Zile: Mi madre y el viaje relámpago

Mis padres vuelven a su tierra natal en un viaje relámpago. Mi madre, que al principio está algo reticente, acaba siendo la que mejor se lo pasa de todos.

Ha sido mucho tiempo, más de 2 años desde la última vez que publiqué algo, y la verdad es que me ha costado retomar la pluma (el teclado en este caso), ya que una de las razones por las que dejé de escribir fue por acontecimientos relacionados a esta temática, aunque no fue lo único. Agradezco el detalle a los lectores que incluso más de un año después seguían poniendo comentarios animándome, e incluso aquellos que me han escrito al correo. Tal vez es esa “fidelidad” (parece contradictorio usar este término teniendo en cuenta la naturaleza de los relatos) la que me ha animado a hacer un último esfuerzo, tal vez inspirado por el espíritu navideño, y regalaros un relato en estas fechas tan señaladas. Este relato no es ni mucho menos una señal de que vaya a seguir escribiendo con asiduidad, pero tal vez no tengan que pasar dos años entre relato y relato. Mentiría si dijese que mi cabeza no está llena de historias y experiencias morbosas, pero por falta de tiempo e inspiración me cuesta ponerme a escribir. Incluso había pensado en un colaborador al que transmitir mis ideas y que él las plasme por escrito, pero entonces no sería lo mismo, ¿verdad?

En el caso de que en un futuro próximo siga escribiendo, confieso que me gustaría probar nuevas temáticas, y nuevos estilos, y espero que eso no decepcione a los amantes de las madres cachondas, pero creo que son muchos años centrados en la misma temática, y tal vez no vendría mal cambiar de aires.

Bueno, no me extiendo más en esta pobre disculpa por haber dejado colgado a muchos lectores incondicionales, y aunque puede que notéis la torpeza de volver a escribir tras tanto tiempo, espero que sigáis encontrando esa esencia de morbo e intriga que tanto me gusta expresar.

Me llamo Miguel, tengo 20 años y aunque nací en Lugo, por temas de trabajo de mi padre nos mudamos a Madrid cuando yo apenas tenía 3 años y apenas tengo recuerdos de mi tierra. Sin embargo, mi padre, que se llama Luís, tiene 46 años y tiene un negocio de maderas, se le nota la morriña, ya que siempre anda contando anécdotas de cómo era cuando vivía en Galicia. Siempre dice que algún día volverá a su tierra, que es donde mejor se está. Mi madre, Rosa, no parece sentir la misma morriña, y está encantada con su vida en Madrid.

Tal vez contribuya que las rutinas que han encontrado uno y otro para adaptarse a una nueva vida son muy diferentes:

Él, un cuarentón de lo más normal del mundo, trabaja vendiendo maderas al por mayor, y aunque se gana mucho dinero, no es algo que parece inspirarle el día a día. Y es que tampoco da para más. Como he explicado antes, siente una eterna morriña hacia su tierra, y su trabajo, aunque bien pagado, no es nada inspirador, lo que sospecho que contribuye a la vida simple y sedentaria que lleva. Además, el caso de morriña se agrava si tenemos en cuenta que desde que mis padres vinieron a Madrid, no han vuelto jamás a Vigo por unas razones o por otras.

Ella sin embargo es otro caso. A sus 39 años, disfruta a tope de la vida alocada y acelerada de la capital. Mi madre siempre quiso vivir en una gran ciudad, de imbuirse en su ambiente más moderno, ser una chica de ciudad, y vaya si lo ha conseguido. Su vida consiste en socializar, ir a tomar algo a algún sitio chic con las amigas, pero sobre todo, ir de compras. Hace unos 5 años tuvo que añadir a su rutina el gimnasio, ya que aunque siempre ha sido una mujer muy bella, al pasar los treinta su cuerpo empezó a notar los efectos de la edad, y a la primera señal de que su ya de por si ajustada ropa empezaba a estar algo más apretada alrededor de su figura, se apuntó a un gimnasio y desde entonces ha sido media década cumpliendo religiosamente con sus sesiones de gimnasio. El resultado final ha sido que tiene ahora un cuerpo mejor que el que tenía cuando era joven y embobaba a sus vecinos de Vigo, y su armario sigue proveyéndose de moda treintañera presumida.

Mi madre es lo que comúnmente y gracias a una conocida comedia norteamericana se conoce como MILF. Y así es como muchas veces se refieren a ella mis amigos. Es una mujer casi en sus cuarenta, con un cuerpo de escándalo y que sospecho que ha sido, es, y seguirá siendo objeto de muchas pajas de no sólo mis amigos, sino de cualquiera al que le gusten las maduritas guapas, con cuerpazo y que visten sexy.

Debido al enorme esfuerzo y tiempo que requiere mantener una imagen como la suya, puede que eso le haya quitado un poco de tiempo para la familia, pero cuando estamos juntos, sigue siendo la buena esposa y excelente madre que siempre he conocido, aunque al contrario que la mayoría de las madres, en vez de intentar compaginar su vida social con su familia, somos nosotros los que nos tenemos que adaptar a su ajetreada agenda social. A veces tenía la sensación de que habíamos pasado un poco a un segundo plano, como si a pesar de que seguíamos siendo muy importantes, ahora su vida de mujer estupenda y de ciudad tuviese prioridad. Imaginaciones mías, pensé.

Y así pasaban las semanas hasta que un día mi padre llegó con las noticias de que le había surgido un viaje relámpago a Vigo, coincidiendo que uno de sus nuevos clientes era un viejo amigo suyo, y que le parecía la ocasión perfecta para hacer un viaje familiar. Mi padre estaba exultante, ya que por fin tras varios años iba a volver a su tierra natal, pero esa alegría no la compartíamos ni mi madre ni yo. En mi caso porque un viaje entresemana con mis padres me parecía tedioso, aunque por otra parte estaba el plus de que no tendría que ir a clase (tampoco es que fuera mucho, pero al menos así eran pellas justificadas). Mi madre parecía un poco desganada ya que le rompía la rutina de gimnasio y compras, y como ya he contado antes, ella siempre había querido salir de Vigo para vivir en la Gran Manzana Madrileña.

