Zapatos y sumisión

Ordeña a los hombres en sus zapatos, luego se los calza y se yergue triunfante sobre la simiente de sus amantes. Es alta y majestuosa. Pisa descaradamente sobre el jugo masculino

A mi esposa le da lo mismo que la llame Ama o que le diga cariño . Tampoco me insulta y raras veces me pega. Eso sí, cuando lo hace —con un buen motivo...o no— me deja desfigurado. En los años que llevo a su lado, que no son muchos, me he sometido hasta el extremo de perder mi propia personalidad. No es una expresión literaria. Realmente carezco de personalidad. Vivo pendiente de sus gustos, apetencias y caprichos. Siento lo que ella siente. Sé cuando desea comer, beber o follar. Con solo escuchar el paso de sus tacones ya sé su estado de ánimo y sus necesidades. Me hago una sola pregunta ¿Me follará hoy...?

Ella es terriblemente calentona. Cuenta sus orgasmos por decenas. Cuando creo que debe estar satisfecha y emprendo alguna tarea doméstica, entonces ella se acerca por detrás y me penetra con su arnés consolador. Algunos días, ansiosa de desvirgar algún culito, lo lleva siempre puesto. Hoy arde de calentura. Yo siento el contacto de su piel a mis espaldas y mi obediente polla se despierta de inmediato. Ella juega, no hay apuro, es domingo. Me someto y ofrezco mi cuerpo para que lo utilice a su antojo. Sus hermosas manos presionan en las nalgas para abrir el ano. Sus afiladas uñas son las espuelas con que me acicatea. Huelo el aceite aromático del dildo vibrador que busca el lugar exacto. Lo encuentra, empuja y se mete dentro de mí como una víbora dispuesta a vaciarme por dentro. No miro pero siento. Aparecen sus manos y las uñas que yo mismo he pintado de rojo sangre. Ella se estremece, tiene un orgasmo de los maxis, pero no se detiene, continúa. Sus manos oprimen la polla y comienza a ordeñarme mientras el dildo masajea mi próstata vencida. Otro estremecimiento. Es más fuerte. Me obliga a eyacular en medio de su tumultuoso orgasmo. Estruja la polla reteniendo en sus manos todo el jugo. Sus uñas rojas se destacan en el blanco lechoso del semen. Lleva la mano a la boca y lo chupa todo. Se lo bebe con un fuerte ruido de succión. Me doy vuelta y le miro el rostro justo en el instante que su lengua recoge golosamente los excedentes. Me da unas palmaditas en el culo y sigue su camino tranquilamente. Yo tardo en reponerme. Estoy agotado. Es la segunda vez y aún no ha terminado el día.

Todo eso lo hace sin dificultad. Quiere que ande desnudo en casa. Cuando no lo estoy es lo mismo. Mis pantalones están recortados para que pueda follarme sin prolegómenos, incluso en la calle, en un ascensor, en un cementerio, en una iglesia o en el coche. Eso no es todo. Cuando salimos yo soy el encargado de llevar los distintos arneses..., aceites y otras cosas.

Estas líneas las escribo para que ella se excite al leerlas y entonces me ordeña, me mea o me avasalla de alguna manera. Ese es el premio. La humillación habitual es ponerme los cuernos. Me da vergüenza reconocerlo pero me enloquece ser cornudo, sumiso y servil. ¿Cómo voy a resistirme? Ella lo sabe. Ya solo de verla a la distancia cuando viene de una cita, la tengo durísima. Me lo dice.

— Te calienta que te ponga los cuernos..., ¿verdad, cariño? Me gusta verte así, empalado y avergonzado. Anda..., prepárame un refresco.

