Yolanda

Aunque algo tarde, he capturado a Yolanda, que es la mujer con el físico y la diferenciación mental necesarios para ser una perfecta sumisa colectiva.

Aunque algo tarde, he capturado a Yolanda, que es la mujer con el físico y la diferenciación mental necesarios para ser una perfecta sumisa colectiva.

  • Alicia, quiero presentarla antes de un mes.

  • Está un poco verde aún, Rober.

  • Por eso te llamo. Le ordenaré que pida una semana de permiso sin sueldo en su empresa y me la preparas.

  • Joder, Rober. Para ella sigues siendo su novio.

  • No creo. Ya solo me llama por mi nombre una de cada diez veces. Normalmente me llama Señor. Me parece que está madura para presentarla. Es más, estoy seguro que después de tratarla tu será más dócil que Nuria, que me tiene harto y no la corriges debidamente.

  • Está bien. Me la mandas no una, si no dos semanas. Solo así puedo garantizate que no hagas el ridículo con la SEC, pero si a pesar de todo sale mal, a mi no me culpes. Serán tus premuras. Que no entiendo a qué vienen. Y lo de Nuria sabes que es diferente. Ella no es propensa al dolor, solo a la humillación y en privado. Y te puede generar un conflicto cuando menos lo esperes. Yo que tu la vendería o la regalaría .. si es que alguno la acepta.

. . . . . . . .

Yolanda, que era mi novia –para ella, claro, no para mi- hasta hace dos semanas, es mi esclava ahora. Estuvo en la gran casa de Alicia y regresó como esperaba. Alicia es eficacísima. En su sótano, con una gran mesa de madera llena de argollas en los bordes, una espaldera de gimnasio en la pared, una caja de regulación de intensidad, voltaje y frecuencia eléctrica, un rollo de soga de seda, unas cuantas bobina de hilo de nylon y algunos dildos y pinzas metálicos, hace maravillas para entrenar o corregir conductas de sumisas o sumisos. Se le dan mejor los últimos, entre ellos su marido y ayudante.

Yolanda, mi esclava, es grande y opulenta. Mide 1.78. Tiene unas grandes tetas con la adecuada caída y con extensas aréolas oscuras y gruesos pezones que claman por trabajarlas a conciencia. Su vientre es prominente pero más lo es su suave y ancho pubis, que parece casi una segunda pequeña barriguilla por lo que sobresale entre el arranque de su soberbia muslada. Eso si, los labios menores no asoman lo más mínimo. Los mayores cierran perfectamente su bonita caja del amor.

Las caderas bien anchas, de mujer paridora, a continuación de un talle breve y estrecho. Las extensas nalgas en consonancia con las caderas y bien dibujadas. Los muslos gruesos y duros como obuses y graciosamente conectados con el amplio pandero. Las patas gruesas y recias. Su cara es corriente, de torta, pero tiene unos enormes ojos oscuros que siempre expresan temor o inseguridad.

Como dice Alicia: -Tu cerda, en estos tiempos solterona, hubiera sido arrebatadora hace menos de un siglo.

Por sus ojos espantados la escogí en el ridículo local de baile para gente madura donde fui buscando una presa que apoyase mi poco boyante economía. Ella era demasiado joven para estar en aquel local. Deduje que, pese a solo sus treinta y tantos años, ya se consideraba una solterona. La estúpida de ella no sabía que cuerpazos como el suyo siguen atrayendo a mucho macho.

Fue fácil ligármela. Fue difícil llevarla a la cama y desvirgarla, me costó dos meses de presunto –para ella- noviazgo. Hubo que demostrarla que yo era solvente a mis 40 años pero mis amigos prepararon bien el paripé y no tuvo dudas de que yo era el ingeniero jefe de una más que acreditada empresa. Pero antes de poder follármela tuve que convencerla de que me casaría con ella en breve plazo.

