Zorra 04: intermezzo
Nuestra protagonista sale de casa y descubre nuevas y prometedoras posibilidades. CONTIENE ESCENAS DE SEXO HOMOSEXUAL
Durante el siguiente mes o mes y medio, mantuve la misma dinámica: impedía que se corriera, pero le tenía permanentemente excitado. Yo misma me encargaba de su aseo. Marta me había dicho que algunos se las apañaban para masturbarse y correrse incluso con la cápsula, y quería evitar el riesgo. Se la quitaba manteniéndole las manos atadas a la espalda; lo enjabonaba bien, evitando un roce excesivo que pudiera llevarle a correrse; y me duchaba frente a él procurando que me viera enjabonarme las tetas, el culo y el chochito. A menudo, me masturbaba. Su polla se ponía morada, rígida. Balbuceaba con su bola en la boca gimoteando, y goteaba aquel liquidito denso y transparente en tremendas cantidades. Al terminar, desenroscaba la alcachofa de la ducha, abría el grifo del agua fría, y así, con toda la presión que daba el tubo, enfriaba su polla y sus pelotas hasta conseguir que se redujera a la mínima expresión para poder volver a colocarle la cápsula.
Después, todavía tiritando, le permitía secarme y untarme mi leche corporal. Cuando se entretenía más de lo que me parecía conveniente (a veces por el simple placer de hacerlo), le abofeteaba reprochándole su actitud. Al acostarme, le dejaba en el baño recogiendo el agua caída en el suelo, con la polla constreñida y goteando.
Me había acostumbrado a visitar el sex shop de Marta. Puede decirse que nos habíamos hecho amigas. La mayor parte de los días, a media tarde, me pasaba por allí y pasábamos un rato charlando. A menudo, le compraba algún juguete que después, por la noche, utilizaba ante él.
- ¿Y esos que entran dónde van?
- A las salas de vídeo.
- ¿Salas de vídeo?
- Sí. Elijen una película, y se encierran en una salita para verla. Ya sabes: se la menean.
- ¡Huy la ostia!
- Pues hay más ¿Quieres verlo?
Abrió una aplicación en su ordenador, seleccionó unas cuantas opciones, y en la pantalla apareció el interior de una de aquellas salas.
- Esto es secreto de la muerte. SI se enteran de lo de las cámaras, tengo que cerrar la tienda.
- Ya, vale.
En un ambiente penumbroso, iluminado tan sólo por la luz de la pantalla de televisión, una cámara cenital mostraba la imagen de un hombre de mediana edad recostado en un butacón y acariciándose la polla.
- ¡Joder!
- Pues espera, que ya se anima…
Extendió la mano a su derecha, y abrió lo que parecía una portilla, que dejaba acceso a un agujero circular de no más de diez centímetros de diámetro, en el que introdujo dos dedos.
- ¿Qué hace?
- Espera.
A través del agujero, no tardó en asomar una polla de cumplidas dimensiones que el tipo empezó a acariciar al instante sin dejar de tocarse la suya. Me quedé de piedra.
- Lo llaman “glory hole”, que es como agujero de la gloria más o menos.
- ¡Madre mía!
Inesperadamente, la escena capturó por completo mi atención. Vamos, que me quedé pillada viendo cómo el tipo se la meneaba, y cómo, al cabo de unos minutos, abandonaba la butaca para, arrodillándose en el suelo, frente al agujero, comenzaba a mamársela.
- ¡Pero será maricón!
- Pues lo mismo no. Muchos son tipos normales, padres de familia que no hacen más que esto y tienen vidas normales con sus mujeres normales.
- ¡Joder!
Apoyada de codos sobre el mostrador, permanecía como hipnotizada. Aquello tenía un nosequé sórdido y oscuro que comenzaba a causarme una excitación inesperada. Cuando se levantó llevándose la mano a la boca, y metió la suya por el mismo agujero, y comprendí que se le había corrido, que se había tragado la leche de un desconocido, y que ahora se la estaban mamando a él, me di cuenta de que estaba caliente como una perra.
Y Marta debió percatarse también, porque noté su mano apoyándose en mi culo con mucha delicadeza para, enseguida, al comprobar que no había reacción por mi parte, comenzar a acariciarlo de una manera mucho más evidente.
- ¿A ti también te pone?
- Ufffffff…
- Yo hay veces que me corro viéndolos.
Subió mi falda lo justo para, discretamente, por si entraba algún cliente, poder meter sus dedos por el lado de mis bragas y comenzar a acariciarme el chochito. Me di cuenta de que estaba empapada. Los sentí resbalándome entre los labios, buscando mi clítoris para rozarlo, penetrándome… Me mordía los labios por no gemir. Cuando vi al tipo crispando los puños, con la cara contraída y aplastada contra la pared, empujándola con el pubis como si quisiera derribarla, y me imaginé al otro en el otro lado, arrodillado y tragándose su leche, me corrí en silencio, notando cómo me temblaban las piernas y mi culo se movía arriba y abajo tan contenidamente como me era posible.
Con pocos minutos de diferencia, salieron por la puerta del pasillo primero un hombre de unos cuarenta, bien vestido con un buen traje de chaqueta y muy serio, que ni siquiera se despidió; y un chaval que no tendría veinte, de aspecto afeminado, que nos dijo un hasta luego alegre y nos guiñó el ojo al pasar a nuestro lado.
- ¡Qué corte! ¿No?
- Bueno, mujer, tampoco… Todas tenemos nuestros ratitos…
Marta, frente a mí, sonreía con picardía. La miré despacio. Era guapa, gordita, pequeñita, morena, de labios sensuales y una chispa brillante en la mirada. Debía tener veinticinco o poco más.
- ¿Y tú tienes pareja?
- Tenía un novio desde siempre, pero no pudo soportar los celos cuando abrí la tienda.
- ¡Qué idiota!
- Sí.
Aquella tarde salí de la tienda con un vibrador negro grueso como un vaso de tubo que parecía una polla de verdad, con sus venas y su capullo, y hasta unos huevos cortados por la mitad en la base; con una cita a las once, al cerrar; y con un par de ideas bulléndome en la cabeza. Mi zorra no lo sabía, pero su vida estaba a punto de cambiar de nuevo.