Zoe y Colette- Parte 1
Dos hermanas sin nada en común están a punto de ver como sus vidas cambian. Un súbito incidente sera el detonante para hacer que entre ellas afloren sentimientos y deseos que nunca imaginaron. Desde ahí, todo desembocará en un torbellino de pasión y amor inimaginables.
Colette era una chica a la que solo se podía denominar como preciosa. No había mejor calificativo para describirla.
El pelo rubio oscuro lo llevaba recogido en una larga trenza en forma de espiral que le llevaba una hora prepararlo. Su madre le insistía en que se lo cortase, pero a ella le daba pena por haberlo dejado crecer por tantos años. Sus ojos eran de un resplandeciente color azul claro. Mirarlos era como encontrarse con el mismísimo mar. A ello, se tenía que sumar un hermoso cuerpo delineado por unas sinuosas curvas que le daban un porte sensual y atrayente. Sus pechos, grandes y firmes, se mantenían erguidos sin necesidad de llevar sujetador. Su culito era respingón y curvo, maduro como una manzana. Las piernas eran largas y esbeltas y la cintura, plana y estrecha. Para tener dieciocho años recién cumplidos, era todo un monumento de mujer. Cualquiera que se cruzara con ella por la calle, se volvería para observarla con detenimiento, alucinado ante lo que veía.
Sim embargo, pese a tener un físico espectacular, Colette no era, lo que se decía, una chica muy precoz. Tenía una personalidad muy tímida y reservada. Se sentía sobrepasada por todo lo que la rodeaba y había sido así desde que era pequeña. Por eso, aunque muchos chicos se habían fijado en ella y hasta le habían propuesto salir, ella los rechazaba por miedo. De esa forma, parte de su adolescencia la pasó sin experimentar nada con su sexualidad y descubrir que cosas le gustaban y cuáles no. No obstante, no parecía ser solo sus reservas lo que le impedían relacionarse. Algo más profundo, la tenía indecisa y confusa.
Muy distinta, era su hermana mayor, Zoe.
Su larga melena rubia clara se la acabó tiñendo de gris oscuro. A sus padres nunca les gustó esa decisión. Como tampoco la del piercing en la nariz o el tatuaje en la espalda de una cobra amarilla. Tampoco les agradaba la ajustada ropa negra que realzaba sus pechos o su trasero. Todas eran señas distintivas que mostraban el carácter rebelde y agresivo de la joven. Zoe era una chica más fuerte que su hermana, que no se dejaba intimidar por nada ni nadie y que siempre sabía hacer frente a cualquier problema con entereza. No era para menos que tuviera tanto carácter, pues su vida no había sido nada fácil, sobre todo siendo transexual.
Zoe despertó un buen día siendo niño, pero en su interior, se sentía como una niña. Al inicio, el conflicto interno tan solo le afectó a ella y lo ocultó por mucho tiempo, pero al entrar en la adolescencia, ya no pudo seguir manteniéndolo escondido. A partir de ahí, afectó a todo su entorno. Primero sus padres, luego al resto de su familia, seguido de sus amigos, compañeros, profesores. Todos se acabaron enterando y la mayoría la rechazó y atacó por eso. Esto al hizo sentí desolada y que en un principio, se aislase en sí misma, pero al final, concluyó que lo mejor era plantar cara y no dejar ceder al miedo. Se blindó, como si tuviera un escudo con el que repeler todo aquel mal, y lo confrontó de forma directa. Terminó transicionando al sexo femenino y fue feliz. Desde ese día, hasta sus veinte años, se convirtió en una mujer decidida y confiada, sin dejarse avasallar por las palabras de otros.
Ambas hermanas eran muy parecidas en ciertos aspectos, pero en otros, diferían de manera incontestable. Las dos poseían una belleza cautivadora, pero sus formas de ser y sus personalidades eran opuestas. Además, Zoe aún conservaba su pene.
Colette
Despertó algo molesta. El intenso sonido del despertador de su móvil la iba a volver loca. A tientas, logró dar con él en la mesita de noche y lo cogió para apagarlo. Miró la hora, las ocho menos cuarto, momento de levantarse.
