Zacatlán
Mi amante convocó a 4 hombres más para cumplir algunas fantasías que guardaba en el fondo de mis deseos. Fui su Diosa pero también fui su objeto: el equilibrio perfecto.
El lubricante caía lento, se escurría por mis muslos, combinado con la saliva y el semen que Ramón había dejado en mi, había sido una carga fuerte, un chorro de calor caliente que habitaba mi interior, que permanecía ahí, como una laguna en espera de ese otro hombre que se estaba convirtiendo en una bestia indomable para penetrar mi ano.
Se masturbaba con lentitud, parado en medio de la sala, su mano derecha se movía hacia arriba y hacia abajo de ese tesoro enorme que parecía de piedra, como esculpido con torpeza, pero delicioso por sus pliegues, venas y texturas que formaban un grueso falo, como el mango de una máquina antigua. Su mano izquierda apretaba sus testículos, que caían pesados, envueltos en esa rugosa piel que se contraía y se extendía por momentos.
Yo de espaldas a el, con mis rodillas al suelo, separadas, con mi cabeza en el piso, de lado, y mis manos en mis nalgas, una mano en cada una de ellas, enterrando mis dedos, hundiéndolos en lo blando, separándolas, haciendo un camino entre las dos esferas de músculo y piel, para que Ramón vertiera ese viscoso líquido artificial que ya se había convertido en un espectáculo de fluidos.
El caer de la última gota de ese pequeño recipiente fue una especie de orden para Ernesto. Caminó dos pasos hacia mi y dobló sus rodillas, tomó la angostura de mi cintura con una mano y con la otra sujetó su palpitante pene para dirigirlo a ese espacio que lo esperaba, dilatado, con tanto deseo.
La charla de los presentes paró, esa sala parecía un desierto de silencio, los tres hombres que nos acompañaban sabían que tenían que poner atención.
Mi respiración era rápida, fuerte, no sabría distinguir si era la emoción, la locura, o era un miedo inconsebible. Mi mirada buscó a Ramón y el se acercó para acariciarme la cabeza y ordenarme al deleite. Le sonreí cómplice, sabía que venía una descarga enorme de energía, fuerza y placer; levantó la mirada y volteó a ver a Ernesto, que ya tenía la redonda y dura cabeza de su verga en mi entrada: -“hazlo” le ordenó, y sin esperar más: respiré hondo. El tiempo paró un instante, como cámara lenta dejaba escapar el aire mientras Ernesto entraba lento, mis manos seguían abriendo mis nalgas, pero su poderoso pene se abría camino sólo, hacía que las paredes de mi esfínter se amoldaran a su viril hermosura. Conforme entraba, el semen ahí depositado salía, me mojaba, escurría y daba al momento un detalle excelso de placer, de morbo y lujuria.
Me costó dos minutos del aún suave vaivén de Ernesto para acostumbrarme a él, el mas grande de nuestros acompañantes, el alto, el fuerte, el que parecía hombre de campo: correoso, guapo, firme y dotado de un pene brutalmente hermoso.
Al minuto tres tuve un orgasmo que me hizo juntar los pies y estremecerme, detuve el incontrolable gemido para disfrutarlo, mi respiración se contuvo, abrí los ojos después de unos segundos, jadeante pude incorporarme sobre mis brazos, le pedí a Ramón un beso en la boca y entre sollozos y ordené que invitara a Daniel. Ramón, nuevamente, maestro de ceremonia, sólo con los ojos apuntándolo, hizo que se acercara. Su caminar fue torpe, se quitaba la camisa y los pantalones con premura, cuando se quitó el bóxer, dejó escapar ese pene que brillaba, gracias a esas gotas transparentes que expulsaba, indicador de deseo, indicador de urgencia.
Daniel se acercó, ya completamente desnudo se arrodilló frente a mi cara. Su cuerpo era maduro pero con fuerza, sujetaba su sexo con firmeza, se notaba extasiado. Ramón seguía ahí, con su pantalón puesto pero sin abrochar, al lado de su amigo, de su colega de esto; me veía sonriente mientras Daniel deslizaba la punta de su pene frente a mi boca, que lentamente fui abriendo, yo sin despegarle la mirada a Ramón, accidentadamente, la tranca de Daniel fue entrando, difícil: las embestidas de Ernesto eran cada vez mas fuertes, más rápidas, más salvajes.
Los dos hombres que me tenían a su merced jugaban con empujarme y jalarme hacia ellos, entendieron el ritmo, Ernesto empujaba su precioso miembro dentro de mi ano, impulsando mi cuerpo hacia adelante, lo que hacía que el pene de Daniel entrara en mi boca y se tallara contra mi lengua, que recibía su sabor y se esforzaba en acariciarlo. El placer crecía, Ramón abrió su pantalón y tomó su verga entre sus manos para estimularlo, no veía a Juan ni a Alejandro, pero sabía que también se masturbaban; habíamos preparado eso para que lo hicieran, para dar un espectáculo: lo único que veían era la verga mas grande de las reunidas ahí, entrar y salir por el ceñido lugar que se encontraba entre mis dos nalgas, disparando hacia afuera el semen de mi amante anterior. Se producía un chasqueo sonoro cuando sus huevos golpeaban mi húmeda vagina, que como con vida propia, por momentos, hacía que esos huevos se quedaran pegados a ella, como si los besaran, como si de una boca se tratara e intentara tragárselos.
