Zuloaren zuloan

Edurne es violada por uno de los muchos hombres que la desean una tarde que se encuentra sola en su casa.

Izaskun era la hermana mayor. Tenía 26 años y su novio era transportista de una cadena de hipermercados. Trabajaba 12 horas diarias, y a veces más, por lo que solo le podía ver los fines de semana. El viernes por la tarde cogía el autobús al pueblo de él y volvía el domingo por la noche.

Asier era el benjamín de la familia. Tenía 15 años y acababa de empezar a acudir a las horas light para menores de 18 años de las discotecas de la zona. Tenía la costumbre de perder todas las copias de las llaves de casa que su madre le hacía, por lo que cada vez que salía, dejaba la llave bajo el felpudo y, al volver, la recogía de nuevo para entrar en casa y así no extraviarla.

Y entre Izaskun y Asier, iba Edurne. La mayor y el menor, tenían las facciones casi idénticas, pero dando la razón a la teoría de Darwin y a los guisantes, Edurne era diferente a ellos, si no en el carácter, físicamente. Tenía los rasgos de su familia materna, más suaves y refinados; los cabellos rubios como su madre, desigual a los de sus hermanos, negros como el carbón; y los ojos azules de su padre, en lo que sí coincidían los tres. Tenía los pechos un poco más grandes que Izaskun, y lo que más resaltaba en la anatomía de esta, también lo poseía ella: ambas gozaban de un culo amanzanado y rotundo que levantaba pasiones allá donde fuesen.

Edurne fue la chica mona de la ikastola mientras estudió allí, y en la facultad, su forma de ser, extrovertida y juguetona, a veces incluso rebelde, desataba el nerviosismo de muchos, todos los que iban detrás de ella, en los que despertaba el deseo por su belleza y sus sabrosos atributos. Pero la muchacha tenía un defecto muy importante: un novio perpetuo.

En la ikastola comenzó a salir con un compañero de clase llamado Iñigo. Empezaron porque, simplemente, se gustaban, y pronto se dieron cuenta de que eran perfectamente compatibles, que él era el olor del perfume de ella y que ella era la espuma de la cerveza de él. Pasado el tiempo se enamoraron y ahora ese amor está bien anclado en un arrecife del mar de sentimientos y vivencias compartidas por el que juntos navegan. Con tan solo 22 años, llevaba siete atada lealmente a un único chico, los mismos siete que Saúl llevaba acosándola.

Saúl era un vecino de la misma edad que Edurne. En el edificio de cuatro plantas, él vivía en la más alta y ella en la más baja. Estaba enamorado de ella o, mejor dicho, estaba obsesionado con ella. La foto del viaje de fin de curso en la que salía Edurne con un top blanco ceñido marcándole los pezones junto a su amiga María Belén que había desaparecido del tablón de la ikastola donde se expusieron las mejores fotos del viaje, la tenía él guardada en su mesilla de noche manchada con huellas dactilares y restos resecos de esperma.

Desde que comenzó a salir con Iñigo, advirtiendo Saúl que ya estaba en el mercado, empezó a intentar convencerla para que saliera o se enrollase con él, a seguirla y acompañarla para ganarse su confianza, a chocarse a propósito para tocarle, como por accidente, una teta o el culo… en fin, a atosigarla. Incluso le escribía cartas obscenas que le dejaba en el buzón.

  • ¿Qué quiere que haga?- le dijo un día el padre de Saúl al padre de Edurne- ¿Le encierro? ¿Le ato? ¿Le mato? ¿Le corto las manos para que deje de escribir esas cartas?

Y es que nada se podía hacer, solo eran los desvaríos calenturientos de un chaval que aspiraba a cepillársela algún día. Para Edurne era un tipo despreciable, un enfermo mental, un tío molesto, pero no entrañaba un peligro real… hasta que hace dos meses, a mediados de septiembre, pasó lo que pasó.

Era casi medianoche, faltaban menos de 20 minutos para que el viernes se convirtiera en sábado, día de descanso estudiantil. Aprovechando que vivían a las afueras del pueblo, donde la iluminación urbana es mucho más escasa, Edurne había subido a la azotea con Asier para ver la luna llena y la estrella Polar con el telescopio que dos días antes le habían regalado al chico por su 15º cumpleaños.

  • Tengo un poco de frío- dijo Asier.

  • Claro, ya te dije yo que te subieras un jersey o una sudadera como he hecho yo- contestó ella- Baja a casa a ponerte algo, anda. De paso, dile a mamá que me haga dos sándwiches y me los subes con un bote de Coca Cola, ¿vale, cari?

