Yocasta

María humillada y traicionada decide follar con el primero que encuentra.

YOCASTA

Lunes

Era ya noche cerrada, cuando un viejo Ford avanzaba lentamente por la calle. Los chalets adosados levemente iluminaban la calle. Luis, en la penumbra, aparcó el coche y el silencio volvió a reinar. Observó a Julia, su amiga portuguesa; ambos sonrieron, ambos lo deseaban. Sus cuerpos se aproximaron, sus labios se juntaron y sus ojos fugazmente se cerraron. Al rato, la lluvia intermitente volvía a caer sobre el pavimento mojado. Ajenos al suave repiqueteo de las gotas sobre el techo, ambos semidesnudos seguían amándose en el asiento trasero.

Luis le dio un beso en el cuello y deslizó su lengua, dejando un reguero de saliva hasta atrapar y lamer el lóbulo de la oreja de Julia con sus labios.

–Quiérela –susurró Luis, con ansia contenida.

La mulata se separó de él, para contemplarlo con sus ojos café oscuro, brillantes y complacientes. Un rictus de gratitud se le dibujó en sus labios. Su mano, adherida a la piel del nervudo falo, lo acariciaba con suaves desplazamientos. El rosáceo glande se sentía impaciente de esa amigable boca. Una sonora inspiración se le escapó a Luis, al contacto de esa lasciva lengua por su esférica superficie. Notaba como lo humedecía con su cálida saliva, como correteaba por su sensible piel, y pequeños trémulos invadían su cuerpo.

–Qué dulce eres –murmuró Luis, sintiendo tan plácidas sensaciones.

Al compás de su sabia boca, su pelo se deslizaba sobre su cara ocultando su sensual movimiento. Luis con suavidad; con agradecido mino, retiraba su negro pelo azabache recogiéndoselo en su nuca para contemplar como esos carnosos labios; atrapaban y embocaban su dilatado rejón. Cada vez más, se dejaba llevar y su voluntad retrocedía ante el ímpetu del ritmo de la felación. La visión de esa boca absorbente que lo alojaba en su interior, le excitaba tanto como el suave roce que sentían las terminaciones nerviosas de su falo. Su respiración empezaba a ser compulsiva.

Luis, oyó un golpe lejano y molesto. Pesaroso levantó la vista de esa hechicera visión. Concentró la vista intentando auscultar en la oscuridad a través del borroso cristal; y mientras más observaba, su miembro más flácido se quedaba. ¡Maldito seas! Pensó Luis.

Los tibios labios de la mujer de piel tostada ya no excitaba su deseo. La sumisa sarracena con renovado entusiasmo intentaba estimular los alicaídos testículos. Pero todo era inútil; la vista, era el único sentido que ahora subyugaba a Luis.

Vio como salía un coche de un adosado. Se introdujo su falo dentro del pantalón. Julia lo miraba con incredulidad al ver que se ponía en el asiento delantero y arrancaba el coche.

-Por favor cariño, bájate -le exigió más que imploró con afligida expresión. Le dolía dejarla bajo la lluvia; pero era necesario. Con suavidad aceleró siguiendo las luces rojas del coche precedente. Julia en la acera se abotonaba apresuradamente su blusa, la lluvia arreciaba y un escalofrió sintió al notar que sus senos se mojaban de la fría lluvia.

Tras diez minutos de perseguir al coche, Luis comprobó que aminoraba la marcha, y en una cuesta; giraba y aparcaba en las inmediaciones de una urbanización. El aceleró calle abajo hasta encontrar un hueco libre, aparcó y subió corriendo. Extenuado llegó a la esquina, pero ya era tarde; no se vislumbraba persona alguna.

En medio de los bajos de la urbanización, rodeada de pequeños jardines acotados por setos, se veía una especie de club nocturno y hacia allí se dirigió.

Empezaba a volver a caer esa persistente llovizna. Luis se levantó el cuello de su anorak, y avanzó por la solitaria calle en dirección al local. Su ondulado pelo negro empezaba a ensortijarse. Un magredí, resguardado en el umbral de un soportal, al pasar le dio un tarjeta. En el logotipo aparecía un súcubo alado en forma de mujer con un rabo que lo descansaba sobre su cuerpo desnudo; debajo se leía: club alternativo multidisciplinar. Luis, recordó que los súcubos eran los hijos endemoniados de Lilith que en el siglo XVI se ponían delante de las posadas para indicar que era burdeles.

Unos metros más adelante, un "Alexia’ club" de azul metálico de neón, iluminaba la entrada del local adornado por la talla de un súcubo. El portero apoyado en el resquicio de la puerta le echó una mirada escudriñándole, demasiado imberbe debió de pensar. Luis le enseñó la tarjeta y con indiferencia le abrió la puerta.

Entró dentro, tras unas gruesas cortina aparecía el local con una coqueta barra a la derecha. La sala estaba dividida por un tabique de celosía. En la de entrada, había algunos solitarios hombres y mujeres sentados sobre butacones; pero los más, eran parejas y pequeños grupos de gente que hablaban en animosa conversación. En la otra, la íntima, una cortina hacía de puerta impidiendo visualizar su interior.

Dos parejas conjuntas, que debían de haber acordado los placeres; pasaban a través de la cortina, a los reservados para intercambiar sensaciones. Luis aprovechó para fugazmente observar que al fondo había dos escalera: en la de bajaba, ponía mazmorras; y en la de subida, "roman beds".

Se sentó en un taburete de la barra y pidió una cerveza, Una camarera con medias negras, faldita plisada negra y camisa blanca con pajarita, se la sirvió en copa helada. Mientras saboreaba un trago, giró el taburete y sus ojos oscuros empezaron a observar, a escudriñar con verdadero interés; pero ninguno era. Al cabo de un rato se preguntó, ¿dónde estarás?.

Veinte minutos después, salía Luis cabizbajo, la camarera le había dicho que delante de él no había entrado nadie. Un rictus de amargura y desolación se reflejaba en su cara, hubiera jurado que estaría en el club. Sabía, que estaría con ella, pero ¿dónde?.

