Zorra
Siempre que llega el verano, subo a la terraza de mi edificio a tomar el sol. Todo es tranquilidad. Solo yo y mi hamaca, hasta que...
Hola. Escribo para las mujeres. Soy un hombre soltero de 40, atractivo. Tuve una novia a la que le encantaba que le contara historias eróticas mientras la masturbaba. Tres años de relación dieron para mucha imaginación, así que a veces vuelvo a escribir. Es la primera vez que escribo en primera persona desde el punto de vista de ella. Espero que os guste. Para cualquier comentario, duda o aclaración, jeje: atresmil@hotmail.com. Será un placer.
Cuando empieza el verano suelo subir a la terraza de mi edifico, siempre vacía y esperándome. Es mi momento. Sólo yo, la hamaca y la tranquilidad. No pueden verme desde ningún sitio y eso es importante cuando eres una chica joven y quieres hacer topless ;). Así que allí llevaba ya un tiempo, disfrutando de mi tranquilidad, mi música y de toda la piel bañada por un sol de escándalo. Pero aquel día iba a ser algo diferente.
Escuché cómo la puerta de la terraza se abría y alguien entraba. Unos pasos se dirigieron hacia donde yo estaba. En segundos vi la sombra de alguien detrás de mí proyectada sobre el suelo. Me tapé los pechos y me volví. Era el hombre del ático, que vivía en la puerta de delante de la terraza. El muy cabrón a lo mejor se había metido pensando que no podría oírle y se iba a quedar ahí mirándome entera para poder tener algo en lo que pensar mientras se mataba a pajas en sus días solitarios, o peor, a lo mejor quería poder pajearse ahí mismo mirándome las tetas. Me levanté y me enrollé lo más rápido que pude la toalla alrededor de todo el cuerpo. No me podía creer que pudiera hacer eso. Era alto y todavía atractivo, podría intentar ligar en algún pub. No necesitaba esa mierda.
- ¿Podría usted avisar de que viene, no?
Me miró inexpresivo y cambió de tema.
Es increíble el sol que hace, ¿verdad?. Es un día estupendo. ¿Sabes? Te oigo subir varias veces y siempre me pregunto qué vendrás a hacer aquí.
Pues ya ve, tomar el sol y que me dejen en paz.
Sí, y más cosas.
¿A qué se refiere?
He visto cómo te tocas tomando el sol, y alguna vez has subido a chicos. Lo sé.
Vaya, ese hijo de puta seguro que me había visto desde algún resquicio, y se había reventado a polla mirando cómo me enrollaba con algún tío de fin de semana. Me dieron ganas de partirle la cara.
Es usted un cerdo.
Lo siento, pero a veces no puedo evitar escuchar tus gemidos desde mi galería, has sido muy poco cuidadosa. Alguna vez he entrado sin que me oyeras y te he visto desde detrás de esa esquina. Follas bien, todo hay que decirlo. Eres muy pasional y te entregas.
Me estaba subiendo la furia hasta las pestañas. Iba a matarlo. Tenía dos cosas muy claras: una que no volvería a subir a aquella terraza en lo que me quedara de vida y la segunda, que ese cerdo iba a pagar con creces lo que acababa de decir. Seguro. Sin mediar palabra empecé a recoger las cosas desesperada por largarme de allí.
Espera por favor, no te enfades.
¿Cómo que no me enfade?. Si no se aparta usted de aquí ahora mismo empezaré a gritar por el patio. Eres un cerdo repugnante.
No, no puedes hacer eso.
Claro que puedo, ¿Quieres verlo cerdo hijo de puta?
No, no puedes, porque entonces todos sabrían lo que has hecho. Te he grabado.
Sacó del bolsillo el móvil. Debía de ser cierto. Era fácil grabar de día y desde alguna esquina el sitio donde solía llevarme a los tíos.
- Puedes irte, pero le enseñaré lo que tengo grabado a tus padres y entonces verán lo que eres. Seguro que no se lo imaginan.
