Yo y un pelirrojo peligroso III
Las pajas con Carlos se habían convertido en todo un torbellino de emociones. Siempre me estaba sorprendiendo. Faltaba una semana para mi cumpleaños y había recibido mi regalo por adelantado. ¿Hasta dónde iba a poder llegar con Carlos? ¿Qué placeres por descubrir me tenía reservados?
Las pajas con Carlos se habían convertido en todo un torbellino de emociones (https://www.todorelatos.com/relato/171083/). Siempre me estaba sorprendiendo. Tenía la duda si era verdad lo que me había contado del “juego” de desnudarse con la boca que había hecho con el amigo de su hermano (https://www.todorelatos.com/relato/171156/). En realidad, Luis (que era como se llamaba), también era vecino del barrio, pero no se juntaba mucho con nosotros ya que él era 3 años mayor. Era alto (por lo menos para nosotros), delgado y de piel blanca, pelo negro lacio y unos ojos verdes impresionantes. No es que me cayera mal, pero, la verdad nunca habíamos conectado demasiado ni teníamos demasiadas cosas en común. Aún así, quizá, sabiendo que le gustaba jugar a ese tipo de juegos, podríamos incluirlo en nuestro Club de las pajas o en nuestro reciente Club de los “juegos”, con únicamente dos socios, por el momento. Lo que sí que me llamaba poderosamente la atención era en saber cómo tendría la polla. Le pregunté alguna vez a Carlos como la tenía y me dijo que como la mía más o menos, cosa que me llenó de orgullo al pensar que la tenía igual que un chico 3 años mayor que yo.
Pasaron unos 10-15 días de la última paja con Carlos, y aunque mis 2 o 3 pajas diarias no me las quitaba nadie, tenía ganas de seguir descubriendo nuevas cosas o, por lo menos, volver a sentir las sensaciones que había experimentado hasta ese momento con Carlos (o con quien se quisiera unir). Como nuestras familias eran muy cercanas, los padres de Luis montaron una fiesta en su casa de campo para celebrar el cumpleaños de su hermana pequeña. Quizá era el momento, ya que íbamos a estar Carlos, Luis y yo.
La parcela era grande y la fiesta se desarrollaba en la casa (pequeña y antigua) que tenían en un extremo. Si bien, se estaban construyendo un chalet en la misma parcela, en el que ya estaba toda la estructura, pero sin ventanas, sin puertas, sin luz y sin baldosas en el suelo ni las paredes pintadas: todo de bloque gris de hormigón. La única parte donde estaba ya embaldosado era en una pequeña buhardilla que habían hecho en la terraza del último piso. Durante todo el día estuvimos jugando al escondite y a los típicos juegos junto con Luis, Carlos, el hermano mayor de Carlos y otros amigos mayores de Luis. Yo era el peque del grupo y me sentía un poco fuera de lugar y frustrado por no poder desarrollar mis intereses.
Jugando al escondite, seguí a Carlos para esconderme con él y nos metimos en lo que iba a ser uno de los baños de la casa detrás de una especie de bidón. Allí aproveché la situación para dirigir mi mano a su paquete, haciéndome él en seguida lo mismo. En seguida estábamos los dos con las pollas tiesas sintiendo la mano del otro recorrer el tronco por encima del chándal. No duró mucho, porque en seguida nos pillaron. Le dije a Carlos que le preguntara a Luis si nos hacíamos una paja juntos. Pensé que quizá Carlos hacía lo mismo con Luis cuando se escondían. Me puse algo celoso, pero no tanto por Carlos, sino por Luis, porque yo también quería hacer eso con Luis. Repetimos la jugada de escondernos juntos y fuimos a la buhardilla. Nos metimos dentro y nos sentamos en el suelo. Yo ya la tenía a tope y cuando