Yolima

Una linda gordita me da sus encantos un sabado por la tarde.

Yolima me había resultado antipática en principio cuando la conocí: distraída y sumamente seca en su trato. Pero el devenir del día a día en el trabajo me fue revelando en ella una mujer dulce y con mucho amor para ofrecer. Lucía siempre como una niña grande con sus ojos negros de cejas preciosas tras los cristales de lentes de intelectual, sus mejillas rosaditas y su cabello recogido en dos trenzas largas amarradas al final con sendos moños infantiles.

Yolima era perfecta para enmarcar en un cuadro de Botero. Sus uno sesenta y dos de estatura se complementaban con sus entonces setenta y nueve kilos y medio metidos en un bello y voluptuoso cuerpo de curvas suaves y parejas. El equilibrio de su bien matizada gordura infantil se rompía sin embargo en un solo lado: en su pecho. Los senos desproporcionados eran según se mirara su mayor encanto o su elemento antiestético. Particularmente para mí, esos senos infinitos constituían un precioso don de Dios.

Venida de una ciudad lejana, algo gorda y  poco abierta socialmente no era pues una mujer que le interesara a hombres inmediatistas como los que pululaban a su alrededor. Eso facilitó mi camino hacia ella. No había interferencias indeseadas para conquistar a una mujer bonita, medianamente voluminosa y con mucho deseo por expresar en sus 28 años bien vividos.

Un sábado por la tarde, después de media jornada laboral dura y estresante la hallé solitaria en el paradero de buses con su falda elegante ondeando por la brisa suave. Ya estaba resignada a irse a morir de aburrimiento solitaria frente al televisor en su estrecho apartamento alquilado. Le pedí, entonces de forma cortés que tomáramos algo y contenta y extrañada me expresó un sí con esa sonrisa perfecta. Su rostro de niña se iluminó de pronto. Nos fuimos a un cálido sitio cercano en el que la música caribeña sonaba a volumen medio.

Después de cinco cervezas el universo que nos rodeaba era otro. Ella desinhibida y contenta bailaba resuelta y con profundo goce. Eso me fascinaba y yo hacía una fiesta con su cuerpo tierno. La abrazaba por su cintura y pegado a su cuerpo sudado me embelesaba con su perfume ligero. Solo interrumpíamos cuando ella iba al baño a mear los excesos cerveceros. Estaba contenta mi gordita y yo aún más que ella.

Sentía sus senos grandes y blandos como almohadones apretujarse contra mi pecho y mi mejilla pegada con la cálida suya. El deseo empezó a subirse de tono. No solo en mí, sino también en ella.

Bailando nos pusimos poco a poco de acuerdo y sin darnos cuenta nos estábamos besando como chicos traviesos. Su boca suave besaba con tantas ansias y entrega, que me transportó de inmediato a mis primeros besos con Inés, mi primera novia. Mis manos resbalaban insistentemente por su espalda y las de ellas también sobre la mía. Estábamos encendidos de deseos. Era evidente.

-“Te deseo tanto Yolima.”- le susurré al oído con tono decente. -“Yo también” -  me respondió con voz traspirante. -“Vamos a otro sitio donde estemos solos tu y yo” – le propuse con desespero. -“Vayamos a casa. Te parece? ” – resolvió con ansiedad

Nos tomó diez minutos eternos en taxi llegar a su pulcro y ordenado apartamento en un tercer piso en un edificio del centro de la ciudad. Durante el trayecto casi ni respetamos al conductor, porque lo mismo hubo besos tiernos que caricias obscenas al interior de ese automóvil amarillo.

Llegamos. Hubo pocas palabras. Cerrada la puerta solo hubo escasos segundos para echar un vistazo al bonito piso. Su boca pronto inundó la mía. Su lengua juguetona que había sido tímida, se desbordó en lujuriosos movimientos dentro de mi boca. Era seductora y suave esa preciosa mujer. Mi verga endurecida pronto se hizo evidente. Nos sentamos en el sofá a lado y lado y nos ofrecimos un beso intenso y corto como de novios que aprovechan cuando la suegra se levanta. Ella tenía una falda blanca y larga hasta las pantorrillas que la hacía lucir elegante. Su blusa conservadora de mangas largas no ocultaba, sin embargo el busto inmenso de su cuerpo.

Mi boca resbalaba por su cuello suave y sudado. Esos sabores me incitaban a continuar mientras Yolima, excitada y entusiasmada por tener un hombre consigo, musitaba entre gemidos cosas a veces incomprensibles.

