Zorreando en un Pub

Salgo a bailar, zorreando mientras mi marido me observa desde la barra. Me ligo a un hombre y me lo llevo para casa

—Ya está —, dije por teléfono en voz baja desde el baño.

—¿Ya te lo has follado? —, me preguntó mi marido.

—Sí —, respondí escuetamente dibujando una sonrisa en los labios, que él solo pudo imaginarse.

—¿Ya se ha marchado?

—No. Está en nuestra cama. Ahora el toro duerme ya como un gatito. ¡Está muy mono así, desnudo y dormidito! —, le explico a mi esposo —Dan ganas de achucharlo.

—Olivia, que puta eres —, me indica excitado.

—Y tú que cornudo, cariño —, le replico sonriendo, sabiendo que seguramente se estará tocando.

—¿Y qué tal ha ido?

—Genial, pero ahora tengo poco tiempo, ya te contaré cuando se marche, y vengas a casa —, le digo pausadamente.

Conocía a mi marido, sabía que cuanto más le hiciera esperar, más excitado se pondría. «Soy una buena esposa y me gusta hacerlo disfrutar», pensé maliciosamente riendo.

—Olivia, adelántame algo —, me suplica.

—Te dejo. Te tengo que colgar. Ya sabes que te quiero —, le digo de forma apresurada.

Me encanta ese juego con mi marido, crearle ansiedad, darle los detalles a cuentagotas, casi haciéndome de rogar. Relatar como me han follado, como me he sentido, de que hemos hablado, donde se han corrido… dibujar esa infidelidad a pequeñas pinceladas.

Él se pone muy nervioso, no puede evitarlo. Su cabeza comienza en ese momento a imaginar y a maquinar, dando vueltas y vueltas como una centrifugadora. Comienza hacerse preguntas de todo tipo, y sin poder evitarlo, su mano termina sobre su polla. Sé que no habrá dormido apenas en toda la noche, continuamente pendiente del móvil.

A veces, mi marido está presente, cuando estoy con otro hombre. A él gusta mirar, otros ratos me toca, me besa, o incluso participa, formando un trio conmigo y con nuestro invitado de turno. Ese es uno de los momentos que yo más disfruto.

Otras veces como esta noche jugamos a la infidelidad. Nuestro invitado, como así llamamos a mi amante de turno, no sabe que mi esposo consiente todos mis caprichos.

En nuestro caso, prefiere ser él, el que pasa la noche en un hotel cercano. «Tan cerca y a la vez tan lejos», a tan solo cinco minutos de nuestra propia casa.

De vez en cuando le envió un mensaje, dándole escueta información, pero dejándolo con más ganas, ansioso y excitado. Él me responde con otra pregunta que yo ignoro. Apago incluso el móvil, y cuando lo vuelvo a encender, leo divertida la cantidad de mensajes que él me ha enviado. Verlo tan ansioso me vuelve loca, me gusta que vea las dos rayitas azules, que sepa que lo he leído, pero que no le contesto.

Entonces él, se acuesta en la cama desnudo con el teléfono móvil en la mano, esperando que me apiade de él, y le detalle cualquier tipo de información. Pero yo cuando le escribo, siempre me salgo por la tangente, y casi nunca contesto al aluvión de sus morbosas preguntas.

“Voy a beber agua, estoy sudando”. Le escribo, añadiendo un emoticono con una carita angelical sonriendo.

Me voy a la cama, allí está Ángel dormido, el hombre, con el que mi marido ha consentido que yo pase la noche en nuestra cama. «Sigue dormido», pienso mientras lo abrazo y me acuesto a su lado.

Entonces agradezco el calor de su cuerpo, me he quedado fría mientras andaba desnuda por casa, hablando con mi marido. Me acurruco junto a él, e intento quedarme dormida. Mientras, las imágenes del comienzo de esta nueva aventura, vienen a mi mente, como si de una proyección de viejas diapositivas se tratara.

Todo había comenzado unas horas antes, al ir a cenar como cada sábado con mi marido, después nos acercamos a un Pub nocturno del centro, pedimos unas copas, y yo salgo a bailar sensual y provocativamente, mientras él, se queda mirando desde la barra.