dirigía mi mano a su paquete, pude notar que él también. Lo bueno del escondite es que podíamos oír si alguien subía por las escaleras. Así que ambos nos las sacamos y empezamos a pajearnos mutuamente. ¡Cuánto tiempo!, me dijo, agarrándome la polla y mirándola ¡Cómo le he echado de menos! Y se agachó y le dio un besito. Sentí un hormigueo por todo el cuerpo. Quería más. ¿Quería más? ¿de verdad quería que me la volviera a besar? Me sentí en deuda con él (como siempre) pero no me atrevía. Además, nos podrían pillar, así que, viendo mi parálisis al respecto (aunque seguía pajeándole, Carlos me preguntó: ¿Y tú, no la echabas de menos? Esa era la señal, tuve que decir que sí y me agaché para besarla. Como me daba un poco de cosa besarle en el capullo (recordad que estaba circuncidado) le besé en el tronco (total, era sólo piel). Me preguntó si me había gustado y le dije que sí, así que otra vez se agachó y le dio otro besito, pero ese duró unos segundos más. Sólo notar su aliento caliente y su respiración en mis zonas íntimas ya me ponía a cien, pero, si, además, se le sumaba el contacto de sus labios con mi polla, se multiplicaba. Seguimos con la paja mutua y cuando me iba a agachar hacia su polla para devolverle el beso y ver hasta dónde nos iba a llegar, oímos que alguien subía por las escaleras y vino directamente y abrió la puerta. Era Luis, pero también venía con el hermano de Carlos. Empezaron a reírse, diciendo: “¿Qué hacíais? ¿Os estabais pajeando?” Ellos lo decían seguramente en broma, pero yo estaba avergonzado y muerto de miedo que lo notaran o que Carlos dijera algo. Luis y el hermano de Carlos empezaron a hablar de mí, como si no estuviera, diciendo que yo no sabía ni lo que era eso, que seguro que tenía un pito de niña y cosas así. La verdad es que me hice como si no hubiera escuchado nada y bajamos las escaleras y me fui a donde estaba mi hermano, la hermana de Luis y el resto de “pequeños”. Tenía que apagar mi fuego, mi frustración, mi excitación, mi rabia… todo a la vez.
Se me quitaron las ganas de intentar nada con Luis ni con Carlos. Se hizo de noche y cenamos. Después de cenar, se quedaron nuestros padres, de sobre mesa, con los carajillos, chupitos, cubatas, gin-tonics… típicos. Luis, el hermano de Carlos y otros “mayores” se pusieron a jugar a cartas. Y los “pequeños” a jugar dentro de la casa (la antigua) con unos juguetes que tenían allí. Carlos y yo nos quedamos un poco “out”. Esas edades en las que estás entre unos y otros y no te sientes del todo cómodo, del todo tú con ninguno, aunque ya presentía que había algo más por lo que me hacía sentir diferente y que compartía con Carlos. Con él me sentía mucho más yo mismo. Me hizo una señal con la cabeza y dijimos que nos íbamos a dar una vuelta, y nos fuimos al otro extremo de la parcela, a la casa en construcción. Estaba todo bastante oscuro, pero poco a poco, la vista se fue acostumbrando. Le comenté a Carlos cómo me sentía, y que era una mierda sentirse así de incómodo con los padres, con los “mayores” y con “los pequeños”. Estábamos en el salón de la casa, donde una de las partes no tenía pared (supongo que iba a ser una cristalera) y daba a la zona que se veía la otra casa y el camino hacia ésta. Podíamos controlar dónde estaban y si alguien venía. Como estaba oscuro, nadie nos veía. En esas que Carlos me dijo: me debes un besito. Al principio, me quedé de piedra, pues no pensaba en besarle, pero rápidamente, y antes de cometer el error de besarle en la boca, me acordé que no le había devuelto el último beso.