He dejado de trabajar porque ella se apropió de mi empresa. Ahora se entiende con mi socio y hermano. Lo devorará también a él. No me molesta. A lo sumo algo de celos. Yo quiero ser el más aplastado, el más devorado, el más cornudo. Hasta ese punto he perdido mi autoestima. Ella dice que no hago falta en la empresa y es mejor que me dedique por entero a su servicio. Permanezco en casa todos los días para satisfacerla. Hago gimnasia y cuido mi salud para estar vigoroso y resistente. Sigo tratamientos especiales para cargar buen semen, su bebida favorita. Le gusta bien espeso. Cuido de su ropa y de la casa. Hago masajes y cocino delikatessen para agradarla. La visto y acicalo todas las mañanas antes de que se vaya a devorar a mi hermano y apropiarse del resto de la empresa que otrora fuera nuestra. No me oculta sus intenciones. Me cuenta la creciente sumisión de mi hermano y el sabor de su esperma. La sigue por todas partes como un perro alzado. Se introduce bajo se escritorio pero ella no deja que la toque. Solo permite que admire sus largas piernas y vea que no lleva bragas bajo su falda arremangada. Allí abajo se respira el aroma intenso de sus pantys de nylon, de su vagina y el cuero de sus zapatos. Ella cruza las piernas y los afilados tacones se meten en la boca de mi hermano. Él se queda toda la mañana allí mientras ella dirige la empresa. Los empleados y clientes entran y salen de la oficina. El escritorio es de cristal, limpio y transparente. Todos ven a mi sumiso hermano acuclillado entre las sombras del escritorio. Su única tarea es adorarla. Me da asco tanto servilismo, pero quisiera estar junto a  mi hermano, los dos juntos, como en los viejos tiempos.

Ella ha progresado y gana mucho dinero. Somete a su capricho a toda persona que le interese. No se anda con vueltas. Nadie goza a su lado, solo ella. Es experta en la sexualidad masculina y sus debilidades, que son muchas. Su táctica es ordeñarlos hasta agotarlos, dejarlos secos y que vengan a comer de su mano. Ellos comienzan con arrogancia, se creen muy machos, pero en dos o tres ordeñadas quedan esclavizados. Nadie lo hace como ella, humillándolos en plena eyaculación. Así los domina. Quienquiera que se acerque demasiado es consumido y devorado. No podrá escapar. Aún veo por la ventana a su anterior marido que vive en la calle frente a la puerta de casa. No puede olvidarla. Ha caído en la misma degradación que yo. Solo que yo estoy aún a su servicio y él no. El pobre se masturba constantemente..., pero ya no tiene leche ni nada.

Se ha vinculado con figuras del poder político que le proporcionan datos y favores que aumentan su fortuna. Ella goza usándolos sin miramientos. No se hace rogar. Se corre en sus narices cuantas veces quiera. Su cuerpo es insaciable y lo explota fríamente para obtener el mayor placer posible. Usa a los hombres con todo desparpajo. Son sus víctimas, según me cuenta como si fuera una tigresa de cacería.

— Les enloquece que los use para mi placer, como tú, cariño

Ella puede tener infinidad de orgasmos. Los controla a su gusto en minis y maxis. Los minis la calientan más y los maxis la satisfacen sin saciarla. Saciarla es toda una aventura. Suele comentarme que tomará otro marido pues uno solo no le alcanza. Temo la llegada del otro en cualquier momento. Supongo que será mi hermano. Ella lo hará abandonar a su mujer e hijos y lo traerá a casa para que entre los dos la sirvamos. Lo tiene en la cabeza... y en el coño.

Ponerme los cuernos nunca fue para ella una conducta especial. Ni se fija siquiera si estoy presente. Lo hace con quien y cuando le da la gana sin reparar en mi o en nadie. Solo le importa el placer de su hermoso cuerpo. No se preocupa si va acompañada de su esposo para besar en la boca o cogerle el pene a otro hombre. Todas son víctimas. Ella no espera la conducta del hombre. Toma la iniciativa y le dice que es lo que debe hacer, cuando y como. Solo le interesa la polla. Si hay una persona detrás la tiene sin cuidado.