Como tantas otras noches, Saúl subió al terrado a fumarse un cigarrillo a escondidas. Cuando fue a meter la llave se dio cuenta de que la puerta estaba abierta, con lo que ligeramente la impelió y, pese a que los hermanos habían apagado los farolillos que iluminaban el tejado, ante su vista se encontró, gracias a la luz de la observada luna, el culo de Edurne, que lo lucía espectacularmente inclinada hacia delante intentando localizar con el telescopio el Cráter Tycho que señalaba el mapa lunar que venía con el regalo. Llevaba unos pantalones blancos que por detrás eran lisos, solo llevaban la cremallerita, y tan ajustados que se notaban los bordes de las braguitas cruzando sus nalgas y, a través de la fina tela, también su color negro. Solía usar tangas cuando vestía pantalones así que oprimieran su trasero para que no se adivinase su ropa interior, pero pensó que quién la iba a ver en la azotea a esas horas. Pues quien no se imaginó que también estaría ahí.

Saúl cerró silenciosamente la puerta echando la llave y dejándola en la cerradura para evitar que desde dentro se pudiera introducir otra, asegurándose así de que nadie les interrumpiría si ella por fin se decidía a complacer a su vecino, que de toda la vida conocía, en aquellos propicios momentos a solas y en ese ambiente tan íntimo que solo nuestro satélite natural puede crear. Pensaba ser agradable y caballeroso con ella, pero eso no bastaba para engatusar a una chica como creyó el pobre iluso.

Al sentirle, Edurne se giró y le vio avanzar mientras sacaba un cigarrillo y lo encendía. Se acercó al borde y subió un pie al pequeño muro que hacía de baranda, a unos cinco metros de ella, que tras mostrar indiferencia, se puso nuevamente a buscar el cráter. Él, explayando su vista por lo alto de la barriada, comentó:

  • Qué noche más buena. No hace ni gota de frío.- lo que ella ignoró, así que pasados un par de minutos, él intento de nuevo sacar conversación- ¿Qué haces?- ella se incorporó y le miró.

  • Observo la luna.- contestó por contestar, pues pasaba completamente de su vecino.

  • ¿Me dejas mirar?- ella le escrutó desconfiadamente con la mirada.- Por favor- y se le hizo muy raro que se hubiera vuelto tan educado con ella.

Ella se retiró del telescopio con un paso atrás dándole permiso. El chaval pegó el ojo al ocular. "No se ve nada" advirtió porque sin querer movió el aparato desviándolo del objetivo. Dejó su lugar a Edurne para que volviera a localizarlo. Una vez más estaba inclinada intentando centrar la imagen para conseguir una visión más nítida. A sus espaldas, Saúl se comía con la mirada ese culo que tanto deseaba, que tantas veces había contemplado felicitando a la naturaleza por haber sido capaz de semejante creación, y con el punto de mira en el centro del pandero, sin poderlo evitar, embelesado, sus manos asieron sus caderas y su paquete, gobernado por su polla morcillona, se apretó haciendo fuerza contra ella, que se asustó y dio un bote que tiró el telescopio al suelo.

  • ¡¿Qué haces, payaso?!- le gritó ella enfurecida- ¡Aléjate de mí, degenerado! ¡Eres un cerdo! ¡Siempre lo has sido!

Saúl nunca había visto a Edurne tan cabreada. Esas palabras que le revelaron lo que ella pensaba de él, se le clavaron profundamente y le hirieron en el corazón, y sumado a la decepción de haber sido insultado por la diosa de su amor platónico obsesivo, se volvió loco.

La chica se agachó a recoger el telescopio, y Saúl, en un arrebato de ira, desde atrás la abrazó por la cintura dispuesto a descargar en ella la frustración de su fracaso. Su gran mano se paseó por el interior de los muslos calientes y luego intentó meterla bajo el pantalón. Por lo ajustado que era, le costaba, pero, empecinado, la cremallera, en la parte trasera, fue cediendo y bajando poco a poco. Ella se revolvía tratando de zafarse del brazo que le rodeaba la cintura y le impedía huir de ese morlaco encabronado. Cuando consiguió meter la muñeca, la mano fue directa a su entrepierna, más caliente todavía. Se introdujo bajo las bragas de ella, que se dobló hacia delante para que su sexo no fuera ultrajado, pero Saúl se sobreexcitó al darse cuenta de que sus dedos no se enredaban en sus vellos púbicos, pues se los depilaba dejando un pequeño triangulito inverso, como más le gustaba a Iñigo, de pelo tan cortito que le pasó desapercibido.