El coche seguía allí aparcado, pero podía estar toda la noche, pensó Luis con rabia contenida. Joder qué noche y encima dejo a Julia tirada, ¡qué desastre!.

–Paísa, paísa –repitió Luis, al descubrir al magredí–, sabes, ¿de quién es este coche?.

–No, no sé –negando simultáneamente el moro con la cabeza

–Pero hace un rato aparcó aquí –afirmó Luis.

–No me fijo en esas cosas.

–Y con esto te fijas en las cosas –enseñándole 2 billetes de diez euros.

–Ahora que lo dices, creo recordar que un tío ha entrado en uno de estos portales –respondió mientras intentaba alcanzar el dinero.

–Con eso sólo te doy la mitad, gánate los otros diez.

–Esta bien: va al número 18, a veces le he visto con una morena, suelo venir dos veces en semana, ¿contento? –arrebatándole el dinero.

–Joder, con que no te fijas –sentenció finalmente Luis.

Así que éste es tu nido de amor, ya te tengo cabrón.

Lunes noche

María sale del cuarto de baño al oír como el aguacero golpea los cristales de las ventanas. En su andar hacia el salón se ciñe el albornoz apretándose el nudo del cordón. Por la ventana ve como una chica, con los brazos cruzados alrededor de su chaqueta, avanza por la calle. Pobre chica, piensa. Con la cabeza inclinada para resguardarse de la lluvia, intenta no introducir sus sandalias en los charcos que se forman. Sobre su pelo adherido a su cara, derrapan gotas, que se deslizan sobre su piel por debajo de su blusa. Levanta la cabeza y María retiene el aliento. Es su secretaria. Abre la puerta y la grita:

–Julia, ¿a dónde vas, con lo que está cayendo?. Entra en casa.

Sorprendida Julia, alza la vista y con risueña expresión corriendo cruza la calle entrando en el adosado de su jefa. Cuando Julia pasa por el dintel de la puerta, María la mira con verdadera curiosidad:

–¿Quieres decirme que haces en este barrio a estas horas? –para continuar–: Anda quítate esa ropa y ven conmigo, te vas a dar una ducha caliente mientras se te seca la ropa.

–Gracias María –contesta Julia dirigiéndola una amplia sonrisa mientras se quita la chaqueta empapada y sus pezones resaltan sobre su mojada blusa–. Simplemente me divertía un poco.

María le devuelve una maliciosa sonrisa mientras la observa con detenimiento y estirando la mano le pellizca suavemente un pezón.

–Que haces sin sostén, so guarra y seguro que ...–y sin pensárselo dos veces, le levanta la falda y una matita negruzca aparece al descubierto–. Te gusta ir preparada, eh.

Julia incrédula y sorprendida por la acción de María, da un paso atrás tirando de la falda hacia abajo. Los ojos de Julia tienen un extraño brillo que no pasa desapercibido a María.

–Jo, no me hagas eso que me da corte –protesta Julia sin mucha convicción

–Julia, a quién vas a engañar, debes estar follando desde que saliste de la guardería –le rebate María, dando una sonora carcajada al recordar que ella empezó por la misma época.

–¿Estas sola? –pregunta Julia con aparente indiferencia. Ante la confirmación de María, cierra los ojos dando una profunda inspiración. Es su oportunidad.

Enfrente de María y sin observarla, sabiendo que ella está pendiente de sus movimientos, se desabrocha con parsimonia su blusa arrojándola sobre el respaldo de una silla. Quiere que por una vez, María la admire de cerca. Sus duros y erectos senos cetrinos relumbran bajo la luz de la habitación, sobre su plano estómago luce un diamante que se ensortija en su ombligo. Intenta bajarse la cremallera de su falda, pero levantando la vista y fijándola sobre los serenos ojos verdes de María, le suplica:

–No puedo María, tengo los dedos entumecidos, ¿quieres ayudarme? –al tiempo que apoya sus manos sobre los hombros de María y se aproxima a ella.

Durante unos instantes ambas mujeres se miran a los ojos en silencio, María desliza la vista sobre las parduscas aureolas de Julia; ésta siente la punzada mirada como suaves caricias y da un ligero suspiro entreabriendo su boca. María traga saliva, la golfa de sus secretaría la estaba excitando como ya no se acordaba. Se inclina y sus mejillas se rozan mientras le baja la cremallera cayendo la falda al suelo. Su olor a colonia le resulta familiar, pero no consigue identificarlo.

–¿Me estas provocando, Julia? –le sondea, mirándola al fondo de sus ojos.

–Soy como tú eras, simplemente me apasionas –e izándose con la punta de los píes y casi rozándola sus labios con los suyos–. Ahora sé, que seré tuya y tú lo sabes.

María se queda aturdida, pero comprende sus palabras al ver ese cuerpo desnudo que se balancea como una pantera al dirigirse al baño. Julia llevaba más de un año de secretaria del departamento de la universidad y aunque la había cazado varias veces con esas lascivas miradas, nunca se podía haber imaginado que llegara tan lejos.... Ni ella tampoco. Pero esa sensación, olvidada tanto tiempo, volvía con tanta fuerza que la quemaba por dentro.

Inconscientemente se palpa un seno y se aprieta sus muslos. Se afloja el albornoz y se mira como su mano se acaricia y con los dedos se apretuja el pezón. Le empezaba a gustar, y eso le atormentaba. La imagen de ella no se lo quitaba de la cabeza y le daba miedo volverla a ver

María se siente humedecer al volver a ver a Julia, se había pintado los labios y llevaba sólo su braguita negra que ella había llevado ese día; las manos las llevaba recogidas a la espalda y la vista hacia el suelo con sumisa expresión. Sus hermosas tetas suavemente se balanceaban y su piel perlada por gotas de agua rezumaba sexualidad por cada poro de su piel.

–¿por qué te has puesto mis braga usada –le pregunta María, aunque sabe la respuesta

–Me encanta el hedor que desprende, me sabe a ti –contesta Julia, levantando la cabeza y quedándose mirando el blancuzco seno que destapado luce María.

–Comprendo. Vete a la cocina y tráeme una botella de agua del frigorífico –le ordena María decidiendo que ahora le toca a ella tomar la iniciativa.