Mi mirada fue contundente, Ramón sabía que tenía que parar a Ernesto y así lo hizo, mientras se levantaba dejando su pene expuesto, dio la orden:
-Ella necesita saber que es deseada, necesita tu semen sobre ella, como el mío, como el de todos, es una ofrenda, un voto, un homenaje…
Ernesto entendió, sabía que tenía que acatarlo, que en voz de Ramón, esa era mi orden y mi deseo. Comenzó a sacar lentamente su tranca, pero solamente para preparar su última embestida, tan fuerte y rápida que me hizo gritar de un dolor que esperaba, que deseaba, quedándose dentro, mandando a su pene a que buscara más, que se metiera más. Sentí el torrente sanguíneo correr por ese acorazado que inundaba mi túnel, sentí con los labios de mi vagina esas dos bolas pesadas apelmazadas a mi, literalmente pegadas por el semen y el lubricante. Mi bestial amante resopló, respiró, se agachó y le dio un beso a mi cuello, se incorporó, me dio una nalgada y sacó su pene, y con el salieron chorros de todo, de él, de Ramón, de mi, de su sudor, del mío, todo eso escurría lentamente por encima de mi vagina, tratando de entrar, bajaba por mis muslos, abrillantándolos y llenaban la alfombra, la obscurecían a su paso, dejándome sólo con cansancio, exhausta, sin poder respirar. y con una sensación de vulnerabilidad pero de todas formas: satisfecha, feliz e impresionada.
Ramón me tomó del antebrazo y levantó mi torso, dejándome hincada, sentada sobre mis pies, y tomando mi cabeza con delicadeza, la inclinó hacia atrás hasta que mis brazos tuvieron que sostenerme a la altura de mis muslos. Sabía lo que venía, lo habíamos planeado, habíamos hecho éste movimiento antes, Ramón y yo, entre risas y una ligera borrachera, ya me había puesto así en el centro de la sala, ya sabíamos que habría 5 hombres ahí, para mi todos, para ellos yo, en espera de su satisfacción, de la miel de su gozo, de la leche de su regocijo.
Sin quitarse por completo el pantalón, que era lo único que lo cubría, Ramón acercó su palpitante pene a mi cara, sentía la presencia de los demás al rededor mío, sentía la respiración profunda y grave del hombre-bestia que atravesó mi estrecho ano, que seguía destilando fluidos, sentía los nervios de Alejandro y Juan, sentía su calor cerca, pero mi visión solo me dejaba entender la verga de Ramón, el único que ya había eyaculado, que había llenado mi interior para prepararme.
Se masturbaba desesperado, gemía y su rostro empezaba a enrojecerse; quería ser el primero en soltar una carga de semen en mi cara y yo también quería que lo hiciera él primero, como la noche anterior lo había hecho. Abrí lentamente mi boca, Ramón sostenía mi cabeza apretando mi cabello, y aún así, pude adelantar mi boca, lanzando mi lengua hacia afuera para tocar la parte baja de sus testículos contraídos. Lleno de placer me dejó acercarme más, hasta que pude tener una de sus bolas por completo en mi boca, succionando y jugando con mi lengua Ramón no pudo más, apretó aún más mi cabello, jalándolo con fuerza, sujetó su pene sin menearlo mas, saqué ese delicioso dulce de mi boca, y me dispuse a esperar con tranquilidad el golpe de esperma, que fue dulce, fuerte, hirviente y abundante. Ramón gemía de placer, suspiraba, y exprimía su verga sobre mi cara, se contraía y apretaba los ojos mientras dejaba su cuerpo al borde del colapso. recuperó el aliento y apretando aquello como una ubre, dejó caer la última gota de semen apenas al lado de la comisura de mis labios, me vio, me dio una ligera cachetada, sonrió y se alejó caminando hacia atrás, abriendo los brazos, invitando a los 4 hombres que estaban al rededor mío, a repetir lo suyo, como si fuera una instrucción.
