zapas amarillas

Sexo impetuoso y fetichismo entre dos compañeros de viaje.

“Zapas” amarillas

Esa voz cascada, grave y varonil susurraba en mi  oído,  entraba hasta el fondo de mi cerebro y recibía palabras  y frases obscenas que me excitaban sobremanera.

Quería que el calor de su cuerpo me invadiera y que su vello corporal  me cobijara.

Buscaba como loco sus labios para morderlos, pero él se adelantaba a mis intenciones y me mordía el cuello con ansiedad mientras me pellizcaba los pezones.

Mis gemidos los oía agudos mientras mi cuerpo se rebozaba con el suyo deseando que su polla acariciara mi culo.

El cúmulo de sensaciones me invadía dejando mi mente en blanco para solo ser presa del deseo, solo quería sentir su cuerpo, solo la humedad de su boca, la fuerza de sus dedos y la dureza de su miembro mientras me hacía suyo y aquellas palabras, aquellas frases sucias y obscenas no hacían más que excitarme más y más.

Sus labios enmarcados en su espesa y negra barba me llamaron la atención por primera vez cuando hablaba por teléfono con la empresa para decir que nos quedábamos a dormir en aquel hotel de carretera por cansancio del viaje. Sonrió al despedirse enseñando levemente sus blancos dientes que destacaban en la oscuridad de su piel y la negrura de su barba.

Sus nalgas en fundadas en los jeans me precedían en la escalera que llevaba a la habitación, y la camiseta sudada se pegaba a su espalda.

En todas las horas de viajes en común no había hecho mención a mis escapadas en busca de una polla o un culo, a menudo encontradas en las inmediaciones de los aparcamientos.

Miré su cuerpo mientras se desnudaba y dejaba al aire su anatomía viril y velluda. Mis ojos en sus nalgas y muslos fuertes y macizos que se dirigían al baño. Mi ropa cayó junto a la suya quedándome en gayumbos y calcetines.  Su ropa arrugada, sus calcetines sudados que sobresalían de sus deportivas o  amarillas con franjas negras, viejas, deformes y deshilachadas. Mis ojos fijos en ellas y sin atreverme a tocarlas, pero que me llamaban la atención y despertaban mi deseo con insistencia.

Le entreví secándose en el baño y me oí decirle que me encantaban sus zapatillas. Póntelas si quieres, me contestó. Acaricié los calcetines, los olí y luego las “zapas”. Placer al sentir la humedad de los calcetines usados en mi piel y una sensación de protección al calzarme sus usadas “zapas amarillas”. Su enorme cuerpo de macho se recortaba sobre la claridad de la luz del baño. Se había puesto una camiseta blanca de tirantes limpia y unos calzoncillos del mismo color. Me estaba mirando.

El calor de su cuerpo me invadió cuando se sentó a mi lado. Te las doy, me dijo, si me das algo a cambio. Se tumbó en la cama llevándome con él. Mi cabeza sobre su bíceps, mi costado junto al suyo y los muslos rozando su piel cubierta de áspero vello negro.

Miradas a escasos centímetros y respiraciones compartidas. Sus caricias en el cuello y el pecho, su boca junto a la mía y su lengua lamiendo ligeramente mis labios. Le acaricié el borde de la sisa de la camiseta hasta notar el vello de su sobaco. Volvió a lamerme los labios hasta que mi boca se abrió para dejar que su lengua encontrara la mía. Mi mano bajo la camiseta y acaricia su piel y la musculatura de su espalda. Levantó los brazos y deslicé su camiseta sobre su cabeza. Cuerpos desnudos y calientes en un abrazo fiero. Pecho junto a pecho, vientre junto a vientre y dureza de sexos abrazados.

Un giro inesperado, fuerza viril, mi espalda en su velludo cuerpo y que su dureza se ajustara en la raja de mi culo, que su brazo me forzara a levantar el cuello y que girara mi cabeza para que mi boca encontrara la suya. Sus dientes blancos mordiendo mis labios, el lóbulo, el cuello, y caricia sobre mi sexo, fuerza sobre mis huevos y mi espalda arqueada  buscando la caricia de su cuerpo mientras mi mano bajaba hasta encontrar su gorda, caliente y dura tranca bajo el suave tejido del calzoncillo, y acariciar y apretar el bulto suave y blanco donde se alojan sus cojones. Las manos entran y bajo la prenda acarician el bosque espeso y oscuro del que emerge su rabo de piel suave y húmeda. Con lentitud nos despojamos de la ropa para sentir la desnudez absoluta. Ronroneo mientras mi espalda busca el placer que me da sentir su pecho y muevo el culo para sentir  el roce de la verga en el ojete de mi ano. Gimo cuando me masajea el sexo y oigo como me dice que no sabía que era tan puta, que me iba a reventar el culo, que me iba a hacer llorar de placer y de dolor, que sería su puta desde esa noche. Palabras que provocan más deseo, más pasión, más necesidad de ser penetrado y, sin poder articular palabra, gimo con desesperación.