Edurne, sollozando, intentaba golpearle, pero sus puñetazos a cualquier parte del cuerpo de su agresor que pillaba no surtían el efecto deseado mientras seguía retorciéndose. Intentó recular y, tras unos pasos hacia atrás intentando no perder la vertical, ambos fueron al suelo quedando él debajo, que no solo no dejó de meterla mano, sino que con el aturdimiento momentáneo de Edurne, la mano que estaba en su coño, se posicionó mejor sobre él, y la que no estaba en su coño, fue a por otro de sus frutos vetados serpenteando bajo la sudadera y la camiseta interior en busca de uno de sus pechos, que encontró cubierto por el sujetador, cuyo tacto le agradó, sin que ella pudiera hacer nada para detener esa otra mano indecente.

La mano que estaba en su coño, frotaba con fiereza la vulva dolorida y ya enrojecida de Edurne, y la que no estaba en su coño, estrujaba con tal fuerza su seno, que los dedos se quedaron impresos en su piel produciendo cinco pequeños hematomas. El sollozo de nuestra protagonista ya se había convertido en un desconsolado llanto que apenas la dejaba pronunciar las palabras que hacían eco en los oídos del vecino.

  • Déjame… déjame, cabrón… Hijo de… puta.

De pronto, unos golpes se oyeron en la puerta.

  • Ábreme, Edurne, que se ha cerrado la puerta y tú te has quedado con la llave.

  • ¡Asier!- gritó su hermana en busca de socorro- ¡Asier, lla…!- la mano de Saúl, ahora fuera de la sudadera, intentaba taparle la boca, pero ella la apartaba- ¡Llama a papá, corre! ¡llama a papá!

Asier, alertado, bajó corriendo a buscar a su padre. Apenas un minuto después, golpes más fuertes intentaban tirar abajo la puerta hasta que la escuadra se desvencijó y el espigón rompió el cerradero jodiendo a su vez el marco de madera. El padre de Edurne se quedó perplejo ante la escena. En sus ojos se encendió un fuego colérico y una sinrazón propia de un padre protector le llevaba a estrangular a ese cabrón malnacido, pero un vecino que oyó las embestidas con el hombro contra la puerta para derribarla y había subido a ver qué pasaba, le sujetó fuertemente de la misma forma que Saúl había hecho presa a su hija para contener sus impulsos asesinos.

  • Antonio, cálmate, no vayas a hacer un disparate- le decía- Tranquilízate, y cuando lo hagas, vamos a la guardia civil- mientras la madre de Edurne intentaba consolarla.

Denunciaron a Saúl por acoso y agresión sexual y la indignante amonestación fue una multa y una orden de alejamiento, la cual se saltaba a la torera viviendo en el mismo edificio. A Edurne no le importaba siempre y cuando no la volviera a poner una mano encima aunque tuviese que seguir aguantando sus sonrisas socarronas o las miradas lascivas a sus generosas tetas. Por fortuna, no sufrió ningún trauma y las partes de su cuerpo que habían sido visita obligada para los manoseos de su vecino, se resintieron durante solo unos días. Dos meses después, todo había vuelto a la normalidad.

Cuando decidieron meter en un asilo a la abuela, esta insistió en que de su Vizcaya no se movía, por lo que todos los sábados, los padres de Edurne tenían que hacer bastantes kilómetros desde Sestao para ir a visitarla. Cuando los niños ya fueron lo suficientemente mayores para no tener que acompañarles, solían quedarse en la capital vizcaína para cenar y dar una vuelta a solas.

Aquel sábado, Edurne volvía por la tarde de tomar café con una amiga cuando sonó su teléfono móvil en su bolso.

  • Hola, carimutxu [tx= /ch/]- como llamaba cariñosamente a Iñigo.

  • Hola, princesa.

  • ¿Vas a poder escaquearte hoy?- preguntó ella.

  • No, lo siento. Hoy me quedaré hasta tarde en la oficina, tenemos mucho papeleo.

  • Mis padres se van a las 17:30, ¿me oyes? A las 17:30. ¿Quién me va a cuidar cuando me quede solita esta tarde?- preguntó melosa.

  • Lo siento mucho, el trabajo es el trabajo- se excusó él.