La botella que trae Julia esta helada. María abre la botella y da un trago, sus labios están brillantes por la película del agua adherida a ellos. "Bebe", la ordena, extendiendo la mano sin soltar la botella. Julia, bebe un poco, pero María retira la botella de sus labios y el agua empieza a verterse sobre su cuerpo.

Un alarido, mezcla de placer y sorpresa, siente Julia; que nota como el agua chorrea por su barbilla y se desliza por el cuello. En su camino empieza a mojar sus senos y a través del canal, sigue serpenteante por su cuerpo hasta empapar su ya de por si mojada braguita.

–No me hagas esto, María –suplica, mientras su respiración se acelera y una convulsión invade todo su cuerpo. Con un rápido movimiento deshace el nudo del albornoz de María y abriéndoselo, junta su pelvis a la de ella restregándoselo para que ambas sientan lo mismo.

–No me había dado cuenta hasta ahora de lo golfa que eras, te gusta eh –le susurra María

–Úsame –ruega Julia que siente que se hace realidad ese deseo tantas veces imaginado y nunca realizado. Estira las manos para abrazarla pero ésta le da un manotazo alejándola de sí.

María, sin dejar de mirarla a los ojos, detectando cada imperceptible sensación, se quita el albornoz dejando al descubierto sus excitados senos con sus pequeñas aureolas que circundaban a unos duros pezones. Se apoya sobre el vértice de la coqueta arqueando las piernas, luciendo unos rasurados labios vaginales que sobresalen por su rosácea tonalidad.

–Déjame sentir tus labios una vez, María –le pide Julia, al ver su cuerpo desnudo.

–Cuando te lo merezcas, ¿Tienes sed? Te voy a enseñar a beber, ponte de cuclillas y no quiero que caiga una gota al suelo, me oyes –le ordena con tono amenazante.

Julia asiste con la cabeza, se pone de rodillas y María deja caer un chorrito, que desde su ombligo, empieza a deslizarse a través de su rasurada pelvis. La lengua ansiosa empieza a lamer y a tragarlo, pero a través de los labios vaginales, gotas se caen al suelo.

–No, no -dice María con acritud–, te perdono esta vez, pero no hay segunda oportunidad.

Ahora Julia abre sus labios vaginales apareciendo ese suave pellejito oculto. El agua al infiltrarse es absorbido con sus labios, lamido por una lengua que atiende a cada gota que se desliza; y María después de tantos años, empieza a recordar, a disfrutar de esas sensaciones pasadas. Cada vez cae más y Julia, con más ahínco lame y absorbe. María empieza a gemir, su respiración se acelera y comienza a derramar el agua; gota a gota, chorrillo a chorrillo, desde una ingle hasta la otra. Las gotas se deslizaban por los muslos, y por su vulva a su capricho; y Julia da largos lengüetazos por el interior de los muslos hasta las ingles o arrastra su lengua y su labio inferior hasta acariciar su clítoris. Y cuando puede, introduce dos dedos por su vagina para luego lamer tan rico mangar. María con ojos vidriosos dejo ya a Julia que juegue con ella. Apoya con fuerza sus manos sobre el borde de la coqueta, sintiendo como Julia penetra con sus dedos sobre su empapada cavidad una y otra vez; como su erecto clítoris es lamido manoseado y sobado; como sus manos magrean y apretujan sus senos sin miramientos. Y un alarido se la escapa a María, al sentir esa sensación que va in crescendo y que sacude todo ser.

Julia contempla a María extasiada, dejándola que se recupere. Ambas se miran dulcemente. Julia entreabre sus labios esperando y María, profundamente agradecida, la abraza y se dan un beso donde sus labios se succionan; sus bocas giran y se abren; y sus lenguas, penetran retorciéndose en una sola.

–Gracias por hacerme recordar sensaciones olvidadas, pero te advierto que si vuelves a insinuarte otra vez así, me veré obligado a despedirte. Soy una mujer casada con un hijo y no quiero sufrir ni por ti, ni por mí; compréndelo.

Al salir de casa, Julia se siente desconcertada y algo culpable, quiere a Luis, pero siente un deseo irracional desde hace mucho tiempo por su madre y ahora menos, que la ha acariciado.

En la soledad de su habitación María al mirarse desnuda ante el espejo piensa, "perdona mis palabras Julia pero tengo que refrenarme, si supieras lo que me has hecho sentir".

Miércoles

Sobre los amplios ventanales del gimnasio entraba la luz matutina. María, se apoyó en el manillar de su treadmills y pulsó el botón de stop; al momento la cinta se paró y ella dejó de andar. El borde inferior de su top amarillo, estaba húmedo de las gotas de sudor acumulado. Observó con el rabillo del ojo como la observaban, y se sorprendió que al borde de entrar en el fatídico cuarto decenio todavía provocara alguna que otra mirada furtiva. María, agradeció esa dosis de estímulos varoniles para subirla la moral que tan alicaída estaba últimamente. Gracias a llevar toda su vida haciendo deporte, sabía que su ceñido short negro, todavía marcaba unas nalgas respingonas y duritas; y aunque sus senos no muy grandes ya no eran tan turgentes como antaño, todavía estaba dentro de ese límite que separa las tetas bonitas de las caídas. Entonces, se preguntaba ¿por qué no funciona mi matrimonio?.

Al salir de la sala de cardo, se le cayó la toalla del cuello, se inclinó doblándose por la cintura, dibujándose sus íntimos labios a través de su short. Un par de compañeros de gimnasio al verla, se recolocaron el paquete ante el inesperado aumentar de tamaño. Para algunos seguía siendo lujuriosa.

Salió del gimnasio con sus vaqueros de pitillo, sus zapatos de tacones abiertos por atrás y una blusa verdosa. En el borde de la acera, miró su reloj, sacó el móvil y habló. A los pocos minutos, un coche paró, abrió la portezuela y María entró dando un beso al conductor. Al notar el olor de la colonia al momento supo con quién había estado Julía. ¡Qué golfa! Pensó.

