Zorra

No tardarás en notar las embestidas.

Hola… Este es el segundo relato que escribo. Como he visto que la gente se suele presentar pues allí voy. Soy hombre, de 39 años, alto y atractivo ;). Si alguien quiere saber algo más de mí, qu em mande un mail. Estaré encantado de responderte.

aseiscientos1@hotmail.com

En realidad escribo para las mujeres. Me encanta hacerlo y me relaja mucho. Espero que os guste ;):

Siempre le había gustado Juan, el chico más guapo, educado, mono y simpático de la clase, desde el primer día que lo vio, hacía dos años, vestido con unos pantalones de lino y una camiseta lo suficientemente ajustada como para dejar entrever su cuerpo de nadador, y lo suficientemente elegante como para destacar a kilómetros del resto.

Como una tonta se había dormido muchas noches pensando en él para levantarse mojada. Su motivación para ir a clase desde que lo conocía era… verlo.

Sabía que muchas iban detrás de él. Al menos dentro de su grupito de amigas ninguna le haría la putada porque todas lo sabían y la respetaban. Y peligro tenían: ellas eran las guapas, las que todos quieren ver, a las que invitaban a todas las fiestas, claro que la mayoría de las veces para adornar, porque eran sencillamente inaccesibles, sus objetivos estaban muy lejos de la vulgaridad de la gente cotidiana.

Juan también lo sabía, tenía muy claro que podría follarse a cualquiera de la clase, menos a las idiotas o a las que querían ser fieles a su novio. Nunca mostraba ningún interés por ninguna. Tal vez los tíos, cuando saben que lo tienen, se vuelven también inaccesibles, o tal vez fuera gay, que era el rumor que corría por todas partes desde hacía tiempo.

Fiesta en el chaletazo de Isabel, una pija que sus padres eran ejecutivos y no se daban cuenta del peligro que tenía dejar su hija sola unos días.

Alcohol, alguna droga, bañadores... Juan guapísimo pero ni caso, lo de siempre...

Habría que ir por el amigo fiel y accesible, Ángel. Era el típico tío normalito, al que nadie hacía caso y que haría cualquier cosa por meterla donde fuera. Algo relleno, bajo, un corte de pelo demasiado normal, de los de barbería. Pero la gente se perdía lo mejor de él: Era capaz de hacerte reír hasta debajo del agua, y siempre tenía algo interesante que contar.

Estaba contenta de haberlo conocido, aunque no fuera el objetivo se lo pasaba bien hablando con él. Hasta ahora nunca había conseguido acercarse a Juan así. De alguna manera, siempre que estaba con él Juan desaparecía… si la cosa seguía así habría que empezar a sacar el armamento pesado de mujer.

No quiso dar más rodeos, y cuando vio que ella se sentaba en el césped frente a él para "hablar" le dijo: "¿quieres conseguir a Juan, verdad?". Y mientras se lo decía le miraba descaradamente las tetas. Nunca lo había hecho antes.

  • Entonces abre las piernas, que quiero saber si estás depilada.

En definitiva era un precio muy barato, sólo tenía que satisfacer los ojos de ese salidillo un momento. Las abrió, y Ángel pudo comprobar  cómo la tela del bikini marcaba sus labios mayores. Efectivamente estaba depilada.

  • Ven

Se levantó y se puso a andar hacia la casa. Le siguió. Entró por una puerta que daba a la cocina. Era como si conociera la casa de toda la vida. Bajaron unas escaleras estrechas hasta el sótano. Bicis, herramientas, aparatos de gimnasio... el típico sótano de ricos lleno de objetos caros que nadie usa. La excitación de lo prohibido le entró en el cuerpo como un pequeño hormigueo en la boca del estómago.

Recordó cuando de pequeña se colaba por la ventana en la carpintería de debajo de su casa, a mediodía, cuando los trabajadores se iban a comer. En ese momento era el ama de todo aquello en la penumbra. Las herramientas, el trabajo, las maderas… todo era suyo y podía romperlo si quería. Fue allí, en aquellos mediodías, donde descubrió cómo le gustaba acariciarse entre las piernas. Desde entonces en una situación así el hormigueo siempre se le bajaba suavemente hasta el coño.