De verdad que no podía creer lo que estaba oyendo. Era demasiado. En un segundo se me pasaron por la cabeza mil maneras de destrozarlo. Yo lo hacía porque quería y porque me gustaba follarme a quien me diera la gana. Él no era quien para meterse en eso.
Déjeme en paz.
No puedo, me gustas demasiado como para dejarte ir.
Escuche: no vuelva a cruzarse en mi camino y déjeme en paz o lo lamentará, se lo prometo.
Hagamos un trato. Sólo tienes que pensar que soy uno de esos niñatos medio borrachos a los que te follas aquí. Te costará poco. Yo te prometo que después no sabrás nada más de mi.
Tenía dos opciones, si me largaba tendría problemas, antes o después, y si accedía a hacer algo con él, algo rápido, me dejaría tranquila. Además podría contarle a todo el mundo lo que había pasado y lo jodería vivo de por vida. Tendría muchos problemas y se tendría que ir a vivir a otro sitio. Yo tendría mi venganza, él estaría bien jodido, y la terraza sería toda para mí. Me lo estaba poniendo en bandeja. Ahora sería yo la que iba a grabarlo todo. Sacaría el móvil y lo dejaría grabando los gemidos y el grito que pensaba arrancarle cuando se corriera. Cuando mis padres lo oyeran seguro que lo meterían en un juicio. Además ya había tenido sexo con tíos mayores, los fines de semana, cuando mis amigas y yo explotábamos a algún idiota que dejábamos seco de pasta a cambio de una mamada a medias en algún cuarto de baño. Cambié de actitud:
Bien, pero tendrá usted que prometerme que nunca más me oirá ni me mirará ni se dirigirá la palabra.
Prometido. Perfecto, tenemos un trato. Será mejor que entremos en el cuarto.
Vaya, directo al grano. Ese hijo de puta estaba desesperado. Él era el único que tenía la llave del cuarto de la terraza, así que nos metimos en aquel sitio. Estaba vacío, y solo se colaba algo de luz por una pequeña ventana.
Cerró la puerta detrás de él, se me acercó y se bajó la cremallera. Di gracias de que al menos no empezara a manosearme ni me pidiera nada raro. Mejor así, acabaría antes. Me arrodillé frente a él, y tras rebuscar dentro pude tocar su puta polla flácida. La saqué y la puse delante de mi boca. La descapullé. Empecé a lamerla para que fuera cogiendo fuerza, acariciándola con toda la lengua. En cuanto se le pusiera dura le daría un par de meneos con la mano y tema resuelto, como había hecho otras veces. Pero esta vez no pudo ser. Tantos años de edad habían dejado aquella piltrafa sin fuerza.
Pasé al plan B. Cerré los ojos y empecé a pensar en el último chico con el que había estado en la terraza haciendo exactamente lo mismo. Me metí su polla entera en la boca. Cuando mis labios tocaron los pelos de su pubis soltó un gemido. Funcionaba, siempre funciona. Esa sería la mejor manera de excitarlo y acabar cuanto antes. Empecé a tragármela hasta el fondo y noté como poco a poco se iba poniendo dura dentro de la boca. Era el momento de sacarla y pajearlo con todo mi arte, con la boca delante bien abierta para que se hiciera ilusiones de que se iba a correr en ella. Lo acompañé todo con algunos gemidos, como si aquella mierda me estuviera gustando. Ese plan nunca falla. Sería cuestión de muy poco tiempo. Pero al cabo de un rato vi que aquello tampoco funcionaba. Volvía a ponérsele flácida.
Me cogió la cabeza suavemente con las dos manos y apartó mi cabeza hacia atrás. Se quedó mirándome fijamente unos segundos eternos. Imaginaba que la frustración de que no se le pusiera del todo dura le haría sentir mal, pero me daba igual, que se jodiera. El pecado ya estaba hecho, pedazo de cabrón, y mi venganza asegurada. Ya tenía algunos de sus gemidos grabados en mi móvil. Ya podría decir o hacer lo que quisiera. Le iba a joder la vida.
