Yolanda

Odiábamos a nuestra profesora pero es que no éramos nada justos con ella.

El profesor que exige mucho a sus alumnos difícilmente puede conseguir su cariño. Ella era nuestra profesora de gimnasia y vaya que sí nos exigía: no quedaba satisfecha hasta vernos agotadas. Primero nos sometía a un duro calentamiento: las flexiones había que hacerlas rapidito y bien, hasta tocar el suelo. Después, cuando no habíamos acabado de tomar aire, tocaba algún ejercicio con el potro o las colchonetas. Por último salíamos al patio y jugábamos al fútbol, baloncesto o voleibol; y nada de relajarse en los partidos.

Ella nos hacía sudar y nosotras nos vengábamos atacándola a sus espaldas. Nunca la llamábamos por su nombre, Yolanda, sino que para nosotras era la sargento, la teniente O’Neill o algún otro mote que nos pareciese ingenioso. Otras veces sencillamente hablábamos de la "puta cabrona"; tal era el cariño que le teníamos.

Aparte de su mal genio nos burlábamos de su aspecto y decíamos que parecía una bruja de seca y delgada como estaba. No era justo porque era una mujer atractiva a pesar de su aspecto agresivo. La verdad es que estaba en buena forma y no había nada de grasa en su cuerpo sino que el culo era redondeado y los pechos erguidos. Los chicos eran más justos con ella en este aspecto, y aunque decían de ella también las mismas barbaridades que nosotras, reconocían no obstante su atractivo. En cuanto a las facciones de su cara eran duras y un tanto agrias, más salvajes por su pelo negro recogido en una coleta, pero hermosas; revelaban a una mujer de un carácter muy fuerte que, aunque difícil de imaginar, podía ser muy cariñosa.

Aquella fría mañana de Noviembre no dejaba de maldecirla en mis pensamientos mientras nos sometía a sus horribles ejercicios. Estaba rendida cuando empezó el partido de fútbol y sacaba fuerzas de la mala leche que se me había puesto. Con esa mala leche traté de arrebatarle el balón a una compañera y conseguí que, sin querer, me diese una patada un poco más arriba del tobillo. Caí al suelo doblada de dolor. Cómo me dolía aquello...

  • Puta sargento... – dije entre dientes mientras se acercaba ella.

Todos se colocaron a mi alrededor buscando una excusa para descansar un momento. Alguna me preguntó si me dolía. ¡Cómo coño no me iba a doler!

  • Se ha lesionado jugando – le dijeron.

  • Hay que llevarla al gimnasio – respondió.

Por un momento vi la preocupación en su rostro y encontré algo de consuelo pensando en los justos remordimientos que debía sentir por torturarnos de esa manera.

En el gimnasio me dejaron sobre una colchoneta y ella palpó mi pierna buscando el lugar donde me dolía.

  • Dime si te duele.

Gemí cuando me tocó en el sitio adecuado.

  • Tranquila, que esto no es nada. No creo que te hayas hecho un esguince. ¿Puedes andar?

Me sentí indignada pero tenía razón. Me incorporé con facilidad: podía andar sin problema y había sido algo quejica, pero eso no me animaba. Muy al contrario: me sentí irritada por dejarme en evidencia como si fuera una niña pequeña.

  • Anda, te voy a dar un masaje y luego vas a enfermería. Y vosotras marchaos y seguid jugando.

Dos semanas antes un chico también había tenido un tirón y ella le había enviado directamente a enfermería, pero en ese momento no me di cuenta del detalle. Sacó el frasco de alcohol de romero y comenzó el masaje, doloroso al principio pero luego agradable, en el tobillo.

  • ¿Ves? Seguro que te sientes luego mucho mejor – me dijo en una voz más amistosa de lo normal.

Pero cuando me sorprendí realmente es cuando ella masajeó mucho más arriba del tobillo, llegando al muslo. No dije nada pero me inquietó un poco, como sintiendo que había algo extraño en la forma de tocarme aquella mano y que no obstante me gustaba. Era tan agradable el toque de la yema de sus dedos...