Pero como ninguno de los dos teníamos una excusa suficientemente buena para escaquearnos, y porque tampoco nos parecía mal hacer algo en familia después de tanto tiempo, decidimos ir con mi padre. Además, iba a ser un viaje de salir el miércoles por la mañana y volver el jueves por la noche, perfecto para enganchar con el fin de semana.

Así, el miércoles a las 7 de la mañana estábamos todos en pie para salir prontito, ya que habíamos quedado para comer con el cliente/amigo de mi padre. Mi padre iba vestido como siempre, sobrio y aburrido. Yo me puse algo de ropa sencilla, que fuera cómoda, ya que eran bastantes horas en coche y pensaba dormir como un lirón en los asientos de atrás. Mi madre, coqueta como es ella, se puso un vestido monopieza gris y blanco sin mangas muy corto y ajustado, de escote redondo muy generoso que parecía de todo menos cómodo.

Me quedé dormido enseguida, y tan sólo me levanté en un par de ocasiones, cuando mi padre paraba en alguna estación de servicio para ir al baño y tomar un café. Mientras que mi padre y yo pasábamos desapercibidos, estaba claro que mi madre llamaba bastante la atención, y hasta se llevó algún piropo de un par de camioneros. Mi padre les fue a decir algo pero mamá le detuvo, diciendo medio en broma que debería estar orgulloso de tener una mujer así y que ellos sólo podían soñar con ella. La verdad es que no parecía molestarla mucho, más bien lo contrario.

Sobre las 2 de la tarde llegamos por fin a Vigo, y nos dirigimos directamente al restaurante en el que habíamos quedado. Allí dentro nos esperaba una pareja de unos cincuenta y tantos, que se levantaron al ver a mis padres.

-          ¡Luisete! ¡Pero cuánto tiempo, coño! – dijo el hombre saludando a mi padre.

-          ¡Sebastián! ¡Ya te digo, que alegría! – respondió mi padre al tiempo que daba dos besos a la mujer antes de abrazarse a su viejo amigo.

-          Hola, yo soy Begoña, la mujer de Sebastián – se presentó la señora a mi madre.

-          Hola, yo soy Rosa, la mujer de…. – empezó a presentarse mi madre, cuando la interrumpió Sebastián.

-          ¡La mujer de Luisete! ¡Cómo no te iba a reconocer! Veo que sigues tan imponente como siempre. ¡Más diría yo, jaja! – Y se dirigió a mí – Chaval, por tu madre se pegaban de leches en el barrio. Y llegó tu padre y se la llevó a Madrid ¡por si se la quitábamos, jajajaja!

Todos rieron y nos sentamos. Tras los primeros saludos y demás, pronto mi padre y su amigo se enzarzaron en viejas batallas mientras las dos esposas hablaban de tonterías mientras yo me aburría como una piedra. Estaba ensimismado en mis pensamientos cuando me sacó un suave golpe en el hombro.

-          Bueno Miguel, que no dices nada. ¡Qué callado eres! – me inquirió Sebastián – Tu padre me ha contado un montón de cosas de ti. Oye, ¿a que te estás aburriendo?  No te preocupes, que ya sabía que venías y he llamado al hijo de un amigo que tiene tu edad para que venga a llevarte a dar una vuelta.

A mí la verdad es que no me apetecía nada ese plan, pero antes de que pudiese protestar, Sebastián miró hacia la puerta y alzó una mano mientras llamaba al susodicho.

-          ¡Ramón, aquí!

Me di la vuelta y casi me caigo para atrás. El Ramón en cuestión era un guaperas con cara de chulito, que venía con una camiseta con publicidad de Ballantines hiperpetada, marcando un cuerpo que sin ser una mula de gimnasio, se notaba que estaba bien trabajado. Abajo llevaba unos vaqueros descoloridos muy fashion, y unas zapatillas Nike bastante nuevas.

Sebastián nos presentó, y el que iba a ser mi guía por Vigo aunque de mí pasó bastante, con mi madre se quedó encantado. Pude ver cómo miraba disimuladamente su escote y esbozaba una sonrisa de gilipollas, mientras que se hacía el simpático. Durante el resto de la comida mis padres seguían con sus conversaciones respectivas, y a mí me tocó hablar con el capullo de Ramón.

Estuvo un buen rato preguntándome chorradas del tipo: ¿es la primera vez que vienes a Vigo? ¿te gusta? ¿qué tal el viaje? y yo intenté mantenerme cordial aunque la verdad es que me daba mucha pereza contestar y estaba más al móvil que a lo que me decía el chaval. Al ver que pasaba un poco de él, el tío se levantó y cogiendo una silla se sentó al lado de mi madre. Yo agradecí un poco que me dejase en paz, pero al rato mi instinto me decía que algo no estaba bien, y es que el tío le estaba dando palique a mi madre. A mi madre parecía caerle simpático, y encima Begoña no hacía más que decir lo bueno que era ese chico, que si era atento, que si era muy guapo, y que si trataba con mucho respeto a los mayores. Mi madre, que había notado también que el otro le estaba dando palique, le preguntó que si a ella también la estaba tratando con respeto, a lo que él respondió:

-          No, no sé si te lo mereces. – Begoña y mi madre se quedaron un poco heladas pero Ramón siguió – Porque no pareces mayor. Con ese cuerpo parece que tienes mi edad, jaja.