No terminaba de entender por qué Angel la había llevado allí. Posiblemente querría algo de intimidad para decirle que quería ser algo más que su amigo, que lo de Juan le estaba haciendo daño… pobre.

  • Si quieres conseguir a Juan tienes que hacer lo que yo te diga.

Esto funcionaba bien, se lo estaba poniendo en bandeja y sin introducciones. Ese tío era buena gente y por fin le iba a dar la receta mágica.

Mientras pensaba eso, Ángel se acercó al soporte de las barras de las pesas perfectamente ordenadas y brillantes. Cogió una de las grandes, de un metro y medio, y se apoyó en ella cogiéndola como si fuera un bastón. Era una imagen cómica verlo con apollado en esa barra y tan solemne, como si fuera un jefe de tribu regordete. Querría aparentar ser muy macho ahora que estaba a solas con ella.

  • Estoy harto de ver cómo os exhibís tus amigas y tú delante de todos nosotros como si fuerais especiales. Pues ahora quiero verte. Quiero que te estés quieta mientras te miro de cerca.

Se acercó y empezó a mirarle la piel, las tetas... Se arrodilló y le miró el coño desde abajo. Daba vueltas a su alrededor inquisitivamente, despacio, como un felino que observa a su presa. La estaba excitando, y notó como sus pezones se iban poniendo duros. Joder, no podía evitarlo. De alguna manera que no quería entender estaba empezando a desear que se los tocara. Pero a pesar de todo no pensaba ceder. Habría que mantenerse firme. Había una reputación que mantener.

Tiró de la parte de abajo del bikini y se lo arrancó. Su coño quedó delante de su cara completamente al aire. Ella soltó un pequeño gemido... no podía entender lo que estaba pasando, pero le gustaba… y la excitaba muchísimo.

Estaba paralizada.

Notó su aliento caliente entre las piernas, cada vez más cerca. Pensaba que de un momento a otro empezaría a manoseárselo, o a chuparlo. Joder, era lo que más quería en el mundo en ese momento, pero se levantó y se quedó justo delante de ella. Ahora podía notar su aliento en la cara.

  • Siéntate en el banco.

Así lo hizo, y sin que se lo tuviera que pedir abrió las piernas y se recostó, esperando que la penetrara. Ya estaba lo suficientemente lubricada. Su cuerpo lo deseaba, ella lo deseaba.

Notó algo muy frío intentando entrar en la vagina. Era grande, y una pequeña punzada de dolor le hizo querer retroceder.  Pero de alguna manera comprendió tenía que aguantar hasta que él se lo dijera.

  • Te estoy metiendo la barra para las pesas.

Lo dijo con la voz mecánica, propia de un científico que estuviera mirando fríamente cómo su víctima reacciona ante un tratamiento, que podía ser cruel o delicioso.

Se excitó muchísimo. Por un momento quiso que le metiera la barra hasta el fondo, que le hiciera daño, pero él lo hizo con cuidado y poco a poco fue penetrándola más y más adentro, consciente de que lo que estaba haciendo podía dolerle, con cuidado, despacio, hasta que le llegó al fondo de la vagina, la barra, dura.

Empezó a moverla dentro. Cada vez notaba menos el frío. La estaba calentando con su propio cuerpo. Instintivamente empezó a masturbarse con la mano, machacándose el clítoris rápido y fuerte.

  • Quita esa mano de ahí.

No comprendía por qué necesitaba tanto obedecerle, ni por qué eso le había dado tantísima excitación que no pudo dejar de jadear desde ese momento. Pero… ¿qué más daba?. Nadie se iba a enterar.

Te está gustando verdad?

Si..

Ahora quiero beberme tu flujo.

Sacó la barra rápidamente, sin ningún cuidado esta vez y su estruendo metálico rebotó en el suelo. Pegó su boca a todo su coño como si quisiera devorarlo. Después del frío de la barra ahora su boca estaba ardiendo. Le metió la lengua hasta el fondo, buscando dentro de su coño hasta la última gota de flujo, rebuscando entre las paredes. Ella no podía más y quería correrse. Estaba demasiado excitada, ya no podía controlar la situación, jadeaba y levantaba el coño hacia su boca para que la lengua le llegase más adentro. Necesitaba correrse.