Ya en pie, la chica salió de su cuarto y fue en dirección al baño. Se lavaría la cara y luego, se peinaría el pelo para después hacerse su trenza, ya que tenía todo el cabello enmarañado y revuelto. Mientras caminaba por el pasillo, podía escuchar abajo el ruido de la televisión y el incesante ir y venir de dos personas. Sus padres ya estaban en la cocina desayunando. Continuó su avance hasta llegar frente a la puerta del baño. Lo abrió, y al hacerlo, se encontró una inesperada sorpresa.
Dentro, encontró a su hermana Zoe justo saliendo de la ducha. Ambas quedaron paralizadas ante tan súbito evento. Colette se quedó mirando a su hermana, sin saber que decir o hacer. Notó como los ojos marrones de ella se clavaban en los suyos y pudo percibir como se dilataban un poco. Era lo que ella llamaba “ojos de depredador”, los mismos que solía poner cuando miraba a alguna chica con la que deseaba ligar. Se puso muy nerviosa y deseó cerrar la puerta para concluir tan bochornoso espectáculo, pero no hizo nada. Seguía inmóvil, como si hubiera quedado congelada en el tiempo. Al final, fue la mayor quien tomó la iniciativa.
—Joder, ¡toca antes de entrar, Colette! —comentó molesta Zoe mientras cerraba la puerta corredera de la ducha.
La chica agachó su cabeza avergonzada ante la reprimenda de su hermana. Se sentía muy mal por haberla molestado. Ese era su problema. Tenía un carácter muy frágil y se derrumbaba con facilidad. Con todo, decidió aguantar, no quería que la viera llorando. Se dirigió hacia el lavabo, donde había también un espejo. Una vez allí, se fijó en la expresión rota que llevaba en su rostro.
—Lo siento —se disculpó, aunque la transexual no le hizo mucho caso.
La puerta corredera de la ducha volvió a abrirse y Zoe salió envuelta con una toalla. Colette pudo verla por el reflejo del espejo y, en un momento dado, notó como la miraba. Eso hizo que se inquietara de nuevo. De repente, su hermana se le acercó, lo cual, la puso más tensa.
—Oye, perdona por haberte gritado —le dijo con suave voz—. Ya sabes que me irrita que alguien entre sin llamar.
Se acercó y le dio un suave beso en la mejilla, alterándola un poco. En el reflejo seguía notando esos ojos marrones, tan intensos como penetrantes.
—Venga, te dejo con lo tuyo —se despidió Zoe, saliendo del baño tan rápido como había estado.
Colette se miró al espejo, todavía nerviosa tras lo sucedido. Sus ojos azules titilaban como dos cristales a punto de quebrar. Como fuera, trató de calmarse y decidió empezar a asearse. Tras lavarse la cara, cogió uno de los cepillos y comenzó a atusarse su pelo, dejándolo bien liso y ya terminada, comenzó a hacerse la trena. No fue fácil, pero ya tenía la suficiente experiencia y ella sola logró hacérsela. Ya lista, se preparó para salir del baño.
Ya fuera, se cruzó por el pasillo con su hermana Zoe. Iba vestida de la misma manera, con ropa oscura que contrastaba de manera evidente con su piel blanca y su pelo gris claro, una chaqueta de cuero negra, unos ajustados pantalones del mismo color y bajo la chaqueta, una camiseta purpura. A su espalda, llevaba colgando una mochila donde transportaba su ordenador portátil y bajo su brazo derecho, portaba una carpeta. Enseguida, sus ojos marrones volvieron a posarse sobre la muchacha.
—Me voy a la uni —le informó—. Nos vemos a la tarde.
—A…adiós —dijo Colette en un leve hilo de voz.
La vio irse, tan tranquila y segura. Como envidiaba que su hermana fuera tan decidida y valiente, sin dejarse avasallar por nadie. Algo increíble, tras todo por lo que pasó por su cambio de sexo, pero se notaba que eso la había fortalecido para enfrentarse al mundo de ahí fuera. Algo que a ella le faltaba…
Regresó a su habitación. Ya dentro, no podía dejar de pensar en lo ocurrido. La imagen de su hermana saliendo de la ducha completamente desnuda se repetía una y otra vez. Zoe era tan hermosa. Su blanca piel, esos pechos medianos y turgentes, su pierna blanca y estilizada bien extendida mientras salía, aunque lo que más la revolvía era su pene. Largo, grueso y bonito, con la punta amoratada y dos testículos gordos colgando. Siempre lo llevaba depilado, o eso, al menos le decía. Ahora podía atestiguar con seguridad que era cierto. Jamás se lo había visto y ahora que por fin lo había hecho, estaba en shock.