Yo me quité la camisa y ella animosa me besaba el pecho velludo. Recorría el camino vertical de pelos hasta llegar a mi abdomen. Sus manos me acariciaban ya el bulto agreste de mi falo hambriento. Yolima era otra, era mujer muy mujer. Estaba entregada y resuelta. Se sentía tan honesta y bella. Tan hermosa y deseable. Tan enamorada. Y me tenía encantado, excitado y entregado. Me sentí de pronto tan enamorado de esa mujer vetada por tantos hombres. Sus encantos eran tantos y a medida que pasaban los minutos yo descubría más y más.

Su lengua subía lentamente por mi cuerpo, pasaba por mi cuello y juguetonamente se unía con la mía en un beso profundo. Me quité entonces el blue jean. Mi boxer rojo y apretado constituyó para ella una fantasía. Me contempló con sus ojos llenitos de lujuria. Miraba mi bulto vulgar bien pintado que amenazaba con romper la tela de la prenda interior. Sonriente, Yolima desnudó su tronco. Desbrochó lentamente los seis botones blancos y grandes de su blusa amarilla. Por fin ante mis ojos aparecieron ese par de calabazas puras de carne blanca casi desbordadas de sus sostenes de gran talla elegantes y de encajes amarillos que bien le combinaban con su blusa. Casi se me salía la baba embobado por tamañas bombas preciosas. Ya imaginaba mi pene metido en ese inmenso mar de carnes.

Me levanté y me puse frente a su rostro hermoso aún con los lentes empañados. Ella solo contemplaba mi bulto. Se lo ofrecí con un ademán de mis cejas. Ella bien lo comprendió y se sintió autorizada para no esperar más. Me bajó el boxer y mi verga dura y seca con las venas infladas salió disparada quedando a centímetros de su boca. Yolima, sorprendida se saboreaba haciendo un gesto seductor con su lengua al humedecer sus labios.

La tomó con su mano y sintió las palpitaciones.

-“Está caliente” – musitó par sí

La frotó por sus mejillas con ternura inusitada como si mi verga fuera un muñeco de felpa. Con sus labios rosados y seductores regaba besitos ligeros a lo largo del meandro que formaban las venas hinchadas de mi palo que yo sentía como suaves aleteos de maripositas. Un dulce cosquilleo hacía temblar mis piernas mirando a tamaña niña grande hacer travesuras tiernas con mi sexo.

Yolima, inhalando los aromas viriles de mi pene jugaba graciosamente a pelar y cubrir con mi prepucio mi glande rosado e hinchado. Sus deditos pulcros y redondos empezaron entonces a masturbarme y un una tibia humedad pronto cubrió la puntita de mi sexo: lo había metido en su boquita salada.

Liberada y con creciente confianza, Yolima me regaló una mamada profunda y bellamente excitante que me suscitó oleadas de placer por todo mi cuerpo. Sacudía su cabeza hacia delante y hacia atrás comiendo mi palo golosamente. Sus trenzas echadas hacia delante caían sobre las sinuosas curvas de sus grandes tetas de vaca lechera.

Mientras me mamaba desbrochó su brazier cayendo éste con melodrama en su regazo. Por fin sus famosos y comentados senos gordos al desnudo. Belleza, estética, sorprendente sensualidad y mucho morbo son las cosas que puedo afirmar que me produjo mirar esas tetas para mí perfectas.

Esparramadas a lado y lado, pero sorprendentemente firmes y blandas a la vez, de una blancura europea y unos pezones redondos, amplios pintados de un rosado hermoso e indefinible; sus tetas pronto fueron el refugio de mi pene ardiente. Ella, con sus manos que lo mismo pueden acariciar flores que mi verga agreste, las apretujó creando un hermoso y sensual canal profundo. En un vaivén espontáneo y con el morbo en mi cabeza me hice la paja rusa entre sus senos. No paré de mirar y mirar el espectáculo porno que esos senos recogidos daban con mi verga dentro. Evité derramarme. Faltaba mucho todavía.

Paré para agacharme. Mi boca hambrienta se dio gusto chupando cada centímetro cuadrado de esa superficie blanda y carnosa. Sus ricos pezones endurecidos fueron el fruto favorito que chupé, mordí y lamí hasta el cansancio. Mis manos tuvieron el placer de acariciar su espalda tersa y desnuda al tiempo.

Me volví a levantar y habiendo ensalivado su inmenso y hondo entreseno, volví a masturbarme entre sus tetas. No me contuve esta vez y aceleré mis embestidas hasta la violencia misma y sin avisarle me derramé profusamente en esos senos gordos. El semen pegajoso humectó el entreseno que luego con mi palo yo jugaba a regarlo todo por toda esa accidentada geografía hasta humedecer las cimas de sus pezones. Ella sonreía con gracia disfrutando mi orgasmo en sus pechos que luego limpió burlonamente con la tela de mi boxer.

