ganas que tenía de desvirgarla tras haberme provocado durante un par de años con sus juegos infantiles.

Mi cuñada nació por sorpresa diez años después, cuando mis suegros tenían ya tres hijos criados. Mi mujer, hasta entonces la pequeña de la casa, había cumplido ya once años cuando nació Genoveva. Fue una sorpresa en todos los sentidos, según me explicaron cuando yo llegué a la familia. Fue una sorpresa que mi suegra se quedase embarazada a los cuarenta; fue una sorpresa para mi suegro que no se enteró de nada, según su madre porque bebía demasiado; y fue una sorpresa por el color de la piel de la niña. Mi c...

El sexo maravilloso de la aymara boliviana

Nada más ver su raja marcada en el vaquero sentí la imperiosa necesidad de besarla en los labios, en los labios mayores, en los menores y en el clítoris.

Encontré su figura de indígena boliviana vestida con una blusa blanca y unos pantalones tejanos que se ajustaban a cada pliegue de su cuerpo, destacando con énfasis sus pequeños pechos, los michelines de su cintura y la figura de su coño. Una descarga nerviosa sacudió mi cuerpo y mis ojos se clavaron en la sutil prominencia dividida en dos por la naturaleza y destacada por la presión del pantalón.

Las ropas debían corresponder a una etapa de su vida en la que su cuerpo no era tan voluminoso. El tronco...

La perversión de la lascivia

Las vecinas abundaban en detalles de cómo el alemán había tocado y lamido los coñitos de las nietas de su mujer y había intentado metérsela a la mayor, además de obligarlas a que se la chuparan.

Relato de difícil catalogación. Prefiero que lo definan los lectores.

Pasé casi toda la noche del viernes preparando la sorpresa. Había comprado un vibrador y algunas prendas sugerentes. Me apetecía pasar un rato con Hermann. Y de paso, lo reconozco, que me presentase a los amigos jovencitos con los que le veía a menudo. Me interesaba, muy especialmente, un muchacho caribeño. Un mulato delgado y con unas maneras muy afeminadas, además de unas nalgas perturbadoras.

Elke, mi diosa teutona, me...

Charo, la vecina de Elke

A sus cuarenta y siete años no la habían comido nunca el coño y su marido no la había provocado nunca un orgasmo. Era la primera vez que follaba con otro hombre.

Inconscientemente mis pasos me llevaron hasta la casa de Hermann, o de Elke. No sabía por qué había tomado aquella dirección como meta, si me había pasado tres horas en el tren pensando en llegar a casa y darme una ducha relajante. Eran poco más de las cuatro de la tarde y me encontraba allí.

Una urgencia fisiológica me facilitó la excusa para esperar la salida o entrada de algún vecino y colarme en el portal , subir hasta el ático y llamar a l...

Elke, la diosa teutona

Por fin, tuve a Elke sólo para mi. Su torso delicado y sus nalgas y muslos potentes me llevaron a la cima del delirio. El sabor de su coño y el ardor de su culo fueron solo para mi por unas horas.

Pasaron dos semanas sin noticias de Hermann. Tampoco las esperaba, pero me parecía raro que pasase tanto tiempo sin dar señales de vida.

Echaba de menos su presencia habitual en los aledaños del metro de Paseo de Gracia. Se había convertido en un elemento más del paisaje. Bien, en realidad, deseaba volver a ver a Elke. Rebotaban por mi cerebro aún las palabras de Hermann.

-       Elke quiere verte pronto

Recordaba su cuerpo como se recuerdan los deseos. Deformados, magnificados e irreales....

Hermann, el alemán

Me espero de nuevo y me alegré de poder disfrutar de aquella polla gorda, y del cuerpo atlético de un hombre muy maduro, pero el quiso ser mío y le poseí con pasión

No había pasado aún una semana y Hermann, el alemán, se presentó de nuevo a la salida de mi trabajo. Nos dimos la mano cordialmente, como dos conocidos. Quería verme de nuevo, pero esta vez a solas. Por fin supe su nombre: Hermann.

-       ¿Cuándo? –le pregunté sin más preámbulos.

-       Cuando tengas un par de horas libres. Lo antes posible.

-       Mañana.

Al día siguiente era viernes. Podría disponer de toda la noche si me apetecía. Después de pasar un buen rato con él, podría es...

La regalo alemán

La persistencia de aquel hombre esbelto me sedujo y me llenó mientras yo gozaba de las caderas y muslos más ardientes del universo.

Le descubrí la primera vez y las sucesivas, aunque, como personaje sagaz, vestía siempre de manera diferente y se situaba en lugares distintos, intentando sorprenderme.

Nos conocíamos de aquella tarde en el metro con la pareja andina en que le ignoré por completo. Consiguió despertar mi interés con su persistencia.

Nos mirábamos simulando que no nos veíamos, pero él repetía siempre el mismo gesto provocador. Se cogía el bulto de la bragueta y me lo ofrecía con arrogancia. Yo le respondía con una...

Una parejita andina

La aglomeración en el metro me colocó entre un anciano que se acopló inmediatamente a mis nalgas y una mujer bajita que pegaba su espalda a mi pelvis y me provocó una erección. Pero mi agradable experiencia no acabó con los frotamientos.

Aquella tarde tuve que quedarme un rato más en el trabajo. Se presentó un asunto urgente y cuando llegué al andén del metro no cabía un alfiler. Hacía media hora que no pasaba ningún tren. Aún tardó diez minutos en llegar el primero. Entre empujones y algún tropiezo entramos en el vagón los que pudimos. Llegué hasta la barra del centro o me llevaron hasta allí. Quedé aprisionado entre otros viajeros sin alternativa posible. La entrada de los últimos ocupantes no permitía que se cerrasen las puertas y aún es...

Entregado a la pasión

Me fijé en una pareja madura en la playa nudista. Me hubiera ido con cualquiera de los dos. Mejor aún con los dos. No supe tomar la decisión, pero me ofrecieron una buena alternativa.

Llegué a la playa cuando el sol había iniciado ya el declive y tenía piedad para con los bañistas. Una playa larga, muy larga. Unas rocas la dividían en dos espacios similares. Allí, entre las rocas, también había un espacio de arena donde solían resguardarse las parejas a la caída de la tarde para retozar sin verse asaeteadas por las miradas de los curiosos.

Una zona de la playa, la más próxima a la entrada y al chiringuito, y por un acuerdo tácito, estaba destinada a los bañistas más pudorosos, aunq...