Zona prohibida
Mi jefe me había dejado claro que no fuera entrometida y que no registrase en su ordenador una carpeta llamada Zona prohibida, pero la curiosidad me pudo.
Mi puesto de secretaria me permitía tener un contacto directo con Rafael, mi jefe y también cierta complicidad con él, incluyendo sus asuntos privados, como por ejemplo su ordenador personal, sus citas, contactos y demás. Eso sí, me había dejado claro que podía tener acceso a todos los archivos de su ordenador, exceptuando una carpeta de nombre "Zona Prohibida" para recalcar que aquello era intocable, intransitable
Me sentía intrigada desde el principio y no voy a negar mis intentos por abrir la dichosa carpeta, infructuosamente, pues llevaba una contraseña de acceso. Hasta que un buen día, en una de esas casualidades de la vida, hilé uno de los nombres de su agenda como el posible código de acceso a la carpeta prohibida. Y "¡voilà!" , lo conseguí.
Cuando comprobé que no había nadie más en la oficina aquella tarde, me senté cómodamente frente al portátil y fui investigando el contenido de la famosa carpeta. Había archivos de diverso tipo, desde documentos de texto, pasando por fotos y algún que otro vídeo. Los primeros textos hablaban de historias del Marqués de Sade y otras parecidas, con relatos eróticos que detallaban locuras con esclavas atadas en mazmorras, supeditadas a las órdenes de su amo y todo eso, pero lo más asombroso era una subcarpeta con fotos, donde se veían imágenes de chicas amordazadas, fustigadas, con los pezones enrojecidos, colgadas de cuerdas del techo en fin una serie de imágenes de torturas varias de muy buena calidad, por cierto. No pude evitar compararme con esas mujeres y verme a mí misma reflejada en alguna de esas fotos. Sentía un placer extraño por todo mi cuerpo, me imaginaba estando rodeada de cuerdas y que era sometida por un hombre enérgico, severo y que me daba todo el placer a base de castigos, humillaciones y torturas varias.
Aun me quedaba lo mejor, cuando me dispuse a abrir la carpeta de los vídeos. Allí me encontré algo que no me esperaba en absoluto: En escena aparecía mi jefe, vestido con un traje de cuero, un antifaz y con un látigo en la mano fustigando a una de las chicas de las famosas fotos anteriores. Nunca me hubiera imaginado encontrarme a Rafael en esa situación y practicando esa clase de juegos. Las imágenes ibas siendo cada vez más fuertes, más excitantes. Continué viendo cada escena con una mano en mi entrepierna y a medida que el vídeo avanzaba más cachonda me ponía. En la toma siguiente mi jefe con su verga fuera, amordazaba a la chica y la ataba a un palo
¿Qué demonios haces Lucía? la voz de mi jefe a mi espalda me dio un susto de muerte, pues no me le esperaba.
No esto yo
Eres una zorra de mucho cuidado, no me puedo fiar de ti.
Nunca me habían llamado nada parecido y menos él, que siempre me trató con sumo respeto y educación. Se le veía enfurecido, con sus venas hinchadas, sus ojos desorbitados y su mano abierta, como si estuviera dispuesto a pegarme.
Sé que no debía, Rafael pero sentí curiosidad. aduje en mi defensa.
Ya veo, putita. No te bastó incumplir mi orden sobre esa carpeta, sino que te las has ingeniado para encontrar la contraseña y ahora te veo husmeando como una rata.
Jamás me había insultado Rafael de esa manera, pero el hecho de oírselo decir no me disgustaba tanto como yo pensaba, más bien al contrario. Me sentía rara, es cierto, pero al mismo tiempo me gustaba ese nuevo trato.
Bien, guarrilla, veo que te gustan las imágenes que has visto, al menos noto como tus pezones se quieren salir de tu blusa.
Pero Rafael
Scchhsss, calla zorra, a partir de ahora quiero que me llames "Señor".
Me levantó por las axilas poniéndome en pie de espaldas a él. Me agarró por detrás pellizcándome los pezones suavemente al principio y más intensamente después como si me los retorciera. Aquello produjo un gusto en mi interior indescriptible, fuera de lo común. Seguramente debería haber estado disgustada por sus insultos, humillaciones y tocamientos, en cambio no abrí la boca. Sencillamente, le dejé hacer.