Daniel fue el más desesperado, lo había vuelto loco verme penetrada por Ernesto, lo había vuelto loco coger mi boca al unísono, y así loco e impaciente: jaló mi cabello haca atrás y sacudiendo con rapidez, eyaculó tanto y sin control, que el primer golpe lo sentí en mi frente, el segundo en mis labios y el tercero en mi barbilla, se deslizó por mi cuello, una gota de cada lado, se mezclaba con el semen de Ramón, se escurría por la redondez de mi mandíbula y se iba directo a mis hombros. Juan y Ernesto tuvieron que compartir, pero Ernesto, mi consentido de la noche, fue el que, sujetando su enorme tranca, sin removerla, la colocó en mi boca apretada, sellada, con mis ojos cerrados también, sentí su semen verterse espeso, pesado. Era demasiado, sentía que se metía por las fosas nasales, como si fuera un ser vivo, ese blanco esperma que buscaba estar en mi a como diera lugar. Gemía mientras su verga enorme fue haciéndose pequeña en mi cara, se llenaba de la mzcla semen de Ramón y Daniel, no le importaba nada, no le importó que Juan eyaculara en mi frente en ese mismo instante, una carga ligera y líquida, y tampoco le importó cuando Alejandro le empujó al costado, para ocupar su lugar y drenar su placer sobre mi, dando ese toque final, en donde el semen de 5 hombres que por dos horas habían mantenido una excitación a tope encontraba un mismo destino, a petición de Ramón, que quería verme bañada, empapada en esperma, en leche, esa leche densa que goteaba desde mi barbilla, que se metía en mi boca, de la que saboreé su acidez pasando la lengua por mi labio superiores limpiando con los dientes mi labio inferior, esa leche que no era más que su ofrenda, una ofrenda salvaje, un crecimiento bronco.
Me reí y se rieron ellos, se rieron nerviosamente. Sin tener claro lo que había pasado, se habían quitado tabúes, habían estado desnudos admirando la verga de un compañero como símbolo de todos ellos. La consecuencia era un desastre armonioso de placer, la alfombra estaba mojada, había ya marcas de pies, rodillas, de semen, de sudor, de lubricante, de líquido preseminal, de saliva.
Yo reía, satisfecha, viendo a Ramón reír conmigo, le extendí las manos para que me ayudara a levantarme, completamente desnuda, con el rimel corrido, con la cara llena de semen, con el cabello que en alguna parte de la noche ostentaba un peinado, lleno de pasadores desordenados. Con las piernas temblorosas, las rodillas adoloridas, los muslos se resbalaban entre sí, estaban llenos de todo, Al levantarme, mi ano expulsó las últimas gotas que guardaba, me estiré hacia atrás para recogerla con mis dedos cuando se deslizaban en la parte trasera de mi pierna, y me lo llevé a la boca, -no tienes forma de quedar satisfecha, me dijo Ernesto, y yo, chupando mi dedo índice, le dije “aun no empiezo yo”. Le señalé a Ramón su camisa blanca que estaba en el piso, se acercó con ella y limpió cortésmente mi cara, me dejé abrazar por el. Caminamos lento hacia la cocina, desnuda, en el camino recogí los harapos que fueron mi ropa al principio de la noche, los arrojé al cesto de basura, me senté en un banco, abrió el refrigerador y sacó una botella de agua helada y le pedí que me llevara a limpiarme a la recámara.
Alejandro se acercó y me ofreció algo de tomar, le acepté un whisky con hielos.
Me alejé con mi amante, amo, propietario. Llegamos hasta la cama, en donde me dejé caer y grité un largo “uf”, a manera de descanso, cerré los ojos y respiré profundo, el olor a sexo, semen y sudor inundaba mi cara. Ramón mojó dos toallas blancas y se acercó y me limpió todo el cuerpo, con suavidad y gentileza, yo veía el techo y sonreía, no podía más que sonreír, un desbordante despliegue de ego pasaba por mi cabeza, y me hacía sonreír y sonrojarme.
Me levanté, tomé un sorbo del whisky, fui al baño a lavar mi cara. El agua reavivaba el semen, la viscosidad regresaba, tuve que tallar y enjuagar tres veces, me sequé y limpié mi cuello, de inmediato entré en la regadera, abrí la llave en busca de un chorro de agua fría, en donde agachada, metí solo una pierna y atraje agua a mi vagina y a mis muslos, enjaboné y limpié todo eso. sentí cierta nostalgia de verlo irse por la coladera, ahora revuelto en espuma, di la vuelta y lavé mis nalgas, metí la mano entre ellas con la barra de jabón, y así, con la mano enjabonada, deslicé uno de mis dedos dentro de mi ano, después dos, y el tercero, entró sin resistencia. De inmediato mi corazón se aceleró otra vez.
Enjuagué. Salí de la regadera y me cepillé el cabello que era una plasta caótica; me hice una cola de caballo apretada, la peiné con cera y salí del baño.
Ramon tenía lista en la cama, una tanga azul de encaje, y una crema aromática ya en sus manos, dispuesto a aplicarla por toda la superficie de mi piel, después se dispuso a vestirme, me sujeté de sus hombros y me deslizó la prenda por las piernas. esa fue toda mi vestimenta para salir de la habitación.
Platicamos un pequeño momento, revivimos el inicio de la noche:
Me había bañado a las 5 pm, y al salir de la regadera, Ramón me esperaba desnudo en la cama, y en la almohada estaban los 2 plugs anales que había llevado conmigo desde el día anterior.