  • Vale, de acuerdo- se resignó ella- No curres mucho, que es malo. Un besazo en todos los morros, carimutxu- y colgaron.

Llegó a casa cuando sus padres ya estaban a punto de irse. Mientras su madre terminaba de maquillarse, le daba instrucciones.

  • Cuando salgamos de ver a tu abuela, nos vamos a ir a cenar por ahí y a ver si tu padre me lleva a bailar a algún sitio. Tu hermano se acaba de ir y lleva mi móvil por si necesitas llamarle por lo que sea. Tiene que estar en casa a las 22:00 en punto. Si llega más tarde, cuando venga me lo dices y que se prepare. Os he dejado en el congelador unas pizzas para microondas para que cenéis.- terminó de pintarse y se despidió de su hija con un besito en los labios- Hasta luego, cielo.

Ella en su habitación, que compartía con su hermana, se puso cómoda con un pantalón de pijama largo color rosa y una camisa blanca sin mangas prescindiendo del sujetador. A pesar de que la calefacción le permitía estar con tan poca ropa, al ser el mes de noviembre los pies se le quedaban fríos y siempre llevaba unos calcetines muy gruesos de lana para andar por la casa. Puso en la minicadena un disco de Fito & Fitipaldis y se tiró en su cama con la revista Quo abierta sobre la almohada. Le encantaban las tardes de los sábados porque podía hacer todo lo que le diera la gana: relajarse en el sofá del salón viendo una peli, cepillarse a Iñigo en cualquier rincón de la casa, andar desnuda en verano

En la puerta de su casa, vestido con zapatillas negras, pantalón negro de chándal con corchetes hasta la cintura, jersey también negro y un pasamontañas con una abertura para los ojos y otra para la boca, esta segunda parecía más hecha con tijeras que de confección por la irregularidad; un individuo alto y algo fornido, sabía donde escondía Asier la llave cada vez que salía de casa. Levantó el felpudo y ahí estaba el trozo dentado de latón. Abrió cuidándose de que nadie le viera y volvió a depositar la llave donde la encontró. Ya desde la entrada escuchó a Edurne cantar "La casa por el tejado". Cruzó el salón sin hacer el menor ruido y avanzó sigilosamente por el pasillo guiado por la música hasta el dormitorio de la muchacha. Al entrar, miró a su derecha y vio un gran mural de estanterías con algunos cajones del que salían las dos camas, una a cada lado contra las paredes. A los pies de la cama contraria a en la que estaba la joven, arrimada a la pared donde estaba la puerta, había un tocador con un espejo en el que se encontraban unos libros de la carrera de Edurne y una camiseta que llevó ese día puesta.

Encontró a la chica bocabajo concentrada en la revista cantando a grito pelado sin enterarse de nada.

  • "¡Y a empezar la casa por el tejado | a poder dormir cuando tú no estás a mi lado | menos mal que fui un poco granuja | todo lo que sé me lo enseñó una bruja!"

Cuando terminó el estribillo, el asaltante cerró con un fuerte golpe la puerta de la habitación. Con un sobresalto enorme, Edurne se giró sobre el jergón quedando petrificada. Luego, atemorizada como nunca lo había estado, se acurrucó rápidamente en el cabecero de la cama. Él tipo de negro primero se acercó a la minicadena y subió el volumen al máximo para enmudecer los posibles gritos de ella y luego le tendió la mano. Todavía temerosa, la cogió desconfiada y él la ayudo a ponerse de pie. "No te muevas" le ordenó. Se sentó en el colchón, delante de Edurne que le suplicaba que no le hiciera daño y se llevase lo que quisiera, pero estaba claro que aquel enmascarado que ahora le indicaba que se diera la vuelta, lo que buscaba era a ella.

Se giró como le mandó. Las manos masculinas fueron directamente a amasar ese par de nalgas redondas que se advertían bajo el fino pijama a pesar de que la tela no se ceñía mucho y colgaba un poco, como casi todos los pijamas. Edurne se dio cuenta de que su codo quedaba a la altura de esa cara cubierta de fibra térmica, y, de repente, un codazo sacó del ensimismamiento al que el pulposo culo de Edurne había llevado al intruso que, tendido sobre la cama con los pies en el suelo, se quejaba del golpe con los dedos oprimiendo su nariz para intentar mitigar el dolor. Ella dudó unos instantes. ¿Qué era lo siguiente que tenía que hacer? Salir corriendo, pero cuando iba a echar a correr, él, rápidamente recuperado de la hostia, se interpuso delante de ella. "Ahora sí que te vas a cagar, preciosa" la hizo saber. Ella, en uno de esos arranques de rebeldía que algunas veces tenía, como he dicho al principio; le empujó con ambas manos, haciéndole retroceder. Edurne no iba a ponérselo fácil, ella no se rendiría ante su violación.