- Así me gusta perra, que obedezcas a tu amo. Y ahora, por haber sido mala, vas a ser castigada.
No podía creerme que todo aquello fuera verdad, cuantas veces le había pedido a mi novio que jugáramos a algo diferente, a ser dominada por él, a innovar en juegos, castigos y todo ese tipo de cosas, pero en cambio nunca quiso Ahora, era mi jefe quién a mi espalda con todo su cuerpo pegado a mi, hacía realidad una de mis más ardientes fantasías.
- No por favor Rafael. le suplicaba no demasiado convincentemente.
Me giró hasta tenerme frente a él y de pronto me soltó una bofetada con el revés de su mano, que giró mi cara completamente. Me dolió, pero quizás no tanto como cabía esperar, no estaba muy segura, pero todo aquello me estaba gustando demasiado, me sentía feliz de ser sometida a sus mandatos y vejaciones.
- ¿No te quedó claro que me trataras como "Señor"?
añadió al tiempo que apretujaba entre sus dedos mis pezones reiteradamente.
Síii, señor. contesté avergonzada y presa de un placer anormal.
Así me gusta, golfa.
Cuanto más fuerte era lo que me decía y más enérgicas sus humillaciones, más me gustaba, sintiendo como todo mi cuerpo se transformaba. Creo que nunca me había puesto tan cachonda en mi vida.
Quítate la ropa. me ordenó serio mientras se volvía abriendo uno de los armarios de su despacho que siempre guardaba bajo llave.
Pero Rafael
No me repliques y desnúdate. No me gusta repetir las cosas.
Obedecí, con cierto miedo y vergüenza, pero con la misma excitación del principio, sentía placer por el mero hecho de obedecer sus órdenes de diferente manera, eso sí, a como siempre me había tratado, con toda la educación incluso en ese momento le veía más atractivo que otras veces, más apetecible que de costumbre, me sentía feliz de estar en esa situación. Él seguía revolviendo en el armario y sin volverse, me preguntaba:
¿Ya te has despelotado, puta?
No, aun no. contesté cuando todavía quedaban mi sujetador y mis braguitas sobre mi cuerpo.
Rafael se acercó a mí con un cuchillo de grandes dimensiones. Me quedé paralizada y atemorizada en el centro de su despacho, con un miedo atroz, pensando que me iba a descuartizar allí mismo, rajándome como a un corderito indefenso y que aquel hombre se había vuelto completamente loco. Metió la punta del cuchillo entre las copas de mi sostén y en cada uno de los tirantes, cayendo la prenda al suelo. Después hizo lo mismo con mis braguitas, dejándome desnuda en un abrir y cerrar de ojos.
- Te dije desnuda, puta, ¿Voy a tener que ser más duro contigo o qué? - añadió dando un manotazo fuerte a mi pecho izquierdo que hizo que sintiera un dolor punzante y estremecedor al mismo tiempo.
Bajé mi cara avergonzada... humillada. Rafael me observada con esos ojos enfurecidos, mientras me pasaba el cuchillo suavemente por los pezones, notaba el frío de su filo rozándome ligeramente al igual que su rodilla metiéndose entre mis piernas y hurgando en mi sexo. De pronto se separó de mí.
- Dios, ¿Pero has visto? dijo señalándose el pantalón mojado me has empapado puta. Estás cachonda ¿verdad?
La sonrisa que llenaba su rostro, demostraba que eso le hacía muy feliz, que él también se excitaba de verme a mí en esa situación y lo mejor es que yo me dejaba hacer en todo lo que él me pidiese, obediente y fiel como una perrita, como él mismo me repetía.
- Túmbate en la mesa y abre las piernas.
Esta vez obedecí inmediatamente. Hice lo que me pedía, tumbada desnuda sobre la mesa de despacho, como si aquello fuera una orden más en la oficina.
- Así me gusta perra, cada vez que te portes bien, tendrás tu premio.
En ese momento, separó mis manos que cubrían mi sexo y con su lengua abarcó mi coño de arriba abajo varias veces, produciendo un estremecimiento por mi cuerpo que me hizo tambalearme sobre aquella mesa. Después me incorporó sentada sobre el borde, para morrearme a conciencia, metiendo su lengua en mi boca, chupándome, lamiéndome a conciencia. Notaba el flujo de mi sexo mezclado con nuestras salivas al tiempo que un dedo hurgaba incesantemente en mi sexo.