Me acosté boca abajo y él comenzó a acariciar mis piernas, llenándolas de besos y pequeñas mordidas, levantó mi cadera y abrió mis nalgas para dejar espacio para su lengua. Me estaba preparando. Me adelanté chupando el primer plug, el mas pequeño, lo llené de saliva hasta que mi mano estaba mojada, se lo pasé y él, sin preámbulos, lo deslizó en la entrada y dando dos vueltas logró meter la punta. Dejando caer más saliva el plug entró sin dificultad, y ahí lo dejamos, a cumplir con el cometido, de incentivar la dilatación.
Me levanté a hacerme un peinado con la secadora y una pinza caliente. Tardé media hora en pintarme y peinarme, faltaba una hora para que llegaran nuestros invitados así que, ese segundo plug tendría que estar en su sitio en unos minutos.
Saqué el lubricante de mi cosmetiquera y se lo dí a Ramón, soltó una carcajada y con una enorme sonrisa lo roció sobre la joya de acero inoxidable; subí una pierna a la cajonera y me agaché, llevando mi mano al plug que ya residía en mi, lo masajeé adentro y afuera hasta que saló, con un sonido cómico, “plop”; Ramón sorprendido me dijo que había una dilatación hermosa, de un centímetro de diámetro, quizá mas, tomó fotos con su celular mientras se jactaba de la noche que nos esperaba, sin esperar a que la dilatación cediera, llenó ese pequeño hueco de lubricante e introdujo lentamente el plug mayor. Me hizo saltar y respirar delicioso, bajé la pierna, sentía que no se juntaba con la otra, sentía cómo mi cuerpo se acomodaba placenteramente a ser huésped, a ser el anfitrión de una o dos vergas (o tres) deseosas de mi.
Me puse la tanga negra, sencilla, y la falda de tablones también negra, arriba de la rodilla, el brassier coordinado y la blusa holgada, que oh sorpresa!: también era negra como mis zapatos y a diferencia de mi collar, que era dorado con un dije de piedra azul, los adornos de los tacones eran plata.
Esperamos en la sala, el escenario estaba decidido desde la mañana de ese día, Ramón trajo las copas de vino y una tabla de quesos que preparó en la cocina, la noche estaba entrando, la luz agotándose, permitiendo iluminar ese spot al centro de la sala, al centro de la alfombra, y al rededor, las luces tenues de las lámparas permitirían a nuestros invitados ver su bebida, o ver sus penes transformarse en algo que no conocían desde su adolescencia.
Me acomodé el cabello frente al espejo una última vez, revisé mis labios y revisé también, el placer que me daba remover ese plug, todo en orden.
Alejandro, Juan y Ernesto llegaron, con un seis de cerveza artesanal, agua mineral y un ron,
Entraron y le dije a Ramón que yo los atendería; -Hola chicos, déjenme quitarles el saco, y quité el saco de Ernesto y Juan, Alejandro no traía, así que, sólo desabroché el primer botón de su camisa.
Se sonrieron nerviosos y entraron, nos sentamos y Ramón me sirvió mi primera copa de vino, platicamos banalidades y tonterías sin beneficio, pero con buena energía y mucha confianza.
Llegó Daniel y se incorporó a la plática de inmediato.
El sillón de tres plazas y los dos individuales estaban ocupados, yo en uno de ellos, Ramón atendiéndolos, y ellos sin saber mucho que hacer, después de un rato, le pedí a mi maestro de ceremonia, que se sentara en mi lugar y sin más, me levanté y me senté entre Ernesto y Juan, tomé la copa de Juan y llevé su mano a mi pierna, hubo silencio, volteé a ver a Ramón, pidiéndole con la mirada el primer permiso de la noche, el respondió con una sonrisa y yo, sujetando la cara de Juan, le planté un beso en la boca, con la lengua apenas saliendo, el deslizó su mano en mi espalda y Ernesto no tardó en poner su mano en la pierna que le quedaba mas cerca; Ernesto era alto, fornido, de voz grave. su mano era pesada, robusta, fuerte, con venas marcadas, deliciosa. El beso con Juan duró dos minutos mas o menos, mi mano fue directo a su entrepierna; meta cumplida, tenía una erección firme, me separé de el y le sonreí, volteando de inmediato a repetir el beso con Ernesto, a quien, al mismo tiempo, buscaba su pierna, restregando mi mano en ella, buscando el que casi sabía que sería mi placer mi castigo, en un juego de deleite, toqué su miembro aún flácido, y aún así, era denso y pesado, grueso, desde encima del pantalón podía sentir su desigual y deliciosa textura.
Me levanté de entre ellos dos, le di un beso a Daniel y otro a Alejandro y fui directo a Ramón, que se levantó de su sillón y se encaminó al centro de la sala a besarme, como un loco, empedernido, extasiado, ebrio de deseo, me deje abrazar por la cintura; era más alta que él con esos tacones, se sujetó fuerte de mi mientras yo desabroché el único botón de la falda, dejándola caer, a la vista de todos, mostrando mis piernas, mis muslos y mi ancha cadera, Ramón tomó mis nalgas con fuerza, partiéndolas desde la mitad, para mostrarle a los asistentes que debajo de la tanga negra había una joya roja de un diámetro enorme, evidencia de lo que habitaba dentro de mi y que anunciaba la disposición de una noche de placer extremo.
