Yo y yo mismo (1): La revisión médica

Esta es mi historia con mis dudas y mis inicios. Una revisión médica que cambió muchas cosas en mí.

¡Buenas! Después de muchos años siendo lector, me he animado a volver a escribir. Hace ya algunos años tuve algunos relatos, pero de un día para otro desaparecieron y los perdí. Poco a poco iré escribiéndolos de nuevo.

Aunque voy a escribir de mi vida y los relatos van a ser inspirados en experiencias vividas en primera persona, no van a ser 100% fieles a la realidad.

Desde muy joven fui una persona aplicada, formal y estudiosa. Mis padres, quizá algo sobre protectores, habían estado muy encima de mí y no me habían dejado demasiada libertad para, por ejemplo, ir a dormir a casa de mis amigos o a pasar la tarde con ellos, ir de campamentos, etc. Siempre preferían que vinieran a casa (para controlarnos) por supuesto.

Nunca me había interesado demasiado por el sexo, pero sí que me atraía mucho, y viéndolo retrospectivamente), me excitaban, las escenas en las que alguien “se convertía” en vampiro, en hombre lobo o en alienígena (como en la serie V). Supongo que Freud podría haber hecho una tesis sobre ello.

Recuerdo que nos hicieron una revisión en el colegio y entrábamos de 5 en 5 y por separado chicas y chicos. Había varios médicos y/o enfermeras que nos iban revisando, cada uno por partes, como si de una cadena de montaje de una gran fábrica se tratase. Uno pesaba y medía, otro auscultaba, otro evaluaba la visión, etc. Una de esas pruebas, estando de pie, el médico me bajó pantalón y calzoncillo y me palpó los testículos y cogiendo mi pene con dos deditos, le bajó la piel, se la volvió a subir de mala manera y soltó pantalón y calzoncillos rápidamente. Yo me sentía incómodo ya que nunca había mostrado mis intimidades ante mis compañeros y levanté la cabeza a ver si alguien estaba mirando. Y efectivamente, ahí estaba Toni mirándome fíjateme con una leve sonrisa maliciosa. Yo agaché la cabeza, muerto de vergüenza. Me había visto.

Desde hacía un año me había vuelto algo pudoroso con mi desnudez. No me gustaba que mis padres me vieran desnudo en la ducha, cosa muy frecuente por la política de “puertas abiertas de los baños” de mi familia. Tampoco me gustaba quitarme el bañador cuando íbamos a la playa nudista a la que solían ir mis padres y a la que se quedaban ellos y mi hermano pequeño desnudos (tal y como había hecho yo hasta hacía poco) y yo con mi bañador tipo slip.

No había tenido la oportunidad nunca de vérsela a ningún compañero de clase y ahora, uno de ellos, me la había visto a mí. ¿Se reiría de mí? ¿Se lo contaría a los demás? Me empezaron a entrar dudas sobre mi tamaño… ¿la tendría pequeña? Nunca había podido compararla con gente de mi edad. Sólo con mi padre, que la tenía muchísimo más grande que yo y con mi hermano pequeño, con quien tampoco podía comparar.

Mientras que mi cuerpo iba pasando “de mano en mano” de diversos sanitarios, mi mente empezaba a dar mil vueltas y a hacerse múltiples preguntas.

Respecto a Toni, nunca había sido mi amigo ni de mi grupillo, aunque hacía ya varios años que éramos compañeros de clase. No me atrevía a mirarle a la cara. Busqué a las caras de otros compañeros que estaban a lo suyo, sin notar ningún atisbo de duda o comedura de cabeza como lo que estaba haciendo yo. En esas que le tocó el turno de la exploración genital a Rafael, me entró mucha curiosidad e intenté verle su pollita, pero desde donde yo estaba sólo pude ver la cabeza del médico agachado que me tapaba. ¡Mierda!, pensé. Él tampoco se dio cuenta que yo miraba. Ya estaba yo en la última “estación” cuando le tocó la exploración genital a Toni. Desde donde yo estaba ahora sí que podía verlo bien. Siempre recordaré con cariño, ese momento en el que el médico bajó sus pantalones cortos y levantó su camiseta amarilla para dejarme a la vista su pene oscuro (como el resto de su piel corporal) algo arrugado por la situación. La verdad es que era muy parecido al mío, que, aunque el resto de mi cuerpo era blanquito, mi pene era de piel oscura (cosa que llamaba un poco la atención ya que parecía que no era ni mío, sino de otra persona). Me quedé muy complacido al ver que no la tenía pequeña, o por lo menos, que él la tenía igual que yo de tamaño. El médico procedió a bajarle la piel, pero eso ya no lo pude ver. Cuando el médico la soltó y le dijo que ya estaba listo, volví a vérsela, y me pareció que estaba algo más grande, menos arrugada y más alargada, sin estar dura. Toni aguantaba sus pantalones y calzoncillos bajados con una mano y con la otra su camiseta. La verdad es que me pareció algo bonito (?), algo digno de observar. Levanté mi mirada hacia su cara y ahí estaba él. Con la misma mirada y sonrisa maliciosa que me había echado hacía a penas unos minutos. Esta vez, no agaché la cabeza y permanecí mirándole. No sé el tiempo que duró, supongo que unos segundos, pero pareció que se había parado el tiempo. Fue una sensación muy agradable y que contrarrestó todo mi malestar previo de preguntas, vergüenza y temores hacia él. No recuerdo si tuve una erección en ese momento, lo desconozco, ya que aún no era consciente ni asociaba esas sensaciones.