Veo el hermoso cuerpo de mi macho frente a mí, alto, fuerte, poderoso, velludo, con el pollón duro y tieso mirando al cielo y su capullo a punto de reventar, rosado y húmedo. Me regala una sonrisa, los dientes blancos bajo los labios perfectos y la barba oscura me excitan, y me ofrece sus calzoncillos arrugados y  usados para que los huela. El olor a mi macho me transporta al viaje del más salvaje sexo y lo aspiro con deleite.

Me descalza las zapas amarillas, pero me oigo decir que los calcetines no… por favor… déjalos puestos. Avanza por mi cuerpo hasta que su espesa barba se aloja en mi entrepierna y su boca succiona mis huevos, el bigote me acaricia la base del pene, que da un respingo, sube hasta que la humedad de su lengua y su boca hacen presa de mi glande y lo absorbe, lo lame, lo acaricia… No puedo contener que un chorro de líquido escurra en su boca. Se dirige a mí, me abre la boca y deja caer saliva con sabor a mi sexo. Mi lengua se empina en busca de otro salivazo pero esta vez son sus dientes los que la atrapan para someterme a una descarga que me hacen estremecer.

Sentado a horcajadas, el poderoso cuerpo se inclina, me levanta los brazos y me lame los sobacos como oso la miel y luego el cuello, y el esternón, y los pezones, para luego morderlos y tirar de ellos.

Mi culo hambriento pide comida con glotonería. Me muevo inquieto y excitado mientras mi hombre juega conmigo.

Sus dedos juegan con mi ojete, lo escupe, lo abre, lo masajea y tienta la entrada con la yema de sus dedos hasta que responde y se abre para dejarlos entrar.

Uno… dos… tres… no puedo contener un grito ahogado de placer. Juega conmigo, con mi ano, y me lo abre, y lo riega, y lo penetra… Una… dos… tres veces que hace revolcarme sobre el colchón y le oigo llamarme puta salida… mi puta… mi gran puta… Y yo no puedo sino excitarme cada vez más y le grito que me folle… fóllame… ¡FOLLAME DE UNA PUTA VEZ!

La verga de mi semental se adentra en mí y yo abro las piernas para que la entrada sea menos dolorosa… y va entrando y yo no puedo abrir más las piernas… y entra en mí el tronco venoso, cálido y suave hasta hacerme totalmente suyo… o suya… ya no se que soy. Sólo se que quiero que me folle y me preñe con su leche de macho.

Cuerpo tenso, músculos hinchados, cuello agarrotado y ojos sin mirada fija. El placer apoderándose de él como si no existiera el mundo nada más allá que yo.

Ni el mundo más allá que aquel macho que me hacía estallar de lujuria cada vez que su tranca resbalaba por mi culo al entrar y salir. Placer en estado puro. Sexo… sólo sexo…

Sus fuertes manos sujetando mis brazos en alto, sus piernas abriendo mis muslos mientras me penetra, mi polla dolorida de tan dura y mi capullo a punto de reventar y dejar salir toda la lefa retenida en mis cojones.

Noté la fuerza de sus manos en mis brazos, se inclinó hacia mí, apretó el culo, tensó el cuerpo y lo arqueó hacia atrás y su polla cobró vida propia para escupir todo el semen dentro de mí.

Notar como era invadido hizo que mi culo se apretara alrededor de su miembro y notar los trallazos con los que me estaba inundando las entrañas.

Entonces yo también me corrí. Salió de mí un río de lefa que no podía contener y cuya fuerza hizo que llegara hasta el cuello.

Un cuerpo inmenso y maravilloso cayó sobre mí como si fuera un fardo, su barba se alojó en mi cuello y su respiración lo refrescaba. Se tumbó boca arriba dejando que admirara su cuerpo. Miré su miembro ahora recogido por su prepucio y arropado por su selva oscura. Se lo besé, lo lamí, lo acaricié y dejé mi cara a su lado para que su olor quedara fijo en mi sueño.

Mira que eres puta, me dijo sonriendo mientras me acariciaba la cabeza. Te has ganado las “zapas”.

Continuará.