Zona wi-fi
Una historia real
No es que me gusten mucho los portátiles, pero alguna mañana, con el buen tiempo, cojo el mío y me voy a una terraza de un bar del pueblo que tiene zona WIFI, allí me entretengo un par de horas con mis cosas mientras me tomo un par de cafés. Al tiempo que salgo un rato de mi casa.
Naturalmente a esas horas, salvo un par de despistados y la gente que desayunaba antes de ir al trabajo, apenas había nadie, y menos en la terraza exterior, lo que me permitía concentrarme en mis cosas.
Pero aquella mañana iba a ser diferente. De entrada porque en la mesa de al lado mío había una mujer con un cuerpo apetecible, una cara agradable, pero sobre todo con una minúscula minifalda, que ya se sabe son mi debilidad ancestral. De manera que mi atención se repartía entre el ordenador y aquellos muslos, con evidente ventaja de tiempo para los segundos.
Pero la mujer se levantó a los pocos momentos. Pensé que lo que iba a perder en “espectáculo” lo ganaría en concentración con su marcha. Mi sorpresa fue cuando tuvo que hacer un giro un tanto extraño para pasar por mi lado, en lugar de hacerlo por la parte sin mesas de la acera. Pero fue aún mayor cuando al estar a mi altura me dejó un papel sobre la mesa y sin decir palabra se alejó. Cuando miré el papel sólo contenía una dirección de correo electrónico: marilusan27@hotmail.com
No sabía muy bien qué hacer con aquello, pero ya que lo tenía mandé un correo a la dirección indicada:
“En primer lugar darte las gracias por la confianza depositada en mí al darme tu correo. En segundo preguntarte en qué crees que te puedo ser útil.
Saludos.
No ocurrió nada es día, ni en los siguientes. Yo ya casi había olvidado el incidente cuando, casi una semana después, Entre la morralla de correos publicitarios o inútiles que suelen llenarmi bandeja de entrada, me encontré éste, remitido por la tal marilusan27@hotmail.com
“Te reconocí en el bar por tus fotos en Facebook, y aunque no estamos como amigos en esa página, si tenemos algunos comunes. Y ya sabes que en un pueblo como el nuestro las voces corren como la pólvora.
Quería pedirte dos favores, si estás dispuesto a hacérmelos, Simplemente dime “SÍ” a este correo. (Si puede mandarme una foto tuya más personal te lo agradecería”.
MARILUZ.
Como todo aquello no tenía visos de ponerme en ningún compromiso, no dudé en contestar.
“Si están en mi mano cuenta con ellos. Tú misma eliges sitio, día y hora para charlar de los mismos”.
JOSÉ LUIS Le adjuntaba una foto mía ni demasiado atrevida ni demasiado seria.
Esta vez la respuesta llegó enseguida. Me pedía quedar en la misma terraza del mismo bar donde me había dejado su dirección, el sábado siguiente a las nueve de la mañana.
………….
En esta ocasión no se presentó con la minifalda de mis tormentos, Pero si llevaba un vestido del que había quitado de la parte de arriba la poca tela que había añadido debajo. La encontré más atractiva que la vez anterior.
Me levanté para apartarle la silla y tras las presentaciones, un poco más formales que por e-mail, y pedir los cafés correspondientes le pregunté:
-Bueno, pues tú me dirás en que puedo ayudarte.
-Pues por lo que he oído –contestó-, creo que en varias cosas. Ya te dije que en el pueblo las “noticias” vuelan.
-Pues dime.
-En primer lugar creo que te defiendes bien con los ordenadores.
-Bueno hace mucho que ando con ellos y no se me dan mal, aunque no soy un profesional- ¿Tienes algún problema con los tuyos?
-Con el mío, sólo tengo uno. Sí. Algunas aplicaciones que tengo me avisan de que caducan sus licencias, y no sé como arreglarlo.
-La forma “legal” de arreglarlo es comprar los programas originales, pero eso, claro, vale una pasta.
-¿Y tú sabes arreglarlo de otra forma?
-Bueno, sí, aunque entra dentro de la piratería informática, pero el 80% de los usuarios funcionamos de esa forma. Yo tengo en casa las claves para descargarte casi todos los programas que necesites. Y las que no puedo buscarlas en Internet. Pero tendrías que traerme tu ordenador a casa.
-Estupendo. Así si solucionamos eso puedo pedirte otro de los favores que necesito de ti.
-Pues cuando quieras, vivo en…
-Ya sé donde vives. ¿Te viene bien el lunes a las once de la mañana?
-A mí sí.
-Pues estupendo, el lunes estaré llamando a tu puerta.
Nos terminamos los cafés, pero no logré que me diese ni una pista de cual era el otro favor.
A eso de las diez menos cuarto nos despedíamos hasta el lunes siguiente.
…..
Cuando el lunes, a la hora indicada, llegaba a mi casa con el ordenador debajo del brazo, nada más tratar de conectarlo me di cuenta de que aquello era un desastre total. Primero me costó un triunfo conectarlo a mi red inalámbrica. Luego tenía un montón de programas que no le servían para nada y otros que lo que hacían era enlentecerle el sistema. En fin, que aparte de descargar las aplicaciones que deseaba. Había que hacer una limpieza general que era lo más parecido a un formateo.
-Esto tiene más trabajo de lo que esperaba – le dije, no creo que sea cuestión de unas horas para ponerlo en orden, sin más bien de unos cuantos días.
-Bueno, no importa, te lo quedas el tiempo necesario y vas arreglándolo en tus horas libres. Yo no tengo prisa.
-Bien pues te llamaré por teléfono cuando esté listo.
-No, no hace falta, ya me iré pasando yo por aquí, previo aviso, a ver como van lo progresos.
-Como quieras, ya sabes que yo estoy casi siempre aquí.
-Por mí encantado y deseando – respondí-, ¿Pero no temes sentirte decepcionada?
-La verdad es que no, después de todo lo que me han contado de ti. Pero bueno, también es un aliciente un poco de riesgo.
-Visto así… pues cuando quieras venir, ya sabes.
-¿Y para qué posponerlo si ya estoy aquí ahora? Anda, ven aquí conmigo.
Me senté en la cama junto a ella. Apenas lo hice puso la mano en mi entrepierna, tanteó y dijo.
-Pues no parece que te excite mucho mi presencia.
La verdad es que estoy un poco cortado. No estoy acostumbrado a las cosas así, tan de repente. Pero desde luego que me gustas.
Lo comprendo.
Se levantó, yo pensé que se había molestado, pero preguntó:
-¿Tienes música para bailar?
-Claro.
-Pues ponla.
Cuando lo hice me tomó de la mano y se puso a bailar conmigo. Claro que aquello era cualquier cosa menos bailar. Apenas movíamos los pies, pero se pegó a mí como una lapa y bajó mis manos, que en principio estaban en su espalda, hasta que se asentaron firmemente en sus nalgas, cruzó las piernas con las mías para hacerme sentir la presión de su sexo y sentir la mía. Tras un rato de restregarnos de aquella forma, puso su mano en mi pene y dijo:
-¡Vaya, como se ha animado en un momento! ¡Ya estás bien empalmado!
-¿Y quién no?
-Pero vamos a seguir bailando otro rato pero… sin ropa. Es algo tremendamente sensual y excitante.