Yolanda en el convento.
Yolanda, una joven de 26 años muy activa sexualmente visita un convento de incógnito para tratar de cumplir la última fantasía sexual que le ha calentado: seducir a un párroco.
Yolanda paró el coche después de media hora de trayecto, se miró en el espejo retrovisor para asegurarse de que ni una gota de maquillaje cubría su rostro de piel clara, y sonrió.
El frió de la mañana acaricio su rostro. Pese a que la primavera ya había entrado hacía casi mes y medio las mañanas seguían siendo frías, y más aún cuando en lugar de en su ciudad caminaba por un pueblecito al que había ido con la intención de cumplir una nueva fantasía sexual.
Yolanda, a sus 26 años ya había cumplido decenas y decenas de fantasías, para ella era un desafío y una diversión conseguir hacer realidad todas las situaciones eróticas que se imaginaba en su calenturienta cabeza. En aquella ocasión se había desplazado hasta las proximidades de un convento con la intención de seducir a algún cura.
A la joven no le había costado demasiado esfuerzo conseguir un hábito de monja, el cual la cubría todo el cuerpo, salvo la cara y las manos que percibían el frió que hacía en aquel alejado convento.
Yolanda, que no estaba acostumbrada a vestir de una forma en la que casi no se la veía el cuerpo compensó aquel recato prescindiendo de ropa interior, con lo que no paraba de sentir como la aterciopelada tela de su hábito la acariciaba su trasero, su sexo y sus pechos.
La chica, que deseaba pagar a la gente del convento la situación tan erótica que le iban a ayudar a vivir, sin ellos saberlo, llevaba en la mano derecha una bolsa llena de prendas de ropa que tenía intención de dar a la beneficencia para así poder quedarse un par de horas por el convento buscando a quien le ayudaría a llevar su fantasía a la realidad.
Yolanda se presentó ante la gran edificación y agarró con fuerza el artilugio metálico con el que golpeó a la gruesa puerta de madera en tres ocasiones. La chica agudizó el oído para ver si escuchaba a alguien acercarse para recibirla, pero al no oír nada se dispuso a golpear de nuevo, pero paró al instante cuando vio como se abría de golpe la rejilla de la puerta.
- ¿Qué desea?- preguntó la monja de voz anciana desde detrás de la puerta.
- Buenos días hermana, me llamo Yolanda soy novicia de otro convento y vengo a hacer una donación de ropa- dijo la joven mostrando la mejor de sus sonrisas y levantando la bolsa con la que cargaba.
Tal y como la joven esperaba la monja no puso ninguna oposición y abrió lentamente la puerta para cederla el paso y recibirla con una sonrisa, los donativos, viniesen de quien viniesen siempre eran bien recibidos.
Yolanda siguió a la anciana monja por los fríos y oscuros pasillos del convento hasta llegar a la sala en la que guardaban las donaciones que recibían. La chica, que no tenía nada que ocultar, ya que las prendas que donaba eran camisetas y pantalones de sus hermanos, vació la bolsa sobre la mesa para que la anciana asintiese ligeramente con la cabeza.
- Muchas gracias por su amabilidad, veo que hay mucha ropa de verano, nos viene perfecto- dijo la monja sonriendo, ya que tan solo faltaba un mes para que llegase junio.
- Nosotros estamos en una localidad más pequeña y nos han llegado muchas donaciones, así que hemos creído oportuno donar a conventos más grandes como es el suyo que llegan a más gente- mintió Yolanda sonriendo.
Una vez Yolanda hubo ayudado a la anciana a colocar la ropa en uno de los armarios que tenían para aquel menester, la joven fue amablemente guiada por el monasterio para que conociese el lugar en el que vivía con otras más de 20 monjas y tres curas, cada uno de los cuales vivía allí pero no tenían responsabilidades con el convento, tan solo lo usaban de residencia en lugar de hacerse una casa junto a la iglesia que cada uno de ellos regentaba.
La joven no pudo evitar reprimir una sonrisa cuando escuchó que tenía a tres candidatos para seducir el aquel convento, con lo que muy mal tendría que dársela para que ninguno de los tres cayese en sus redes.
- ¿Ese es uno de los padres?- preguntó Yolanda en un susurro a su anciana guía señalando a un hombre alto, de pelo corto y castaño, de unos 45 años y que en aquellos momentos estaba hablando con una monja cuya edad desde aquella distancia no podía calcular.
- Sí, es el padre Ricardo- dijo la anciana.
- ¿Me haría el favor de presentármelo, hermana? Es que tengo que retomar mi viaje y me gustaría confesarme antes.