¡Sus zapatos...! ¡Esto merece un capítulo aparte! ¡Son fascinantes! Yo me vuelvo loco. Tengo acceso a todos. Los nuevos, los seminuevos y los viejos. Los primeros están prolijamente alineados en sus estantes, limpios y lustrados por mí. Los viejos en cambio están desordenados en un hueco. Son los que dan el afrodisíaco aroma del armario. Todos sin excepción, están llenos de esperma masculino, algunos todavía húmedos. Otros secos como sus proveedores.

Cuando ella me encula por detrás me coge de los brazos a modo de riendas obligándome a ir hasta el armario de los zapatos y me pone agachado en el lugar de los viejos . Hunde mi cabeza en ellos. Tiene furiosos orgasmos viéndome en esa postura humillante. Yo aspiro fuerte llenándome los pulmones del perfume del semen de otros hombres, del cuero y de ella. Hay cámaras en toda la casa para filmarla en sus posturas dominantes mientras yo —u otros invitados— estamos humillados. Le sirven para excitarse. Luego las recrea encima de mi cara. A su lado, nadie puede sobrepasar la altura de sus zapatos. Todos son gusanos que usa para gozar.

Su manera de encularme es profesional y calculada. Comenzó utilizando un dildo puntiagudo y delgado con el que me penetraba sin consideración. Así me fue agrandando el culo día a día. Ahora utiliza uno doble. Tiene un vibrador que lo introduce en su coño. Luego me penetra a fondo por el otro lado mientras el clítoris se friega entre mis nalgas. Yo, el sumiso marido, debo manejar el vibrador a la distancia. Entonces sí que me pega furiosamente si no acierto el momento oportuno en que debo detenerlo. Pero ya aprendí. Siento cuando está a punto de correrse en mi culo. No me duelen tanto sus golpes como el no ser capaz de satisfacerla.

Cada vez que sale por algún evento, ya sea por razones comerciales o simplemente para echarse un polvo, regresa con un par de zapatos nuevos. Son finos y caros. Su cuero, suave y satinado es de color negro, marrón, ocre o rojo. Están forrados delicadamente y despiden un aroma que enloquece a cualquiera de solo saber quien los calza. Yo soy el encargado de asistirla en los preparativos, antes y después de salir.

En los regresos ella me ofrece los pies para que le cambie el calzado nuevo. Los toco y admiro su calidad. Están húmedos en su interior. Es semen. ¿Será de un solo hombre o hubo más? Ella, como si leyera mi mente, me ordena lamerle los pies mientras me cuenta sus aventuras y los éxitos cosechados, generalmente prebendas de corte político. Están húmedos y viscosos, pero yo obedezco. Lleva pantys. Yo le chupo el esperma de otros hasta la última gota. Retiro las medias con la boca y sigo lamiendo entre los dedos de sus pies. ¡Es fascinante hacerlo mientras me mira despectivamente! Siento que puedo eyacular sin ser tocado, pero me controlo. Ella quiere mi semen fresco, espeso y nutritivo.

Ordeña a los hombres en sus zapatos, luego se los calza y se yergue triunfante sobre la simiente de sus amantes. Es alta y majestuosa. Pisa descaradamente sobre el jugo masculino. Yo, el marido no soy una excepción. Lo único que me distingue del resto es que mi servidumbre es francamente miserable. Soy un verdadero gusano. No es posible ser otra cosa si se quiere permanecer a su lado. A la vista del semen ajeno y el olor del cuero nuevo me acomete una tremenda calentura y el pene se pone duro como un garrote. Ella mira, pero guarda silencio. No me ordeña. Espera el otro momento, el de salir. Entonces me vacía por completo.

Todo empezó cuando yo insistía de rodillas en que me llevara en sus paseos y ella, por más promesas de sumisión que le hiciera, se negaba diciéndome que no la iba a dejar tranquila . Recuerdo que me ofrecí a servirla de chofer y llevarla a todas partes sin discutir. Una noche, por fin se decidió a llevarme pero con una condición que yo acepté anticipadamente

—Tendrás que venir completamente vacío. Serás mi chofer y mandadero. Al mínimo asomo de calentura te vuelves a casa.