Así que allí estábamos los dos mirándonos a los ojos, esperando la reacción del otro. Y su reacción llegó primero. Apartó las manos de mi cabeza y esbozó una sonrisa.
- Mira niña, no sabes cómo se hacen estas cosas. Voy a enseñarte.
Vaya, ahora iba de listo. Aguantaría sus estupideces y al final le jodería la corrida, lo dejaría a medias, parando a mitad para que lo soltara todo y ya no pudiera seguir. Se quedaría con las ganas y los huevos doliéndole todo el día.
Me golpeó la mejilla suavemente con la mano.
- Abre bien la boca, ahora lo haremos a mi manera. Zorra.
Volvió a coger mi cabeza con las dos manos, pero esta vez la apretó fuertemente contra sí. Aquello era bien distinto a lo de antes. Podía notar cómo poco a poco se le iba poniendo dura en la boca. En pocos segundos, ahora sí, le llegaba hasta mi garganta. No podía respirar y notaba los pelos de su pubis en las mejillas y en la nariz. Su glande se iba abriendo paso, egoísta, a través de mi garganta. Si aquello seguía mucho tiempo estaba segura de que iba a vomitar. Me empezaba a faltar el aire. Al cabo de un rato me liberó y pude respirar a horcajadas. Me cogió del pelo con una mano y me levantó la cara, mientras con la otra me soltó otra pequeña bofetada. Aquello era terriblemente humillante. Se me caían las lágrimas no sé si de la humillación o de la impresión de ver el lío en el que me había metido, porque sabía que aquel martirio iba a continuar. Me volvió a reventar otra vez. Esta vez fue con mucha más fuerza. Las lágrimas me seguían recorriendo las mejillas. Empezó a moverme la cabeza como si fuera un objeto, brutal y celoso. Mi garganta ya había cedido a sus embistes y recibía los golpetazos bien abierta. Escuchaba sus sollozos, ahora sí. Me estaba utilizando a su antojo como si fuera una muñeca.
En el fondo me daba igual. No me preguntéis por qué, pero en medio de aquella escena dantesca me di cuenta de que en realidad es aquello me estaba excitando. Aquel hombre había despertado en mí algo brutal, explosivo y tremendamente placentero . Me di cuenta de que nunca había disfrutado tanto con una polla bien grande en la boca y por supuesto con ninguno de todos los niñatos a los que se la había chupado y se quedaban muertos nada más correrse.
Me liberó otra vez. Pude respirar. Mis tetas y parte del suelo delante de mí estaban regados de mi propia saliva.
- Ahora comprenderás lo que he venido a explicarte. Toca tu coño y verás lo que eres en realidad: Una zorra sumisa. Y ahora eres mía.
Casi que tuve un orgasmo al escuchar aquello. No era necesario comprobarlo, ya lo notaba en todo mi cuerpo, pero toqué mi bikini por fuera. Estaba muy mojado. Sí. Estaba brutalmente excitada. Con un instinto automático empecé a darle a mi cuerpo lo que me pedía desesperado y me empecé a reventar el clítoris con la mano a toda prisa.
Realmente ese hombre sí que sabía lo que hacer conmigo.
- Espera. Así no. Quítate el bikini y ponte frente a mí.
Así lo hice, mientras él me miraba con la mirada fría y precisa de un cirujano, analizando hasta el último rincón de mi piel. Ahora estaba completamente desnuda frente a él y deseando que por favor me tocara, aunque sólo fuera un roce, que me hiciera suya, que me utilizara a su antojo y me humillara, que me reventara. Se acercó a mí. Sus manos de fuego me recorrieron por donde quiso, acariciándome la piel despacio y haciéndome retorcerme de descargas que no había sentido nunca antes. Era eléctrico y me hacía temblar con cada caricia. Cada vez deseaba más que me tocara el coño y que me hiciera reventar todo el placer que se me estaba acumulando.