Se reía de ella, sus empujones lo único que hacían era divertirle, porque la joven mucha fuerza no tenía y aquel individuo era bastante grande, y quería que se aburriese mientras se regocijaba de su superioridad. Pero con lo que no contaba, era con que ella, al ver que empujándole no conseguiría nada, le diera un puñetazo y, al retroceder, sus piernas se tropezaran con la butaca del tocador y cayera hacia atrás, quedando su espalda en el suelo junto a la puerta y sus extremidades inferiores sobre la butaca tumbada. Edurne se asustó del terrible leñazo que se había llevado el individuo, e incluso hizo un amago de agacharse para ver si estaba bien, pero cuando vio que se levantaba apoyándose con su codo derecho, ella fue a la puerta, giró el pomo, la abrió y, justo antes de traspasar el umbral, él se impulsó con el antebrazo con el que se intentaba levantar y, con la mano del otro brazo, se agarró al elástico del pantalón y al tanga de Edurne. El intruso, al estar todavía en el suelo intentándose levantar torpemente, hizo que ambas prendas se bajasen dejando a su vista el culazo de la muchacha con sus dos hoyuelos en la parte alta de sus posaderas y parte del tatuaje tribal de color rojo que llevaba tatuado encima de ellos.

La única forma que vio de escapar, fue deshaciéndose del pantalón y, haciendo equilibrios para no irse de morros al suelo, se lo sacó por los pies. Cuando el asaltante, que todavía la tenía tomada por la goma del tanga, casi se hubo puesto de pie, Edurne inició su carrera por el pasillo rompiendo la tira izquierda, que descosida del trocillo de tela trasero y sin encontrar sujeción en la cadera, la parte de delante, laxa y suelta, dejaba descubierto el triángulo de vello que embellecía su pubis y el comienzo de su raja.

Edurne no podía correr muy deprisa porque con esos calcetines de lana se resbalaba, lo que hizo que el atacante, con paso mucho más firme y seguro, la alcanzara en el salón. La detuvo por el brazo y, girando sobre sí misma, le metió una hostia al enmascarado que le cruzó la cara. El malhechor, la acorraló contra la pared y, agarrándola por la mandíbula, intentaba guiar sus labios enmelados hacía los de él para besarla mientras con la otra mano le sobaba y apretaba con cierta violencia su pecho derecho, pero se resistía. La vapuleó y la pilló por el cuello, por lo que ella abrió la boca todo lo que pudo y llevo sus manos a la muñeca de esa otra mano más grande que la oprimía el esófago para intentar rebajar la presión, y así la llevó hasta el sofá contra cuyos cojines la lanzó. Pasó su mano por la cabeza de Edurne, ya intimidada del todo, hasta llegar a la nuca, donde enredó entre sus dedos algunos mechones de su pelo, cerró el puño y tiró fuertemente.

  • Escúchame bien, zorra. Ahora te vas a estar quietecita- le explicó autoritariamente- sin moverte, obedeciendo a todo lo que yo te ordene, porque si no… porque si no te estrangulo y te destripo. ¿Me has entendido?- le preguntó alzando la voz cual sargento a sus borregos.

  • Ajá- fue lo único que pudo responder con todo su cuerpo tenso.

Con la mano que le sobraba para que Edurne no hiciera otro intento de huida, se desabrochó los corchetes que su pantalón tenía en la cintura. "Sigue tú" y ella, en sentido descendente, terminó de abrir las perneras convirtiendo la prenda en dos mitades que dejó en el suelo. Bajo un bóxer negro, para no destacar aunque llevase un dibujo de Homer tomándose una Duff, algo grande latía. Lo siguiente que la mano del asaltante hizo, fue sacarlo por la abertura de la ropa interior. Edurne se encontró cara a cara con una polla gruesa en semierección.