- ¿Has pecado, hermana?- preguntó la monja en tono amigable.
- No hermana, es que hace tiempo que no me confieso y tengo un par de pequeñas faltas pendientes- mintió sonriente, para dar a su anfitriona sensación de normalidad.
La monja, comprendiendo la situación de su acompañante la llevó a presencia del padre Ricardo, para que Yolanda se presentase como correspondía. La chica estuvo a punto de acercarse al cura y darle un par de besos en las mejillas, pero por fortuna se metió antes en su papel de monjita y lo saludó con una ligera inclinación de cabeza.
Yolanda, que había visitado otro convento semanas antes para no ser pillada fácilmente si alguno de los habitantes de aquel le hacía demasiadas preguntas , no tuvo ningún problema a la hora de pasar por una novicia normal y corriente.
- La hermana Yolanda necesitaba expiar sus pecados antes de continuar con su viaje, padre Ricardo- dijo la monja.
- Sí- dijo Yolanda rápidamente- me haría un gran favor, le aseguro que no le llevaré mucho tiempo, siempre trato de evitar tentaciones y pecar lo menos posible- dijo la mujer esperando que el párroco se dignase a confesarla.
- Desde luego hermana- dijo el hombre señalando la zona en la que estaba el confesionario- por favor acompáñeme.
Yolanda, asintió ligeramente agradecida y sonrió encantada cuando estuvo segura de que ni el padre ni la monja observaban su rostro, todo estaba saliendo a pedir de boca.
Al dejar de ser acompañados por la anciana monja los dos pudieron desplazarse mucho más rápido por el convento, llegando hasta la cabina del confesionario en tan solo un minuto, lugar de una total intimidad, ya que no se habían cruzado con nadie durante el trayecto.
El padre Ricardo se adentró en el confesionario y Yolanda no tardó en clavar sus rodillas de tal modo que su cara quedaba a la altura de la reja que lo separaba del párroco.
- Ave María purísima- dijo Yolanda deseosa por confesar.
- Sin pecado concebida- dijo el cura con el tono de voz neutro- ¿Qué te aflige, hermana?
- Preferiría comenzar por el último pecado, padre- dijo la chica tratando que su excitación no se viese reflejada en su voz- he mentido antes con lo de la confesión, deseo confesarme aquí porque temo que el pecado que he cometido pueda costarme que me echen del convento en el que ahora resido- explicó Yolanda hablando despacio, mientras sentía como sus pezones comenzaban a endurecerse y su sexo a mojarse.
- ¿Qué has hecho, hermana?- preguntó el cura con voz neutra, con un tono de voz que dio tranquilidad a Yolanda.
- Verá…- dijo fingiendo reparo y bajando un poco la voz- últimamente me están asaltando un gran cantidad de pensamientos impuros- explicó- siento como si un demonio sexual se hubiese metido dentro de mí.
- ¿Has cedido a esos impulsos, hermana?- preguntó Ricardo tratando de no alterarse.
- No padre, aún no, pero creo que no tardaré, mi voluntad es fuerte, pero mis deseos cada vez son más poderosos- explicó la chica fingiendo temor- temo no poder controlarme dentro de poco y hacer algo que no tenga vuelta de hoja.
- Cuéntame que sientes cuando te invaden esos deseos- pidió el padre, haciendo sonreír a Yolanda que estaba preparada para aquella pregunta, la chica, modesta comenzó a susurrar por temor a que alguien escuchase de su pecaminosa conducta.
- Debo de confesar que en algunas ocasiones he alimentado con placer al demonio que se adueña de mí, tocándome yo misma, esto sí se lo he confesado a mi confesor habitual- explicó la chica siempre en susurros.
- ¿Qué no le has confesado?- preguntó el padre queriendo llegar al fondo del asunto.
- Lo que no le he confesado ha sido que desde hace algunas semanas no vale solo con tocarme para aliviar el calor que se libera dentro de mí- dijo Yolanda- para sentirme libre de las garras de ese demonio sexual tengo que hacer cosas más pervertidas, padre: he salido del convento sin mis hábitos para seducir muchachos, dentro del convento he espiado al párroco, he incluso he tratado de seducirlo, he tenido pensamientos impuros con algunas otra novicia… por ahora no he consumado nada padre, pero tengo temor de que en alguna de estas ocasiones recupere la lucidez demasiado tarde y reaccionar cuando sea demasiado tarde.- el padre Ricardo tardó unos segundos en asimilar la información hasta que finalmente volvió a hablar.
- Esto que me cuentas es muy grave, pero a juzgar por tu confesión siento que deseas cambiar- dijo el hombre.
