Zorra 05: molto vivace

Proseguimos el martirio de Zorra mientras Marta y Sole profundizan en su amistad. Resulta difícil encuadrarlo en una categoría, así que seguiremos con la del capítulo 1.

Marta apareció a las once y veinticinco con una botella de crema de orujo, una caja de bombones, y un juego de esposas. Tomamos un par de copitas y comimos bombones durante un rato en el salón, como animándonos, mientras Zorra esperaba en mi dormitorio. Fue ella quien rompió el hielo besándome en los labios. Lo hizo de improviso: andábamos riéndonos de vete a saber qué cosa cuando, sin previo aviso, se inclinó hacia mí, me besó en los labios y, retirándose, se quedó mirándome a los ojos con una sonrisa tímida, y fui yo entonces quien se acercó a ella de nuevo para besarla ya más fuerte, como más intenso, lamiéndole los suyos y buscando su lengua con la mía.

-          ¿Quieres conocerla?

-          Vamos.

Caminamos por el pasillo a trompicones, besándonos, abrazándonos, tropezando cada una con las piernas de la otra y chocándonos con las paredes. Aquello, de alguna manera, parecía natural, fluía sin estridencias: deseo, sin más.

-          ¡Ah, pues es muy mona!

-          Gracias…

-          ¡Cállate, idiota!

Mientras que ella trasteaba metiéndole la mano bajo la braguita gris de humo de rayas verticales para comprobar su cápsula y alababa su cuerpo tan bonito, estilizado; su pelo rubio rizado; lo suave que tenía la piel, o lo morenito que estaba, le coloqué su gag ball. Marta y yo nos besábamos a su alrededor mientras hablábamos sobre él.  Su pollita parecía ir a reventar la cápsula. Salía a través de los agujeros y parecía causarle un gran sufrimiento que, no obstante, no impedía que manara su liquidito transparente.

-          ¿Y cuanto dices que hace que no se corre?

-          Pues como un mes o mes y medio.

-          Tiene que estar deseando.

-          Bueno, que se joda.

-          Quizás…

-          Mmmmmmm…

-          Podemos darle una oportunidad.

Sonreí, y Marta, fingiendo una inocencia de la que carecía, vertió unas gotas de mi leche corporal sobre sus dedos y, llevándolas al culito de zorra, comenzó a lubricárselo con él. Emitió un sonido ahogado, entre gemido y resoplido. Los ojos parecían írsele a salir de las órbitas.

-          ¿Te gustaría correrte, puta?

-          Mmmmmm…

-          ¿Te gustaría mucho?

-          Mfff….

Asentía con los ojos humedecidos por las lágrimas. Me fascinó la naturalidad con que mi nueva amiga torturaba a aquel maricón ante mí. Casi parecía inocencia. Le hablaba con dulzura, sonreía, y su polla se apretaba contra los barrotes de su jaula.

-          Pero habrá que tomar precauciones…

Se levantó y, sin decir nada, sonriendo, se encaminó hacia la puerta del dormitorio. Ya no llevaba su falda y tenía la camisa abierta. Me excitó la visión de sus muslos amplios y de aspecto mullido, y el balanceo de aquellas tetas que no había sostén capaz de contener.

Volvió con su bolso al cabo de un momento y extrajo de él un juego de esposas metálicas. Colocó una de ellas en cada una de las muñecas de zorra, y le invitó a subirse a la cama para, haciéndole arrodillarse sobre el colchón, fijarlas en los barrotes de los extremos de los pies. Así, sentado con los brazos abiertos, con un liguero blanco, medias blancas, y su piel morena,  tenía un aspecto tan sensual…

-          ¿Tú crees que podríamos quitarle la cápsula, Sole?

-          Mujer, ahora que no puede tocarse… ¿Por qué no?

Mientras soltaba la cadena de mi cuello de donde colgaba la llave, y me acercaba lentamente a él para liberar su pollita, Marta volvía a lubricar su culo. Había encontrado el súper vibrador que comprara aquella misma tarde en su tienda, y rompió el precinto de la caja ante la atenta mirada de zorra. Su polla, recién liberada, estaba dura y firme, y mostraba la huella cuadriculada de los barrotes que la habían confinado. Goteaba abundantemente.