Los tres se rieron, menos yo, que me estaba empalagando el galán de tres al cuarto éste. Mi madre estaba dejándose tontear por el niñato de Ramón, y el otro se debió dar cuenta porque sus flirteos no cesaban sino que parecían ir a más. No podía entender a mi madre. O tal vez sí. Si le halagaba que le hubieran piropeado unos camioneros feos y barrigudos, cómo de halagada debía sentirse cuando un chaval joven y las cosas como son, buenorro, le estaba dando palique.  Al ver que Ramón centraba toda su atención en mi madre, Begoña se debió aburrir porque me empezó a dar conversación, diciendo que me lo iba a pasar muy bien seguro con Ramón porque era un chico que tenía muchos amigos y salía mucho de marcha, y que si no tenía novia, lo mismo hasta me podía conseguir él una, ya que era bastante ligón. De eso último no cabía duda, porque estaba el chaval ligando con mi madre y la verdad es que no parecía irle nada mal.

Cuando mi padre pidió la cuenta di gracias a dios, aunque tardaron un poco en resolver la cuenta ya que Sebastián insistía en pagar él. Al final ganó mi padre, a condición de que Sebastián invitaba a la cena.

Tras salir del restaurante fuimos a un bar que estaba al lado para que mi padre y su amigo se pudieran tomar una buena copa de balón de coñac, y el resto de la gente lo que les viniese en ganas. Mi padre y Sebas se sentaron en la mesa para seguir rememorando viejas historias, y mi madre se levantó para ir a pedir su café y el de Begoña. Yo le pedí una coca cola y Ramón dijo que no quería nada, pero eso sí, no despegó sus ojos de mi madre mientras se dirigía a la barra. Mientras mi madre esperaba los cafés y la coca cola nos pusimos a hablar Ramón, Begoña y yo, aunque básicamente era todo una serie de alabanzas hacia el capullo, y yo asintiendo como un gilipollas. De repente Ramón dijo que sí que le apetecía un café después de todo, y levantándose se fue donde mi madre. Yo me quedé allí con Begoña, asintiendo a todo lo que decía sin escuchar realmente, mientras de reojo vigilaba al galán aquel con mi madre.

Obviamente mi madre se estaba divirtiendo con los intentos de avance de Ramón, y tampoco era la primera vez que la había visto dejarse tontear por alguien, en parte por no ser borde y cortante, y por otro porque a cualquier mujer casada y con hijos le sube la autoestima mucho cuando alguien intenta tontear con ella. Incluso con mis propios amigos mi madre alguna vez había entrado al juego, sólo para dejar que se fueran a casa con los huevos morados. Pero con Ramón parecía distinto. Tal vez Begoña tuviese razón, y el chaval fuera muy experto en estas lides y a mi madre eso le estuviera divirtiendo. Lo que me empezó a alarmar de verdad fue cuando mi madre hizo una mueca y se llevó la mano al hombro, masajeándoselo. Puede escuchar a Ramón preguntándole que qué le pasaba, y a ella diciéndole que nada, que habían sido muchas horas en el coche, a lo que Ramón se prestó a ayudar rápidamente. Colocándose de pie tras ella, comenzó a masajear los hombros de mi madre, atrayéndola hacia sí cada vez más, mientras mi madre ponía cara de estar en la gloria. Cada vez se acercaban más, y yo parecía ser el único que se daba cuenta. Ya la tenía casi contra su paquete cuando mi madre, hábil y avispada le apartó las manos y se separó con una sonrisa, como indicándole que hasta ahí. Él ni se inmutó, y siguieron charlando otro rato.

Cuando salieron los cafés y la coca cola, volvieron para la mesa, pero el flirteo cada vez más abierto continuaba

-          ¡Qué suerte tiene tu marido de estar con una mujer como tú! – le piropeaba Ramón.

-          Jaja, ¡qué galán eres! Tu novia también tiene suerte de estar con alguien tan guapo y divertido como tú – dijo mamá devolviéndole el piropo.

-          No tengo novia. Lo dejamos la semana pasada – dijo Ramón en un tono algo más serio.

-          ¡Oh, lo siento! – le dijo mi madre con pena sincera.

-          No te preocupes. No me arrepiento. – y sonriendo de forma pícara añadió –Si ella hubiera tenido un cuerpo como el tuyo sí que me arrepentiría, jaja.

Y así siguieron tonteando, y a pesar de que mi madre en lo físico había marcado un límite, en lo verbal parecía no tenerlo, y las indirectas eran cada vez más directas, y en un torpe intento de frenar aquello le pregunté a Ramón:

-          Oye, ¿pero tú no habías ido a pedir algo?

-          ¡Ostras, es cierto! Es que me he quedado hablando con tu madre y la verdad es que me tenía embobado – dijo mirándola.

Ella y Begoña se rieron, y Ramón se levantó diciendo que ahora volvía, que iba a pedir un tercio. En ese momento mi madre le cogió del brazo evitando que se fuese  y le dijo:

-          No te preocupes guapetón, que voy yo a por tu cerveza.

Y diciendo esto se levantó, pero lo que sólo mis ojos captaron fue que al levantarse, ella rozó adrede su cuerpo contra el de Ramón. Para cualquier otra persona aquella podría haber parecido fortuito, pero yo que ya la conocía y que había estado siguiendo el tonteo entre los dos, sabía que lo había hecho con toda la intención, regalándole ese contacto físico que le había negado anteriormente. Ramón se quedó un momento mirando a mi madre, más concretamente su culo mientras caminaba hacia la barra, tras lo cual se dio la vuelta y se sentó, y al cruzarse su mirada con la mía creí ver una pizca de sorna. Mientras mi madre volvía con la cerveza, Ramón sacó el móvil y se puso a escribir con alguien, y guardándose el móvil sonrió.