Luis devolvió el beso a su madre y arrancó. Mientras conducía, aprovechaba cada semáforo en ámbar para parar y de reojo mirar a su madre como se pintaba los labios y los ojos. Su nuez visiblemente se desplazaba por el cuello. Sus labios se secaban, volvía esa sensación que no tenía visos de desvanecerse. Cada vez era peor esa exasperada intranquilidad.

Luis mirando al frente recordó el origen de todo en la playa, de hacía dos años:

»

Mi padre se había tenido que ir hacía dos días por asuntos de trabajo, cómo no.

»

Buscando a mi madre, daba vueltas entre toallas, sombrillas y bañistas. Me empezaba a desesperar; por fin la vi. Leía tranquilamente en top less con sus negras gafas y una pamela de paja que ocultaba su cabello castaño claro, casi tan corto como el mío, como ahora lo lleva. Me quede ensimismado viendo sus tetas, parecían pomelos, desde entonces siento un gusto especial cuando exprimo pomelos. Al acercarme me extraño que pareciera que estaba cercada por tantos tíos alrededor tomando el sol.

»

Me dio un beso en la mejilla, sentí esos labios húmedos, salados e incomprensiblemente se me erizó el bello de la piel.

»

–Date la vuelta Luisito, te voy a echar el protector.

»M

e senté dándole la espalda, cuando se aproximó a mi, noté el frescor de su aliento en mi oído. Un chorro de blancuzco bronceador, la derramó sobre mi antebrazo. Al extenderlo sobre él, noté como sus delicados senos se apretaban sobre mi espalda, mientras me cogía la cintura con su otra mano para conseguir un punto de apoyo. No lo comprendía pero algunos descaradamente nos observaban.

»-

Qué tarde viniste anoche Luisito –me dijo.

»

Al restregar el bronceador sobre el brazo, sentía como sus pezones recorrían mi espalda raspándola suavemente. Estaba inmóvil. Mientras me dejaba querer, observaba como los dedos de sus píes los movía juguetonamente. Un cosquilleo de no se donde, me invadía, cuando caprichosamente su mano recorría mi pecho; seguía untándome más y su cuerpo lo sentía ceñido al mío.

»

Ahora empezó con mi brazo izquierdo, sentí como me rozaba con sus labios, como su pierna rozaba a la mía y se montaba, y seguía sintiendo esos pezoncitos que correteaban sobre mi castigada espalda. Al darme un beso en el borde de mi oreja, di una rápida inhalación. Me avergonzaba pero me estaba excitando y no podía impedirlo.

»–

Hoy estas muy guapo –me susurro socarronamente, mientras acariciaba mi cabello metiendo los dedos dentro de él.

»

  • Luisito, túmbate boca arriba, no quiero que te quemes.

»

Pero ya estaba quemado, ahora comprendía la concurrencia alrededor de ella. Me empujó hacia atrás pero no me dejé. Me levanté y salí corriendo hacía el mar, me zambullí, y cuando saqué la cabeza, noté que tenía la polla dura como una roca. Bajo el refugio del agua salada, la veía allí ajena a todo el mundo, rodeada de moscardones; tan bonita y tan sensible, qué placidamente me la empecé a acariciar, a estrujar con la mano; pero no era suficiente. Me deslice la mano por debajo del bañador y empecé a masturbarme hasta que me corrí. Jamás había sentido tanto placer. Me había masturbado mirando a mi madre y no me avergonzaba de ello, lo único que pensé fue "qué sentiría si alguna vez fuera yo tu amante".

Cuando María se bajaba del coche y se alejaba, Luis observándola musitó, "no me odies por lo que te voy hacer, pero es por tu bien".

Jueves

Marcos abrió la puerta del apartamento y entró. Dorota, lo recibió con un delicioso beso en los labios que le reconfortó de pies a cabeza. No vio gran cosa de su blusa cruzada y la falda negra de tubo hasta que se separaron los cuerpos. Los zapatos negros de talón abierto la situaban a la altura ideal para él.

–Acabo de llegar –dijo Dorota.

–Justo a tiempo –murmuró, abrazándola otra vez. Los besos de Dorota siempre eran un relax para él. Se empezaba a preguntar hasta donde debía llegar, pero él mismo se controló, "déjalo estar, Marcos".

–Gracias por las flores –le susurró al oído–. Todas las flores son preciosas. Lo sé, lo sé; no tan preciosas como yo.

–Es verdad –confirmó, soltando una carcajada.

Por encima de su hombro, vio que rosas rojas, lirios y gradiolos estaban desperdigados en varios floreros y unas velas aromáticas prendían en diferentes lugares.

–¿Guardas la botella de Sauvignon blanco en el frigorífico? –inquirió Marcos.

–Sí, por qué –contesto Dorota, que al mirarle sus ojos supo la contestación–. Pero qué malo eres.

El reproductor de CD empezó a emitir las baladas de Tears de joy de Turk and Patti

–Supongo que me habrás echado de menos –dijo Dorota.

–Pues claro, tonta –le contesta con una amplia sonrisa.

De repente los dos se fundieron en un solo cuerpo, su boca exploraba la de ella mientras la agarraba por detrás con sus manos. Dorota, ya la había desabotonado media camisa; él a su vez buscaba la cremallera en el lateral de la falda. Se volvieron a besar y su boca tenía el mismo sabor fresco y dulce de siempre.

Bailando en círculos fueron al dormitorio.

  • ¿Cómo sabes hacer esto con los tacones? – le preguntó por el camino.

  • Tienes razón – convino ella. Se quitó los zapatos con la ayuda de los píes mientras la falda se deslizaba hasta el suelo.

Después de eso, las palabras sobraron, ambos sabían lo que pensaba el uno del otro. Se acurrucaron el uno contra el otro, pecho con pecho, respirando de forma rítmica. Marcos se incorporó y se endureció en contacto con su pierna. Se besaron un poco más, Marcos recorrió el cuello, los pechos y el vientre con los labios. Quería permanecer allí donde se detenía pero, al mismo tiempo, tenía ganas de continuar. Dorata le rodeó con los brazos y ambos rodaron por la cama.

–Cómo se pude ser tan dura y tan suave a la vez? –preguntó Marcos.

–Es cosa de mujeres. Disfrútalo. Pero podía decir lo mismo de ti. ¿Duro y suave?