Comenzó a arreglarse. Le calcé unas pantys ajustadas con raya atrás. Sabía hacerlo. Ella se sentaba en un taburete. Flexionaba las largas piernas lustrosas y el afilado pie de las uñas rojas pintadas por mí, se metía en el hueco de las medias que le ofrecía. Luego la otra pierna. Las iba ajustando a medida que subía. Más arriba me daba miedo. Eran de esas que dejan libre la vagina y el culo para follar. Procuraba no tocar nada. La cercanía de su vagina, esplendorosa y recientemente rasurada por mí, me ruborizaba. Su clítoris es amenazante, se yergue como un pene. De solo verla así, en plena libertad de follar con las pantys y los zapatos puestos, me humilla completamente..., a la par que me excita. Es hermosa. Altísima, una diosa. Su cuerpo es escultural. Bella por donde se la mire. Su piel es lustrosa y perfumada. Le hago masajes y la embadurno en cremas y lociones de primera calidad. La atención de su cuerpo me lleva  buena parte del día. Es un ritual de devoción. Bañarla, masajearla, recortarle y pintarle las uñas de pies y manos comiéndome los pedacitos. Recorro su exuberante cuerpo aplicando lociones en cada recoveco. Lo hago despacio, amaso sus senos, me detengo en los pezones, son grandes puntiagudos y erectos, los sobo delicadamente. Ella se excita y se friega el clítoris contra mi cuerpo para pajearse. Yo sigo imperturbable. No debo demostrar calentura, tan solo la polla tiesa.

Además y aunque todo el mundo me mire como un cornudo, la acompaño al gimnasio asistiéndola en los ejercicios. Cuando nos casamos yo estaba orgulloso de haberme ligado a semejante hembra, pero ahora, una vez perdida mi autoestima, me considero un insecto. Estoy feliz de que me utilice a su antojo. En la suela de sus zapatos está mi hogar. Allí vivo.

Lo más humillante que me exigía era la tarea de calentarla para luego despacharse a gusto con uno o con otros, hombre o mujer. Mientras ella completaba su maquillaje frente al espejo, abría las piernas levemente avisándome que ya podía comenzar. Entonces, arrodillado como estaba, iniciaba mi tarea desde el suelo hacia arriba. Ella se miraba en el espejo, pero no me perdía pisada. Sabía que su gusano estaba allí. Yo levantaba el rostro y veía sus orificios. Un dedo, empapado de gel y con la uña pulida se metía en su ano apenas unos milímetros. El otro le acariciaba el clítoris imperceptiblemente.. Sabía hacerlo con infinita suavidad. Así, con la vagina y el ano al unísono, ella experimentaba sus orgasmos minis que la calentaban terriblemente. Sentía sus músculos contraerse y relajarse en esos espasmos que me volvían loco. Ella oprimía con fuerza el dedo del ano como si quisiera trágaselo mientras sus labios vaginales se estremecían de gozo. Sé hacer bien mi trabajo. Rondaba a su lado empalado como un poseso. Ella disfruta viéndolo y sabiendo que estoy a su entera disposición. Me lo dice.

— Yo gozo cuantas veces quiera. Lo que más abunda en la corteza terrestre son penes, huevos y esperma. Tú en cambio dependes de mí para que te ordeñe. ¿Lo entiendes putito?

Aún faltaba más. Antes de finalizar y de pie frente al espejo (los había por todos lados), con las piernas abiertas y calzada sobre las sandalias de andar por casa, entonces me decía

—Trae mis zapatos y vacíate en ellos.

Ella me quería seco como una pasa de uva para que la dejara tranquila. Observaba mi sumisión en el espejo. Lo hacía siempre. Muy raro que me mirara directamente. Así era como si lo estuviera haciendo en público, decía. Traía sus zapatos con restos de semen y los besaba antes de postrarme a sus pies y ponerlos uno junto al otro. De rodillas, con la cabeza en el suelo como si estuviera rezando una plegaria, me masturbaba. Ella miraba en el espejo. Yo alzaba la cabeza para verla..., pero imposible distinguirla. Desde mi posición de insecto ella era altísima e inaccesible. Entonces me volvía a sus zapatos y eyaculaba en uno de ellos. Pero no era suficiente.

