Zapatos amarillos

Afrodita decide pasar un agradable día de compras. Más agradable que el del pobre Dulce...

Zapatos amarillos

Dulce estaba quieto, cabizbajo y aguantado varias bolsas de tiendas de ropa femenina en cada mano detrás de Afrodita, la cual llevaba varios minutos frente a un escaparate observando interesada y presumida los artículos de la lujosa zapatería.

Hoy no había tenido piedad frente a su hombre a la hora de vestir: Llevaba una blusa oscura de manga corta ceñida a una sensual figura y unos pantalones blancos finos y ajustados que descifraba a cuantos ojos tuviesen el valor de mirar parte del código de su ropa interior. También llevaba puestas unas cómodas manoletinas que dejaban visible parte de unos pies que su enamorado sumiso no dejaba de mirar de reojo ávido de ellos. Era normal puesto que no le había permitido adorarlos durante toda la semana.

El hombre pudo ver cómo sin dirigirse a él su Princesa había decidido entrar en el establecimiento lo cual hizo que éste fuese a la zaga con varias de las bolsas tapando la parte delantera de su pantalón. Hoy ella no le había permitido usar calzoncillos y le había hecho ponerse unos pantalones ajustadísimos. Presentía que esa tarde iba a ser terriblemente humillante.

  • ¿A qué esperas para dejar las bolsas en las consignas? ¿Hay que decirte todo o qué? – le dijo Afrodita con un tono bajo a la vez de altivo.

  • Lo siento Señora, enseguida vuelvo.

Dulce obedeció. La zapatería le pareció enorme y mientras volvía observó a la mujer más maravillosa que había conocido. En esos momentos estaba hablando con una de las jóvenes y elegantes dependientas e instantes después se había sentado en uno de los comodísimos bancos esperando probablemente a que le trajesen lo que había pedido. Al llegar junto a ella éste la miró con admiración y amor e hizo ademán de sentarse junto a ella.

  • De eso nada -le espetó sonriente-. Tú no vas a comprar nada así que de pie todo el rato.

Al cabo de varios minutos la dependienta volvió con una caja de zapatos y se dirigió a la sensual mujer.

  • Aquí tiene la talla 38. Si no está cómoda con ella dígamelo y le traeré otra. No puedo atenderla más detenidamente porque es fin de semana y nos damos a vasto. Lo siento de verdad.

  • No pasa nada, lo comprendo.

La dependienta le entregó la caja y se fue algo apresurada hacía una mujer algo mayor que estaba esperando impaciente a que la atendiesen. Afrodita abrió el cartón y su chico pudo ver asombrado como en su interior descansaban dos zapatos amarillos de tacón que a simple vista parecían carísimos. Los sacó de su prisión y los tocó curiosa con los dedos para familiarizarme con ellos. Le encantaba estrenar ropa y zapatos y su rostro lo reflejaba. A continuación dirigió una mirada perversa a su chico, el cual a duras penas disimulaba su excitación. Seguidamente se quitó una de las manoletinas y tensó su pie de forma sensual moviendo después lentamente los dedos sabiendo que su chico los estaba mirando casi babeando.

  • Con la pereza que me da ponerme los zapatos. Ojalá hubiese alguien que se ofreciese a ponérmelos.

Afrodita sabía que comentarios de ese tipo ponían a cien a su sumiso y ese era su propósito.

  • Yo…, yo… me ofrezco mi Reina. Eres lo más importante en mi vida. Nací para ti. Por favor –respondió atropelladamente Dulce, que cada vez estaba más desesperado y vulnerable.

  • He dicho alguien, no algo.

Afrodita empezó a reír al ver la cara que se le había quedado a su perro al escuchar su respuesta y se probó el zapato ante la mirada del pobre hombre, que observaba atentamente. La mujer se estaba divirtiendo más que un niño en un parque de atracciones y advirtió que su chico tenía las manos delante de su pantalón para disimular su excitación. En seguida se imaginó que no debía ser una situación cómoda para él pues el establecimiento estaba repleto de gente.

  • Me siento cómoda con ellos puestos. Me los llevo- dijo sin mirarle-. Por cierto, que sea la última vez que veo que te tapas el pantalón.

Afrodita caminaba orgullosa y altiva mientras veía con su chico pasaba una gran vergüenza al sentirse observado por varias mujeres las cuales sonreían tímidamente al ver su pronunciado pene. La mujer se dio cuenta de que había una larga cola hasta el mostrador.

  • Ya sabes lo que me cansa esperar. Me voy a casa que me apetece descansar. No tardes que me tienes que preparar la cena- le dijo de forma que la escucharan un par de chicas de apenas 17 años que esperaban juntas su turno y que se quedaron sorprendidas y boquiabiertas al escuchar sus palabras. A continuación, Afrodita se aproximó al oído de su enamorado lacayo y le susurró-. Por cierto, ¿te he dicho alguna vez que si fueses una esponja me enjabonaría contigo durante horas?

Ese comentario acabó siendo más que letal.

La espera se le hizo eterna al pobre Dulce, que deseó con todas sus fuerzas que la tierra le tragase. Durante el tiempo que tuvo que esperar tuvo que soportar la presencia de decenas de miradas, en especial la de las dos adolescentes, que no pararon de observarle sin conseguir dejar de llorar de la risa. Probablemente no volverían a ver algo similar.

Instantes después Afrodita recibió un mensaje en el móvil mientras se relajaba tumbada en el sofá. Al leerlo un calambre le recorrió la espina dorsal:

"No sé de qué estarás hecha pero hagas lo que hagas te quiero y te deseo el doble. Espero impaciente llegar a casa para prepararte la cena, mi Diosa. Tuyo".