Al cabo de un instante Marcos penetró en Dorota. Estaba sentado encima de él, con la cabeza echada hacia atrás, mordiéndose el labio inferior con fuerza. Con expertas oscilaciones del vientre cada vez se lo hincaba más. El aprisionaba y manoseaba sus senos cada vez con más fuerza, con más intensidad, hasta que una cálida lechada en continuos salivazos inundó su íntima cavidad. Ella se tumbó encima de él mientras el aire les brotaba lentamente por los pulmones. Al rato, él se levantó para descorchar el vino blanco. Pensaba escanciarlo lentamente sobre la piel de Dorota.

Dos horas después él abría la puerta. Dorota se percató y fue corriendo hacia él. En el umbral lo abrazó.

–No tengo dinero mi amor –le susurro.

– En la mesilla ya te lo he dejado, golfilla –contestó Marcos.

Dorota lo abrazó fundiéndose en un largo y cálido beso. Al oír unos pasos, Marcos la empujó hacia dentro y cerro la puerta.

  • Cariño, sabes que no me gusta que en público nos vean. Nuestro futuro depende de la discreción.

Un joven pasaba hablando con un móvil con total indiferencia a los abrazos de la pareja. Una anciana pareja también se cruzó murmurando algo entre dientes con gestos de desaprobación.

Marcos al rato salió ligeramente enojado. Patosa, se dijo.

Siempre le había gustado tener una querida, desde hacia unos años no funcionaba con su mujer. La vida hay que vivirla y disfrutarla se decía. Se casó en el último año de derecho con una recién universitaria, de familia acomodada y conservadora. La dejo embarazada y se casaron ese mismo año. Al ver Marcos una bote de cerveza, instintivamente le da una patada. ¡Viejo cabrón!, nos obligó a casarnos en régimen de separación de bienes y aunque gracias al viejo se le habían abierto muchas puertas y se encontraba en una situación desahogada, todavía todo dependía del matrimonio y una indiscreción podía ser fatal para sus intereses.

Viernes

María, abrió la puerta de su despacho, dejó el bolso y una carpeta de notas; levantó la persiana y los rayos solares iluminaron la estancia. Una idílica mañana pensó. Observó un sobre blanco que estaba depositada en la bandeja de entrada, con curiosidad lo miró, lo sostuvo en la mano, sobrepesándolo. Sólo había una frase escrita a roturador: "para la catedrática de química orgánica". Sacó su contenido y se cayó desplomada sobre el asiento.

Un profundo latigazo la acababa de sacudir por todo su cuerpo, el corazón latía como un caballo desbocado. Su mente estaba bloqueada no daba crédito a lo que veía. Poco a poco lo comprendió, se cruzo de brazos sobre la mesa y amargamente se puso a llorar.

Media hora le duro el dolor, María ya no lloraba porque su matrimonio se fuera al traste, eso se veía venir y esto era su punto final, sino porque se consideraba una gilipollas. Se espetaba que mientras ella se había mantenido fiel al matrimonio, él había estado follando todos estos años. Adivina con cuántas, pensaba, y eso le recomía por dentro. María más que acariciarse el pelo, se mesaba el pelo con desesperación por el tiempo perdido.

Había perdido muchos años luchando para conseguir lo que quería aunque siempre había tenido el sambenito de hija de papá. Me caso joven, enamorada y embarazada y me olvide de mi vida de divina hermafrodita, ¡qué error!, todo por......

Con la mente en el pasado, se levanto y busco en el fondo de un archivador una caja de cartón, mohosa y polvorienta, La abrió y saco un cinturón de cuero marrón. Contó por un lado veinticuatro, y por el otro lado treinta y una muescas, ambos acababan en el 89. Con sólo diecinueve años. Dio un profundo suspiro de melancolía. Las veces que he podido y no he querido. Se sentía tan humillada que sus ansias de sentir como mujer, empezaban a exigirla satisfacer sus intimas y olvidadas necesidades; y mirando fijamente a la mesa se dijo "esta noche me follo a un tío, por la madre que me parió".

Julia golpeó la puerta del despacho y al acercar el oído percibió unos sollozos del interior. Los rasgos de su cara se tensaron. Con suavidad abrió el picaporte de la puerta y entró en el despacho. Julia al ver sus ojos enrojecidos, se quedó quieta. Con el corazón compungido se acerco a ella y mirando sobre la mesa comprendió la razón de su amargura. Por primera vez veía a María vulnerable, insegura y frágil como todo los mortales.

–Soy una desgraciada Julia, me siento tan sola –agachando la cabeza entre sollozos.

Julia se acercó en sigilo y con la mano temblorosa la aproximó a la cabeza de María. Su pulso se aceleraba, se acordaba de la advertencia que le había hecho el lunes: nada de insinuaciones. Bajo la mano y casi imperceptiblemente le tocó el cabello. Esperó la reacción; no la hubo. Ahora se atrevió a acariciarla el pelo, introduciendo los dedos sobre su cabello y alisándoselos suavemente. ¡Qué gozada!, pensó Julia.

–Necesitas algo, María –inquirió Julia con trémula voz . María negaba con la cabeza.

–No llores, María –Volvía a suplicar Julia. Secando las lágrima de la cara con la yemas de sus dedos. Qué suave tienes la cara, y qué placer acariciártela, pensaba Julia. Se apretó los muslos, empezaba a sentirse húmeda. En menos de una semana la acariciaba dos veces. Ya no se lo pensó; se aproximo a ella, la rodeó y le dio un beso en la mejilla.

María no se inmutó, con el píe giro su silla y agarrandola por el tallo la sentó en su regazo poniéndose a llorar en su hombro mientras dejaba caer la mano encima del muslo de Julia.

Al contacto de la calurosa mano y su cabeza encima de su hombro, El ritmo del corazón de Julia se le aceleraba, quién se lo iba a imaginar, ¡María por fin en sus brazos!.

Con ansiedad, le levanto la cabeza y con voz ronca le dijo:

–María, yo te quiero mucho, déjame volverte hacerte feliz, relájate y disfruta –y mirándola a sus ojos observó un destello de cómplices deseos, de necesitadas atenciones y le dio un suave beso en sus labios.