- Así es padre, ¿Podría ponerme usted en el buen camino?- preguntó la chica elevando un poco el tono de voz.
El padre Ricardo dio a la supuesta novicia una larga charla sobre los apoyos que debía buscar para pensar lo menos posible en el sexo, tentación a la que prácticamente todo el mundo estaba sometido, pero en la que la gente de la iglesia no podía caer. Yolanda por su parte explicó al cura su situación, en la que no solo aquellos pensamientos impuros la invadían cuando estaba a solas, sino en muchas otras ocasiones cuando estaba viviendo cualquier otra situación tanto con gente del convento como ajena a este.
- El otro días, sin ir más lejos- inventó Yolanda- teníamos en el convento a un par de carpinteros que habían venido a restaurar unas cosas, uno de ellos se cortó en el hombro por culpa de un clavo suelto y rápidamente me lo llevé a la sala del botiquín para tratar de sanarlo, todo iba normal hasta que este se quitó la camiseta, mi cuerpo comenzó a acalorarse… si no llega a ser por la hermana María no sé lo que podría haber pasado.
- Tienes que ser fuerte, hermana- dijo Ricardo desde el otro lado del confesionario apremiándola.
- Lo sé padre, y lo intento- dijo comenzando a sollozar ligeramente- pero es que siento que voy a acabar cayendo y tirando por la borda toda la vida virtuosa que me he labrado.
Ricardo, viendo el estado de Yolanda salió del confesionario para darla consuelo, rodeándola con su fuerte brazo por los hombros y atrayéndola hacia si. La muchacha continuó fingiendo estar afectada por su difícil situación mientras ella misma abrazaba el fuerte cuerpo del cura, comenzando a sobarlo lentamente.
Ricardo, no percibiendo malas intenciones, permitió que la joven novicia lo abrazase en busca de consuelo, no pudiendo el hombre evitar sentir los grandes pechos Yolanda aplastándose contra su abdomen, y las manos de la mujer cada vez más cerca de su entrepierna, lugar donde su pene había comenzado a hincharse al escuchar las calientes historias de Yolanda, erección que se había visto incrementada por el contacto físico. La joven se alejó del párroco al instante cuando sintió el duro bulto bajo los pantalones del hombre.
- Lo siento mucho, padre- dijo Yolanda arrodillándose en el suelo y mirando al suelo- no pensé que al tratar de ayudarme usted podría verse afectado por mi problema.
- No te preocupes, hija- dijo el hombre tratando de quitar importancia al tema. Yolanda levantó lentamente la vista hasta clavar su mirada en el paquete del cura, para a continuación respirar agitadamente.
- Me marcharé con un gran cargo de conciencia si no me deja ayudarle con ese problema, padre, déjeme…- dijo Yolanda agarrando a Ricardo del pantalón, pero viéndose sorprendida por este que dio un par de pasos hacia atrás.
- No hija, esto no está bien- dijo el hombre que se veía que la situación le estaba sobrepasando.
- Lo sé, padre- dijo la chica elevando su tono de voz, ligeramente desesperada- pero siento que no voy a poder aguantar mucho más tiempo soportando esto, padre, noto que voy a acabar cayendo muy pronto…
- No digas eso, hermana, tienes que resistirte a la tentación- dijo el hombre gravemente, pero aún así con una gran erección marcada bajo el pantalón negro.
- De acuerdo padre, trataré de resistirme, pero al menos no me haga salir del convento sintiéndome culpable, déjeme intentar aliviarlo, si no lo consigo me marcharé sin más.
Ricardo, viendo que Yolanda no iba a salir del convento hasta que él no cediese, y con la mente bastante turbada por la excitación a la que se estaba viendo sometido levantó a la monja agarrándola del hombre y las instó a que lo siguiese a una habitación cuya puerta abrió con una llave, en la que tan solo había un escritorio, una cama y una ventana que en aquel momento estaba cubierta por una cortina bastante tupida.
Yolanda, que no tenía todas consigo de que el cura fuese a acabar cayendo en sus redes de seducción sonrió para sí cuando este se bajó los pantalones de golpe y mostró a la intrusa una verga de buenas proporciones, coronada con un gran glande rosado y con un tronco grueso recorrido por un par venas.
Fingiendo timidez y nerviosismo se arrodilló delante del párroco, quedando la polla de este a escasos centímetros de la boca de Yolanda. La chica levantó la cabeza un poco para corroborar la aprobación de Ricardo y cuando detectó un ligero asentimiento de cabeza de este comenzó a lamer con cuidado el falo que tenía ante ella.