El médico le llamó la atención en que ya había terminado y salimos los 5 del aula de la revisión. No volví a decirle nada ni a mirarle ni nada. Ese día transcurrió normalmente y no volví a pensar en lo sucedido. Fueron transcurriendo los días y aunque recordaba ese momento como algo agradable, tampoco es que me quitara el sueño. Sí que me empezó a entrar curiosidad por saber si la de otros compañeros sería igual, o más grande o más pequeña… pero era sólo curiosidad. En ningún momento pensé en relacionarlo con algo sexual ni mucho menos homosexual.

Habría pasado una semana de la revisión, cuando estando en el patio en el tiempo de recreo, en un momento que me quedé solo, alguien se me acercó por detrás y me susurró al oído derecho: “Te he visto el pito”. Me quedé asombrado y asustado y me giré repentinamente y vi a Toni riéndose y me fui hacia mis amigos, deseando que nadie más hubiera oído esas palabras y volviéndose a llenar mi cabeza de temores y de dudas. ¿Por qué me había dicho eso? ¿Iba a contárselo a todos? Yo también se la había visto a él y eran parecidas, pero, a lo mejor él decía que la tenía pequeña y no me creerían a mí y a él sí. Intenté involucrarme en la conversación que tenían mis amigos, pero no era capaz. El timbre de volver a las aulas me devolvió a la realidad y puede desconectar de mis dudas al concentrarme en atender a las clases.

Toni no volvió a decir o hacer nada en unos días, hasta que, a la semana siguiente, estando en el recreo con mis amigos me fijé que me miraba y cuando mi mirada se clavó en la suya, pude leer en sus labios esas mismas palabras que me había dicho una semana antes: “Te he visto el pito, te he visto el pito, te he visto el pito”. Repetía una y otra vez, con una pausa de un segundo entre el final de una frase y el inicio de otra. Intentaba ignorarlo. Esa situación se repitió un par de veces las dos siguientes semanas. La verdad es que ya no me molestaba demasiado, me parecía algo anecdótico. Si después de tanto tiempo, no había dicho nada a nadie, no creo que lo dijera. Además, Toni no era precisamente el más popular de la clase y, aunque yo tampoco, tenía suficiente reconocimiento como para que me creyeran más a mí que a él. Incluso tenía a mi favor al delegado de clase, Bernardo, del cual (ahora me doy cuenta) que estaba súper enamorado y del que hice campaña para que fuera el delegado.

Ya había pasado más de un mes de la revisión y desconozco si Toni seguía con su particular “acoso” hacia mí, porque simplemente ya ni lo buscaba. Estábamos en el recreo y cuando sonó el timbre para la vuelta a las aulas, y aprovechando el barullo que se formaba (nunca he entendido por qué la gente tenía tanta prisa para entrar y luego para salir de clase), Toni se acercó donde yo estaba con mis amigos, rumbo hacia la clase y dijo esa frase ya conocida: “Te he visto el pito, te he visto el pito”. La verdad es que, por la situación, no quedaba claro a quien se dirigía (y aunque yo lo sabía perfectamente) nos echamos todos a reír carcajeándonos de su ocurrencia.

No recuerdo bien el desarrollo posterior de los acontecimientos, pero en las siguientes semanas se repitió una o dos veces más. Pero en la que sería la última, y aprovechando el barullo me acerqué a él y subiendo las escaleras y le contesté: “y yo a ti, y yo a ti”.

No volvió a hacer nada ni a decir nada. Terminó el curso y él repitió, quedándose descolgado ya que cambiábamos de patio del recreo y al siguiente año, se cambió de colegio y no nos volvimos a ver.

La verdad es que desconozco si era gay, si es gay, y creo que no he vuelto a coincidir con él nunca. Pero esa visión de su pene nunca la olvidaré y pienso que despertó en mí una curiosidad que se incrementaría exponencialmente unos meses más tarde, pero eso ya es otra historia.