El beso con Ramón duró mucho, nuestra saliva ya llenaba nuestras caras, y el lápiz labial ya se había difuminado; me mordía el cuello y le mordía el pecho. que se asomaba mientras desabotonaba esa camisa blanca que después limpió mi cara del semen de los cinco.
Le besaba y lamía el cuello, acariciaba su torso, bajé a lamer su panza, en cuclillas, mis rodillas separadas y mi cadera hasta abajo, sin la falda, pero aun con los tacones y la blusa puesta, desabroché el pantalón de Ramón, escuché el suspiro de los demás, y uno de ellos chocó su copa con su compañero.
El pene de Ramón saltó delicioso, me buscaba, tenía horas esperando éste momento, desde que lamía mi culo para ensartarle el primer plug.
Levanté su verga, para admirarla, para lamerla desde la base, hasta la punta, de abajo a arriba y rematar con un beso con la boca abierta en sus testículos. Metí ese glande rojo y palpitante en mi boca, mientras desabotonaba la blusa, que Alejandro me quitó por completo.
Le quité los zapatos a mi hombre, le bajé por completo los pantalones, los aventamos, y agarrando sus nalgas, le incité a que se hincara frente a mi. Él bajó y puso una rodilla en el piso dejando la otra arriba, delicia para lamerlo todo, y fue ahí, cuando tuve que agacharme, bajando mis rodillas al piso y levantando mi culo al aire.
Ramón, extasiado, mientras sus manos recorrían mi espalda arqueada, comenzó a mover su cadera hacia adelante y hacia atrás, penetrando mi boca con fuerza, sus testículos golpeaban mi barbilla, llenos ya de saliva que escurría a chorros desde mi cara y desde esos deliciosos huevos llenos de semen. Le quité la mano derecha que tenía en mi cabeza y se la llevé hacia atrás mío, yo, hincada, penetrada por la boca y con el ano al aire, con un plug dentro, necesitaba atención, quité la tanga haciéndola a un lado, indicándole a mi semental la acción a seguir: divertirse con el juguete hasta sacarlo por completo.
Y así fue, el plug se movía a su disposición, lo jalaba hacia afuera, haciendo que mi piel se distendiera por completo, mi ano cerrado en la base, pero la evidencia de una pieza de unos 3 centímetros de diámetro que de repente asomaba, hacía que nuestros invitados resoplaran y repitieran algunas estupideces que evidenciaban su excitación.
El inserto salió de repente, rápido, dejando una dilatación evidente, en la que Ramón decidió jugar con dos de sus dedos que entraban y salían sin impedimento, como su pene en mi boca, duro y fuerte, estaba listo, para ser el primero en estar dentro de mi.
Se levantó, sin sacar los dos dedos que se perdían en los adentros de mi ano, se masturbó, deleitándose del trabajo hecho y sin ver, como si no existieran los testigos, tomó mi cuello, me levantó sin levantar mis rodillas del suelo, se colocó detrás mío, se hincó, tomé su pene en mi mano y lo dirigí a mi orificio que se abría y se cerraba esperando ser penetrado, y mi macho entró, suave y lento, y una vez dentro, se dejó caer al piso, acostado, me acuclillé sobre él y yo subía y bajaba deslizándome en esa tranca, gemíamos, recargué mi mano izquierda en su pecho y me ocupé de mi vagina, que desde hace varias horas, me pedía atención. Con un uave movimiento de mi mano abierta por encima de ella, jugando con mis labios, que a decirlo: son carnosos y largos, de un ligero color rosa. Deslicé mi dedo índice y medio dentro, en búsqueda de los activadores de placer. Tenía el control total, yo era quien subía y bajaba y yo era quien tenía, en la punta de mis dedos, el inminente orgasmo que no tardó en llegar: Ramón tomaba mi cintura y yo me dejé llevar ahora, cerré los ojos, abrí la boca, dejando caer mi mandíbula, relajado todos mis músculos, llevando toda la tensión a mi mano derecha, que apretó mi vagina, comprimiendo mi sexo y obsequiando el primer clímax de la noche, el primer orgasmo de esa marcha de regocijo que nos esperaba.
Completamente satisfecha y plena, me dejé tomar por mi hombre, quien aumentó la fuerza de su embate y a quien le ordené que su eyaculación debía ser dentro, viendo a los ojos de Ernesto: -lléname de tu semen, que lo quiero dentro para que esa verga entre, déjame toda tu leche dentro por favor.
Como respuesta mi amante se levantó, sin sacar su pene del fondo de mi orificio, me puso en 4, jadeando como un animal, me sostuvo el hombro con una mano y la cintura con la otra, era en ese momento un instrumento de su placer. Eyaculó, lo sentí, mucho calor, hervía mi interior, el semen trataba de hacerse paso, era tanto que empujó levemente la verga hacia afuera. Con una sensibilidad extraordinaria, pude ver ese pene desbordando mi interior. El, jadeaba y yo gemía de gusto, los dos desorbitados, llenos de placer, llenos de deseo que sería saciado por partes, durante la noche.