Cuando mi madre volvió, se acercó por detrás de Ramón y dejó la cerveza delante suya, y poniendo sus manos sobre sus hombros le dijo:

-          Esto es por el masaje de antes – y diciendo esto masajeó un poco los hombros de éste, sorprendiéndose - ¡Guau, estás bastante duro!

-          Ni te lo imaginas – contestó Ramón, sacando una carcajada a mamá.

Yo ya estaba hasta los cojones de ese jueguecito y dije que nos fuéramos ya, que quería dar la dichosa vuelta por la ciudad. Sebastián lo debió oír y dijo:

-          ¿Os vais ya? Bueno, pues nosotros nos vamos también entonces, que tenemos mucho que discutir con tu padre.

Ramón miró a mi madre y le preguntó:

-          ¿Tú también te vas con ellos?

-          Sí, me tengo que ir con mi marido. La verdad es que me temo que va a ser un aburrimiento, pero no me queda otra. Cuídame a Miguel, ¿vale? – le pidió guiñándole un ojo, como si yo necesitara que me cuidasen. Eso me cabreó aún más.

-          ¿Oye y por qué no te vienes con nosotros, Rosa? A lo mejor te lo pasas mejor dando una vuelta por la ciudad que escuchándoles hablar de negocios – sugirió de forma picarona el otro. – Además así puedes cuidar tú misma de tu hijo, jeje.

A mi madre se le iluminó la cara, y mirando a mi padre le preguntó si no le importaba. A él le pareció perfecto, y quedamos en que daríamos una vuelta por la ciudad, y que luego a la hora de cenar nos llamaban para ver dónde estábamos y nos pasaban a recoger.

-          Antes de que os vayáis, Rosa y Miguel, ¿qué os apetece cenar? – preguntó Sebastián – Hay una marisquería que está muy bien, o si preferís un sitio de pinchos increíble pero que habrá que cenar de pie.

-          Yo prefiero cenar sentada, así que si no os importa, marisquería – sugirió mi madre.

-          Perfecto, pues reservo para la marisquería.

Tras salir del bar nos despedimos, y ellos se fueron en el coche de mi padre, y Ramón nos dijo que a dónde íbamos a ir era mejor ir en coche y que fuésemos en el suyo. El capullo conducía un BMW serie 3 y sin que nadie se lo preguntase, Ramón nos sentó a mí detrás y a mi madre delante. Antes de arrancar, consultó su móvil y nos dijo:

-          Miguel, tengo que confesarte una cosa –yo creía que iba a decirme alguna obscenidad de mi madre delante suya, pero lo que dijo fue casi peor – No hay ninguna visita por la ciudad programada. Lo cierto es que cuando me dijeron que venías, mejor que hacerte turismo por la ciudad, pensé que era mejor llevarte a una fiesta en casa de un amigo mío. Supongo que no te importa, ¿verdad, Rosa?

-          ¿Una fiesta? Bueno, cualquier cosa es mejor que estar horas y horas escuchando antiguas batallas y temas de negocios. ¡Vale, me parece genial!

¿Una fiesta? ¿Pero qué coño estaba pasando aquí? ¿Y sabiendo que íbamos a una fiesta desde el principio, para qué invita a mi madre? Genial, una fiesta CON tu madre es lo que todo chaval de 20 años sueña. El día iba de mal en peor, y cada vez me arrepentía más de éste viaje. Lo que no sabía era cuánto me iba a arrepentir.

Condujimos casi una hora, tras la cual llegamos a una zona residencial algo apartada del centro, y nos detuvimos delante de un chalet, que sin ser muy grande, parecía muy moderno. Cuando entramos la verdad es que quedé gratamente impresionado. Al entrar tenía un pequeño jardín delantero que parecía rodear la casa, pero no pude comprobarlo porque Ramón nos condujo al interior rápidamente. Cuando entramos al salón, pude ver que tenía como dos zonas. Una más baja en la que estaba una televisión LED bastante grande, con los típicos sofás a juego y una mesa de madera. En la otra zona, algo más elevada por un par de escalones, había como una zona lounge, con una mesa redonda roja de diseño, y varios sofás distintos, cada uno de su padre y su madre. Había un sofá biplaza también de color rojo, y a la izquierda un puf bastante grande. A la derecha había un sofá de color verde oscuro, de esos que se reclinan, y enfrente del sofá rojo había una silla de diseño de plástico blanco, que parecía incómoda, y que por eso debían haber puesto ese cojín también blanco.

En la zona de la tele había una pareja enrollándose en el sofá, que no nos hicieron ni caso. En la zona lounge había tres personas. Una pareja que estaban amodorrados en el puf, y en el sofá verde un chaval con pinta de fashion total, como la versión 2.0 de Ramón. Al vernos se levantó y vino a saludar a Ramón, luego echó un vistazo de arriba abajo a mi madre y le dio como una señal de aprobación y admiración a Raúl, lo que hizo sonreír a mi madre. A mí me miró, me dio la mano y me dijo:

-          Tú debes ser el hijo.

Nos indicó que le siguiésemos a la zona lounge y tras ofrecer el sofá a mamá y a Ramón, a mí me dejo la puta silla blanca. No sólo era incómoda de cojones, sino que me tocaba estar de frente a mi madre y Ramón.

-          Me alegro de que hayas venido Ramón, especialmente si traes tan grata compañía – dijo ofreciéndole una especie de reverencia a mi madre. – Hemos comprado bebida de sobra, así que servíos.

A mí no me lo tuvieron que repetir dos veces. Me agencié una copa, me puse unos hielos y empecé a verter el ron. A mi madre le salió la vena maternal y me dijo:

-          Cariño, ¿no es un poco pronto para beber? Acabamos de comer hace poco – me preguntó preocupada.

-          Pues no, la verdad es que necesito esta copa. Además, para eso nos ha traído Ramón a una fiesta, ¿no? Para beber – le espeté malhumorado. Mi madre iba a decir algo pero el colega se adelantó.