Sólo el hecho de estar solos ahí, yo ya tenía mi polla dura, pero al acordarme de eso, aún me dio un salto más. Él se la sacó y yo me agaché y le di un besito como me había dado él. No se la guardó y empezó a pajearse, así que yo me la saqué también y empecé a pajearme. Me puse de pie y me acerqué a él y no tardamos en cogernos la polla del otro. Estábamos muy calientes los dos y resoplábamos los dos de la excitación. La verdad es que no me faltaba mucho para correrme y en esas me dijo: Vamos a probar un beso diferente. Se agachó y, esta vez sí, se metió la punta de mi polla en la boca y me dio una chupadita. Wow, pensé que me iba a correr en ese momento. Era la mejor sensación que había sentido en mi vida. Ni siquiera el placer de un orgasmo era comparable con eso. Quería más. Si nada más que decir, se levantó y me agaché yo y repetí su misma acción. Pensé que me iba a dar asco (¡por ahí salía el pipí!) pero no. Ni olía ni sabía a pipí. No tuve más emoción ni repulsión que si le hubiera chupado un dedo de la mano. Aunque por sus suspiros y jadeos, le estaba gustando a él lo mismo que me había gustado a mí que me lo hiciera. Volvimos a cambiar, pero esta vez, Carlos se acompañaba de su mano pajeándome mientras me la chupaba y se la introdujo mucho más y empezó una mamada como habíamos visto en las películas. La sensación era bestial. Y a mí que me parecían exagerados los gemidos de placer de las pelis porno, ahora lo entendía. Tenía la sensación que me iba a correr en cualquier momento, que estaba a punto, pero no le dije nada a Carlos, porque no quería interrumpir ese placer. A lo mejor, si me corría en su boca, él se enfadaría, pero el placer nublaba mi mente, tenía la sensación de estar en otro mundo. Mis ojos cerrados y mi cabeza hacia atrás como queriéndome concentrar al máximo y en disfrutar de la mejor sensación vivida hasta ese momento en mi corta vida. Nos tocó cambiar y me agaché y tomé su polla con mis manos e imité todo lo que me había hecho. La paja mientras me la introducía en la boca, meterla y sacarla de la boca, etc. La idea que se corriera en mi boca, no me hacía mucha gracia y esperaba que, como cuando nos hacíamos pajas, nos avisáramos de la corrida. Cuando me cansé de estar de rodillas en el suelo, volvimos a cambiar. En esa tercera vez, Carlos añadió la variable lengua. Notaba como su lengua empezaba a jugar con mi capullo dentro de su boca. ¿Dónde habría aprendido todo eso? Me daba igual en ese momento, estaba en otro mundo. Seguramente si hubiera venido alguien a la casa, no nos hubiéramos dado cuenta porque nuestros sentidos (o por lo menos los míos) estaban obnubilados y centrados únicamente en el placer de mi polla. Tuve como 15 veces la impresión de una corrida inminente, pero me daba la sensación que no era capaz, era muy raro. Volvimos a cambiar, e intenté (no sé si con éxito o no) repetir los movimientos linguales de Carlos. Me empezaba a resultar divertido el hecho de chupársela y algo morboso. Me dijo que estaba muy a punto. Yo le dije que también. Todo el rato, el que era chupado estaba de pie mirando hacia la futura cristalera vigilando y el que mamaba, agachado de espaldas. Así que yo me quedé de pie (con mis pantalones y calzoncillos bajados en los tobillos) y él también en la misma tesitura alargando su mano y cogiéndome la polla mientras yo vigilaba y pajeándome. Como yo era más alto, me agaché un poco para facilitarle la tarea y podía sentir su cuerpo pegado al mío, con su polla dura tocando mis muslos, y su aliento muy cerca de mi cuello y de mi oreja derecha. Mi grado de excitación era máximo y mi presunta vigilancia mínima, hasta que me corrí abundantemente en lo que sería el futuro suelo del salón de la casa. Creo que hasta solté un gemido que recé porque nadie hubiera escuchado.
Era su turno, aunque yo estaba exhausto. En el fondo, deseaba que alguien se acercara y tuviéramos que dejar y así descansar, pero no iba a dejar al pobre Carlos así. Me puse en la misma postura que él. Detrás de él, cogiendo su polla con mi mano derecha y agachándome, pegando mi cuerpo a su cuerpo y haciendo que notara mi aliento en su nuca y mi polla en sus nalgas. En ese momento, quizá me atrevía más de la cuenta y me pegué bastante, notando mi pecho contra su espalda y mi polla que empezaba a ponerse de nuevo dura, pero sin tener sitio para expandirse por lo que reptaba hacia arriba entre mi ingle y sus glúteos. Finalmente, él se corrió y aunque no fue tan abundante, soltó varias gotas que se unieron a las mías en el suelo.
Una vez nos recuperamos. Dimos una vuelta más por la casa y nos fuimos a donde nuestros padres y en seguida se pusieron a recoger y nos fuimos cada uno a nuestras casas.
Faltaba una semana para mi cumpleaños y había recibido mi regalo por adelantado: mi primera mamada (realizada y recibida). ¿Hasta dónde iba a poder llegar con Carlos? ¿Qué placeres por descubrir me tenía reservados?