"Chupa". Lentamente y con los labios un poco abiertos, acercó la cara al miembro viril. Sacó la tímida lengua y dio un rápido lametón con ella en el frenillo del pene. Una corriente eléctrica le subió por la columna vertebral al tipejo con un conciso y corto gemido. Repitió la operación y luego, cacho a cacho y gramo a gramo, fue engullendo completamente ese falo, ahora más rígido, hasta que su nariz casi se entierra en el vello que nacía en la base. Sería mejor cooperar y complacerle, con lo que empezó a mover la cabeza adelante y atrás. Ejerciendo presión con los labios, como si con ellos la quisiera arrancar, iba sacándola hasta el glande, donde se detenía, le daba algún lengüetazo en la misma punta, y comenzaba de nuevo el camino de vuelta hacia su pubis. Pudiera parecer que la mano de aquel perverso individuo que seguía apresando en su puño un manojo del cabello de la muchacha, era quien controlaba el cabeceo sobre su polla, pero no era así, solo lo acompañaba, era Edurne quien la hacía entrar y salir brillante por su saliva cada vez con menor templanza.

Con la nariz aplastada contra el bajo vientre del violador, la muchacha comenzó a toser, por lo que retiró la tranca de su boca para coger oxígeno y calmar su cavidad torácica. Cuando él fue a ordenarla que siguiera mamando, se sorprendió antes de emitir sonido alguno al ver que Edurne volvía a engullir su polla por voluntad propia. Se confió y soltó su pelo porque, afanada en su tarea, con sus manos siempre posadas en sus rodillas, parecía enganchada al pene del asaltante con ganas a juzgar por el empeño con que su boca tragaba carne, por lo que consideró que no intentaría huir. Además, sabía que ella era una chica inteligente que no haría ninguna tontería y seguiría inclinada sobre su miembro hasta que a él se le antojase.

Mientras, fue desabrochando los botones de la blusa de la muchacha. Una vez liberados, sus pechos se balanceaban al ritmo que la felación les imponía en un vaivén hipnotizador. Dos robustas tetas llenitas y consistentes, en las que se distinguían dos pezones rosados, detuvieron su agitación entre las palmas de las manos de aquel canalla, que las pellizcó y apretujó y, en esos momentos, deseó chupar y lamer.

Se arrodilló y la lengua de Edurne dejó de trabajar para que empezase a hacerlo la del rufián. Recorrió la piel de sus senos, lamió sus contornos y se sorprendió al notar lo duros que estaban sus pezones, alrededor de los cuales cerró sus labios y mamó como un bebé, alimentándose, en este caso, de la excitación que demostraban las embravecidas puntas.

Una la mordisqueaba con suavidad y la otra la pellizcaba con rudeza para hacerla ceder con dolor. La primera se le escapó de entre los dientes cuando Edurne se echó hacia atrás para recostarse en el respaldo del sofá. El individuo se dio cuenta de que ella se estaba relajando demasiado y empezaba a gozarlo realmente, así que decidió que era hora de la penetración. Buscó por el suelo la parte delantera de lo que era su chándal para sacar un condón que llevaba preparado en un bolsillo y vio que el tanga roto dejaba a su vista la capita de vello que en forma de triángulo adornaba el monte de Venus de la muchacha y un poco más abajo comenzaba la división de sus labios vaginales.

Recogió el preservativo con una mano pero no se lo puso, quería recoger también los fluidos del coño que sabía lo que le esperaba porque, como él ya había advertido, Edurne estaba disfrutando de su propia violación y era una oportunidad para hacer un trabajo redondo con esa chica de atrayente figura curvilínea que a tantos volvía locos. Al pensar eso, mientras con un dedo apartaba totalmente el trozo derrotado de tanga que ya no conseguía tapar nada, se sintió triunfante sobre aquellos que se acostarían una noche más sin haber sido maravillados por los relucientes e inflamados labios del chocho de la agraciada y deseada Edurne de cabellos dorados y bucles que ahora continuaba con pellizcos propios en sus pezones recientemente desatendidos. Una sonrisa orgullosa, invisible por el pasamontañas, aparecía en su cara y un brillo en sus dos dedos, los que se paseaban por el surco por el que emanaban los líquidos de la vagina.

Poco tardaron la víctima y el victimario en embriagarse con el sabor agridulce del flujo destilado por el sexo femenino; ella de los dedos remojados de él y él directamente del envase que intentaba rebañar con desmesurado placer metiendo la lengua todo lo dentro que podía y rayendo los labios e ingles para que fuese su saliva lo que humedeciese esos bellos recovecos del cuerpo de Edurne. Después, le tocó el turno al clítoris, que tampoco se libró del regocijo que esa lengua invasora de coños era capaz de proporcionar.