Un poco más.

Separó la boca y la miró otra vez, frio, mientras se bajaba el bañador. Esa mirada la ponía cachondísima. Sin mediar palabra notó cómo le metía la polla mientras exhalaba un hálito largo de placer. Nunca pensó que la tuviera así de grande. Notó otra vez el calor ardiente, ahora el de su polla dentro de la vagina, calentando lo que la barra antes había enfriado. Se empezó a mover como un poseso, con la brutalidad casi instintiva del animal egoísta en que se había convertido. Ella se corrió. Detrás de un grito, otro, otro. Después la relajación y el placer.

Lo miró satisfecha, sonriéndole, agradecida.

  • El le preguntó: ¿Te has corrido?

  • Me ha gustado mucho... me has puesto a mil, y agrandó su sonrisa.

  • No estamos aquí para que disfrutes. Me da igual que te corras. Ahora tendrás que pagar.

Una tremenda sensación de miedo y de excitación la hizo casi temblar.

Otra vez paralizada.

Ángel cogió una nueva barra, esta vez más pequeña, de unos cincuenta centímetros de largo y se la dio.

  • Ponla en el suelo, hacia arriba, y arrodíllate. Quiero ver hasta dónde te la puedes meter.

Así lo hizo, y se la metió hasta que notaba que la punta le llegaba al fondo de la vagina. Sentía la necesidad de moverse hacia arriba y abajo, pero otra vez comprendió que no se lo había ordenado. Debía esperar.

  • Quédate así.

Se fue, la dejó ahí con la barra dentro, esperando. Notó algo de cansancio en las piernas y pensó que ya podría dejar el juego, pero tenía miedo de que volviera y la castigara de nuevo con algo peor. Los segundos se hacían interminables. Alargó un brazo y se aguantó en uno de los aparatos de gimnasio que había cerca. Ahora estaba mejor, así podía relajar las piernas.

Los segundos seguían pasando como si fueran años.

Pensó en lo que estaba haciendo: En el sótano de su amiga, invadiendo el espacio privado de una familia confiada, con todas sus pertenencias delante… ¿qué pensarían sus padres si se dieran cuenta que alguien había usado sus barras caras de pesas para… eso?.

De nuevo lo prohibido, de nuevo la excitación desde cuando era niña. Se apoyó también con la otra mano y empezó a moverse despacio, notando aquel bastión impasible atravesándole el coño. Jódete papito, me estoy pajeando con tu barrita cara de las pesas. Estaba enrojeciendo del esfuerzo y del placer y empezó a gemir extasiada.

Era su momento, su momento prohibido, al margen de todos.

Vio una sombra por el rabillo del ojo. Volvió la cabeza y allí estaba Ángel. Esta vez con Juan. Le hubiera gustado que la tierra se la tragase de la vergüenza. Miró con los ojos como platos a Juan, inexpresiva.

Juan, con una expresión de complacencia casi paternal le dijo:

  • Siempre me has gustado mucho, pero no me quería acercar a ti. No estabas preparada.

Pero ahora sí que se acercó a ella. Sin mediar palabra se sacó la polla, todavía medio blanda, y se la puso delante.

  • Métetela entera en la boca.

Abrió la boca y notó cómo se la metía hasta el fondo de la garganta. Los pelos de su pubis, los de Juan, por fin, le llenaban los labios y las mejillas. Poco a poco se iba poniendo más dura y se le metía más dentro de la garganta.

Estaba demasiado excitada como para ser dueña de su cuerpo. Puso las manos en el culo de Juan para aguantarse, y sin darse cuanta se metió más la polla hasta adentro.

Tras un rato intentó sacar la cabeza para respirar, pero Ángel ya le había puesto las manos en la nuca.

  • Sigue

Tuvo que aguantar así. Tenía toda la barra ahora metida hasta dentro del coño. Le temblaban las piernas y los brazos, no iba a aguantar mucho más. Por un momento pensó que esos hijos de puta la querrían matar. No sabía por qué no le importaba, sentía que les pertenecía. Ángel le quitó las manos de la nuca. Sacó la cabeza lo más rápido que pudo para respirar y tomar la primera bocanada de aire. Tosió y se le llenaron los ojos de lágrimas. Entonces pudo ver delante de ella un pedazo de polla, deseando correrse en su boca.