No hizo eso, no. Fue mucho mejor: se arrodilló frente a mí. Puso la cabeza entre mis piernas y con la lengua fue abriéndose paso despacio hasta mi clítoris. Cada mínimo roce me llevaba hasta el placer más increíble que había sentido nunca. Sabía lo que tenía que hacer, se habría comido cientos de coños antes que el mío. Me mantenía ahí, volviéndome loca con cada pequeña caricia de su lengua sin dejar que me corriera. Si seguía así le pediría por favor que o me dejara pajearme o que me follara a muerte, pero era como si de alguna forma me escuchara y supiera lo que necesitaba. Succionó literalmente mi clítoris y lo metió entre sus labios. Lo apretó fuerte entre ellos y empezó a acariciarlo fuerte con la lengua. Al mismo tiempo metió dos dedos dentro de mi coño y empezó a apretar hacia sí, fuerte. Era impresionante. Al poco tiempo. Empecé a gritar desgarrada, salvaje. De repente me reventó por dentro todo el placer que me había estado dando desde el principio, estaba completamente fuera de mí. Me mantuvo, moviendo despacio la lengua, para que el orgasmo fuera lo más largo posible. No podía parar. No me había dado cuenta, pero le estaba apretando la cabeza con todas mis fuerzas sobre mi clítoris. Quería que lo rompiera, que me hiciera daño, que hiciera lo que quisiera. Fue a más. Empezó a mover la lengua mucho más rápido mientras movía los dedos a toda prisa dentro de mi coño, con mucha fuerza, rompiéndolo por dentro. El orgasmo fue a más, era increíble, y me retorcí como la zorra que era, loca y desgarrada. Fue casi eterno, hasta que se separó de mí, despacio. Fue el mayor y más largo orgasmo de mi vida. Me temblaban las piernas y los brazos. Nunca hubiera imaginado que mi cuerpo pudiera darme tanto placer.
Se incorporó y me besó, dulce, seguro, cariñoso. Sabía a mí, y sus labios resbalaban frente a los míos mojados con mi propio flujo. Me sentía extrañamente muy protegida y muy respetada. Apartó su boca de la mía, se acercó a mi oído y susurró de nuevo: "eres mía. Zorra". Me hizo jadear otra vez. Volvía a necesitarlo como una puta gata en celo y comprendí que necesitaba sus órdenes más que respirar.
Con un movimiento brusco me tiró contra la pared, me abrió las piernas y, ahora sí, metió aquel pedazo de rabo duro como un tronco y empezó a follarme. A cada embestida me sacaba de mí. Estaba completamente a su antojo, sintiendo lo que nunca había sentido, y suplicando en mi interior que me destrozara a pollazos. A cada roce me hervía por dentro y me hacái arder como una tea. Deseaba que explotara y chorrear su semen, quería notarlo animal, escuchar sus gritos mientras se corría dentro de mí. Me apretaba la cintura con las dos manos contra sí, como una bestia en celo, egoísta, fuerte. Le quedaba poco.
Me cogió del pelo y tiró fuerte hacia atrás mi cabeza. Volvió a abofetearme, esta vez un poco más fuerte, y me lo dijo: Córrete zorra. Fue una orden. Nunca había tenido un orgasmo sin tocarme el clítoris y ahora estaba otra vez retorciéndome desenfrenada. Me empezó a follar con todas sus fuerzas. No podía parar, era imposible. mi cuerpo era un volcán estallando desde todas las entrañas. El placer se mantenía ahí arriba. Casi me dolía tanta tensión. Gritaba, arañaba la pared, estaba fuera de mí y a su completo antojo. Era casi cruel, y aun así quería más, hasta que mi cuerpo se rompiera, me daba igual.