La muchacha se retorcía de gusto, su cuerpo danzaba ondeando su vientre y mordía los dedos del asaltante que todavía mantenía en su boca, de la que salían gemidos cada vez más altos y largos. Tenía el pie derecho en el suelo y la pierna izquierda sobre el hombro de él, que estaba buceando en un lago de flujo. Y se vino… se vino irremediablemente con convulsiones que agitaban las dos estrellitas que colgaban del pendiente de su ombligo.

Una vez concluida la placentera tregua que el rufián le había concedido a Edurne, era el momento de culminar la violación con el apuñalamiento del conejo, por lo que se puso el condón y, sin clemencia, se la metió. El primer grito de ella puede que fuese por el dolor que la brusca penetración le causó, pero los sucesivos sin duda eran de placer, y es que Edurne verdaderamente estaba disfrutando de su propia violación. Como muchas mujeres, había tenido fantasías en esa situación, pero no pensó que la práctica de tan degradante acto le pudiera causar el morbo y el gozo que estaba sintiendo en esos momentos mientras era follada por un desconocido que lo único que buscaba era denigrarla. Escapar no podía, así que tampoco se la puede culpar por la filosofía de, por lo menos, intentar disfrutarlo.

Cogió la pierna derecha de Edurne y se la subió al hombro del mismo modo que tenía la izquierda. Se echó hacia delante hasta que ella casi podía lamerse sus propias rodillas y, de esta forma, podérsela meter con mayor profundidad y más fuerza impulsándose con los pies, cuyas punteras había colocado en el suelo, en vez de con las rodillas como estaba antes. El ritmo del mete y saca era descontrolado, tanto como lo estaba el violador, y, en una de estas, el pene se salió. Sin perder un segundo, intentó meterla de nuevo, pero no atinó dirigiendo el glande contra el ano de Edurne, que suspiró al contacto. Se sostuvieron la mirada y a través de los ojos se dijeron lo que debía venir a continuación.

Ella se puso de rodillas sobre el sofá, dando la espalda al atacante, apoyando los antebrazos en lo alto del respaldo y poniendo el culo en pompa. Al intruso le encantó la vista que tenía desde su posición de los labios enrojecidos e hinchados del coño de Edurne, que brillaban por el flujo destilado por esa inusual excitación en semejante vejación. Pero en esos momentos, lo que más le gustó, fue el ano de la muchacha, más cuando, con las manos abiertas palpando toda la extensión de las nalgas, las abrió para admirar dicho orificio trasero, rosado, con los pliegues arrugaditos y estirados por la separación de los glúteos.

El tipejo comenzó a lamerlo, llevando su lengua de arriba abajo, igual que Iñigo le solía hacer porque a ella le enloquecía. Con la cara apoyada entre sus antebrazos en el respaldo, los ojos cerrados y la boca medio abierta lo suficiente para que a través de sus labios los suspiros saliesen laminados, Edurne se derretía. Por dentro, lo que seguramente camino abajo por su interior fuera a salir por su vagina, a esas alturas y con toda esa excitación, la colmaba e incluso goteaba.

El desconocido, maravillado por la bebida que la chica le ofrecía de su coño para saciar su sed, no dudó un instante en explayar sus lametones desde el ano a su clítoris mientras ella se lo acariciaba para no desperdiciar esa gran oportunidad de correrse una segunda vez. Y lo consiguió. A medida que su orgasmo se acercaba, sus jadeos se incrementaban hasta convertirse en los gemidos que relataban de qué manera se estaba viniendo.

Él siguió lamiendo el pequeño agujerito, preparándolo sin que ella sospechara que en un momento dado, el asaltante metería su dedo índice. Esa ya no era una práctica habitual con Iñigo, pero no le molestó mucho. Lo que no le gustó tanto fue que le metiera un segundo dedo para intentar dilatar su orto, y menos cuando los intentaba abrir porque le hacía daño. El tercer dedo, sí que le dolió demasiado.

  • Sácalos, por favor- le pidió Edurne- Me duele. Nunca me… ahhh.

  • ¿Recuerdas lo que te dije de que te estuvieras quietecita?- le dijo el encapuchado con aspereza y jadeando debido a la gran excitación que le recorría por estar cepillándose a la chica de la que estaba enamorado- Pues más vale que me obedezcas y sigas pasándotelo bien como lo has estado haciendo toda la tarde como la puta que has demostrado ser, que te están violando y te estás corriendo como una perra- Edurne paró de protestar apretando los dientes hasta que se retiraron los dedos que le habían abierto el culo- Y ahora, respira hondo- le dijo el asaltante poniendo su glande en el agujerito.

