Yolanda

Su humedad, su textura, el movimiento lento y acompasado sobre mi pene y mi bajo vientre es una de las experiencias mas deliciosas que he vivido.

Hola amigos. Llevo bastante tiempo leyendo las historias que publican y hasta hoy no me decidía a enviar una. Esta que les contare es completamente real y sucedió hace mucho tiempo, en la ciudad de Santo Domingo, en la Republica Dominicana, donde crecí y viví hasta hace poco.

En ese entonces era todavía soltero, bastante joven y tenia un trabajo en el que ganaba una buena suma de dinero para mi edad y mi estado civil. No soy Brad Pitt, pero siempre he tenido suerte ligando, aunque nunca he sido del tipo que sale a buscar mujeres solo porque si. Siempre he creído que los encuentros casuales proporcionan encuentros mas sabrosos.

Una tarde de mayo, mas o menos, visite a mi hermano en su oficina, que se encontraba en uno de los tantos edificios comerciales del ensanche Piantini. Cuando salía y me dirigía a la escalera para llegar a los parqueos fui testigo de una acción que me dejo sin habla por unos segundos: una joven mestiza (en Republica Dominicana las llamamos indias), con la piel color canela, el pelo castaño casi hasta la cintura y un cuerpo increíble, aunque no perfecto, estaba utilizando el vidrio de una división del pasillo como espejo para mirarse el pantalón por detrás.

La posición de su cuerpo, la sensual ingenuidad de su mirada, su piel y su pelo me sedujeron al instante. Parecía una de las Vargas Girls, esas mujeres preciosas que aparecían dibujadas en las Playboy de los ’70, que eran muchísimo mas bellas que las modelos de las fotos. Cuando comprobó lo que quería comprobar (supongo que quería ver si tenia las asentaderas sucias, quizás) retomo su camino, el cual, para mi fortuna se cruzaba con el mío.

Hola –me dijo con una sonrisa perfecta-. Sabes donde queda la oficina tal?

Creo que esta al final del pasillo –le conteste-.

Vi que tenia en las manos unos folletos promocionales de un diario de circulación nacional muy conocido, junto a otros papeles.

Eres periodista? –se me ocurrió preguntarle-.

  • No – me contesto con una sonrisa similar a la anterior, para mi creciente deleite-. Vendo espacios para anuncios. Tu tienes una oficina aquí? Seguro te interesa anunciarte.

  • No, no tengo oficina aquí, pero dame tu tarjeta y te llamo para ver que ofertas tienes. Te parece?

Ella saco una tarjeta de su cartera y me la entrego con la misma gracia con la que antes se había volteado a ver su pantalón en el reflejo del vidrio y con la que había sonreído. Yo estaba sorprendido por la belleza de esta mujer.

Para no hacer larga la historia, resumiré lo que sucedió en el momento contándoles que nos despedimos con cierta formalidad mientras yo le prometía que la iba a llamar. Luego la vi dirigirse caminando por el pasillo siguiendo el compás de sus caderas con mi mirada y con mi deseo.

Esa misma noche la llame. Luego de determinar que realmente yo no prometía mucho como cliente, conversamos largamente sobre un montón de temas diversos. Había muy buena química entre los dos.

Al día siguiente la llame de nuevo y la invite a salir. Fuimos a la zona colonial, donde nos tomamos unos traguitos y conversamos por largas horas apoyados en los cañones, mirando la desembocadura del río Ozama y disfrutando de la brisita de la noche. Ese día nos dimos nuestro primer beso. Ese día la abracé por detrás y pude sentir sus nalgas firmes pero suaves en mi zona genital, a través de su falda. Luego de besarnos y abrazarnos la lleve a su casa y nos despedimos. No paso de ahí. La relación iba fluyendo como con vida propia y ninguno de los dos parecía tener prisa.