Y así, después de revivir eso en la recámara, después de limpiarme y volver a pintar mis ojos, amarrar mi pelo, lavar mi sexo y mi ano y ponerme la única prenda que usaría el resto de la noche: mi tanga azul. Le di un sorbo largo al whisky y le dije a Ramón: ¿vamos?. se levantó de un salto de la cama, me tomó de la cintura y salimos a encontrarnos de nuevo con nuestros invitados; la noche ya había comenzado, pero estaba lejos de acabarse.
Ramón se sentó en el individual y yo me quedé en la cocina sirviéndome un agua mineral con ginebra.
Sabía que me veían, que veían a otra, una distinta de la que los recibió,: veían a una mujer sin obstáculos, firme y decidida; porque así me sentía: dispuesta a que el placer fuera mío.
Me senté en las piernas de Ramón, le dí un beso en la mejilla y el me tomó de la cintura; volteé a ver a Ernesto, que permanecía desnudo, presumido, a diferencia de sus compañeros de faena, que llevaban sus pantalones sin abrochar el cinturón, igual que Ramón, descalzos, en espera de lo siguiente, mis ojos clavados en los ojos de Ernesto, le pregunté: -¿disfrutaste de mi?- a lo que contestó seguro y altanero que si, pero que podía hacerlo mejor, -No lo dudo, dije yo, -pero vendrás después, añadí.
Acerqué mi boca al oído de Ramón, quería continuar, sabía quienes eran los que quería para lo siguiente, le pedí que le dijera a Alejandro que se quedara en el sillón de tres plazas, solo; sus compañeros se levantaron y él se deslizó el pantalón hacia abajo; totalmente desnudo, comentó a jugar con su verga mientras yo le daba un sorbo a mi bebida, viendo su juego mientras Ramón mordía mi pezón.
Me levanté, sin ver más que la verga de Alejandro estaba tomando forma, pasaba de ser un tanto flácida a poseer un empalme digno. Le di mi bebida a mi hombre y me acerqué a mi nuevo amante, me senté junto a el, tomé su incipiente erección en mi mano y le besé en la boca mientras meneaba eso que sería mi juguete, lo besé y nuestras lenguas peleaban. Su verga estaba cada vez más dura, me agaché para lamer la punta, el hombre dejó liberar su lubricación, eso me prendía, con el tronco suave en mi boca, busqué con la mirada a Juan y entrecerrando mis ojos, supo que tenía que acercarse a nosotros. Se quitó el pantalón y lo aventó al fondo de la habitación. Su falo ya poseía un empalme decoroso, pero lo paré en seco, saqué de mi boca el jugoso miembro de Alejandro e invité a Juan a besar mi boca, su salivar se fundió con los fluidos de Alejandro, nada importaba: tomé su cabeza y la dirigí a mi vagina que se asomaba ya brillante de excitación debajo de la mojada tanga azul.
Obediente Juan, se hincó ante mí e hizo un buen trabajo tomando mis muslos para abrir mis piernas y morderlas en sus caras interiores. Mis pies flotaban mientras Boca de Juan, el más joven de los cinco hombres, se acercaba a mi vagina, lamiéndola sobre la tela de encaje, los fluidos contenidos de la excitación afloraron transparentando todo, escurriendo por la redondez de mis nalgas, y depositándose en el cojín del sillón que nos alojaba.
Mi lengua repasaba a Alejandro, quieto, su verga alcanzaba un tamaño delicioso con la presencia de mi boca, igual que mi vagina, se hinchaba palpitante de deseo mientras Juan jugaba a transformar su lengua en un instrumento que explorara mi interior.
Alejandro gemía lento, pausado, sostenía mi cabeza con una mano mientras la otra no dejaba de apretar mi nalga, yo gemía al unísono, por la excitación que proveía Juan entre mis piernas.
Desesperado por darme placer, como el macho que compite, ciego de deseo en el que todos se convertían, su boca paseaba copiosamente sobre todo lo que entre mis piernas había, y mi vagina respondía a cada movimiento de su lengua. Su barba de un día se enredaba con el pequeño pedazo de bello que había dejado apenas por encima del púbis, y retozaba su lengua por el borde mi vulva totalmente depilada. Comenzó a golpetear los labios de mi entrada que, para ese momento era un arrollo de placer, mordió el clítoris mientras succionaba lo que sus poderosos labios alcanzaban, deslizó dos dedos inquietos en mi interior, que despertaron un orgasmo que no hacía más que crecer hasta convertirse en un derroche de sollozos, gemidos, éxtasis y fuerza.
No tuve más que dejar de sorber la verga de Alejandro, para poder reclinar mi cara en su pierna y dejar que el orgasmo escapara lentamente.