Volvió a abrir la boca. Ahora sabía, estaba preparada, y quería más, mucho más.

Juan le cogió la cabeza por detrás y empezó a meterle la polla dentro, otra vez hasta el fondo. Estaba follándosela por la boca. La polla cada vez más dura. El glande le golpeaba en el fondo de la garganta como un ariete.

Mientras le movía la cabeza le balanceaba suavemente todo el cuerpo hasta el coño, y la barra la acariciaba lentamente por dentro matándola de placer.

A él le quedaba poco para correrse. Ya era inevitable, seguiría así hasta el final aunque la ahogara. Ella aguantó, hasta que le apretó la polla dentro y le soltó un reguero de semen, y otro y otro, mientras gritaba como un animal.

Ahora todo su semen le bajaba por la garganta, fluyendo dentro de su cuerpo, buscando sus rincones. Ella hizo lo posible por mantener el poco semen que le había quedado en la boca, el semen de Juan, quería saborearlo, como si fuera el mejor postre del mundo. No entendía lo que estaba haciendo pero ya daba igual. Era mucho más y mucho mejor de lo que había soñado.

  • Levántate y siéntate ahora aquí, pero métetela por el culo, le dijo Ángel desde atrás.

Volvió la cabeza. Allí estaba Ángel tumbado boca arriba con la polla bien dura.

Casi no le respondían las piernas al levantarse. Cogió la barra para dejarla tumbada en el suelo y se le resbaló de la mano. Sin darse cuenta durante todo ese tiempo la había llenado de flujo. No sabía cuántas veces se habría corrido.

Nunca se la habían metido por detrás, ni siquiera pensó que pudiera hacerlo, y miró a Ángel con expresión de pena, de miedo, de súplica.

  • No te preocupes, no te va a doler.

Miró a Juan observando de pie, frente a ella, en el mismo sitio donde lo había dejado, con su barra y su charquito de flujo a los pies. Eso la hizo sentirse segura.

Se acercó y se sentó sobre la polla acercándosela con la mano a su agujero virgen, encarándola. Pero de repente Ángel le apartó la mano de una palmotada, oyó cómo escupía, le lubricó el culo con la saliva y le repitió: No te preocupes, no te va a doler.

El glande buscaba su culo con movimientos nerviosos, hasta que al final entró.

Soltó un pequeño gemido de dolor.

  • Perdona, que te he hecho sólo un poco de daño.

Sin más le metió toda la polla hasta el fondo del culo y empezó a moverla fuerte.

Hijo de puta! Le gritó con todas sus fuerzas.

Pero Ángel estaba disfrutando de lo lindo con su culo. Ahora se sentía abandonada a su suerte, usada. Le dolía, pero no era insoportable.

Al cabo de unas embestidas más se convirtió en algo diferente que la enloquecía como una perra en celo, algo difícil de explicar. Ahora quería más, mucho más. El clítoris le iba a explotar de lo duro que se le había puesto.

Juan se avalanzó sobre ella, la empujó hacia atrás y le metió toda la polla por el coño, hasta el fondo. En ese momento Ángel paró y empezó a acariciarle las tetas desde atrás. Por fin le tocaba los pezones.

Juan la miró de una forma muy especial, como un cómplice amigo que quiere cuidarte.

Ahora estás llena por casi todas partes. (sonrió). Sólo te queda la boca.

Puso una mano detrás de su espalda y la acercó a él, la besó, suavemente, con cariño. Ahora le puso la mano en la nuca con mucho cuidado, para que ella se agarrara a su cuello y se pudiera relajar en el beso. Fue muy especial, fue el momento que esperaba desde hacía tanto tiempo. Ahora comprendió lo que él sentía por ella, no hacía falta nada más. Todo este tiempo de romanticismo solitario y a escondidas por fin se hacía realidad. La apretó contra él, fuerte, y le susurró al oído:

Qué quieres?

