Yo y yo mismo (2): jugando en la ducha
Curiosidad, polución nocturna, eyaculación y dudas. Estuve a punto de parar, pero esa fuerza interior me seguía empujando a seguir. Mi cuerpo empezó a dar espasmos y mi tronco se arqueaba con dichos espasmos musculares. Hasta que llegué al orgasmo.
Me había empezado a entrar curiosidad por saber cómo la tendrían mis amigos, mis compañeros de clase, etc. De adultos ya había visto la de mi padre, mi tío y la de los hombres que veía en la playa nudista donde solíamos ir con mis padres, pero eso no me interesaba. Yo quería vérsela a los de mi edad. No sé por qué me empezó a entrar la paranoia que yo la tenía pequeña. Escuché una vez a unos compañeros de clase riéndose de otro que parece ser que había estado frotándose el pene con espuma (para el cabello) porque ellos le habían dicho que así le crecería la polla. Eso se me quedó grabado y me propuse a probarlo. ¿Y si era verdad? No me costaba nada probarlo.
Llegó el día D en que estaba solo en casa, en el baño, sentado en la taza del wáter, dispuesto a masajearme mi pito con la espuma. Cogí una cierta cantidad y me la pasé por mis testículos y todo mi pene… lógicamente, con la estimulación, empezó a crecer. Empecé a extender la espuma a lo largo del pene (sin llegar a bajarle la piel) como si de un tratamiento con una pomada se tratase. En esos momentos, no tenía claro qué era una paja ni para qué servía o cómo se hacía. Sabía que era algo sexual pero no estaba seguro su funcionamiento. Aun así, el masaje con la espuma era agradable y si, además, gracias a eso me iba a crecer la polla, pues mucho mejor.
Pensé que, como todos los tratamientos, precisaba tiempo y constancia, así que, a partir de ese día, una o dos veces a la semana, intentaba aplicarme mi dosis de espuma en el pubis. Llegó el verano y con más tiempo libre podía hacerme “mi tratamiento” más frecuentemente.
Dada la política de puertas abiertas de mi casa, estando una vez en el wáter sentado, entró mi padre y mirándome mis genitales me dijo: ¡Anda, mira! Si tienes un pelo. Tenía un pelo largo de unos 4 cm negro y algo retorcido, que llamaba clamorosamente la atención, naciendo desde mi bolsa escrotal. Yo ni me había dado cuenta. ¿Sería gracias a mis sesiones de espuma? La verdad es que no me agradaba demasiado la idea y me lo arranqué. Inútilmente, en las próximas semanas y meses fueron saliendo más y apareció un cierto bello, que se fue oscureciendo, en la base de mi pene como si de un bigotillo se tratase.
Yo seguía con mis sesiones de espuma, pero con el pelo, la verdad es que se quedaba todo más pegajoso e incómodo y poco a poco dejé de practicarlas, aunque no es que me planteara dejarlo de hacer, simplemente, les perdí interés.
Una noche calurosa de ese verano, yo dormía con slips y un pantaloncito corto y no sé a qué horas de la madrugada, me desperté sobresaltado con una sensación muy extraña, mi corazón iba a mil y notaba una humedad en mi calzoncillo. Estaba erecto, como me pasaba muchas veces al despertarme, cosa que no me llamó la atención. Pero sí que me llamó la atención que tenía algo mojado el slip. “Me he meado”, pensé, aunque no era mucho, se marcaba un buen redondel mojado en el calzoncillo. Me lo quité y me quedé sólo con el pantaloncito. Y el slip lo puse debajo de mi cama, ya que, si me levantaba o iba al baño, podrían darse cuenta y me moriría de vergüenza de haberme meado encima. A la mañana siguiente, me las ingenié para poder echar a la lavadora el calzoncillo sin que se dieran cuenta y de esa manera eliminar todas las pruebas. En ese momento no lo sabía, pero había tenido una polución nocturna.