Bueno, vamos a arreglarte un poco. Hay que depilar este bosquecito al completo. - dijo refiriéndose al vello de mi pubis
Pero yo no
¿Qué pasa? ¿Vas a rechistar de nuevo?
No, no, señor
No hice más comentario y me limité a callar. A continuación sacó unas pinzas de su bolsillo y me las colocó en cada uno de mis pezones, provocándome un leve dolor y un inmenso cosquilleo que bajaba hasta mi entrepierna. Solo solté un pequeño grito, cuando con una paleta me untó la primera dosis de cera muy caliente justo en una de mis ingles. Mi jefe ponía su índice entre mis labios.
- Scchhh, putita no quiero oírte gritar, recuerda que me puedo enfadar.
Volvió a esparcir la cera en mi otra ingle, y en la parte superior de mi pubis y sin ningún tipo de miramiento, apenas un minuto después arrancó las tiras sólidas dejándome sin pelo, arrancándomelo más bien. Mis lamentos eran ahogados y apagados cada vez que al retirar un trozo de cera, su lengua lamía la zona enrojecida. Esa sensación de dolor/placer me provocaba una sensación inaudita.
- Has sido una puta mala y lo vas a pagar. Te dije que no te quejaras, zorra. dijo a continuación.
Aun no me había repuesto de la dolorida de la cera en mi parte más íntimma, cuando noté que me ponía en el cuello una especie de gargantilla de cuero de la que desprendía una cadena. De pronto tiró de mi cuello y si no me hubiera agarrado a sus brazos, me hubiera ido de bruces contra el suelo.
- Siéntate en la silla. ordenó Rafael.
Antes de que lo hiciera obedientemente, me dio una fuerte palmada, con algún tipo de pala, en mi glúteo que fue como un pinchazo. Y luego el otro cachete de mi culo se llevó también su castigo, además de sus insultos y sus humillaciones sin cesar.
Una gruesa cuerda, comenzó a rodear mi cuerpo, sin que yo rechistara, sin que pusiera ningún tipo de impedimento al contrario, ese juego, convertido en castigo, era lo más deseado por mí desde siempre, algo a lo que mi novio nunca quiso jugar. En cambio ahora era mi jefe, el que me estaba castigando a base de bien.
Mis brazos quedaron fijamente pegados a mi cuerpo, mis tobillos a las patas de la silla, mis hombros unidos al respaldo y mi boca tapada con una mordaza con una bola de cuero rojo que me obligaba a mantener mis labios completamente abiertos.
- Mírate zorra dijo mi jefe girando la pantalla de su ordenador.
La imagen de mi vapuleado cuerpo, completamente atado y mi boca sellada, estaba siendo grabada por una cámara que colgaba del techo y de la que nunca antes me había percatado. Ahora entendía por qué me había descubierto en mi inspección a la carpeta titulada "Zona prohibida" a la que, por cierto, seguramente ahora suponía iba formar parte yo también.
Rafael se fue desnudando y después giró a mi alrededor, escrutando en su mirada sucia cada rincón de mi cuerpo. Cuando se quitó toda la ropa ofrecía ante mis ojos una polla enorme completamente erecta. Nada más verla, sentada e inmovilizada desde aquella silla, me pareció estar viviendo el momento más excitante de mi vida. Lo que más deseaba era verla insertada en mi sexo empapado, verla escurrirse entre mis flujos y apoderándose con fuerza de todo mi ser.
- ¿Te gusta, puta? dijo tirando de mi pelo hacia atrás.
Solo contesté con un movimiento de cabeza sintiendo que aquello era lo mejor que me había pasado. Una lágrima apagaba el calor que desprendían mis mejillas.
Rafael tiró de las pinzas metálicas que apretaban mis pezones hacia él, agudizando el dolor y por su sonrisa y su balanceante verga, notaba que él se excitaba mucho con aquello. Notaba cierto escozor en mi coño, pinchazos en mis pezones, dolores por todo mi cuerpo y un extraordinario gusto que me sucumbía. Estar así, a merced de mi amo era algo que siempre me había atraído, pero en ese momento, era aun mejor de lo esperado.