Quiero que sigas, tenerte dentro, quiero que disfrutes.

Ahora se apartó, la miró con la misma expresión, con cariño, pero pronto la cambió a algo parecido al desprecio, y los ojos le brillaron de deseo.

  • Zorra.

Sabía perfectamente lo que le iba a pasar a ella cuando lo dijera. De nuevo se volvió a excitar hasta el punto de correrse, en un instante, con sólo esa palabra.

Empezó a follársela, al mismo tiempo que le machacaba el clítoris con la mano. Ángel empezó a moverse otra vez en el culo, esta vez más despacio. Se reía a carcajadas.

Jaja! Vas a tener el orgasmo más brutal de tu vida.

No tardó en llegar. Era cierto. Una explosión de placer la retorció. Se le tensó todo el cuerpo, no podía moverse. Ángel le estaba multiplicando el orgasmo por mil desde atrás, y Juan le apretaba el clítoris y se lo movía como un experto. Las imágenes le pasaban fugaces delante, no quería cerrar los ojos. Veía la cara de Juan concentrado en darle todo el placer que pudiera, sonriendo. Empezó a tambalearse de un lado a otro, mientras ese par de vergas la destrozaban por dentro, porque notaba hasta el más mínimo movimiento dentro como un estallido de placer.

Cuando terminó se quedó exhausta, parada. Estaba impresionada. Había sido el orgasmo más largo y más intenso que nunca hubiera imagindo.

Ellos pararon sólo durante un segundo. Sabían más allá de lo que ella podía pensar qué era lo que necesitaba.

Ángel le sacó la polla del culo y se levantó. Ahora estaba sola con Juan.

La penetró fuerte, presionándole el clítoris con su pubis. Se movía rápido, buscándole las paredes de la vagina con la polla. No se lo esperaba pero de repente vino otro orgasmo. Esta vez suave, tranquilo, pero mucho más largo.

Entonces Juan cambió la estrategia, y empezó a moverse como un cabrón animal en celo, usándola. El eco del placer en el culo de Ángel seguía multiplicando la sensación de cada embestida. Volvió otro orgasmo. Juan no paraba, quería correrse.

Siguió así, encadenándole un orgasmo tras otro, hasta que se le desencajó la cara, se le tensó la polla, y ella pudo sentir cómo disparaba un reguero de semen en su interior, se volvía a tensar, y otro, y otro…

Estaba extasiada. El cuerpo de Juan se le cayó encima como una cálida manta que la envolvía de cariño. Permaneció así unos segundos, hasta que se levantó.

Ella se incorporó, Ángel había estado todo este tiempo mirándolos, moviéndose la polla con la mano, aguantando su propio orgasmo.

Lo miró, y en seguida comprendió qué era lo que tenía que hacer. Una sola mirada cómplice a Juan le hizo comprender que podía leerle el pensamiento. Movió la cabeza un poco parra decirle que sí. Se levantó, se acercó al banco y apoyó sus codos en él, dejando al descubierto toda su vagina y su culo para Ángel.

No tardó nada en notar la embestida de nuevo en el culo. Le puso las manos en la cintura llegándole hasta el fondo. Juan, delante, no le apartaba la mirada, fija en los ojos, feliz de que disfrutara. De alguna manera era como si fuera él el que estaba dentro de ella. Ángel no tardó casi nada en correrse, llenándole el culo de semen.

Cuando le retiró la polla ella se sentó en el banco. Cansada, mojada, usada, extasiada.

Juan se acercó con la misma toalla que tenía en la piscina, su toalla. Con mucho cuidado la envolvió en ella. Empezó a limpiarla despacio del sudor, el flujo, el semen. Cuando terminó se sentó a su lado. La abrazó con sus brazos fuertes, contra el pecho, como un guardián celoso que quiere proteger su tesoro más importante. Ella se acurrucó en él.

Era muchísimo mejor que en sus sueños.

Mientras tanto Ángel los miraba sonriente.

Me voy fuera. Le diré a la gente que no sé dónde estáis. No te preocupes sol, nadie se creería que te he follado el culo ;).

Y los dejó solos. Era su momento, al margen de todos. De cariño y devoción.