-          Mira, putita, la idea es la siguiente: naturalmente, no puedes tocarte, porque tu dueña no te deja y yo tampoco quiero, pero…

Mientras le hablaba, de pie tras él, había colocado el vibrador apuntando a su culito y lo había dejado erguido sobre el colchón, obligándole a mantenerse un poquito levantado, con el grueso capullo negro apuntando a su agujerito virgen.

Acercándose a mí, ya sobre la cama, sin ni mirarle, siguió hablándole mientras me desnudaba con mucha parsimonia, desabrochando muy despacio cada uno de mis botones, dejando pequeños besitos enervantes en cada lugar que descubría: en el cuello; en las tetas, evitando los pezones; en los pezones, cuando decidió desabrocharme el sostén…

-          Puedes correrte, claro, pero no puedes tocarte, y nosotras no vamos a hacerlo ¿Verdad, Sole?

-          No, claro… Ya que se corra no me parece muy buena idea.

-          Es un dilema.

-          Mffffff…

Nos miraba con los ojos desorbitados. Su polla parecía a punto de estallar sin necesidad de que nadie la tocara. Marta pellizcaba mis pezones, me besaba en los labios. Yo la desvestía al mismo tiempo, dejando al descubierto aquel cuerpecillo menudo y redondeado, aquella carne blanca abundante. A veces gemíamos.

-          Hay algunos hombres que se corren estimulando sus próstatas, pero claro… tienes las manos atadas….

-          Mfffff… Mfffffffff…

-          Así que… Bueno, ahí tienes la polla de goma de Sole… a tu elección queda…

Nos miraba con los ojos muy abiertos, con una expresión de terror a la que la bola roja de espuma metida en su boca dotaba de un aire ridículo. Babeaba sobre su pecho liso y transpiraba abundantemente. Su piel dorada brillaba, y su polla goteaba sobre su pubis lampiño. Parecía albergar la esperanza de que no habláramos en serio, pero, cuando Marta terminó de quitarme las braguitas, separe mis piernas, y se inclinó para besar la cara interna de mis muslos antes de, por fin, entregarse a un intenso beso que me hizo ver las estrellas, debió comprender que aquello no iba a suceder.

-          ¡Mmmmmm…! ¡Mmmmmmmm…! ¡Mmmmmmmmmfff…!

Experimenté una corriente de placer al verle dejarse caer sobre el grueso dildo de goma. Sus quejidos, ahogados por la pelota de espuma, resultaban estremecedores. Se le saltaban las lágrimas. Marta me lamía, literalmente frotaba su cara de niña dulce e inocente en mi chochito empapado, y aquel cabrón se empalaba en una polla que yo misma hubiera tomado precauciones antes de metérmela. Tiré de ella hasta traerla a mi boca. Nos fundimos en un beso apasionado. Lamía su cara encontrándome con el gusto salado de mis propios jugos. Entrecruzamos nuestras piernas. Nos besábamos, nos mordíamos, nos tocábamos, nos refregábamos la una en la otra resbalando en nuestro sudor, gimiendo.

-          ¿Ves cómo… no era… tan… difícil…?

El maricón de mi marido movía el culo adelante y atrás, y su polla manaba un chorro permanente de aquel fluido cristalino. Gemía ahogadamente y lloriqueaba. Las huellas del confinamiento habían desaparecido y se la veía tensa, durísima, con las venas marcadas como talladas en piedra. Su capullo iba enrojeciéndose y brillaba.

-          ¿Quieres follarme?

-          ¿Fo… llarte?

Marta sacó de su bolso una polla de al menos las dimensiones que la que zorra tenía clavada en el culo. Arrodilladas frente a frente, besándonos los labios, jugamos a ponérmela: introdujo en mi chochito un pequeño dildo curvo con aspecto de garfio, que hacía la contraparte del que iba a usar con ella, y sujetó firmemente a mi cintura las correas que lo convertían en una parte de mí. Zorra lloraba.

-          ¡Vamos, Sole! Enseña a esa cornuda cómo se folla a una chica.

Se había arrodillado ante mí e, inclinándose hasta apoyar las manos en el colchón, me ofrecía su grupa generosa, aquellas nalgas amplias, redondas y mullidas, que completaban sus muslos de matrona. Seguía teniendo aquel aire de inocencia en la mirada.