A partir de ahí, cuando experimentó el primer orgasmo de su vida, y los siguientes que le proporcionaba a menudo como quien facilita droga, hacerme con el control de su cuenta corriente, decidir su vestimenta, su conducta conmigo, las relaciones con sus amigas, en fin, apoderarme de su voluntad fue fácil también. Estaba enamorada. O sea, fácil. Me aposenté en su casa para ahorrarme el alquiler de la mía y poderla someter a una dieta de orgasmos constantes. No es que mis testículos fueran algo sobrenatural. Dosificaba sus existencias y utilizaba los aparatitos que mi otra esclava, Nuria, ya había experimentado con gran placer pese a su rebeldía.

Entre los aparatitos había algunos que provocaban el placer mediante el dolor y que Yolanda acogió muy satisfactoriamente para sorpresa mía. Fui empleándolos con mayor frecuencia y ella esperándolos cada vez con mayor ansiedad, hasta el extremo de llegar a pedirlos, cosa extraordinaria teniendo en cuenta su invencible timidez.

Quizá esa timidez y complejos fueron los que el último y caluroso verano la hicieron aceptar que la expulsase de su gran cama de 2x2 y la obligase a dormir en el suelo so pretexto de que siendo tan opulenta –gorda, le dije- me daba mucho calor.

El calificativo de gorda la condujo a aceptar la dieta que le impuse y la tabla de ejercicios que debía hacer en caro gimnasio al que iba. Bueno, el gimnasio no era caro, lo que salía caro era el reservado que ella quería por su complejo de tetas gordas. Para compensar mi incidencia sobre su supuesta gordura, yo alababa sus tetas, sus muslazos y su pandero e insistía frecuentemente en la lástima de no usarlo. El consuelo surtió efecto y un buen día la privé de la virginidad de su ano. Después llegó el sexo oral, la depilación de su pubis, el admitir tragar mi semen y ser meada en la bañera.

En menos de seis meses más ya la llevé a casa de Alicia y allí se quedó el fin de semana. La volví a ver con la mirada bien baja, sin exigencia hacia mi de ningún tipo, sin poner pegas a ninguna de mis iniciativas y soportando cada vez mejor los instrumentos de dolor. Hay que decir que sus orgasmos eran cada vez más frecuentes y profundos si intervenían tales aditamentos.

  • Tu cerda es masoquista perdida de nacimiento y el colegio de monjas donde se educó cooperó mucho a ello. Si no se ha ofrecido antes a nadie es porque tiene muchos complejos y no espera que la acepten. Cuanto pero la trates más a gusto estará. –Me diagnosticó Alicia.

Y debía tener razón mi prima Alicia, porque Yolanda no es tonta ni mucho menos. Tiene su carrera universitaria y es directora de la agencia de un importante banco.

Fiándome en el diagnóstico de Alicia incrementé mis dosis de humillaciones y de castigos. Ya dormía con un collar de acero al cuello y atada con una cadena a la pata de la cama. Aceptaba sin protesta bofetadas en público y azotes con mi cinturón en sus grandes y níveas nalgas por cualquier cosa que me disgustase. No hacía falta que la llamase cuando iba a mear para que acudiese solícita a limpiarme el pene con la boca.

Le anuncié que quería adornar su fantástico cuerpo y no se opuso. La lleve a varias sesiones que debieron ser muy humillantes y placenteras para ella, porque su antaño seca vulva no hacía más que brillar de flujo cuando le implantaban los adornos.

El primer día fue el perforado de sus gruesos pezones con unos pasadores provisionales de titanio de un calibre en consonancia con el órgano perforado, o sea muy muy gruesos. También le hice tatuar en el arranque del pecho izquierdo un par de pequeñas fustas cruzadas sobre un dibujo de sus propios pechos.

Como ya he dicho, no es tonta, al regresar a casa y mirarse en el espejo me preguntó si las fustas sobre el dibujo de las tetas significaba que la iba a castigar azotándola ahí.

  • Si te amo no es solo por tu espléndido cuerpo, es sobre todo por tu gran inteligencia – dije hipócritamente.