  • Ya está – me dijo y terminó con una sonrisa, algo sorprendente en ella.

En enfermería me dijeron que sólo había sido un tirón y en un par de horas no me dolía en absoluto. Todo había sido un susto y enseguida lo olvidé. Lo que no pude olvidar es la manera en que me había tocado para darme el masaje y en el tono de su voz. Pueden parecer tonterías pero es que un detalle muy sutil puede revelar a una persona... cuando se sabe interpretarlo.

A la siguiente clase de gimnasia ella me preguntó por mi tobillo y le respondí que no había sido nada. Sin embargo, después de terminar le comenté que haciendo los ejercicios había empezado a dolerme de nuevo y que necesitaba otro masaje. Era una mentira y creo que ella lo notó con facilidad: no soy muy buena mentirosa y no estaba muy segura de por qué lo hacía. Me miró con algo de extrañeza pero no se negó. Era una situación complicada porque ambas sabíamos que era una mentira y no estaba nada claro qué era lo que yo pretendía.

Me eché como la otra vez sobre la colchoneta pero aun podía mentir con mayor descaro y sorprenderla, a ella y a mí.

  • La verdad es que ahora me duele más en el muslo – le dije y en vez de subir el chándal para descubrirlo lo que hice fue bajarlo hasta las rodillas, de forma que ella podía ver mi ropa interior. Sentí cómo enrojecía mientras ella revelaba una cara que era mitad sorpresa y mitad interés...

Me coloqué boca abajo y de nuevo comenzó el masaje pero notaba que sus manos temblaban un poco mientras lo hacía. Lo cierto es que me agradaba, notaba un calorcillo bajo sus dedos que había sentido antes, después del masaje del otro día. Ella paró, sin embargo.

  • Voy a cerrar, no sea que nos interrumpan.

Dijo aquello como si nada pero lo cierto es que el corazón se me aceleró aun más y sentí excitación pero también temor por lo que Yolanda pudiera imaginar. Yo no era lesbiana - pensé en aquel momento - y aquello me excitaba de una manera ambigua...

Ella siguió tocando y cada vez más arriba y más decidida. Yo no podía ver su cara y casi prefería no ver sus ojos. Ahora sus dedos buscaban hundirse en la carne, hasta que llegó a mi culo.

  • Creo que podría masajear más arriba... – me dijo y ahora fue ella la atrevida porque rápidamente me bajó las bragas.

La miré a la cara y noté su excitación, que ya no podía ocultar más. Sus ojos verde oliva brillaban de una forma que me intimidaba. Tenía que cortarlo, aún estaba a tiempo... pero por otra parte me gustaba. Sentí un calorcillo en mi entrepierna que me agradó aun más y quedé paralizada mientras manoseaba mi culo, ya sin ningún interés en disimular aquello como un masaje medicinal.

Y de pronto sentí su boca mordiendo suavemente uno de mis glúteos. Era asqueroso que mi profesora hiciera eso pero me excitaba mucho. Sentí un dedo bajando por el ombligo...

Ella se detuvo para susurrarme en el oído:

  • Nunca has gozado con una mujer, ¿verdad?

Era más una afirmación que una pregunta. Tenía razón: nunca me había sentido así de excitada con una mujer y menos había tenido sexo. Sin embargo siempre había apreciado la belleza femenina y ella tenía algo tan atrayente...

Susurré un simple no y ella me besó en el cuello, justo detrás de la oreja. Fue un beso tierno que hizo que se me erizasen los pelillos del cuello.

Me había rendido y cuando ella cogió el borde de la parte superior de mi chándal para quitármela, sencillamente la dejé hacer y también me despojó de la sudadera que había debajo. Ahora tocaba mis pechos, sin quitarme el sujetador, y me encantaba... De vez en cuando me besaba en el cuello y me excitaba toda porque, como me abrazaba desde detrás, yo no sabía cuando iba a besarme y lo esperaba encantada; me excitaba la idea de que no podía evitarlo.