Mis piernas se estremecieron, abrazaron a Juan, todos los músculos de mi cuerpo se relajaron, era una máquina de calor, una máquina de placer, una máquina de follar.
Apenas pude recuperar aliento escalé a mi amante Alejandro, mi vagina escurría, segregaba orgasmo desde lo hondo de su interior. Lo abracé, lo besé, lo rodeé con mis piernas y dejé que la gravedad me deslizara hacia abajo, dejándolo entrar con facilidad, haciendo que liberara un quejido de gozo, como el de un toro que descansa.
Con su empalmada verga inmóvil dentro, comencé a mover mi cadera contra su cuerpo, repasando mi clítoris contra la base de su bello púbico, todos los pliegues de piel que conforman mi vagina estaban en un estallido de sensibilidad.
Respiraba hondo para aumentar las percepciones de la piel, mi cuerpo chocaba contra él, el sudor comenzaba a hacerse presente, mis muslos resbalaban en sus piernas, mis pequeños senos recorrían su duro pecho.
Juan se había quedado hincado, se masturbaba frenéticamente, viendo la escena, en donde el perfecto trabajo que había hecho su boca, su lengua y sus dedos, servía para lubricar la deliciosa penetración que se fundía frente a el.
Deleite de un sexo delicioso, dejé que mis cuatro machos vieran ese placer, esa dicha que demostraba al cabalgar a ese amante que se ocupaba de mi. Me agitaba el hecho de sus atención, me volvía el objeto de deseo, me volvía el recipiente de su excitación, me volvía su diosa y su fijación, promoviendo que su único propósito fuera mi placer y mi satisfacción.
Poco a poco, mi cadera hizo que las rodillas de Alejandro salieran del área del asiento, sus piernas abiertas hacían que la penetración fuera intensa, casi recostado él, me incliné hacia hacia un lado suyo, exponiendo ese acto en donde nos fundíamos, en donde su pene desaparecía.
Mis ojos buscaron a Ramón, lo vi por encima de mi hombro y entre gemidos le pedí que se acercara; él sabía, tenía la instrucción, la experimentación era ahora. se acercó rápidamente con un nuevo recipiente de lubricante y se paró junto a nosotros; vertió el contenido desde la altura de su mano hasta mis nalgas, dejando que resbalara entre ellas y a continuación le dio el botecillo a Juan, quien lo vio con asombro cuando le dijo que lo siguiente era compartir espacio con Alejandro.
Ramón sabía, que deseaba lo deseaba con una ansiedad tremenda y, Juan y Alejandro lo harían realidad ahora.
Le pregunté a mi amante si sería capaz de cumplir mi deseo, agitado asentó con la cabeza, de la misma forma que respondió Juan a la misma pregunta.
Alejandro tomó fuertemente mis nalgas entre sus manos abiertas para detener mis movimientos, Juan movió una de mis piernas para poder colocar su pié en el sillón para ubicarse desde donde podría controlar la dirección de su verga para introducirla en el mismo húmedo lugar donde estaba la de mi amante: mi vagina.
Estáticos Alejandro y yo, Juan recargó su mano en mi espalda y la otra mantenía la firmeza de su pene que ya chocaba con el otro. Se resbalaba, el lubricante jugaba en su contra, requirió de fuerza, colocó la cabeza en la entrada vertical que palpitaba, presionó vigorosamente el pene de su compañero y entró despacio.
Mi espalda se arqueó y no pude más que gritar. Grité de placer, grité de la emoción y del deseo, quería más y la palabra más fue la que grité después.
Supliqué a llanto abierto que lo metiera hasta el fondo, necesitaba tener clara la sensación, y así lo hizo. Tuve que que empujar mi cadera contra ellos para lograr que sus penes entraran hasta lo profundo. Los tres luchábamos por imponernos, las tres caderas chocaban, la piel de los tres resbalaba y mientras lográbamos la armonía tuve un orgasmo brutal que hizo que las paredes de mi interior se expandieran para abrazar con apetito esas dos hermosas vergas húmedas que comenzaron a disputar el espacio que compartían. Peleaban por imponerse, como dos serpientes tratando de morder el fondo de la madriguera de su presa. Alejandro golpeaba el interior con su glande como si quisiera martillar mi punto G, y Juan abría todo el espacio posible. Hacíamos tres movimientos coordinados: yo totalmente hipnotizada por el placer, sólo podía resistir con fuerza las potentes embestidas de mis dos sementales que entraban y salían de mí con sincronía: mientras uno penetraba a fondo, el otro salía solo para tomar impulso y entrar cada vez con mas fuerza.
En medio de jadeos, alaridos de hembra y bramidos de machos, en medio del sonido que provocaban los choques de nuestros cuerpos, en medio de las expresiones de asombro de mis otros tres machos que atestiguaban, no pude controlarme, no quería controlarme: los gritos me ayudaban a tener fuerza, a soportar la presión de mis hombres, a abrir más mi cuerpo, a dilatar la entrada que estaba siendo usurpada.