Mi ajustado y corto vestido negro, se ajusta como un guante a mi cuerpo. No tardo mucho en conseguir que varios pares de ojos me observen. De repente, veo como un chico se acerca. «Demasiado joven para mí, debe de tener tan solo un par de años más que Carlos, mi hijo mayor», pienso mientras sigo bailando.

Se acerca hasta mí sin decir nada, y se pega a mi cuerpo pegajosamente bailando. Lo miro directamente, sin dejar de sonreír. «No hace falta nunca ser desagradable».

—¿Cómo te llamas? —, me pregunta sonriendo.

—Olivia — le respondo.

—Yo me llamo Eduardo, me encantan las mujeres como tú —, me dice directamente.

—¿A que te refieres? —, le preguntó. «Como me llame madurita le tiro con un zapato», me digo a mí misma bromeando.

—Altas, sexys, algo mayores que yo, que estén tan buenas como tú. Además, me gusta tu pelo rubio y corto.

—Gracias. Pero estoy con mi marido—Añado para quitármelo de encima cuanto antes, apuntando en dirección a la barra, dónde Enrique permanece vigilante. Su metro noventa de estatura, lo convierten en un hombre imponente. Saludo con la mano, él sonríe.

—Perdón… —, dice el chico antes de alejarse de la pista con el rabo entre las piernas.

Me gusta un hombre que no para de mirarme, le sonrió, y él me devuelve la sonrisa. Desde ese momento, ya no para de observarme totalmente embobado.

«Demasiado fácil», pienso con fastidio, ya que el chico me pareció físicamente bastante mono.

—Hola, me llamo Ángel —, dice alguien mientras baila detrás de mí.

—Encantada Ángel, yo soy Olivia —, digo fijándome en él por primera vez.

Se acerca y me da dos besos, uno en cada mejilla.

—¿Estás sola? —, me pregunta sin dejar de mirarme.

—No, estoy con un amigo, pero se irá en nada —, le indico sonriendo, ocultándole que Enrique, es en realidad mi marido.

El asiente, y se pega más a mí.

—Que suerte he tenido, no es fácil que una mujer como tú esté sola —, me dice guiñándome un ojo.

—Es un compañero de trabajo que se está separando. Lo está pasando mal el pobre —, le miento. —Pero es un poco muermo, me ha dicho que cuando se tome la copa se marcha a dormir.

—Lo dicho, hoy es mi día de suerte. Te invito a tomar algo en algún sitio más tranquilo —, me dice al oído.

—¡Vamos! —, digo tirando de él agarrándolo de la mano.

—¿Y tú amigo? ¿No le dices nada? —, pregunta sonriendo.

—Tampoco te creas que es tan amigo —, respondo guiñándole un ojo—Además, ya te he dicho que es un muermo.

Sé que Enrique me ha visto salir con el chico. Él no se pierde jamás ninguno de mis movimientos de cortejo.

«Luego le mandaré un mensaje», pienso mientras salimos del bar.

Ángel es un hombre como a mí me suelen gustar: alto, fuerte, muy cuidado y con un aspecto muy masculino. Además, desprende un carácter dominante y decidido.

La edad para mí, nunca es lo más importante, pero pocas veces me dejo arrastrar por estar con chicos demasiado jóvenes. Aunque alguna vez he caído.

Nunca pregunto nada, pero él me comenta que tiene treinta y cuatro años. «Una edad perfecta, once menos que yo», no puedo dejar de calcular mentalmente.

En agosto, la ciudad está prácticamente vacía, ya que la gente se ha ido de vacaciones a otras localidades, y sobra sitio para ir a cualquier lado.

—¿Qué quieres tomar? —, me pregunta posando una mano sobre mi cadera.

—Puerto de Indias con Royal Bliss de frutos del bosque —Indico.

Todavía no hemos comenzado a besarnos, pero ya estoy excitada. Solo estar con un hombre a solas, dejándome seducir, hace que afloren en mi sexo lujuriosos deseos. Su mano, pasa de mi cadera a posarse sobre una de mis nalgas. Estoy segura que él ya sabe que en esos momentos soy suya, y poco a poco, va tomando posesión de mi cuerpo.