  • Déjame chupártela- le rogó ella girándose un poco para evitar su perforación anal.

  • ¿Me la quieres comer otra vez? ¿No has tenido suficiente?- le preguntaba él con recochineo- Pues te vas a joder- y empujando la cabeza de Edurne, hizo que de nuevo reposase la cara sobre el respaldo- Mejor, te jodo yo.

Aunque ella intentó resistirse agitando las manos, el violador la cogió de las muñecas como si sus brazos fueran riendas y, acercando con lentitud sus caderas a las nalgas de ella, afianzó su glande en la entrada trasera de Edurne. Empujó un poco, lo suficiente para dejarla fija y bien colocada. "Aguanta la respiración, guarrilla" y de un tirón de sus brazos y un arranque de sus caderas, la totalidad del miembro masculino abrió el estrecho recto de la muchacha, lo que a él mismo le dolió y acompañó el chillido de Edurne con un alarido igualmente de dolor.

Se quedaron inmóviles. Él, de pie con su pubis en contacto con las nalgas de ella, que asida de sus muñecas su tronco quedaba levantado, tanto como lo estaba su culo, con sus pechos arrogantes encarados al cielo y su cabeza hacia atrás con el rostro desfigurado y su melena cayendo en cascada sobre su espalda llegando casi a los riñones. Todo estaba en silencio, como si el mundo se hubiera quedado petrificado y mudo por el espantoso grito de Edurne y ellos fueran una estatua tributo a la perversión.

El malhechor despertó y comenzó a bombear el trasero de la chica. La penetración en sí no le dolía, de lo que ella se aquejaba era del constante ensanchamiento de esa zona dolorida, y al rato de que él le agarrase desde atrás las trémulas tetas y acelerase el ritmo, a sus oídos llegó el llanto de Edurne escondido entre sus gemidos. Paró y la ayudó a ponerse en pie delante de él, que la pedía perdón y se disculpaba porque no pensó que le fuera a hacer tanto daño. Ella se limpió las lágrimas y clavó sus ojos en los del desconocido, piadosos y tiernos, e, inesperadamente, le dio una tremenda bofetada que hizo tambalear al fornido chaval.

Nuestra protagonista se acuclilló y entre el sofá y la polla, agarró esta con fuerza y la sacudió con ímpetu. El primer lechazo lo recibió Edurne en su cara, desde la frente hasta la mejilla cruzando el ojo, y los siguientes, con mucha menos potencia, le cayeron en la barbilla y en la lengua que los esperaba. Una vez liquidada la eyaculación, tragó.

Se apoyó con las manos en los cojines del sofá a su espalda para incorporar su cuerpo y sentarse de medio lado. El canalla se dejó caer junto a ella, tan rendido como la chica. Edurne reposó su cabeza en el pecho de él mientras jugaba con el vello púbico de donde nacía esa verga ahora morcillona y él pasó su brazo por detrás del cuello de ella.

  • Eres un cabrón- le dijo seriamente- No voy a poder sentarme en un mes- y al mirarle a la cara con solo un ojo abierto, él empezó a reírse con ganas contagiando a Edurne.

El violador pasó un dedo por el párpado de ella para limpiarle el semen y que lo pudiera abrir. Después se quitó el pasamontañas y manchó otro dedo con la sangre de su nariz.

  • Me sangra la nariz del codazo que me has dado antes- le comentó a la vez que la joven le contestaba con serenidad:

  • Y tú me has roto el culo.

  • ¿En paz?- habló él- Mira, entiendo que quieras hacerlo lo más real posible, lo de llamarme por teléfono para fingir que estoy trabajando, incluso lo de entrar en tu casa a hurtadillas, que un día me va a ver un vecino, va a llamar a la policía creyendo que soy un ladrón y la vamos a liar, pero no tienes porqué maltratarme, que me has metido unas hostias que vamos

  • ¡Ay, carimutxu!- dijo ella exaltándose, sentándose sobre él y besándole por todas partes- Con lo que yo te quiero, carimutxu.

  • En serio, el próximo día jugamos a la alumna y el profesor o a la sirvienta y el señor, pero de esto, paso- y se levantó para ir al cuarto de baño.

Desde el sofá, con una sonrisa satisfecha y mirada viva, Edurne, la niña de cara angelical y cuerpo de pecado, vio como Iñigo desaparecía por el pasillo.

Dedicado a Iñigo con cariño y humedad.