No nos volvimos a ver hasta unos cuatro días mas. Ese día fuimos, de nuevo, a la zona colonial pero duramos bien poco. Cuando empezamos a besarnos nuestros cuerpos se unieron y nos empezamos a calentar de mas. Decidimos dejar la zona colonial e irnos a un lugar mas intimo.

Fuimos a un motel y allí seguimos besándonos. Nos tiramos en la cama con la ropa puesta y empezamos a amarnos mas íntimamente. Sus labios se sentían deliciosos en mi boca y en mi cuello. Yolanda (no había dicho aun su nombre) besaba con calma pero con intención. Mi sangre hervía y mi pene quería explotar. Sus manos me acariciaban la nuca y la espalda. Con sus dedos jugaba con mis cabellos y me arañaban suavemente las espalda. Yo, sobre ella y con la pelvis entre sus piernas, me movía suavemente como si la estuviera penetrando, sintiendo el calor de su entrepierna. Sus jadeos me derretían.

Yo me quite de encima de ella y me quite la camisa. Ella me miraba con unos ojitos felinos y con el cabello desordenado. Se veía preciosa. Me dedique entonces a besar su vientre, para lo cual levante suavemente su blusa hasta el nacimiento de sus senos. Le bese desde el borde de su falda hasta la orillita de su ombligo. Hice un circulo de pequeños besos alrededor de este. Con una mano me apoyaba en la cama y con la otra le acariciaba el costado y su muslo, todavía por encima de su falda. Ella se dejaba hacer, se contorsionaba suavemente y me acariciaba los cabellos.

Luego levante su blusa y, con cierta torpeza –lo admito- desabroche como pude su sujetador y libere sus senos. Los senos nunca han sido mi parte preferida pero estos eran, sencillamente, perfectos. La forma, el tamaño y la textura eran perfectos. Me dedique a besarlos como había hecho antes con su vientre. Para entonces Yolanda estaba mas que excitada. Sus suspiros y sus contoneos me indicaban que se sentía muy bien. Subí de nuevo y busque su boca. El contacto de sus senos con mi pecho fue delicioso. Su cuerpo era exquisito y la excitación de ambos subía a un ritmo lento pero siempre creciente.

Ella comenzó entonces a desabrochar mi pantalón y a buscar mi pene erecto con sus manos. Cuando lo tomo y empezó a acariciarlo me sentí en la gloria. Mientras tanto su lengua y la mía se mantenían juntas, en una lucha entre suave y ruda que me hacia estremecer. Ella seguía con mi pene entre sus manos, acariciándolo con una delicadeza suprema.

Me separe por un instante para terminar de quitarme el pantalón, que ya me molestaba. Termine de sacarlo, como pude, con los pies y me acosté de costado, al lado de Yolanda. Ella me miraba sensualmente. Su piel brillaba con el sudorcillo fino del sexo. Su olor a hembra me excitaba demasiado. Sin prisas, se acerco a mi boca y me beso de nuevo. Su mano volvió a buscar mi pene. Esta vez comenzó a menearlo mas rápidamente. La paja que me estaba haciendo era increíble. La posición en la que me encontraba me daba una mayor libertad de movimiento. Empecé a acariciar su muslo y fui subiendo hasta su cadera. Su falda fue subiendo con mi mano y pude ver, por fin, el nacimiento de sus piernas y su monte de venus. Sus panties eran normales (si existe eso). No eran tangas ni nada similar, pero esta mujer tenia unas carnes demasiado apetecibles como para necesitar mayores adornos que su voz y su mirada. Me dedique a recorrer un camino que empezaba en su rodilla, le recorría el muslo y recorría su bajo vientre y su monte de venus, para luego regresar hasta su rodilla y comenzar de nuevo. Lo hice repetidas veces haciendo un nuevo giro en cada vuelta: metía delicadamente mis dedos por debajo del elástico superior de sus panties, le arañaba ligeramente (pero sin hacer daño) el bajo vientre, le acariciaba la parte del muslo mas cercana a su vulva, todo para ir calentándola mas y retribuirle un poco del placer que me estaba dando.