Cada vez me golpeaban más y más esas dos columnas que rivalizaban en mi interior, hinchados y lastimados mis machos eyacularon lo que parecían litros y litros de semen. Sus erecciones eran eternas, la excitación los tenía tan al borde de sus físicos que aún después de soltar su leche a borbotones, seguían cogiéndome como unos animales en celo, desesperados por dar placer, ciegos de todo siguieron hasta que sus miembros perdieron dureza. Juan salió primero y se alejó agotado, dejando a Alejandro habitarme totalmente dilatada. respirábamos fuerte, tratando de recuperar el aliento, como después de correr un sprint contra el diablo, agotados, Ramón dio la orden: Ernesto, Daniel y él harían lo propio conmigo.
Yo no podía emitir palabra, extasiada, hecha añicos: deseaba ser poseída. Ernesto me tomó de la cintura y me levantó por el aire con facilidad, como si mis 65 kilogramos y mis 170 centímetros de altura no fueran nada, me alejó de mi amante Alejandro que se quedó tendido en el sofá y me llevó a una silla tumbona en donde aterrizó el primero, totalmente empalmado me clavó su enormidad fácilmente gracias a mi dilatación y empezó a bombear con fuerza. Mi gemir se convirtió en queja, mi voz se nublaba, el placer derretía todas mis fuerzas, pero quería más. Ramón se acercó por detrás de la silla, aquel trono que habitaba el rey salvaje, puso su pene en mi boca, con una ligera erección, sabía que mi trabajo era lograr su completa dureza.
Recuperé la poca fuerza que me quedaba para sujetar con mi mano esa tranca hermosa, para besarla toda, para que mi lengua fuera su compañera de juegos.
Montada sobre Ernesto, que me cogía como sobre una máquina de 200 caballos de fuerza y chupando el pene de mi anfitrión, del señor que me brindaba ésta fiesta, sentí las manos de Daniel clavarse fuerte en mi cintura.
Sabía qué sucedería al notar que Ernesto paró sus ataques. Con la boca llena de la verga de Ramón y la vagina saturada por Ernesto, Daniel puso un pié junto a mi muslo derecho, repitiendo la acción en el izquierdo y con las manos en mi cintura, sin tomar su pene, lo dirigió hacia el orificio de mi culo que lo exhortaba a hospedarse ahí; entró en dos segundos y para el tercero, comenzaban los movimientos como de una locomotora antigua que arranca lento, era el receptáculo de tres hombres que ocupaban cada quien una de mis tres cavidades para su deleite.
El éxtasis de la noche los tenía al borde de la satisfacción. Las embestidas de Ernesto no paraban, me provocaban sensaciones soberbias de gozo y combinaba perfecto a ese bombeo comprimido que hacía Daniel en mi ano.
Ernesto gemía y apretaba los dientes mientras arremetía por última vez, disparando una deliciosa carga de espeso semen.
Aligeramos el ritmo, Ernesto me dio un beso en cada uno de mis pequeños senos y nos indicó que quería librarse de esos tres cuerpos que estaban encima de él.
Daniel salió de mi y Ramón señaló el sillón grande con la mano para indicarnos que ahí sería la última batalla de la noche.
Le dí un beso y me recliné en el sillón, agarré la mano de Daniel para indicarle que su pene iría a mi boca, porque mi ano estaba reservado para el placer de mi dueño de esa noche.
Ramón sin pensarlo mucho dirigió su pene a mi ano, ya todo era fácil, mi cuerpo respondía inmediatamente.
Ramón me cogía delicioso y yo masturbaba a Daniel mientras le lamía la base en donde nacían sus huevos.
Ramón aceleró después de pocos minutos y daniel apartó mi mano para masturbarse el, apretó mis cachetes con su mano abierta para abrir mi boca, y al mismo tiempo, el gemido de mis últimos dos machos acompañaba el lanzamiento de su leche a mi interior, como si quisieran que chocaran los chorros de esperma en mi vientre, los dos respiraban fuerte, pero satisfechos.
La verga del hombre que me ofreció como sacrificio ese fin de semana salió dejando dentro las reminiscencias de su estadía. exclamó sorpresa y abrió mis nalgas, llamó a los 4 y les mostró la dilatación de mis dos orificios, el desgaste, el enrojecimiento y lo brillante de los fluidos que se alojaban ahí.
Me dejé caer exhausta sobre el sofá y Ramón se sentó ahí mismo, usé su pierna de almohada mientras los demás se repartían sus ropas que habían estado regadas en el piso de esa sala.
Se veían agotados pero felices. eran las 11pm, llevábamos 4 horas de frenesí. Ernesto me trajo otra botella con agua de la cocina y al dármela , sujetó mi mano y me dijo que le llamara.
Se fueron juntos y me quedé ahí, en la pierna de mi proveedor, casi dormida, le dije que me bañara y que me tratara con delicadeza.
Y así, nos metimos al baño caliente y nos recostamos a la luz de dos velas para abrazarnos y dormir.
-Marian.
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