Me sacó la polla. En ese momento me di cuenta de lo cansada que estaba. Me temblaban las piernas y casi no podía mantenerme en pie, pero tampoco podía moverme de ahí hasta que él no me lo dijera. Esperé paciente su orden, contra la pared, con las piernas abiertas, mostrándole todo mi culo y mi coño chorreando de sudor y de flujo.
- No creas que no puedes más. No he terminado contigo, zorra, date la vuelta.
Me dio la mano para ayudarme, y por fin pude descansar. Me ayudó a arrodillarme, porque con las piernas temblando os aseguro que hubiera caído de bruces frente a él.
Empezó a pajearse delante de mi cara. Abrí la boca, esperando su semen. Lo deseaba muchísimo. Quería que llegara el orgasmo para poder saborearlo, que me regara, sentirme bañada por él.
- No te he dicho que abras la boca.
Me quedé paralizada al oírle. Al mismo tiempo, otra vez, sin entenderlo, me vino un pequeño orgasmo sin ni siquiera tocarme. Era increíble lo que aquel hombre podía hacer conmigo.
Duró poco. Me regó la cara seis o siete veces con su semen. Al poco notaba cómo me recorría las mejillas, mojándome, lento y caliente, hasta el cuello. Olía a él, y mientras resbalaba me acariciaba la cara. Me sentía suya y las caricias de su semen eran la prueba de que así era.
No había soltado ni el más mínimo gemido mientras se corría. Abrí los ojos para mirarle la cara del hombre que acaba de descargar y ya está tranquilo y relajado. Pero no fue así. Jadeaba mientras me observaba con aquella mirada fría de cirujano.
- Todavía no me he corrido, tengo más. Te lo voy a dar. Puedes hacerlo y también pajearte al mismo tiempo. Reviéntate el coño mientras lo pruebas.
Empecé a recoger su semen de mis mejillas con la mano izquierda mientras con la derecha me acariciaba el clítoris. Era como un elixir. Me chupaba los dedos hasta la última gota y su sabor me llenaba entera. Él seguía tocándose la polla despacio delante de mí.
Lo dijo, fue como una bendición:
- Eres mía. Puedo hacer contigo lo que quiera. Abre la boca.
Empezó a reventarme otra vez, como al principio. Me encantaba aquello. Ahora sí. Apretó mi cabeza fuerte contra él y empezó a correrse dentro de mi garganta. Notaba como su glande se hacía enorme, una y otra vez, soltándome el semen directo a las entrañas en cada embestida hasta que lo soltó completamente todo.
Me apartó la cabeza, y su mirada me estaba diciendo lo que tenía que hacer: yo no había terminado.
- Hazlo ya.
Apreté mi clítoris fuerte mientras me tragaba su semen. Fue más corto, pero una de las mejores corridas más intensa que he tenido en mi vida pajeándome.
Me miró satisfecho, sonriente. Se arrodilló frente a mí, me abrazó y me besó muy ducle, en la boca.
- Lo has hecho muy bien. Ahora cuando quieras recordarme vuelve a escuchar tu grabación en el móvil. No te preocupes, ya te castigaré por eso. Ahora estás muy cansada.
Me levantó en brazos y me llevó a su casa. Lo había preparado todo ante de venir a verme. La bañera me esperaba llena de agua tibia y sales. Me limpió suavemente, pasándome la esponja por el cuerpo, y besándome de vez en cuando para protegerme, para cuidarme. Era suya, lo sentía hasta en el último poro de mi piel, y aquel hombre era mi amo.
Desde entonces subo varias veces a "tomar el sol" a la terraza y he podido sorprenderme cada vez con algo distinto.
Espero que os haya gustado. Ahora, siguiendo sus órdenes precisas, tengo que subir este texto a internet para que lo leáis. Si os gusta me dará mi premio. Si no, me ha dicho que será un completo hijo de puta conmigo. Una vez más. Sea como sea estoy segura de que me encantará.
Deseadme suerte.