-          Rosa, déjale al chaval que beba lo que quiera. Es más, ¿por qué no te sirves tú una copa?

Ella me miró, le miró a él, miró los hielos y las botellas, y encogiéndose de hombros hizo lo propio. La hora siguiente fue una mierda. Yo no paraba de beber, mientras veía cómo Ramón aprovechaba cualquier momento para sobarla, a lo que mi madre no hacía nada, y sus amiguitos la trataban como si fuera una más del grupo, como si se tratase de otra veinteañera más. Casi como si fuera un ligue más de Ramón, por lo que estaba viendo. Eso me hacía beber cada vez más, pero por fortuna, mi madre se estaba conteniendo con la bebida, aunque sus roces y su tonteo con Ramón eran cada vez más evidentes. Lo que más me sorprendía era que los allí presentes no parecían sorprendidos para nada. Allí tenían a un amigo suyo sobando y tonteando con una mujer que les doblaba la edad a todos, y lo veían como lo más normal del mundo.

Mi madre, a pesar de no estar bebiendo a buen ritmo, se notaba que poco a poco le estaba subiendo, porque cada vez se la veía más desinhibida con Ramón, y en general con los demás. Ramón pareció darse cuenta de que no estaba bebiendo demasiado, y propuso que jugásemos a un juego de beber, y se fue a por unos dados. A mí no me hacía falta jugar a nada para beber, así que dije que me quedaba fuera, y se pusieron a jugar los cuatro. Yo ya estaba algo borracho, y no me enteraba demasiado bien del juego, sólo me enteraba de que mi madre estaba bebiendo la que más, y se notaba que ya había pillado el puntillo, porque no paraba de reírse y yo creo que ya ni se enteraba de los magreos de Ramón. ¿O tal vez sí?

Tras un buen rato jugando, a mi madre le debió hacer efecto la cantidad de líquido, y dijo que tenía que ir al baño. Yo ya no podía seguir viendo eso que estaba pasando, y no sabía cómo pararlo. Lo único que se me ocurrió fue ir a sentarme donde había estado sentada mi madre, para joderle el rollito a Ramón. Cuando me senté, Ramón se me quedó mirando, al igual que el resto de la gente.

-          Chaval, ¿qué haces? – me preguntó el Fashion, que se llamaba Joaquín.

-          Oye, que allí estaba tu madre – me recordó Leire, que así se llamaba la chica que estaba en el puf con su novio.

-          Ya bueno, pues ahora estoy yo. Además esa mierda de silla es muy incómoda.

-          Tío, que le vas a joder el rollito a tu madre – me dijo Leire. “Y a tu amiguito también, verdad?”, pensé yo. – ¿Qué pasa, que el niñito tiene celos de su mami?

Le iba a decir una burrada cuando sorprendentemente Ramón se puso de mi parte.

-          Oye, dejad al chaval que se siente donde quiera.  Si está incómodo está incómodo.

Yo no entendía muy bien por qué se ponía de mi parte, pero me alegré por dentro, pensando que estaba cavando su propia tumba, pero el que en realidad cavaba su propia tumba era yo.

Cuando llegó mi madre, se quedó parada y algo confusa al verme en su sitio.

-          Hijo, ¿qué haces? – me preguntó con sorpresa.

-          Pues que te cambio el sitio, que estoy super incómodo en esa mierda de silla de plástico.

-          Hijo, ahí estaba yo sentada, así que haz el favor de moverte. – me dijo con pereza. Esa petición y en ese tono de voz hizo que a todos se les escapara una risa. Eso me cabreó aún más y decidí seguir en mis trece.

-          Que no mamá, siéntate tú allí – le dije cabezota

-          Hijo, que te levantes, que al lado de Ramón estaba yo – me dijo con tono más severo, pero yo me seguí negando. – Con lo bien que lo estamos pasando todos y te tienes que poner como un crío ahora. De verdad Miguel, levántate y déjame ese sitio.

-          Rosa, preciosa – se entrometió Ramón – Deja al chaval que se siente donde quiera. Tú siéntate aquí si quieres.

Ramón se daba golpecitos en el muslo con la mano, invitándola a sentarse sobre sus piernas. Yo pensé que el tío se estaba pasando de listo, pero mi madre me volvió a sorprender.

-          ¿No te importa? – preguntó como si eso fuera para él un sacrificio enorme.

-          Para nada, ven, siéntate aquí, anda. – y cogiéndola de la mano la ayudo a sentarse de lado sobre su muslo exterior usándolo como taburete. Mi madre al sentarse me miró con algo de furia, y me dio una pequeña patada. Ramón me echó una mirada indescifrable, que si tuviera que adivinar, diría que era una especie de “por listo, pringado”

Reanudaron el juego de beber como si no hubiera pasado nada, y durante la hora siguiente fue llegando más gente a la fiesta. Muchos saludaban a Ramón, se fijaban en mi madre y hacían gestos de complicidad, y algunos cuchicheaban mirando a mi madre. A medida que la casa se iba llenando y las copas iban cayendo, las manos de Ramón se volvían más atrevidas, y lo que en principio habían sido pequeños roces en las rodillas de mi madre se habían convertido en auténticas sobadas de los muslos de mamá. Ella no decía nada, y se lo seguía pasando en grande, cada vez más borracha y más atrevida.

La música que antes había estado a bajo volumen, ahora estaba a tope, y de apenas 10 invitados, la casa ahora albergaba al menos a 30 personas borrachas y con ganas de fiesta. El panorama era cojonudo, si no hubiera sido por la pequeña situación que tenía entre manos con mi madre y Ramón. La gente empezó a bailar, y mi madre al verlo, y tal vez algo aburrida de jugar a los dados, propuso ir a bailar. Joaquín y la pareja declinaron, pero no así Ramón, que salió detrás de ella como un depredador tras su presa.