El chico es sincero, me comenta que está casado, que su mujer se ha ido al pueblo con el niño, pero que él no puede ir, ya que tiene que trabajar.

—¿Te importa, que esté casado? —, me pregunta seriamente.

—No, para nada. Yo también lo estoy —, digo mostrando media sonrisa.

—Me lo imaginaba —, dice apretando la nalga que mantiene en su mano, como si ese echo fuera para él un plus de excitación —¿Y tu marido? ¿También está de vacaciones? —, pregunta.

—No me acuerdo —, bromeo girando de izquierda a derecha la cabeza, mirando a mi alrededor —Yo aquí no lo veo por ningún lado —, añado acercándome hacia él riendo.

—Que zorrita estás hecha —, deja escapar.

Yo me rio, esa clase de improperios me encantan. Pero normalmente me los dicen, cuando ya estamos en la cama.

—¿Me llamas zorra antes incluso de besarme? Esto es nuevo—, digo esperándolo muerta de ganas.

Él se acerca, pega sus labios a los míos y comenzamos a besaros. «Ha habido suerte, el chico besa bien», pienso dejándome arrastrar.

Supongo que, si no besara bien, yo no estaría escribiendo este relato, ya que solo escribo sobre las vivencias que han sido positivas para mí.

—¿Te apetece que vayamos a un hotel? —pregunta sin más preámbulos. Supongo que tiene miedo que algún conocido lo vea conmigo, y pueda ir con el cuento a su mujer.

—Mejor vamos a mi casa, vivo cerca —, le informo.

—¿A tu casa? —, pregunta asombrado —Que morbo.

Terminamos las copas apresuradamente y abandonamos el Pub agarrados de la mano.

Estamos a diez minutos de casa, pero el trayecto se me hace interminable, a pesar de que el chico, me lleva agarrada por la cintura, e intenta hacerme reír de vez en cuando.

—¿Tienes hijos? —, me pregunta.

—Dos chicos —, le comento —Pero ahora están con su padre, mi primer marido —añado.

—Conozco esta zona —, indica el chico —Tengo una hermana que vive cerca.

Nada más entrar al portal me empuja contra la pared dónde están los buzones de las cartas, y sin perder un segundo más, comienza a besarme de forma mucho más apasionada, que un rato antes en el pub.

Empieza a acariciarme las tetas por encima del vestido, mientras con otra de sus manos empieza a manosearme por debajo de la falda.

—¡Que buenas estás! ¡Qué cuerpazo tienes! —exclama

—Gracias —, contesto amablemente —Tú también estás muy bien.

Me lo quito de encima como puedo, lo agarro por la cintura y lo llevo hasta el ascensor.

Ni siquiera espera a que se cierre la puerta, ya que comienza a besarme el cuello sin dejar de meterme mano, retirando el tanga a un lado, mete dos dedos en mi vagina, y comienza a follarme con ellos.

No puedo evitar dejar escapar un largo gemido, cuando noto como mi coño se abre.

—Estas empapada —, me dice sonriendo.

—Te tengo muchas ganas. Pero, vamos —vuelvo a indicarle, escapando de él nuevamente cuando la puerta del ascensor se abre —A este paso no llegaremos nunca a casa, y estoy deseando que me la metas —, le digo de forma vulgar, dejándome arrastrar por la excitación del momento.

Me encanta la sensación de poder traer hombres a casa. Enciendo la luz de la entrada y cierro. Me apoyo de espaldas a la puerta, él se queda mirándome, permaneciendo por unos segundos quieto.

Se acerca y vuelve a besarme, entonces pongo por primera vez mi mano sobre el bulto de su entrepierna.

—¿Qué tienes aquí? —, pregunto juguetona sin dejar de sobarlo.

—¿Quieres verlo? — Me pregunta siguiéndome el juego.

Yo hago un gesto afirmativo moviendo la cabeza, sin dejar de mirarlo a los ojos.

Bajo la cremallera de sus pantalones, e introduzco con dificultad la mano dentro, hasta esquivar los calzoncillos, y llegar hasta su verga. Él me facilita la maniobra, se desabrocha el cinturón y el botón del pantalón, para dar más holgura a los movimientos de mi mano.