–Déjalo Julia, pero te prometo que te lo devolveré con crece, pero ahora no –María deslizó su mano hasta dentro y noto que la bragita de Julia estaba más húmeda que una bayeta recién estrujada–. Estas salida golfilla, pero hoy necesito algo duro para sentirme mujer.

Al salir del despacho y en su camino de salida, miro a Julia y se apiadó de ella:

–Busca un bungalow en el caribe, en Punta Cana por ejemplo, para una semana y saca los billetes de avión para ti y para mi, y acercándose a ella, le susurró:- Pero no lleves ropa interior y deja de follar con mi hijo, es muy joven para ti.

Era ya avanzada la tarde cuando María se sentó en el taburete negro de la barra del pub cerca de su casa. Llevaba todo el día dando vueltas con el coche pensando y decidiendo su futuro inmediato.

–Ponme un tequila –dijo al camarero, mientras se quitaba sus negras gafas dejando al descubierto unas profundas ojeras que acentuaban sus patas de gallo.

Presionó un trozo de limón sobre un plato con sal restregándolo sobre el borde del vaso. Pero qué mojigata he sido, pensaba; seguro que he sido la última en enterarme. Sintió la acidez del limón como le abrasaba al succionar la rodaja. ¡Qué recuerdo olvidado!. Levanto el vaso y le dio un sorbo, por el vicio; dio otro trago, por mi libertad; y tragando el resto mirando a dos tíos que la observaban, por el polvo de esta noche.

María se levantó y salió del bar con nervios controlados en dirección a su casa. Se disponía a hacer limpieza.

Luis al pasar por el pasillo escuchó a su madre como decía por el teléfono, "no, no estoy segura, pero hazlo y preséntalo mañana". No quiso escuchar más, eran asuntos personales de su madre. Entró en su habitación y conectó el ordenador. No había pasado cinco minutos cuando oyó, desde el quicio de la puerta, como su madre le conminaba a que fuera con ella al salón; quería que supiera lo que tenía que decirle a su padre. Luis dio un clic con el ratón y se levantó. Se percató que su madre se había acicalado; estaba atractiva, pero la rojez de sus cristalinos no le engañaban, una profunda punzada de dolor sintió en ese momento.

Ni una puta lágrima, aguanta; se decía María, y observando a Marcos; qué cínico y pensar que todo se lo disculpaba por su exceso de trabajo, qué imbecil he sido.

–Qué quieres María –inquirió Marcos con cierto recelo al ver que llevaba un sobre en la mano. La observaba con detalle; por un instante pensó en una imagen, pero lo descartó. No es posible, se dijo

Marcos se acercó al bar, puso unos cubitos de hielo sobre un vaso. Qué puede ser eso se preguntaba con insistencia. Se echo un Johnnie walker y al sorber un trago se quedó mirando con verdadera preocupación el sobre blanco que María tenía en la mano.

–Abrélo –le ordenó arrojándoselo. María se sentó enfrente de él, calmada con la sensación de haber superado su lucha interna.

–Bueno, vamos a ver la sorpresa que nos tienes preparado –dijo Marcos, abriendo el sobre mientras guiñaba con un ojo a su hijo.

Marcos, vio una foto. Su expresión se tensó. Era él sonriendo a una mujer que tenia en sus brazos; en otra, ambos sonreían juntos rozándose sus partes intimas, y en otra tercera, un beso que lo decía todo. Había cuatro fotos más. Las fotos no eran buenas posiblemente hechas con un móvil. Por su frente aparecían diminutas gotas de pánico. Marcos trataba de pensar rápidamente, de buscar una salida, sentía que su mundo se desmoronaba. El cabrón de mi suegro, ése ha sido, seguro; se dijo finalmente.

–María te lo puedo expli.... –empezó Marcos a hablar, pero María lo interrumpió.

–No –gritó poniéndose en píe. Había pensado preguntarle simplemente, "¿por qué?"; pero ya no tenia fuerzas para aguantar mentiras–. No me cuentes tus historias Marcos. A estas alturas me da igual lo que digas, tú ya no me puedes engañas más. (y volviéndose hacia Luis) Tu padre esta liada con una tía. Ni lo admito ni lo soporto. La demanda de divorcio ya esta en manos de los abogados –un sofoco la impidió seguir, se sobrepuso y mirando a Marcos serenamente–. Cuando vuelva no quiero verte en mi casa. Para mí ya estas muerto.

La casa permaneció en silencio, María se vistió y cuando se oyó un portazo en la puerta de salida, Luis se levantó para seguirla pero antes se dirigió a su padre:

-Que hayas hecho esto a mi madre por irte con esa fulana, no tiene perdón. Sí papá, no me mires así;...... y pensar que ella te quería con locura.

Marcos salió corriendo pero su madre ya había sacado su coche del garaje. "Ahora no te me vayas" dijo con desesperación. Fue a buscar su coche que en la penumbra estaba aparcado, y arrancó decidido a encontrar a su madre.

Viernes noche

María, sabía como iba a descargar el estrés. Esta noche iba a joder por todos los años que se había reprimido, aunque tuviera que pagarlo ella. Necesitaba entonarse, necesitaba una copa y recordó el pub de la tarde.

Se sentó sobre el mismo taburete que hacía unos pocas horas lo había ocupado. María ahora llevaba medias negras con una falda corta con una rajita y una camisa granate, sus sombras marrones acentuaban el verdor de sus ojos y un rojo pasión sus labios carnosos.

–¿

Otro José Cuervo? –dijo el camarero, al recodarla.

–Por qué no –asintió María, que al ver una botella dorada rectificó-. Pero ponme el gran reserva.

Cuando el líquido ámbar se vertía sobre el vaso; pensó, cien por cien de pita, especial para una noche especial.

Sonó un teléfono, el camarero dejo la botella delante de ella y se fue a responder. Un hombre joven, con chaqueta negra entró y se fue al interior del bar; al rato volvió y aunque todos los taburetes estaban vacíos se sentó al lado de ella.

–Un cubata de ginebra –pidió el recién llegado, que al girar la cabeza dijo a María con una voz ronca, seductora y cargada de secretos–: Eso le va a dar un dolor de cabeza infernal.