— Hazlo otra vez en el otro, te quiero bien vacío, cariño

Yo volvía a empezar. No me costaba demasiado, llevaba caliente toda la semana esperando este momento. Solo me permitía correrme de esa manera y en esas circunstancias. Luego le calzaba los zapatos. Ella se erguía poderosa y soberana sobre mi esperma. Había triunfado una vez más. Así y todo me palpaba los testículos a ver si quedaba algo de leche. Si le parecía oportuno me masajeaba la próstata con el consolador hasta extraer las últimas gotas.

Luego antes de salir me decía

— Mejor cenemos algo. La noche será larga.

Yo preparaba sus platos favoritos y los guardaba congelados para no perder tiempo. La mesa ya estaba servida con mantel de hilo y vajilla de plata. Yo aguardaba a sus espaldas o echado a sus pies mientras ella comía. Luego era mi turno. Me dejaba las sobras. Entonces sucedía lo más fascinante de todo.

— Siéntate, cariño

Alta como era, se ponía a horcajadas de frente a mí sentado en la silla y levantaba una pierna sobre el respaldo. Yo debía sostenérsela. Entonces me miraba con sus ojos de fuego dominándome por completo.

— Primero la bebida, luego la comida

A veces era al revés. Yo cogía la jarra que estaba sobre la mesa y la colocaba ante mis ojos y su poderosa vagina. Ella meaba en la jarra. Lo hacía a escasos centímetros de mi cara. El clítoris enorme y erecto, la vagina abierta y la orina fluyendo a raudales. Luego sin dejar de poseerme ni un segundo con su terrible mirada y sin un ápice de pudor defecaba en mi plato en medio del mantel y la vajilla. Yo debía colocar el plano en la posición correcta. El aroma se extendía por el comedor.

— Límpiame con la lengua y con tu servilleta de hilo, cariño.

Yo obedecía sumisamente. Ella se estremecía en otro orgasmo, era un mini. Los regulaba a su voluntad, podía haberme dado un maxi dadas las especiales circunstancias, pero yo no era digno de tanto. Luego se retiraba.

— Come cariño..., que se enfría.

Me dejaba solo. Podía desobedecerla y arrojar el plato a la basura o al inodoro, pero mi personalidad de sometido llegaba a ese extremo. Me comía y bebía todo. Ella estaba en el salón fumando un cigarrillo. Era la hora de irnos.

— ¿Te gustó la cena, cariño...?

Cuando unos meses más tarde tomó otro marido, éste al saber el detalle de las cenas especiales , se puso furioso de celos reclamando su participación. Los amantes también formulaban exigencias al respecto. Ella estaba encantada, pero  no podía darnos de cenar a todos. Era en lo único que nosotros la superábamos.

Me olía el aliento antes de salir o al regreso. Lo hacía para reconocer sus propios olores y excitarse a lo bestia y follar con el primer pene que encontrara. A veces era el mío.

Yo conducía el lujoso coche. Ella iba en el asiento trasero. No deteníamos a recoger algún hombre o mujer. Todos personajes del poder político. A ella le daba lo mismo follarse a uno o a otra. Yo debía atenderla en lo que se le ocurriera.

— Cariño, preservativos

— Cariño, chocolate

— Cariño, brandy

— Cariño, hielo

— Cariño, tampones

Si se daba el caso que ella bajaba en alguna casa, yo debía quedarme las horas que fuera necesario esperando en la puerta hasta que apareciera de vuelta. No ocultaba mi condición de cónyuge.

— Eso lo hace más excitante, cariño. Se vuelven locos de saber que eres mi esposo.

— ¿Soy realmente tu esposo...?

— Bueno, cariño, eres mi gusano, es lo mismo.

Yo pasaba la noche empalado al máximo. Reflexionaba sobre mi vida. Ella decía que era quien le daba sentido pues yo era simplemente una víctima. Tenía razón.