Me agaché hasta el piso. Besé sus pulcros pies ya descalzos  y subí lentamente por sus potentes pantorrillas alzando al paso su falda con mi cabeza. Pronto me hallé en sus carnosos muslos que ella bien separaba para darme cabida. Empezó a enloquecer cuando mi lengua revoleteaba en la parte alta de sus muslos justo en el dobladillo de su ancho calzón amarillo pollito. Mis manos neceaban por allá arriba sus tetas esparramadas. Yolima gemía y musitaba cosas inconexas.

Mi boca, como mariposa en una flor, se posó en su encrucijada. El vaho de jugos vaginales abundantes secretados desde hora y media atrás combinado con los restos de orines cerveceros me excitaban hasta la misma locura. Besé su amplia concha por encima del calzón obligándola a abrir sus piernas de par en par. Estaba entregada. Entonces, sin necesidad de quitarle la falda preciosa, retiré lentamente la seda de su calzón de talla amplia como si fuera el forro de un caramelo. Ante mis ojos se fue revelando la cosa mas bonita que hasta ese momento había visto: una vulva gordita con apenas un moño de pelaje oscuro perfectamente rebordeado y sus labios jugosos y rosados ensanchados completamente embalsamados de sus jugos. Mi nariz se embriago con esos aromas silvestres puros de mujer.

El manjar era inevitable. Era un pecado no comerse semejante almeja preciosa. No nos hicimos esperar. Con todas las ganas del mundo saboreé primeramente con la puntita de mi lengua de abajo hacia arriba el dulce canal carnoso y rosado de sus labios mayores. Hice luego un poco de presión y los jugos de sus blandos labios menores me inundaron. Me fui lanza en ristre con todo a lamer como can domado su abundante y generosa concha hasta encontrarme con la perla: su pepita inflada.

Se la lamí y se la comí hasta hacerla estallar en un orgasmo violento que expresó empujando mi cabeza con fuerza contra su sexo y cerrando sus piernas como tenazas contra mis sienes. Casi me apachurra esa mujer mientras gritaba y aullaba como perra el orgasmo intenso, gozosa e inconscientemente fuera de sí.

Tomamos un respiro de minutos. La dejé gozar y recuperarse de su derroche de energía orgásmica. Mi tubo ya estaba hambriento y listo para comerse lo que mi boca le había preparado. Nos fuimos entonces a la cama en su cálido y demencialmente organizado cuarto.

Se postró boca arriba con su falda plegada sobre su panza y sus tetas gordas y esparramadas apuntando hacia horizontes opuestos. Era linda, tremendamente linda. Sus piernas abiertas y semirecogidas me ofrecían ya su capullito abierto. Me ensarté, entonces como lanza. Mi verga entró en su horno  totalmente y el goce fue indecible. Ese fogón me daba tanto placer que sentía que mi cuerpo se quemaba cada vez que el mete y saca cobraba fuerza. Mis bolas castigaban el rededor de su culo y Yolima solo gemía y pedía más y más con sus trenzas tiradas sobre la almohada. Mi verga ardiente entraba con fuerza y mi vello púbico se besaba con el de ella. Yo aprovechaba para chupar sus tetas cuando recostaba por momentos mi regazo encima de su panza y me rostro quedaba inmerso en su senos.

Le pedí, luego que se pusiera en cuatro. Quería poseerla mirando su espalda y su trasero. Con ansiedad lo hizo y sus nalgas desnudas por fin se revelaron. Eran rosadas pálidas, pero rojizas en el centro. Le retiré su falda y quedó por fin completamente desnuda. Que mujer!. La contemplé con placer y luego hundí el sexo en el suyo desde atrás. Un plap plap plap intenso era la música en la estrechez de esa alcoba. Mi pelvis golpeando contra sus nalgas y mi verga roja de tanto frotarse entre sus carnes entraba y salía viciosamente resbalándose en su aún abundante viscosidad. Fue entonces cuando estallé por segunda y última vez en esa tarde de fantasías. Chorro a chorro y gota a gota me corrí en lo más profundo de su vagina carnosa. Ella gustosa me diría después que sentía palpitar mi verga en su interior.

Nos bañamos jugueteando, cenamos después  y borrachos de amor decidimos quedarnos juntos esa noche de sábado. Ella me cantó canciones de amor acompañándose de su guitarra con esa prístina voz de ensueño. Luego hicimos el amor de mil maneras.

Vendrían luego, decenas de fines de semanas más en los que derrochamos nuestro profundo amor secreto.