-          Fóllame…

La clavé en su coñito empapado y chilló al sentirla. Fue una impresión extraña, un volverme loca. Culeaba torpemente, haciendo que aquella monstruosidad entrara y saliera de su coño muy deprisa. Gemía y me animaba a follarla más rápido, más fuerte, y yo me desesperaba por hacerlo. Zorra chillaba, y reproducía el ritmo de mus culetazos con lágrimas en los ojos.

-          ¡Para, para… Paraaaaaaaa….!

Marta me hizo detenerme. Respirábamos agitadamente y sudábamos. Tomó el bote de loción sin cambiar de postura, se lubricó el culo con ella mirándome a los ojos. Sentí que iba a estallarme el corazón.

-          Hazme daño.

Comprendí que lo deseaba. Fue como una revelación, como si mi vida hubiera tenido por sentido llegar a ese momento. La sujeté con fuerza por las caderas, apunté aquella enorme polla de goma entre sus nalgas grandes y redondas, y empujé con fuerza, con toda la que tenía y la clavé entera, de un solo golpe, arrancándole un chillido terrible.

-          ¡Asíiiiiii…!

La culeaba casi con rabia, viendo su rostro, caído sobre el colchón, contraerse en una mueca de dolor. Chillaba, y frotaba su chochito con desesperación. Me animaba, me incitaba a seguir, a darle más fuerte.

-          ¡No te pares…! ¡Hazme… dañooooooo…!

Sin dejar de follarla, comencé a azotar sus nalgas. Las veía temblar cada vez que mi mano descargaba un palmetazo que dejaba una huella roja en su piel. Chillaba repitiendo “¡Asíiiii…! Asíiii…!” Cada golpe con que enterraba mi polla en su culo se traducía en un contragolpe en mi coño que me volvía loca. Sacudía su cuerpo entero, que dibujaba hondas. Comenzó a gemir. Agarrándola del pelo, sin dejar de follarla, la hice incorporarse para morderla en el cuello, para estrujar con las manos sus tetas blancas, grandes, mullidas. Gemía y gritaba.

Y cayó de bruces incapaz de sostenerse. Cayó de bruces temblando, y me eché sobre ella moviendo todavía mi pelvis y sintiéndola estremecerse y temblar. Si bien puede decirse que me corría desde el momento mismo en que clavé en su culo aquella polla de goma, que experimentaba lo más parecido posible a un orgasmo sin fin, estallé sobre ella, me deshice sobre ella hasta casi perder el sentido de la realidad.

-          ¿Y está?

Recuperábamos el resuello abrazadas. Yo besaba sus pómulos lamiéndole las lágrimas, y ella se recogía en mi regazo encogida como una niña mimosa dolorida. Temblábamos todavía. Zorra, con lágrimas en los ojos, seguía culeando desesperada sobre su vibrador negro y lloriqueando. Su polla, congestionada, rígida, ni siquiera se movía. Tenía el capullo amoratado. Parecía ir a estallar.

-          No sé… Me da penita, Sole.

Se puso de pie sobre el colchón, avanzó el paso que los separaba, y le apoyó las manos en los hombros empujándole hasta que el vibrador desapareció entero entre sus nalgas estrechas. Zorra chilló con los ojos en blanco y Marta, colocando su pie regordete sobre las pelotas, las pisó con fuerza haciéndole llorar mientras que una sucesión interminable de chorretones de esperma comenzó a manar de su polla, que palpitaba como un corazón salpicándolo todo. Gimoteaba, lloriqueaba, y descargaba en el aire el producto de su martirio.

-          ¡Qué asco! ¿No?

-          Bueno, nos vamos a tomar otra copita al salón y que cambie las sábanas.

Aquella noche, Zorra, con la pollita suelta, arrodillada a los pies de nuestra cama, con las muñecas sujetas por las esposas de Marta, nos escuchó dormir abrazadas, besuquearnos en sueños, medio despertar para reír y acariciarnos.

Las sábanas limpias olían a lavanda, Marta era mi mejor amiga, y sólo quería tener mis labios sobre ella y sentir el calor de su piel junto a la mía.