Mamá estaba borracha, se le notaba, porque ese tipo de baile no era propio de una mujer de su edad, casada y con un hijo, y menos con un chaval de la edad de Ramón. Sentado desde mi sofá podía verla bailar y rozarse con Ramón, sin llegar a lo obsceno, pero si a lo caliente.

Con sus bailoteos se estaban moviendo por todo el salón, ofreciendo un buen espectáculo, aunque por fortuna casi nadie se estaba fijando y cada uno iba a su bola. En un momento pasaron cerca de donde estaba sentado, y les pude escuchar hablar:

-          Ramón, gracias por traerme a esta fiesta. La verdad es que me lo estoy pasando muy bien, y no quiero que pienses que soy una calientabraguetas, pero entiendes que estoy casada, ¿verdad?

-          Jaja, Rosa, no te preocupes, tu pásatelo bien hasta donde te lo quieras pasar – contestó cortés - Sé que estás casada, aunque también sé que este cuerpo tuyo no es para estar casada, jajaja.

Cabreado y aburrido saqué el móvil para ver si había llamado mi padre, pero nada. Cuando levanté la vista para buscar a mi madre y a Ramón les había perdido de vista y me asusté tanto que hasta se me pasó un poco el pedo. Pero tras escanear el enorme salón con la vista les encontré de nuevo, apartados en una de las esquinas del salón, casi un rincón oscuro, a punto de cometer un acto de locura. Allí estaba ella, mi madre, con un brazo alrededor del cuello de Ramón, y con la otra mano acariciando un lado de su cara, acercándose cada vez más a él. Ramón por su parte tenía sus manos tras mi madre, en lo que sólo pude suponer que era una auténtica sobada de culo en toda regla. En lo que me pareció una eternidad, mi madre le regaló un pico, a lo que él respondió plantándole un morreo como dios manda en toda la cara. Mi madre no se cortó un pelo tampoco, y pasando sus dos brazos alrededor del cuello de él, inclinó su rostro, supongo que para dar mejor cabida a la lengua del capullo. Yo no era el único que presenciaba la escena, sino que Leire y su novio señalaban la escena, casi celebrándolo, y creando su propia versión de ese beso. Yo no pude seguir mirando mucho rato y aparté la vista de nuevo para sacar el móvil, no sé muy bien con qué intención, pero era mejor que seguir contemplando esa escena. Es patético, pero hasta me puse a jugar a un juego del móvil.

Al cabo de unos 15-20 minutos volví a buscarles con la mirada pero ya no les encontré. Barrí y barrí con la mirada todo el salón, pero no estaban por ningún lado. Con la excusa de ir a mear me levanté, aunque no hubiera hecho falta porque el Fashion estaba hablando por el móvil y Leire y su novio se estaban liando como si fuera la primera vez.

Me puse a dar vueltas por la casa, esperé a que saliera alguien del baño para asegurarme de que no estaban allí, fui a la cocina, mire en el vestíbulo, pero nada. Mi cabeza daba vueltas con miedos y paranoias, sin saber qué hacer o a quién llamar. Hacía ya un buen rato que había perdido de vista a mi madre y aquel imbécil. Agobiado y con el alcohol causando estragos en mi cabeza decidí que casi era mejor salir a tomar el aire. Esquivando a grupos de gente borracha, de los cuales no me diferenciaba mucho en esos instantes, logré llegar a la salida. La puerta estaba abierta, y me sorprendió que ningún vecino se hubiese quejado, pero recordé que aún no era ni la hora de cenar. Me senté en el césped del jardín, ese que tan verde me había parecido al llegar y que ahora era casi azulado. O tal vez era el efecto del alcohol. Lo que no era efecto del alcohol fue lo que escuche a continuación.

Al principio eran como ruidos lejanos, casi un murmullo, pero poco a poco cuando mis oídos se empezaban a recuperar de la estruendosa música del interior de la casa, empecé a oírlo más claramente. No, no era parte del griterío del interior de la casa. Eran unos gritos y gemidos más distintivos, y que provenían de una fuente más clara y directa. Agucé el oído y dirigí la vista hacia el origen de dichos sonidos. Juraría que provenían del lateral de la casa.

Me incorporé como pude, y con la cabeza aún dándome vueltas me encaminé hacia donde provenían esos sonidos que tanto pavor estaban causando en mí.

Según me acercaba, más claro lo escuchaba. “Ahhh, ahhhgg, ohhhh”.

El corazón me latía tan fuerte que casi no me dejaba escuchar aquellos gemidos, aunque según me acercaba los gritos eran más altos y claros. Provenían de una de las ventanas laterales, de esas enmarcadas en madera. La ventana estaba entreabierta, y por ahí se escapaban aquellos gritos junto con rayos de luz amarillenta que indicaban que la luz estaba encendida.

-          ¡Ahg! ¡Ahhgg! ¡Joder! – se podía oír con total claridad.

Con el pulso temblando y el estómago revuelto entre el miedo y el alcohol, me asomé. La luz proveniente de la habitación al principio me cegó un poco, pero enseguida mi vista se acostumbró y lo ví.

Y jamás hubiera imaginado aquello.

O tal vez sí, pero no quería aceptarlo.

Sobre la cama estaba tumbado Ramón, aún con la camiseta puesta y con los piernas colgando de la cama, con los pantalones por los tobillos. Encima estaba mi madre, con las tetas al descubierto y el vestido subido por encima de la cintura, cabalgando como una loca sobre Ramón. Éste la sujetaba de la cintura, ayudándola en sus movimientos de adelante y hacia atrás, colaborando en su cabalgada con sus fuertes brazos. Los gritos de mamá fueron en aumento, indicando que había llegado en el momento justo.