Respiró, tratando de calmarse, aunque notaba con claridad un súbito cosquilleo subiendo por su estómago que se transformaba en una corriente de calor sofocante. Además, sentía su entrepierna estaba húmeda. Metió la mano por dentro del pantalón del pijama y, por encima de la tela de sus bragas, notó su sexo mojado. Nunca entendió por qué se ponía así con su hermana y eso, la llenaba de confusión. No tanto porque no lo supiera, sino más bien, por entender como ella podía sentirse así. Le resultaba imposible de creer.
Siguió tocándose por encima de la tela de sus bragas y con ello, comenzó a excitarse. Cada suave roce hacía que se mojara más y más. Con las yemas de sus dedos, podía adivinar la forma de su sexo. Percibió como los pezones se le ponían duros y comenzó a gemir excitada, emitiendo pequeños chillidos que intentaba contener. Cuando llegó a su clítoris y lo frotó, ya no pudo aguantar más. Se recostó sobre la cama, se quitó los pantalones y las bragas, deslizándolas por sus piernas, y comenzó a masturbarse.
Colette gemía desesperada, rememorando en su cabeza cada uno de los detalles de la anatomía de Zoe. Tan deliciosa, tan bella. Se mordió el labio, silenciado los suspiros que emitía. Sus dedos se hundían en su vagina, abriendo sus labios y buscando con desesperación su clítoris, el cual sobresalía prominente, como si estuviera ansioso por arrancarle más placer. Se estremeció un par de veces cuando su índice comenzó a formar círculos alrededor de la pepitilla. Siguió tocándose, gozando como nunca, hasta que ya no pudo resistir mucho más y se vino.
Con la otra mano puesta en su boca, la chica rubia se corrió como nunca en su vida había hecho. Sintió una fuerte explosión de humedad en su entrepierna y como su vagina sufría violentas contracciones. Respiró hondo mientras su cuerpo convulsionaba a causa del orgasmo. Para cuando todo terminó, se hallaba recostada sobre la cama, destrozada por todo el placer causado.
Su coño todavía seguía húmedo. Si por ella fuera, estaría todo el rato tocándose, pero tenía que ir al instituto. Decidió levantarse y con unas toallitas, secarse toda la humedad que había en su entrepierna. Se vistió y se arregló un poco, lista para irse al instituto. Mientras se miraba al espejo, no dejó de pensar en lo que acababa de hacer. Se sentía mal y sucia por ello, aunque no comprendía por que seguía tan avergonzada por estas cosas. No era la primera vez que se había masturbado pensando en su hermana ni sería la última, pero sentía que esta vez, todo era distinto.
Zoe
Llegó más temprano de lo habitual y, para su sorpresa, la clase se hallaba casi vacía. Exceptuando dos chavales que se sentaban en medio y su amiga Amaia, que se hallaba al final, no había ni una sola alma en ese lugar. Animada, entró y se sentó junto a su compañera.
—¡Hola, Zoe-senpai! —dijo la chica con animada voz.
La transexual se sentó al lado de su amiga, mirándola por un momento. No se podía negar que Amaia, aunque prefería que la llamasen Ayumi, era una joven muy extravagante. Su pelo llevaba un tinte rosado claro que lo hacía muy brillante y lo llevaba recogido en unas pizpiretas coletas que le daban un toque muy infantil, como ella decía “kawaii”. Además, solía vestir con ropa de colores chillones y maquillarse con purpurina alrededor de los ojos o darse demasiado colorete en las mejillas. Todo ese conjunto, la hacía parecer un personaje de una serie anime.
—¿Que tal, Ayumi? —comentó Zoe mientras empezaba a sacar las cosas.