–Es mucho más puro que otros licores –volviéndose María hacia él y mirándole a los ojos.

–Es la primera vez que veo esa botella –se levantó e izó la botella con la mano mientras rozaba a María. Se la acercó y la volvió a dejarla, sin dejar de rozarla. Se giró hacia ella y con una cautivadora sonrisa–. Creo que voy a tomarme una copa contigo si no te importa.

Media hora después, el camarero oyó como se iban a la discoteca de un hotel cercano.

Luis había dado vueltas con el coche, había mirado por todos los sitios que pensaba que pudiera estar, pero sin rastro. Apesadumbrado volvía a casa, cerca ya; giró en una plaza y vio el coche de su madre. Aparco encima de la acera, miró alrededor y encontró un pub abierto. Corriendo entró dentro de él. Cinco minutos después, salía del pub en dirección a la discoteca.

Por fin vio a su madre que bailaba en brazos de un tío, con los cuerpos pegados. Abrió la cartera y sacó algo metiéndoselo en su bolsillo izquierdo. Se aproximó a la pareja y le golpeó dos veces en el hombro. Ambos hombres se miraron un instante. María se asustó. Aunque más joven Luis, era más alto y fuerte. Las probabilidades estaban de su parte.

–Lo siento, esta noche tiene pareja –avisó Luis, clavando los ojos en él; sus ojos lo decían todo.

El otro iba a protestar en clara retirada, pero Luis se metió la mano en el bolsillo y su contenido se lo dio. No quería escándalos delante de su madre.

–Un trío también es posible –dijo con una sonrisa, al ver lo que le había dado.

Luis miró a su madre, volvió a ver al tío y se contuvo. Sonaba "Blue Velvet", cogió a su madre y empezó a bailar con ella. El mundo exterior ya no existía para Luis.

– Luis déjame, esta noche no quiero que estés aquí, conmigo. –dejando de bailar.

–Y con ese sí; para eso estoy yo. Yo por lo menos te ...... –volviendo a bailar.

En los brazos de Luis, María se dejaba llevar, canción a canción, vuelta a vuelta, su tensión se relajaba, no así su ansía. María apoyó su cabeza sobre su hombro.

–¿Por qué? –le preguntó. Como contestación un dulce beso recibió en el cuello.

–Estas preciosa – dijo Luis atrayéndola hacia él.

–No te ríes de mí –contesto su madre, mientras sentía placidamente otro beso.

María sentía el joven cuerpo que la envolvía con cálidos impulsos y húmedo besos. Cómo una mano la apretujaba y ella se dejaba. Un pequeño estremecimiento recorrió su cuerpo.

Sonaron los primeros acordes de "The summer of 42", el sonido bajo de la trompeta daba paso a los graves del piano. Luis miró a María y se inclinó a darla un beso en sus labios, María lo vio como se acercaba, pero no hizo nada. Sintió como sus labios la atrapaban suavemente y se dejó. Saboreaba su frescor, su juventud; pero no pudo saborear más; un segundo beso abrasivo y absorbente recibió, y sus bocas se abrieron, y sus lenguas y sus cuerpos se fundieron; y María comprendió, que había encontrado el hombre que tanto necesitaba esa noche.

En casa, un cálido aire entraba por la ventana. Luis, mientras se cepillaba los dientes, observó que sobre su musculoso torso, pequeñas gotitas se deslizaban, ¿calor, miedo? ¡Qué más da!. Esperaba darla una noche de lujuria desenfrenada y que sintiera como pocas veces, pudiera disfrutar. Había terminado de cepillarse pero se quedó inmóvil. Animo Luis, se dijo. Se desnudo y se metió en la cama detrás de ella.

María estaba de espalda, con la sábana subida hasta los hombros, inmóvil pero cada poro de su piel en máxima tensión. ¡Con el calor que hace! Pensó Luis.

"No Luis", pensaba María decirle; "no es posible". María sufría; su cuerpo, su ser, le pedía sentir ese hermoso, tenso y musculoso cuerpo; pero su mente racional le rechazaba. Buscaba una excusa para burlar su férrea conciencia, pero no lo encontraba. Cada beso, cada dulce e inexperta caricia, era una justificación para entregarse a su hijo. ¡Y cuanto lo necesitaba!. Se ahogaba. Necesitaba saber que todavía era una mujer y que podía amar.

Dos gotas de rabia, ennegrecían en su camino su mejilla. Era imposible una relación incestuosa, se decía María. Luis detrás de ella le dio un dulce beso en el cuello, esperando que se volviera. María se estremeció, suspiró de agradecimiento,¡cuánto dolor!

Los acontecimientos del día se proyectaban rápidamente sobre la mente de María, pero incomprensiblemente cuando estuvo en brazos de Luis bajo los acordes de "The summer of 42" pasaban fotograma a fotograma.

Recordó la película: el oleaje sobre la pequeña isla, la luminosidad del sol de verano; los primeros escarceos amorosos del grupo de adolescentes. ¿Qué?, ¿Qué? Se preguntaba. Volvió a recordar la música, y entonces lo tuvo claro: Los ojos tiernos e inocentes del adolescente Henrie que observaba en silencio a su mujer perfecta; el dolor que ella sintió al recibir la carta de la muerte de su marido en la guerra; y ese inocente enamoramiento de Henrie por una mujer mayor que él, que acababa de enviudar y que sólo él supo darle el consuelo que necesitaba. Sí, con quién mejor, se dijo finalmente María.

Suavemente María, se dio la vuelta, se miraron a los ojos, él con tierno asombro, ella con profundo agradecimiento. Su vista se deslizo a esos labios húmedos, sudorosos, entreabiertos y algo indecisos. Iba a ir a por ellos pero se contuvo, dejó que fuera él quien la abrasara.

Luis deslizó su mano sobre la sudorosa piel de María; retiró el embozo dejando al descubierto sus cuerpos. Un beso de sondeo con miedo de ser repudiado le dio, pero notó como eran succionados por los de ella y sus bocas se abrían y la lengua de María entraba en busca de la de su hijo que juguetonamente lo recibía.