-          ¡Ahhhhhh diossssss! ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhh DIOSSSSSSSSS! – gritaba mientras subía las manos a la cabeza. Ramón sólo ponía caras de placer, resoplando mientras aguantaba las cabalgadas de mi madre – ¡Ahhhhh …..ahhhhhhh ……. Otra vez, ¡voy a llegar otra vez!…. ¡Ahhhhh…ahhh……ah…! ¡AAHHHHHHNNNGGG!

Primero, acababa de ver cómo se corría mi madre. Y segundo, ¿por segunda vez? ¿Pero qué cojones…?

Una sonrisa se dibujó en la cara de mi madre, parcialmente cubierta por su pelo moreno ahora revuelto, y sus manos se posaron sobre los pectorales de Ramón. Éste hizo lo propio y sus manos fueron subiendo por las caderas de mamá hasta alcanzar sus desnudos pechos. Se sonreían abiertamente mientras se miraban, con sus cuerpos encajados en perpendicular. Ramón se incorporó quedando sentado al borde de la cama y con mi madre encima suyo, que ahora le daba numerosos besos en los labios, como en señal de agradecimiento por haberla regalado un segundo orgasmo. Él la sujetaba con un brazo de la cintura y con su mano libre sobaba y pellizcaba los pezones de mi madre, a lo que ella respondía con sonrisas, gemidos y besos fugaces pero cariñosos. Mi madre había llegado por segunda vez, pero obviamente Ramón aún no había satisfecho sus necesidades sexuales.

-          Mmmmm… te voy a seguir follando, Rosa – anunció mientras su boca se dirigía al endurecido pezón de mamá, que sujetándose una teta con la mano, se lo ofrecía para que siguiera succionándola.

-          ¡Siiiiii Ramónnnnn, sigue follándomeee! – pedía ella - Sigue, guapo, quiero que me lo hagas de nuevo…

Ramón usó sus propios pies para sacarse los pantalones de los tobillos, y una vez sin pantalones y sin dejar de chupar el pezón de mamá, la agarró con mayor firmeza de la cintura, sin sacar su miembro de dentro de mi madre, y se levantó con ella en brazos. El efecto de la gravedad debió hacer que la polla de Ramón se incrustase aún más dentro de ello, porque soltó un pequeño gemido, gemido que se fue repitiendo cada vez con más intensidad cuando Ramón bajó sus manos a su culo y empezó a moverla de arriba abajo, combinando con movimientos de pelvis que la embestían cada vez que las caderas de mamá descendían guiadas por sus manos. La intensidad y la profundidad debían de ser enormes, porque mamá se agarró al cuello de Ramón y quedó abrazada a él de modo que su barbilla se apoyaba casi en la espalda de éste, con los ojos cerrados y la boca abierta sólo para dejar escapar esos gemidos de placer que invitaban a Ramón a seguir penetrándola en esa posición. Agudizando la vista, podía ver el miembro viril de Ramón, al menos parcialmente, cuando levantaba a mi madre, sólo para verlo desaparecer dentro de ella cuando la bajaba para empalarla de nuevo. Por lo que se veía desde la ventana, el chaval estaba bien dotado. No podía calcular el grosor con exactitud, ya que con tanto movimiento no habría sabido decir, pero de la longitud no quedaba lugar a dudas. Cada vez que mi madre salía de su polla, podía discernir un puente de carne bastante largo que iba desde los cojones de Ramón hasta perderse entre las piernas de ella.

Ramón se iba moviendo poco a poco, girándose sobre sí mismo, con cada embestida y cada vez que elevaba el cuerpo de mi madre sólo para dejarlo caer sobre su miembro, de modo que en cierto momento se llegó a poner completamente de espaldas hacia mí, y pude ver más claramente la cara de mi madre, abrazada a su amante, con gestos entremezclados de dolor y placer. A pesar de que todo eso me resultaba grotesco y enfermizo, tenía que reconocer que mi madre tenía un cuerpazo de escándalo, y el cabrón de Ramón se lo tenía que estar pasando en grande. Hubo un momento que Ramón paró unos instantes para retomar fuerzas y descansar sus musculosos brazos, lo que dio tregua a mamá, y al ver cómo abría los ojos de nuevo me asusté, pensando que podía verme agazapado tras la ventana, y me escondí rápidamente.

El corazón me latía a mil. ¿Pero qué diablos estaba pasando? Mi madre había empezado aquel peligroso juego del tonteo con ese chaval, intrigada y divertida por un chico guaperas y más joven que ella. y a pesar de que ella misma había ido poniendo freno a las cosas, parecía que al final había sido ella la que había pisado el acelerador, con ayuda del alcohol. Mi madre no es que hubiese sido la madre más cariñosa del mundo, y sí es cierto que era una mujer coqueta que disfrutaba de la atención de los hombres, pero una cosa era eso y otra lo que acababa de presenciar. Mis pensamientos quedaron interrumpidos al reanudarse los gemidos de mamá, que no sólo aumentaron en intensidad sino también en frecuencia; parecía que el cabrón de Ramón le estaba dando caña, porque ya lo que se escuchaba a mi madre no eran gemidos, sino más bien gritos de placer. Al cabo de unos minutos los gritos cesaron de nuevo, y se escucharon algunos ruidos de movimiento sobre lo que imaginé sería la cama. Me asomé de nuevo con cautela, y pude ver cómo Ramón, con sus manos bajo la espalda de mamá, la iba bajando hasta dejarla tumbada sobre la cama, siempre sin sacar su extenso miembro de ella. Mamá se agarraba al cuello de Ramón para ayudarle a tumbarla sobre la cama, mientras se miraban a los ojos con deseo.

Una vez la hubo tumbado sobre la cama, comenzó de nuevo su mete-saca en el coño de mi madre, haciendo que ella se retorciese de placer, llevándose las manos a la cabeza mientras gemía pidiéndole más.