La siguiente maldad que se le ocurrió fue verter la cera de una vela sobre mi cuello, sobre mis hombros y sobre mis tetas mientras de vez en cuando golpeaba mis muslos con su verga dura a modo de una especie de fustigación que me encantaba. Después, cuando yo creía que me iba a penetrar, se alejó de mí, sentándose sobre la mesa de su despacho y observándome en silencio, masturbándose. Cerró los ojos y justo cuando parecía que se iba a correr, dio una patada a la silla que giró completamente, lo que hizo que quedara de espaldas a él. Noté que un borbotón de leche caía en mi espalda, otro en mi pelo, otro en mi cuello. Y como segundos después sus labios besaban mi frente sin duda que todo aquello le había extasiado tanto como a mí.
Soltó mi mordaza y me fue aflojando lentamente cada una de las cuerdas que rodeaban mi cuerpo entonces agarré su muñeca con desesperación.
¿Y yo señor? le pregunté queriéndole dejar claro que aun no me había corrido.
¿Tú?... Tú eres una zorra. Ya tendrás tiempo, cuando seas buena. Hoy no tienes premio. - y se deshizo de mi mano bruscamente.
Cuando me hubo soltado del todo intenté abrazarme a su cuerpo desnudo, sentirle pegado por primera vez, lo necesitaba, estaba demasiado caliente, pero él agarró fuertemente mi pelo haciéndome hincar de rodillas en el suelo con brusquedad. Su polla quedaba a la altura de mi boca y con una seña suya, le limpié con mi lengua y mis labios los restos del semen que goteaban de su punta.
Basta. dijo de nuevo izándome del pelo ahora vístete.
Señor
Levantó su mano con intención de abofetearme, pero no lo hizo, cuando yo más esperaba ese contacto sobre mi cara.
- Vístete y lárgate a casa. Y mira lo que tendrás de premio el próximo día si te portas como es debido.
Acercó una caja llena de cachivaches, desde esposas, fustas, arneses, bozales, cuerdas, lazos y demás aparatos desconocidos para mí, que suponía iban a ser empleados por todo mi cuerpo. Todo aquello me embriagaba...
- Sí señor me portaré bien, haré todo lo que me pida. contesté arrodillándome y agarrándome a sus pantorrillas en señal de obediencia y sumisión.
- Eso está bien, zorrita... me gusta oír eso. Te daré un adelanto.
Sacó de la caja una especie de pequeño consolador de apenas unos pocos centímetros que introdujo de golpe hasta el fondo de mi coño. Cuando lo hizo sentí un gusto que me indicaba estar muy cerca del orgasmo, pero de pronto sacó también de la caja un mando a distancia. Pulsó uno de los botones, y a continuación aquel dildo insertado en mi sexo, produjo una descarga eléctrica inesperada. El calambrazo no fue muy fuerte, pero hacía estremecerme y al mismo tiempo tensar todos los músculos de mi cuerpo.
Rafael puso sus dedos en mi clítoris y con la otra mano alternativamente iba aportándome una descarga eléctrica en el interior de mi coño. Era una sensación muy extraña, como si quisiera detener mi orgasmo cada vez que este se avecinaba. Mi cuerpo acabó en el suelo, totalmente derrotado, entre convulsiones y al fin riéndose a carcajadas dejó de producir descargas con aquel mando, dejando que mi orgasmo me asaltara de una forma brutal, siendo más intenso y extraordinario que nunca. Creo que perdí la noción del tiempo, donde estaba, que me había ocurrido y todo me daba vueltas. Había experimentado una de las sensaciones más fuertes de mi vida.
Rafael me ayudó a levantarme hasta ponerme de pie, mirándome con aquellos ojos de sádico que tanto me atraían. Sostuvo mi barbilla alzada, diciéndome:
¿Vas a ser buena y obediente, zorrita?
Sí señor, seré buena, se lo prometo.
Quiero que no tengas sexo con tu novio, ni tú sola tampoco, en toda esta semana ¿Queda claro?
Sí, señor
Te advierto que lo notaré y si no te comportas, aplicaré el castigo correspondiente y además te quedarás sin premio. Hoy he sido muy blando contigo.
Después ordenó que me vistiera sin dejar de observarme desde el sillón de su mesa, complacido, rebosante de alegría. Una vez me puse mi ropa, excepto mi ropa interior hecha jirones en el suelo, me ordenó que me acercara a él y con una deliciosa ternura, me besó en los labios, en una señal de agradecimiento que devolví con mi sonrisa y un:
- Gracias, señor.
Sylke (28 de diciembre de 2008)