Cuando le propuse, entre gestos y palabras, quitarle la falda y dejarla completamente desnuda, me miró fijamente y me dijo:

Acuéstate así –y me dejo boca arriba en la cama-.

Acto seguido se puso de pie y se quito la falda sin dejar de mirarme a los ojos. Todavía recuerdo ese cuerpo y no puedo evitar sentir una conmoción y un respingo en el pene. Luego empezó, con mucha calma, a quitarse los panties. Sonrió cuando mi pene se meció de la excitación.

Ya completamente desnuda se acostó sobre mi, con ambas piernas rodeando las mías, sus senos sobre mi pecho y su pelo cayendo como cascada sobre uno de mis hombros. Pegó su sexo al mío (pero sin introducir mi pene en su vagina, solo los pegó) y me preguntó suavemente:

Te gusta como se sienten nuestros cuerpos?

Me encanta –le respondí con un hilito de voz-.

Yolanda empezó entonces a besarme en los labios y a mover sus caderas haciendo que nuestros sexos se masturbaran mutuamente. Mi excitación iba en crescendo y la de ella también. Mientras me besaba podía sentir como su respiración se hacia cada vez mas agitada. La sensación de sus senos en mi pecho era muy agradable. Sus cabellos acariciaban la piel de mis hombros siguiendo el compás de las caderas de Yolanda. Me estaba dando placer con todo su cuerpo. Sus besos me demostraban cuanto le gustaba tenerme ahí debajo. Yo le acariciaba las nalgas y la cintura y disfrutaba recorriéndole el canalito central de su espalda. Muy de vez en cuando entreabría los ojitos, que se mostraban vidriosos por el placer. Su vulva se sentía como solamente su vulva se siente. Lamento no poder comparar esto con nada. Su humedad, su textura, el movimiento lento y acompasado sobre mi pene y mi bajo vientre es una de las experiencias mas deliciosas que he vivido. Estábamos haciendo el amor pero sin penetración. Me masturbaba con su sexo y yo no quería sentir otra cosa que esta.

Así estuvimos un buen rato, besándonos y moviéndonos. Yolanda empezó entonces a acelerar sus movimientos. Separo su boca de la mía y me miro a los ojos fijamente con la boca entreabierta. Todo en ella me excitaba. Definió un poco el movimiento de sus caderas y empezó a menearlas mas rápido todavía. Estaba por venirse. Me aferré a sus nalgas y se las separe un poco. Sus movimientos y la visión de su cara excitada hicieron que mi venida empezara justo después que la de ella. Mi semen se repartió entre la entrada a su vagina, su culito y los cachetes de las nalgas.

Nos quedamos un rato así, acostados ella sobre mi. Ambos sentíamos las pulsaciones de nuestros sexos y nuestra respiración se iba calmando . Cuando estábamos mas tranquilo ella me miro a los ojos, con una sonrisa hermosa y me beso apasionadamente en los labios. Luego, como una gatita, se dejo caer a un costado y, con una pierna todavía sobre mi cuerpo, se acurruco sobre mi pecho por unos segundos.

Luego se incorporo y, mientras iniciaba su breve viaje hacia el baño, me iba acariciando el pecho, el vientre, la ingle y los muslos. La vi alejarse de mi, desnuda, con sus cabellos hermosos, su canalillo de la espalda brillante de sudor, con sus nalgas firmes y sus caderas danzantes y con ese olor a hembra buena que inundaba la habitación y supe que mi vida había cambiado.

Seguí viéndola por mucho mas tiempo, pues quien quiere separarse de una mujer así? Pasaron mas cosas, pero no se si quieran escucharlas alguna vez.

Recuerden que este es mi primer relato. Si les gusto escríbanme y déjenme saberlo. Hasta pronto.

Juan Pablo