No volví a pensar en el tema. Pasaron los meses y fue un Viernes Santo de finales de marzo cuando pasó algo que realmente cambió mi manera de ver el mundo, quizá el momento exacto de empezar a perder la inocencia. Era un día festivo y entré a ducharme después de hacerlo mi hermano, con cierta supervisión de mi madre. Al contrario de mi hermano, yo no estaba circuncidado (operado de fimosis) por lo que para lavarme bien el glande tenía que bajarme la piel, cosa que insistía mi madre siempre. Estando de pie, procedí a ello, pero no sé porqué ni qué me llevó a eso, pero empecé a bajarla y subirla, bajarla y subirla… empecé a notar un cosquilleo y mi pene se puso erecto. Por esa época debería medir unos 14 cm y ya tenía bastante pelambrera en la base, aunque sin llegar aún a formarse los típicos rizos/remolinos de vello. Seguí con el sube y baja de piel y mi corazón se empezaba a acelerar y lo notaba palpitar como después de una carrera. Seguí con el sube y baja con el pulgar arriba y los dedos índice y medio por debajo, haciendo únicamente el recorrido suficiente para bajar y subir la piel, con lo que acariciaba únicamente el glande. La sensación era totalmente nueva para mí, pero no sabía si parar o no. Algo dentro de mí me impulsaba a seguir. Empecé a sentir una sensación muy extraña, como si me fuera a pasar algo grave o algo malo, como esa sensación que tienes antes de vomitar o de desmayarte, en la que sabes que algo va a pasar. Mis piernas estiradas (de pie en la ducha) empezaron a temblar. Estuve a punto de parar, pero esa fuerza interior me seguía empujando a seguir. Mi cuerpo empezó a dar espasmos y mi tronco se arqueaba con dichos espasmos musculares. Hasta que llegué al orgasmo. Mi primer orgasmo. La sensación fue de una mezcla de placer, pero también de algo que califiqué como dolor. ¡Fue tan intenso! Vi como una gota de un líquido viscoso y tirando a blanquecino (traslúcido) salía de mi pene tembloroso. Eso era semen no había dudas. En el curso anterior nos habían explicado el aparato reproductor y ahí mi “primera” gota de semen. ¿Eso significaba que ya era adulto? ¿eso significaba que ya podía tener hijos? No me podía creer lo que había pasado.
Me limpié con agua y jabón y aunque estaba muy sensible, volví a limpiarme por el pito. Y comencé de nuevo a bajar y subir a ver si volvía a suceder lo mismo. En seguida se me volvió a poner dura de nuevo hasta que a penas en unos dos minutos volví a tener la misma sensación y volvió a salir una gotita, quizá un poco menos de lo mismo de antes. Había descubierto el sexo sin ni tan siquiera buscarlo. Antes de salir de la ducha, volví a hacerlo otra vez y otra vez secándome y otra mientras me vestía, otra en el otro baño mientras se duchaban mis padres…y así hasta la friolera de 13 veces en ese día. Si las hacía muy continuas ya no llegaba a salirme nada, pero la sensación era igualmente muy placentera.
Por la tarde fuimos a casa de unos familiares y a ver procesiones de Semana Santa. Me sentía sucio, pecador, como si llevara un cartel en la cara y la gente pudiera saber y detectar lo que había hecho. Nadie me había hablado que eso fuera malo, ni bueno, pero sentía que no era correcto. Por otro lado, era como si viera el mundo de otra manera, desde otra perspectiva. Como si me hubieran cambiado las gafas a través de las cuales veía todas las cosas.
Estuve varios días sin tocarme, entre otras cosas porque la tenía roja e irritada. No quise decirles nada a mis padres y esperaba que se me pasara para no tener que pasar esa vergüenza. Con suerte, se me pasó y a los 3 o 4 días, volví a hacerlo con mismos resultados de placer y corrida. Empecé a sospechar que eso era una paja, pero no lo sabía ni tenía a quién preguntar, pero pronto descubriría cómo resolver esas y más dudas y descubrir otros placeres no conocidos hasta ese momento.