Tocar una polla por primera vez, es algo que siempre me produce una curiosidad especial. «Dura como una piedra», pienso sonriendo.

Saco su verga y comienzo a masturbarla.

—¿Te gusta? —, me dice el chico orgulloso del tamaño de su miembro.

—No puedo saberlo, antes de probarla —, digo maliciosamente.

Me pongo de cuclillas frente él, en ese momento no sé la razón, pero me acuerdo de mi esposo. Le encanta verme así.

Agarro la verga, la miro de forma golosa, y me la introduzco en la boca.

—Me encanta —, digo volviendo a metérmela otra vez dentro.

—Tú sí que me encantas a mí —, me piropea el chico.

Me pongo de pies, al tiempo que le hago un gesto cómplice guiñándole un ojo, lo agarro de la mano y avanzo con él por el pasillo.

—Vamos, estaremos más cómodo en el dormitorio.

Odio las fotos como elementos decorativos, pero en el cabecero de mi cama, tengo una foto del día de mi boda. Solo por puro morbo, me gusta que me follen frente a ella.

Entonces retiro el edredón hacia atrás, y cuando voy abrir la cama, Ángel se pone detrás de mí y me empuja. Yo permanezco de pies, con las palmas de las manos apoyadas en el colchón. Noto como su mano sube por mis largas piernas, me palpa las nalgas, levanta mi falda dejándolas expuestas.

Aprovecha, y en ese momento me da una fuerte cachetada, noto como mi nalga tiembla «Empieza fuerte», pienso emocionada. Me abro de piernas instintivamente, mientras él agarra mi tanga, noto como sustrae la estrecha tela de mis glúteos. Entonces se pone de rodillas, y comienza a morder y lamer los cachetes de mi culo

—Ahhhhhhh —, dejo escapar ansiosa, un largo suspiro.

Entonces de un fuerte tirón baja mis bragas, dejándolas a la altura de mis rodilla.

—Ahhhhhhh —, digo sin poder contenerme.

Separa, abriendo de forma soez mis redondas nalgas, y mete la cabeza en medio de mi culo. En ese momento comienzo a sentir la punta de su lengua justo, a la entrada de mi ano.

—Joderrrrrrrrrr —, digo muerta del gusto.

Entonces me da otro fuerte azote que me deja temblando el otro glúteo. «El muy cabrón me está matado de gusto», pienso cachonda como una perra.

Comienza acariciar mi coño, sin dejar de lamerme el culo. «No aguanto más, fóllame ya», grito interiormente.

Como si hubiera podido oírme, justo en ese momento se pone de pies. Yo intento darme la vuelta, pero me vuelve a empujar de forma violenta contra la cama.

Permanezco así, de espaldas a él, apoyada en la cama inquieta y nerviosa esperando, mientras intuyo, que se está poniendo el preservativo.

El chico se pega a mí, yo separo aún más las piernas, y entonces noto su caliente polla pegada a mi culo. Palpa mi húmedo coño, acerca su glande y lo pone frente a la entrada de mi vagina.

—¡Ahhhhhhhhh! —exclamo justo en el momento que noto como su erecto y grueso falo invade mi zona más íntima.

—¿Te gusta? zorra —, me pregunta comenzando a moverse dentro de mí.

—Sí, me estás matando de gusto —, le digo casi a punto de llegar al clímax.

—¿Es esto lo que querías cuando zorreabas bailando en la pista? —, me grita dándome un par de nuevos azotes.

—Siiiiiiiiiií, —, bramo como un animal salvaje, alargando la fonética del adverbio.

Mis piernas comienzan a temblar, tengo que agacharme y apoyar la cabeza en la cama para no caerme.

—Me corro —, chillo, importándome en ese momento una mierda los vecinos.

Él aumenta sus embestidas, me folla con violencia, tal y como a mí me gusta. Entra y sale de mi ardiente coño, como un incesante percutor.

—Me voy a correr, chúpamela —, dice sacándola de repente de mi sexo. Se quita con urgencia el preservativo, como si le quemara, arrojándolo al suelo.

Esta vez me pongo de rodillas, él agarra su duro pene y me lo refriega por la cara. Me golpea las mejillas y la cara con ella, como si de un pequeño látigo se tratara.