Tratando de que el cura no se diese cuenta de que aquello era un engaño, la muchacha chupó como si de una primeriza se tratase, lamiendo con timidez la polla desde los testículos hasta la punta del pene, mordiendo y disculpándose al instante cada vez que trataba de metérsela en la boca…
- ¿Le gustaría verme desnuda, padre?- preguntó Yolanda cuando sintió como el hombre estaba más cerca de correrse.
- Sí hermana, hazlo- dijo el hombre jadeando, ya totalmente poseído por la lujuria.
- A mí también me gustaría verle desnudo, padre- dijo la chica incorporándose y comenzando a quitarse el hábito.
Yolanda no pudo reprimir una sonrisa cuando vio la cara de excitación del cura al contemplar el cuerpo desnudo de la chica, la cual se sentía muy orgullosa de sus largas piernas, de su pequeño sexo depilado, de pequeño clítoris rosado y labios del mismo color, pero sobretodo de sus hermosos pechos que eran grandes, redondeados, claritos, muy firmes y estaban coronados con un par de pezones grandes y marrones que acostumbraban a ser un manjar para todos sus amantes y que en aquel momento estaba un poco cubiertos por el largo cabello negros de Yolanda,
El párroco, poseído por el deseo de agarrar los pechos de Yolanda, caminó como un autómata hasta ella y posó sus fuertes manos sobre ellos, mientras la chica tanteaba el fuerte torso del hombre, compuesto por unas abdominales ligeramente marcadas y unos pectorales fuertes cubiertos de bastante pelo.
A Yolanda le costó un poco reprimirse y no lanzarse sobre el hombre para deleitarlo con toda clase de besos y caricias, pero en su lugar trató de fingir una candidez que ya hacía mucho tiempo que había perdido. La chica, buscando la comodidad de ambos lo que si hizo fue ir llevándolo poco a poco hasta la cama, lugar donde Ricardo acabó tumbado de espaldas con el pelado y húmedo sexo sobre su abdomen.
La chica, a la que el cosquilleo de los pelos del pecho del hombre le producía un gran placer comenzó a restregar su vagina desde los duros pectorales del cura hasta las marcadas abdominales de este, sintiendo una y otra vez como la erecta polla del párroco chocaba contra la parte baja de su espalda.
El hombre no puso oposición alguna a que la joven novicia lo bañase con sus jugos, ya que las manos del padre estaban centradas en amasar las grandes masas de carne blanda y suave que conformaba los pechos de Yolanda. La joven, viendo lo extasiado que estaba el cura y pensando que nunca se iba a cansar de aquello decidió ir un poco más lejos quitándoles las manos de sus senos para después tirarse sobre él, dejando la cara del excitado cura entre sus hermosos pechos.
Yolanda gimió de placer y sorpresa cuando sintió como los labios y la lengua de Ricardo comenzaban a estimular sus grandes pechos, mientras que las manos del hombre se dedicaban a toquetear el cuerpo de la joven, especialmente estrujando las blandas nalgas de la novicia.
Cuando la chica decidió liberar la cara del párroco lo sonrió al ver lo rojo que se había puesto y pegó sus labios a los del hombre para darle un largo beso que el hombre correspondió con lujuria y deseo.
- ¡Date la vuelta!- ordenó el padre agarrando con fuerza las nalgas de la chica.
Yolanda, contenta de que el hombre pese a su inexperiencia decidiese tomar las riendas de la relación, sonrió y se dio la vuelta sobre el abdomen de Ricardo, no tardando este en deslizarse entre las piernas de la joven para comenzar a lamer sin pudor alguno la zona íntima de Yolanda, pasando su lengua desde los húmedos labios vaginales hasta el pequeño ano que se escondía entre las blandas y suaves nalgas de la supuesta novicia.
Los gemidos masculinos y femeninos llenaron toda la estancia, ya que Yolanda no tardó en mostrar de nuevo un papel activo en la relación, cuando no pudo evitar llevar sus manos y boca al hinchado miembro de Ricardo, sobando y lamiendo con pasión y lujuria el hinchado tronco de su verga y sus duros y pesados testículos.
- Padre, me encantaría sentir su cosa dentro de mí- dijo la chica cuando sintió que el falo del párroco había adquirido su tamaño máximo- ¿Me deja metérmelo?- pidió la chica.
- ¡No!- respondió el hombre tajantemente- ¡Te la meteré, pero cuando yo diga y como yo diga!- dijo el cura con firmeza.
- Sí, padre, lo siento- se disculpó Yolanda sumisa, aunque no pudo evitar calentarse al recibir aquel trato.