No la vi desnudarse pero noté el roce de sus pezones en mi espalda y me estremecí. Sus pezones estaban duros y me producía sacudidas sentir cómo se "clavaban" en mi espalda. Y no dejaba de besarme, ni cuando me desabrochó el sujetador y abarcó mis tetas con sus manos para toquetearlas y moverlas. Era indescriptible: ningún chico me había tratado con esa delicadeza, como ella a la que había creído incapaz de delicadeza alguna. Estaba totalmente excitada y su mano quedó empapada al llevarla a mi entrepierna. Quería que aquella mujer me tocase allí hasta que me corriese.

  • Por favor... – susurré yo.

  • ¿Sí – me preguntó con una voz de lo más sensual.

  • Tócame... tócame hasta que me corra.

Frotó muy suavemente mis labios y luego más adentro, hasta que me estremecí entera y me corrí en su mano. Solté un gemido y cerré los ojos de tanto placer. Estaba muy claro que había tenido un orgasmo.

Tardé un minuto o dos (imposible medir el tiempo en una situación así) en levantarme y vestirme. Ella se había puesto de nuevo el jersey y me miraba con una sonrisa.

  • Me temo que tengo clase dentro de diez minutos... Pero podemos vernos después de las clases si tu quieres.

¿Podría haber aun más? ¿Era posible repetir algo así y superar aquellas sensaciones? La intuición me decía que sí cuando me fui a la clase de matemáticas (la de lengua la di por perdida). ¡Estaba para pensar en ecuaciones de segundo grado después de aquello! Mi mente estaba más lejos que nunca de aquella clase y no dejaba de pensar en lo que había hecho y las cosas que todavía me quedaban por hacer. Sentía ganas de llevarme las manos a mi entrepierna en plena clase y conseguir algún alivio. Por fin el reloj marcó el final de las clases...

Desde luego que corrí entonces hasta el gimnasio. Nos tratamos como si nada hasta que estuvimos en su coche.

  • Eres un encanto – me dijo entonces con una sonrisa y acariciándome la cara.

Hablábamos animadamente durante el viaje y pensé que era una mujer bastante más simpática de lo que pensaba.

Ya en su casa descubrí muchas más cosas de ella, cosas que me agradaron cuando estuvimos a solas en su habitación, porque era sencillamente guapísima y tenía una forma de acariciarme con sus dedos que me producía escalofríos de placer. Y luego descubrí unos pechos muy redondos y erguidos que quise tener en mis manos, y un cuerpo delgado y fuerte que me gustaba.

Descubrí aun más cosas sobre mí porque me gustaba acariciarla y besarla tanto como ella a mí. Sentir el camino que trazaban sus pezones duros por mi piel era tan maravilloso como mordisquear muy suavemente sus hombros, su cuello, sus tetas...

Estaba completamente húmeda cuando ella quiso enseñarme algo más sobre sus dedos y me abandoné a ella mientras, desde detrás de mí, me acariciaba los pechos, el ombligo y acababa en mi entrepierna. Allí me tocaba de una forma que me hacía gemir y sacaba sus dedos completamente mojados para que los chupáramos las dos. Consiguió que me corriese de nuevo.

Me había encantado y yo quería hacerla gozar también. Aunque no tenía ninguna experiencia ella cogió pacientemente mi mano y la llevó a su coño. Luego la moví siguiendo sus instrucciones y su ritmo. Disfrutaba humedeciendo ahora yo mis dedos en ella pero más sabiendo que podía hacerla gozar conmigo. Además oír gemir a una mujer era algo que me ponía los pelos de punta. Cuando se corrió y noté mis manos húmedas nos abrazamos y supe que estaba enamorada...

No volví a burlarme de la mujer a la que ahora adoraba. Nadie volvería a insultarla en mi presencia.

  • ¿Y a ti qué mosca te ha picado? – me preguntó una de mis compañeras cuando la defendí.

No respondí pero sabía muy bien por qué ella había dejado de ser para mí la "puta cabrona" o la teniente.

Era sólo Yolanda, mi amada Yolanda.