—Abre la boca puta —, casi me ordena.

Obedezco, abro la boca dócil y disciplinadamente. Él me la acerca, y agarrándome la cabeza me la mete centímetro a centímetro dentro, hasta que la verga desaparece en mi boca por completo.

No puedo respirar, noto como me roza la garganta, pero él me mantiene sujeta con sus fuertes manos. Por fin me libera, y yo no puedo ni quiero reprimir una fuerte arcada.

—Cabrón, casi me ahogas —, le digo simulando estar indignada.

—No cierres la boca —, me indica, al tiempo que comienza a masturbarse.

Saco la lengua y permanezco así, arrodillada, sumisa y entregada, esperando que se corra. Comienzo acariciar sus testículos, su respiración se agita, su cara se transforma. Sé lo que viene ahora. Abro la boca y saco grotescamente la lengua todo lo que puedo, mientras, él acelera el ritmo de su muñeca.

—Toma guarra, tómala toda —, apoya el glande sobre mi lengua. Justo en ese momento siento un primer y caliente chorro disparado contra mi boca. Cierro los ojos, y espero el resto de su corrida.

Vuelve a restregarme la polla contra mi cara, mientras lanza las ultimas sacudidas de semen.

—¡Joder Olivia! eres la caña —, me dice sonriendo.

Vamos al baño y nos aseamos un poco. «Ni siquiera me ha desnudado todavía», pienso.

—¿Tienes algo para beber? —, me pregunta con una maliciosa sonrisa.

—Claro, lo que quieras ¿Otro Gin Tonic? Preguntó llevándomelo a la sala.

Él se sienta en el sofá, mientras voy a la cocina, cojo los hielos y preparo dos copas. Luego regreso poniendo las bebidas encima de la mesa.

—Siéntate aquí —, me dice apuntando hacia sus cuádriceps.

Yo obedezco, y me siento como una niña buena, sobre sus musculosas piernas. Damos un par de sorbos.

—Olivia, ¡No puedes estar más buena! —, dice desabrochando mi vestido. —Estaba tan cachondo que ni siquiera te he visto las tetas —, añade con la mirada inundada de vicio, a pesar de haberse corrido, hace pocos minutos.

Yo misma me quito el vestido, y le exhibo mis grandes pechos, que se muestran al fin orgullosamente libres.

—¡Joder! dejaba lo mejor para el final —, exclama justo ante de llevándoselos a la boca.

—No hay prisa, tenemos toda la noche para nosotros —, digo levantándome, ofreciendo mi mano para volver a la cama.

Él se tumba boca arriba, agarro su polla y comienzo a mamarla.

Poco a poco la devuelvo a la vida. Se hincha como un bizcocho y comienza a crecer «La noche va a ser larga» pienso excitada.

Me subo ahorcajadas encima de él, agarro su verga, la coloco nuevamente a la entrada de mi coño, y me dejo caer sobre ella.

—Ahhhhhhhhhhh —, en ese momento comienzo a cabalgarlo como una feroz amazona.

Mis pechos botan debido a la frenética galopada, él los agarra, los manosea, los estruja, los chupa, los besa…

—Para, me vas hacer correr —, me indica al poco rato.

Pero yo en esos momentos ya no tengo clemencia, e incluso acelero la galopada. El sonido de mi húmedo coño al chocar contra él, es el único sonido que corre por la habitación.

—Me corro —, grita fuera de sí.

—Hagámoslo juntos —, digo justo en el momento de sentir su potente chorro de semen dentro de mi vagina.

—Joder Olivia, que pasada —, dice recuperando la calma.

Pero yo no digo nada, estoy exhausta, me dejo caer sobre él y entonces lo beso de forma cariñosa, justo en sus marcados pectorales.

Recupero el aliento y me tiro sobre la cama. Él me abraza por detrás, mientras escucho poco a poco, como su respiración se acompasa.

Entro en un dulce duermevela. Miro la hora.

«Es pronto. Dormiré un poco, y cuando despierte llamaré a Enrique», pienso divertida imaginándomelo, esperando mi llamada ansioso. Ese es el último pensamiento, justo antes de quedarme placidamente dormida.

FIN