La muchachita otaku no dudó en mostrarse entusiasmada. Siempre irradiaba una alegría envidiable, algo que la hacía adorable, aunque alguna vez, también la volvía algo insoportable. Pese a ello, había logrado soportarla con paciencia y lejos ya de molestarla, le caía fenomenal. Desde el primer año que coincidieron, se hicieron buenas amigas y ya no se separaban para nada.
—Tengo muchas ganas de empezar la clase —contestó muy alegre—. Ya sabes que a mí la historia del Arte me entusiasma.
Zoe había escogido la carrera de Bellas Artes. Desde niña, le había encantado dibujar y todo lo que la rodeaba, siempre acababa plasmado en papel. Era una fascinación interesante y solía relacionarla con su deseo de querer ser otra persona diferente. Con sus manos, podía crear a quien quisiera, incluso a un yo diferente. Inmortalizarlo con lápices y pintura, dotándolo de una viveza que traspasaba a la realidad misma. Ese pequeño hobbie que comenzó en su juventud, terminó por transformarse en una vocación que ansiaba convertir en su modo de vida. Su mayor deseo era trabajar como dibujante de comic o artista conceptual para películas, series o videojuegos. Era un camino duro y difícil, pero estaba más que dispuesta a recorrerlo.
—Pues a mí me aburre bastante —comentó la transexual disgustada—. Ya sabes que el Rogelio nunca me ha gustado.
—¡No seas tan ordinaria con el profe Ramírez! —contestó la otaku molesta—. Es un hombre muy amable y divertido.
—Lo que tú digas. —A Zoe nunca le había caído bien ese tipo, pero le hacía mucha gracia como su amiga lo defendía tan apasionadamente— Lo que pasa es que tú estás coladita por él.
El mohín que puso al decir esto la divirtió bastante. Si había algo que enfurecía a Ayumi era que dijese que estaba enamorada del profesor Ramírez. Le llenaba de tanta rabia que la hacía ver más adorable.
Terminó de sacar los folios y el bolígrafo que usaría para tomar apuntes mientras el profesor explicaba el tema. Mientras esperaba, comenzó a garabatear algo. Conforme el tiempo pasaba y el boli de tinta azul pasaba por encima del papel, aquellas líneas se fueron uniendo hasta formar una figura humanoide. Poco a poco le fue dando forma, añadiendo más detalles, hasta que tuvo una imagen nítida y realista del ser.
—¿Qué es esa cosa? —preguntó con sorpresa Ayumi mientras miraba el dibujo.
Zoe observó el garabato. Observó a la horrida criatura de circular boca repleta de dientes y azulados ojos oscuros. Mirándola con detenimiento, sintió un leve escalofrío. A veces, no comprendía por qué hacía cosas tan raras.
—Yo que sé —respondió dudosa—. Un alien o un mutante. Ni idea.
Ayumi quedó algo decepcionada con su respuesta. Se puso de lado para mirar a su amiga y apoyó su cabeza sobre su puño, con el codo doblado sobre la mesa.
—De verdad, yo no sé porque se te ocurren monstruos tan feos —criticó con ansia—. Por lo menos, no se puede negar que te salen bien detallados.
—Si —repuso Zoe.
—De todas maneras, yo prefiero lo dibujos al estilo manga —prosiguió la otaku—. Son más bonitos, no como los personajes de comic americano. Los quieren hacer tan realistas que quedan feísimos.
—Claro, porque un chico o chica con los ojos tan grandes, que parece que se hayan metido cuarenta kilos de anfetaminas, es más bonito —dijo sarcástica la transexual.
Su amiga no supo que contestarle, pero no se la notaba muy alegre con la frasecita. Si había algo en lo que se solían enfrascar durante largo rato era en discutir que estilo de dibujo era mejor, si el oriental o el occidental.
Justo en ese mismo instante, el profesor Ramírez entró en clase. Ya casi todos los alumnos estaban ya presentes y guardaron silencio en cuanto el hombre llegó al escritorio se preparaba para hablar. Ahora, les esperarían dos horas de aburrido recorrido por la historia del arte. Zoe no estaba nada entusiasmado por aquello y por un momento, miró el dibujo que acababa de hacer. Se pensó la posibilidad de hacerle unos acompañantes al bicho que acababa de crear, pues no tenía muchas ganas de aguantar el peñazo que les iba a soltar el docente. Mientras, Amaia, la chica otaku, miraba al hombre maduro muy apasionada. Para que luego dijera que no estaba colada por él.