-          ¡¡¡Ayyyy!!! ¡Ramón, sigue….. sigue mmmmm…..! ¡Métela más duro, así cabrón, así! – suplicaba mamá, completamente abierta de piernas y removiéndose como una serpiente sobre la cama.

-          Te gusta, ¿eh?, jaja, si ya sabía yo que a las maduritas como tú les va la fiesta – decía entre bufidos el gilipollas – Se te nota que querías aprovechar ese cuerpecito tuyo y no sabías cómo, ¿verdad?

-          ¡¡Ahhhhhh….!!¡Siiiiiiiiii, es verdad, Ramón! ¡Aprovéchalo tú, guapo! ¡Oh! ¡Sí, masajéalas! ¿Te gustan? – preguntó mi madre cuando su amante la agarró de las tetas y las estrujaba al tiempo que la follaba.

-          ¡Ohhhh joderrrr, me encantan, Rosa! ¡Tenía ganas de comerte estas tetazas desde que te vi en el restaurante! – y diciendo esto se inclinó sobre ella para comerle ambas tetas, alternando entre una y otra, mientras su follada no aminoraba.

Mamá estaba disfrutando, y es que desde donde estaba podía ver su cara, llena de gozo y lujuria, y ni un ápice de culpabilidad. Ahora ambos se encontraban fusionados en una maraña de brazos y piernas, en la que resultaba hasta complicado discernir entre los apasionados amantes. Tras un rato de bombeo a ritmo constante, Ramón se paró un momento y se incorporó, y limpiándose el sudor de la frente dijo:

-          Rosa, estoy muy cerca de correrme. ¿Dónde quieres que acabe? – preguntó jadeando.

Mamá le miró, casi con ternura, y le dijo:

-          Guapetón, tú sigue, y cuando llegues, has llegado, ¿vale? Pero no pares de follarme – le pidió al tiempo que apoyaba sus manos en los glúteos de Ramón.

Esa petición me puso a mí enfermo y a Ramón a mil, porque sin decir nada más empezó a follarla de forma brutal, algo que a mi madre le estaba encantando por sus gritos y ruegos d que no parase y que la diese más fuerte. Ramón ya no sabía a dónde agarrarse, primero fue a sus tetas, luego a sus caderas, y ya finalmente, en los momentos de mayor cadencia se agarró al vestido de mamá, como si fueran unas asideras, y de la fuerza con la que se la estaba follando acabó por levantar a mamá de la cama y todo. Esa posición flotante y la fuerza de la follada de Ramón debió resultar tremendamente placentero para mamá, porque en medio de aquella embestida  anunció su tercer orgasmo.

-          Ahh…. ¡Ahhhh¡ ¡¡Ahhhhhhhhh!! ¡¡Me corro, Ramón, me corro otra vez!! – gritó cerrando sus piernas alrededor de la cintura de su follador.

-          ¡Ahhhh joderrrrrr pero qué guarra eres! ¡Dios, yo tampoco aguanto más! ¡Me voy a correr dentro de tu coño, guarra! ¡Uffffff! ¡Bufffff! ¡Arrrggghgh!

El cuerpo de mamá había quedado flácido después de correrse, quedando en suspensión del vestido que tenía arremangado alrededor de su cintura, y ya apenas se movió en las embestidas finales de Ramón, que bufando como un animal salvaje, se tensó y se vino dentro de ella. Estuvo unos segundos como si le hubiera entrado un rigor mortis, sólo para soltar el vestido de mi madre, dejándola caer sobre la cama, para luego desplomarse sobre ella. Y el tío seguía sin sacarla de mi madre. Se quedó tumbado encima de ella, con su polla y su leche de hombre dentro de ella aún, tratando de coger aire. Mamá, que hace unos momentos se lo había estado follando como una fulana cualquiera, ahora tiraba de instinto maternal, o algo por el estilo, porque abrazaba el cuerpo casi inerte de Ramón, pasándole las manos por el pelo y dándole besitos en la cara, mientras le felicitaba por ser un amante excelente

-          Has estado increíble, Ramón. No sabes cuánto hacía que no disfrutaba así.

-          Pero qué dices Rosa, si soy yo el que me he quedado pasmado. Sabía que con ese cuerpo tenías que ser buena folladora, pero no sabía que tanto.

Los dos se rieron, y permanecieron tumbados en aquella posición, descansando y reconfortándose mutuamente. Yo ni me quedé en esa posición, ni encontraba descanso y desde luego lo que acababa de presenciar no era reconfortante en absoluto. Casi con lágrimas en los ojos, y con la borrachera ya desaparecida de mi cuerpo tras ver aquel esperpéntico espectáculo, me dirigí silenciosamente de nuevo adentro de la casa. Necesitaba sentarme. Y una copa. Más bien varias.

Entré al salón y la gente seguía de fiesta, sin ser conscientes de lo que acababa de acontecer apenas unos metros más allá. Me dirigí a la zona lounge. El fashion de Joaquín ya no estaba, pero allí seguían Leire y su novio, besándose y magreándose como quinceañeros. No sé muy bien por qué lo hice, pero al llegar, me senté en el sofá rojo donde habían estado mi madre y Ramón tonteando toda la tarde. No sabía muy bien qué hacer. Me serví una copa bien cargada. Miré el móvil. Las 9 de la noche. Era casi la hora de cenar pero yo no tenía hambre en absoluto. Miré la copa. No sabía si bebérmela. Pensé en mi padre, que en breve llamaría para preguntar dónde estábamos y venir a recogernos. No hacía falta que encima viese a su hijo borracho. Ya tenía bastante el pobre con sus cuernos. Y entonces esas imágenes volvieron a fustigar mi mente. Y entonces me bebí la copa de un trago. Y allí me quedé sentado esperando la llamada de mi padre.