No dijo ni mu. Tampoco se quejó del dolor una vez pasada la anestesia. Solo comentó la necesidad de ponerse unos algodones bajo el sujetador para que no se notasen las barritas del piercing bajo la tela de su blusa en el trabajo.

El trabajo, su trabajo. Eso es lo que hacía retardar mis planes. Pero lo necesitaba. Si ella no ganaba dinero de qué viviría yo. Igual me pasaba con Nuri.

Una semana más tarde la llevé a adornar su vulva. Ordené perforarla el clítoris propiamente, no el capuchón, y los labios mayores. Lo de los labios mayores fue algo comprometido. Yo llevaba un sacabocados, de esos que sirven para hacer agujeros en los cinturones de cuero, y dos remaches metálicos huecos para reforzar los agujeros de la carne y que no se desgarrasen cuando se sometiese a mi cerda a ciertas restricciones extremas.

La discusión con el operario fue ardua: Que era una brutalidad, que mi herramienta no estaba autorizada, que quien garantizaba la esterilidad, que de qué metal eran los remaches, ... infecciones, .. alergias, .. ilegalidades, .. peligro para su negocio ...

  • Y, oiga, el que a su gorda le guste lo que quiere hacerla no significa que sea legal.

  • ¿Y si mi hembra le firma la aceptación voluntaria enseñando el DNI?

  • No. Ni por esas. Su gorda está descerebrada. No conozco ninguna puta que me haya pedido eso. Que no, que eso solo se le hace a los animales.

  • Bueno, pues eso es mi hembra, un animal. Pregúnteselo.

  • Oye loca, ¿tu quieres que este tipo te marque el coño como se hace con las orejas de una vaca o una cerda?

Yolanda, con voz suave y serena, afirmó que quería lo que yo quisiese.

Pues aún así tuvimos otro cuarto de hora de discusión en el cual, mi Yolanda, tendida sobre la mesa con su espléndido, pelado y abultado monte de Venus expuesto entre los soberbios muslos esperó con paciencia. Entretanto tuvo que escuchar como el grosero tatuador se refería a ella como "Golfa demente", "Cerda lasciva", "Guarra sumisa", "Zorra pervertida", etc ...

Solo cuando el tipo se percató del charco que mi Yolanda había dejado sobre la mesa proveniente de su chumino y comprendió que la tal golfa estaba caliente oyendo la discusión accedió a hacerle el piercing tal y como yo deseaba. Se le tatuó también mi nombre y la condición de nuestra relación en el nacarado pubis de forma bien visible. Hubo que pagar bastante más de la tarifa, pero la tarjeta de mi gordi era muy solvente.

Después me enteré que la SEC (Sociedad Esclavista de Cataluña) tenía concertados gabinetes que hacían sin reparo esos trabajos y otros más delicados. De todas maneras no hubiera podido usar sus servicios hasta presentar formalmente en sociedad a mi gordi.

Después de eso, Yolanda ya no me volvió a llamar Rober más que esporádicamente y tras proporcionarle algún orgasmo. Ya era Señor Roberto. Durante el tiempo que su coño estuvo inutilizado la sodomizaba, aunque sabía que el golpeteo de mis testículos en el perineo al bombearla le hacía daño. Pues bien, no dejó de correrse al tiempo que estiraba como loca de sus recientemente perforados pezones.

No bien curó sus heridas fue cuando la envié con mi prima Alicia dos semanas para que me la preparase para su presentación parcial ante algunos amigos de la SEC.

Debo dejar claro que la captura de Yolanda no es porque me guste mi cerdita. Yo lo que busco es un producto para intercambiar con LLuis por su esposa-esclava o con Pere por su esclava sin tetas Deleite.

. . . . . .

Antes de terminar este capítulo supongo que debiera hacer un inciso y hablar de mi otra esclava, Nuria, y de mi prima y cómplice Alicia, pero es mejor que lo deje para el siguiente porque tengo tendencia a hacer cada entrega demasiado larga.

CONTINUARÁ