La clase pasó sin mayores complicaciones. Zoe a veces atendía a las explicaciones del profesor y tomaba algún apunte, aunque la mayor parte del tiempo, lo pasaba garabateando cosas en la hoja. Para cuando llegó la hora de irse, el alien que creó al inicio, estaba ahora rodeado de un montón de monstruos y bichos raros. Cuando ya habían terminado, recogió sus cosas y salió del aula.
Ya en el pasillo, no tardó en ser abordada por su compañera Ayumi, quien se había quedado todavía en clase recogiendo sus cosas:
—¡Jope, Zoe-senpai! —dijo divertida— ¡Que te olvidas de mí!
—Pues no seas tan lenta —comentó ella.
Ambas caminaron tranquilas por los pasillos, pero sin hablarse. No fue hasta que salieron, cuando la otaku rompió el silencio.
—Oye, ¿tu como piensas hacer el trabajo de Dibujo y Forma?
La pregunta pilló desprevenida a Zoe, quien no tardó en cruzarse con la interrogativa cara de Ayumi. Parecía más que ansiosa porque le diese una respuesta.
—Pues en casa, yo sola.
Su compañera la miró algo inestable. Parecía a punto de decirle algo que sabía que no le iba a gustar.
—Erm, ¿podríamos hacerlo juntas?
Cuando escuchó semejante pregunta, se quedó parada por un momento. Amaia la miró algo sobrecogida, un poco tensa al notar tan rara reacción. La pobre se esperaba lo peor. Zoe no tardó en volverse a ella.
—Si quieres, claro —dijo de forma tímida la muchacha—. No pretendo molestar.
La transexual no pudo evitar sonreír divertida. Le encantaba ver como se ponía de los nervios su pobre amiga. Resultaba tan adorable y divertida. Con suavidad, le acarició en el hombro.
—Vale —contestó—, pero mejor lo dejamos para mañana por la tarde. Hoy estoy ocupada.
Esa respuesta tranquilizó a Ayumi. Satisfecha, dibujó una grata sonrisa en su encantador rostro y asintió con claridad.
—¿En tu casa? —preguntó entonces la otaku.
Ella también asintió para dar su afirmativa contestación.
Con todo arreglado, las dos jóvenes decidieron tomarse un café antes de ir a la siguiente clase.
Para la una, ya habían terminado, así que Zoe decidió volver a casa. Se despidió de su amiga, quien le dio un besito en la mejilla que la ruborizó bastante. Después de eso, cogió el bus y regresó a casa.
Mientras se hallaba sentada en uno de los sitios de atrás del autobús, Zoe no dejaba de pensar en lo que acababa de pasar: había quedado con su amiga para hacer un trabajo juntas. No era la primera vez que lo hacían, pero siempre había sido en la biblioteca o en un aula vacía entre horas de clase. Sin embargo, mañana lo harían en su casa. Solo de pensar en ello, notaba algo creciendo en su entrepierna. Amaia era bastante guapa y….
Trató de espantar esos pensamientos de su cabeza. Recordó lo que le había pasado esta mañana con Colette. Al inicio, se enfadó bastante con ella, pero luego, se dio cuenta de que se había pasado un poco. Todo entre las dos parecía haber quedado bien, aunque, mientras se marchaba, la notó un poco rara. Esperaba que a su hermanita no fuera a darle otra de esas “pequeñas” depresiones por su culpa. Era tan frágil. Como le decía su madre, tenía que espabilar de una vez por todas.
En medio de todas aquellas divagaciones, Zoe volvió a su hogar, concluyendo que las cosas no podrían ponerse raras. No lo harían, pero ni ella misma se podría imaginar el rumbo que iban a tomar. Más de lo que ninguna pensaba.
Este es el inicio de una gran historia que he decidido dividir en varias partes. En esta primera no hemos tenido "demasiada" acción, pero en la siguiente ya veremos mas sexo. Como siempre, agradeceré vuestros comentarios y votos. Es un placer escribir estos relatos.