Ya no existía madre e hijo sino hombre y mujer. Con adolescente ternura, Luis deslizaba la punta de su lengua en círculos alrededor de los pezones de María, que a tal estímulos, se iban ennegreciendo y endureciendo. Sentía el suave manoseo de las manos de su hijo, primero acariciando, después apretujando, finalmente estrujando sus necesitados senos. Le veía como los acariciaba y se dejaba llevar. Una sutil descarga de placer sintió por todo su cuerpo al notar como sus duros pezones eran mordisqueados y succionados. La boca de María se abría y se secaba y sus ojos se enturbiaban. Ahora la lengua, por el sudoroso abdomen de María, se deslizaba acariciando y besando la excitada piel. Al llegar a su ombligo introdujo la punta de la lengua para dar unos suaves lamidos. María gimió de placer.

Se miraron un instante y Luis se incorporó poniéndose de rodillas al lado de ella, acercando su verga a su boca. María tumbada hacia arriba abrió su sexual y viciosa boca y se metió el badajo de su hijo. Poco a poco su sabia boca tragaba más, con la mano unas veces masajeaba sus testículos y otras veces acompañaba al movimiento de la mamada; y su boca seguía tragando, lamiendo y mamando más y más ese duro y erecto falo, mientras con movimientos circulares de su libre mano se acariciaba su secreto botón. Luis empezaba flexionar acompañando el movimiento, para conseguir que penetrara más, y un cosquilleo le empezó a invadir al sentir el glande como llegaba a la campañilla. Empezaba a gemir, pero María no lo dejo; ella se incorporó y le tumbó poniéndose encima de él; ya no podía más. Sintió como era penetrada y su húmeda vagina se agrandaba ante el paso de tal miembro viril. A medida que los músculos de su bajo vientre estimulaban y acariciaban ese enorme falo, sentía como en su penetración restregaba las paredes de su vagina llegando hasta el cuello de su matriz. Unos espasmos dieron lugar a unos suaves alaridos. Luis dejó de manosear sus senos y apretando sus manos en las caderas de ella, imprimía más fuerza a cada hincada para que esta fuera más profunda, más dura y más salvaje; su lúdico pensamiento era romper a su madre por dentro. El somier de la cama rebotaba y rebotaba. Y un alarido de las entrañas de su ser se le escapó a María, que con movimientos compulsivos de la cabeza; gemía, gritaba y arqueaba el cuerpo para sentir mejor ese anhelado rejón que la enloquecía por dentro.

En un brusco movimiento; Luis, comprendiendo que su madre estaba a su merced, la dio la vuelta, la puso a cuatro patas como una perra y desde a tras, apretando sus glúteos con sus garras se la metió una y otra vez hasta que su blancuzca leche, regaba en cada penetración su íntima cavidad.

Ambos rodaron por la cama, una y otra vez casi fundidos siempre en contacto. Sus cuerpos sudorosos brillaban, no daban tregua a sus cuerpos, las ansias del hijo, el celo de la hembra y la pasión desbordada era suficiente para estimular sus cansinos cuerpos. Sus bocas y sus cuerpos sabían el uno al del otro. Sólo las primeras luces del alba alumbrando el nuevo día, trajo la calma de esa incestuosa relación.

Poco a poco la conciencia volvía, Madre e hijo se observaron en silencio; los dos desnudos, los dos entrelazados. En el último beso de Luis, María sutilmente giro su cara y lo recibió en su mejilla. Luis miró la ventana y comprendió que el nuevo día había llegado.

María, se levantó, y se fue al salón, ahora necesitaba estar sola. Al pasar oyó un imperceptible ruido del ventilador del PC. Entró en la habitación de Luis para apagarlo, con el ratón lo activó y observó una pestaña existentes en la barra de tareas. Hizo un clic y después otro. A medidas que daba un clic con el ratón, sus ojos se enrojecieron y placidamente llorando exclamo: "gracias Luis por amarme tanto". En la pantalla, siete fotos aparecían.

Domingo (epílogo)

Bajo el rayo de luz de la linterna superior, María lee una novela negra. La estancia está en penumbra. Solo el casi imperceptible ruido de unos motores flota en el ambiente. María lleva un vestido claro de color garbanzo, sus pomelos sin ataduras se marcan a través de la tela de su vestido, y su minúscula falda al mínimo movimiento deja al descubierto su tanga marrón. Se inclina sobre su asiento y apoya la rodilla sobre el asiento delantero. Nota a su izquierda como una cabeza se desliza en su hombro.

Una mano se iza y aprieta un botón, apagando el foco de luz. María se gira y contempla unos negros ojos que brillantes, redondos y hermosos que la miran con amorosa expresión. Un ceñido top azulón tensado por dos visibles prominencias la dan la bienvenida y un blanco short tan ajustado que, el pliegue inferior esta introducido en los labios vaginales, le solicitan caricias.

–No te vas a arrepentir María, vas a pasar la mejor semana de tu vida, te lo prometo –dice Julia que quitándola el libro de sus manos se aproxima a ella y suavemente la besa.

María la contempla sonriendo y acercándose a ella le susurra:

–Te prohibí que llevaras ropa interior

–Y no la llevo –protesta con vehemencia Julia–, además me he rasurado como tú.

María rodea a Julia con un brazo besándola en la penumbra del avión, desliza su mano sobre el muslo de Julia y con los dedos presiona los labios vaginales oculto bajo el short; poco a poco éste empieza a humedecerse. Al rato, una ajena mano se desliza sobre el muslo derecho de María hasta ocultarse en su tanga y acariciar su oculta cavidad con circulares movimientos.

–Pero Luis, cariño, no estabas dormido –suavemente le recrimina María sin girarse.

–No –y acercándose a ellas–, y no pienso dormirme en toda la semana os voy a dejar exhaustas.

María y Julia se miran pícaramente y unas carcajadas burlonas retumba en todo el avión. Se iniciaba unas únicas vacaciones de lujuria incontrolada.

Fin

Nota: el nombre del título: Yocasta, es en honor de la madre de Edipo

Como siempre gracias si llegáis a leer estas líneas y cualquier comentario será bien recibido.