Ricardo, para que Yolanda fuese consciente de que era él el que mandaba, permaneció durante unos minutos dando y recibiendo sexo oral, hasta que finalmente indicó a la chica que se levantase. La joven, a la que en muchas ocasiones no la desagradaba desempañar un papal pasivo en las relaciones, no dudó en incorporarse y colocarse como el hombre la indicó: tumbada boca arriba sobre la cama con las piernas separadas para recibir a su amante.
Yolanda no se sorprendió vio como el cura se colocaba sobre ella apuntando su verga sobre el sexo caliente y palpitante de la mujer, ciertamente la postura del misionero no era ni mucho menos su favorita, pero la carga de morbo que llevaba la situación era más que suficiente para que estuviese deseosa de recibir aquella penetración.
La joven gimió con fuerza cuando sintió como el duro y grueso falo del párroco se abría paso dentro de ella como un ariete, atrapando prácticamente al instante al penetrador rodeando con las piernas los muslos de Ricardo y con los brazos el duro y moldeado torso de este, que aplastó los duros y moldeados senos de la chica.
Ricardo, que a juzgar por sus gemidos se sentía muy excitando con su verga metida en el caliente interior de Yolanda, comenzó a embestir con fuerza, provocando los gemidos de placer de la penetrada, que lejos de quedarse quieta recibiendo aquel pene venoso en su sexo comenzó a lamer y morder el cuello del párroco, besar su cara y labios y acariciar con sus rápidas y hábiles manos los tensos músculos del penetrador.
Aquellos tocamiento, que no hacían más que reforzar el ímpetu del cura, provocaron que el hombre no tardase en agarra con violencia a la mujer y cambiar de postura con ella quedando Yolanda por encima. La chica, que adoraba cabalgar a su amante sonrió lascivamente a su amante que instantáneamente posó sus manos sobre los pezones de la novicia para estrujarlos con fuerza para después bajar a las caderas de la joven para obligarla a botar al son que él necesitaba.
La cabalgadora quedó gratamente sorprendida por el aguante de su montura, ya que había imaginado que a las alturas de relación que llevaban este ya debería haberse corrido.
El cura, desde su posición observa hipnotizado el como botaban una y otra vez los grandes pechos de Yolanda, que había apoyado sus manos sobre los peludos pectorales de su amantes para poder saltar sobre aquel imponente falo con un punto de apoyo más o menos estable.
- Padre, estoy a punto de llegar- mintió la chica que aún podía aguantar unos minutos más a aquel ritmo- ¿Cómo va usted?
- Yo también estoy cerca- dijo el párroco agarrando las caderas de Yolanda para hacer que esta se moviese aún más rápida.
Yolanda gimió de manera exagerada, como era normal en ella, cuando sintió que estaba a punto de alcanzar el orgasmo, gritando de manera muy aguda de placer cuando notó como la dura y palpitante polla de su amante comenzaba a regar su interior con una importante descarga de semen, provocando que la cabalgadora también se corriese y cubriese de fluidos el sexo de Ricardo, que no se dio cuenta de nada ya que estaba centrado en mirar el techo gimiendo y disfrutando de las sensaciones que acababa de experimentar.
- Muchas gracias padre- dijo Yolanda tumbándose mimosa sobre el cura y besándolo en los labios, sintiendo como la polla de este se iba volviendo flácida y pequeña en su interior- creo que con esto ahuyentará a mi demonio sexual durante mucho tiempo.
Una vez dicho esto la chica se incorporó y se puso su hábito de monja con la intención de salir del convento lo antes posible una vez cumplida su fantasía. El párroco se levantó para acompañarla, pero Yolanda, que no deseaba causarle problemas, le recomendó que se diese una ducha ya que olía demasiado a fluidos de hembra y alguna de las hermanas podría detectarlo.
Yolanda, que más o menos recordaba como se salía del edificio caminó rápidamente hacia la salida, pero justo antes se encontró con la misma monja que le había recibido en su llegada.
- Pensaba que ya te habías marchado, hermana- dijo la monja anciana.
- No, es que según hemos ido avanzando me he dado cuenta de que no había confesado algunos pecaditos- dijo Yolanda con una sonrisa despreocupada.
- Espero que nada grave.
- No para nada, el padre Ricardo ha sido muy amable al hacerme un hueco- dijo la chica agradecida mientras abría la puerta de salida- si volvemos a tener excedentes de ropa no dudaré en venir a donarlos aquí.
- Muchas gracias hermana, esperamos verte pronto por aquí de nuevo- dijo la monja sonriendo.
- Yo también lo espero- dijo la chica devolviendo la sonrisa y caminando contenta hacia su coche una vez cumplida su fantasía.
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