Yo y un pelirrojo peligroso II
Sigo descubriendo sensaciones con Carlos y teniendo nuevas experiencias que van subiendo de temperatura.
Año nuevo, vida nueva. O por lo menos, eso dicen. Había empezado un nuevo año y había dejado atrás, quizá uno de los años más significativos de mi vida y el más significativo hasta mi existencia, en ese momento. Me había hecho mi primera paja que había sido, además, mi primera corrida ( https://www.todorelatos.com/relato/169005/ ). Habíamos creado el Club de las Pajas ( https://www.todorelatos.com/relato/170951/ ) y podía haber visto otras pollas, otras corridas, etc. Y sobre todo, y yendo al tema, había empezado a tener sexo con otra persona por primera vez, con mi amigo Carlos ( https://www.todorelatos.com/relato/171083/ ): había tocado una polla y pajeado por primera vez y me la habían tocado.
Ese uno de enero no fue muy distinto a otros: levantarme tarde (casi a la hora de la comida), ducha, arreglarse con las mejores galas para comer y sobremesa, como las que suelen en mi casa: de las largas. Después de ello, sesión de sofá y peli en la sala de estar y mis padres sugirieron ir a ver a un familiar que ese día era su “santo”. No me apetecía nada ir, ya que en esas visitas no había gente de mi edad y me aburría como una ostra. Aunque no tenía demasiada esperanza, sugerí quedarme, y sorprendentemente, mis padres accedieron. Mi hermano pequeño, en seguida quiso subirse al tren, pero no coló y se fue con ellos. Me quedaba solito y tranquilo en casa, con posibilidad de hacerme una paja, seguramente. La que sería la primera paja del año. De momento, ni me había cambiado de ropa. Estaba tan perezoso que ni eso me apetecía. Tiempo habría de ir a ponerme el pijama.
No habían pasado ni 10 minutos desde que se fueran mis padres, cuando tocaron al timbre. No me gustaba nada cuando pasaba eso, ya que podría ser alguien extraño o algún vecino a pedir algo, o a pagar la comunidad o algo así. Cuando abrí la puerta, me sorprendí y era Carlos preguntándome qué hacía. Le invité a pasar y le dije que nada, viendo la tele, de “resaca” (aunque no había bebido alcohol) de la Nochevieja. Fuimos a la sala de estar y nos sentamos los dos en el sofá, uno al lado del otro. No me acuerdo qué daban en la tele, pero nada interesante. Creo que hicimos algún comentario, pero nada interesante. Con eso que me dijo que iba muy guapo, le di las gracias y le expliqué que no me había cambiado tras la comida de Año Nuevo. Su sola presencia, ya hacía que mi polla se pusiera dura, sobre todo, sabiendo que estábamos los dos solos y en el sofá (en la postura habitual de las sesiones pajeras). Me preguntó si ya me había corrido este año, le dije que no y él me contestó que él tampoco. Con esas me dijo: ¿Te apetece? Claro, le contesté yo, mira cómo estoy, mostrándole mi bulto en el pantalón. Él me dijo: ¿a ver? Y alargó su mano y empezó a recorrer todo el tronco de mi polla, que reposaba sobre mi ingle izquierda (un truco para que no se notaran tanto mis continuas erecciones). Me gustaba mucho esa sensación y también añadido al morbo de sobarme la polla por encima de la ropa, por primera vez. Me eché hacia atrás facilitándole el acceso. Él miraba el bulto y se mordía el labio inferior con cara de deseo diciendo: Pues sí, parece que está contenta de verme. Y tanto que lo estaba y no sólo de verle, sino de sentir como sus dedos iban sobándome y recorriendo el tronco de mi polla como sopesando el tamaño y viendo donde empezaba y donde terminaba. Iba alternando una mano con otra. No sé el tiempo que pasó, pero me sentía en deuda con él y yo también tenía curiosidad en ver si él también estaba caliente así que le dije: ¿A ver tú? Y se echó hacia atrás en el sofá dejándome acceso a su paquete algo abultado. Empecé a tocarle y estaba erecto claramente, pero no acababa de discernir qué era polla, dónde estaba la punta, dónde la base, dónde los testículos…. En ese sentido opté por la opción de poner toda mi mano recorriendo el paquete sobando todo lo que me daba la mano (que era suficiente para abarcarlo). No acabábamos de estar los dos cómodos con eso: supongo que él no notaba la fricción adecuada para estimularlo suficientemente y yo porque tenía una cierta frustración al no poder adivinar qué era cada cosa y poder estimularle la polla correctamente. Entonces el dijo: espera que me molesta el pantalón y me pongo más cómodo, y se desabrochó el mismo y se lo bajó a los tobillos, dejándome ver sus calzoncillos tipo slip rojos donde se marcaban, ahora sí dónde estaba cada una de las zonas de su anatomía. Tenía la polla hacia abajo, pugnando por subir hasta ponerse recta en perpendicular al cuerpo, como era habitual. De esa manera, volví a sobar y tocar, ahora con mayor pericia, sus órganos sexuales. Ya no me sentía tan frustrado y me sentía mejor por poder darle placer y que sintiera lo que yo sentía cuando él me tocaba. Llevaría unos minutos cuando Carlos empezó a tocarme también mi polla (por encima del pantalón), mientras hacía lo mismo con la suya. Las sensaciones se multiplicaban, pero obviamente, yo quería más, aunque no diera ningún paso al respecto. Me sugirió que yo también me pusiera cómodo, y cuando me iba desabrochar el pantalón y bajármelo como él, me paró y me dijo: deja, que yo te ayudo. Fue un poco raro, ya que hacía varios años que nadie me desnudaba (desde que lo hicieran mis padres). Carlos, con dificultad, consiguió desabrochar la hebilla del cinturón y el botón del pantalón y bajó la cremallera. Yo alcé el culo para ayudarle a que pudiera bajármelos y así hizo. Yo pensaba que se quedaría ahí, pero aprovechó la ocasión para bajarme también los calzoncillos (también tipo slip) que llevaba, dejando mi polla tiesa al aire. Me la cogió y empezó a pajearme. Yo no podía ser menos, así que, le bajé sus calzoncillos e hice lo mismo.
La situación había sido muy morbosa. Cómo habíamos empezado, el hecho de desnudarnos el uno al otro, etc. Notaba que no era una paja más a mano cambiada, sino que la excitación era mayor a otras veces y no tardaría mucho en correrme. Se lo hice saber y me dijo, no hay problema, córrete, luego me terminas a mí. La verdad es que me alivió, porque el hecho de estar pajeándole me daba morbo, pero me desconcentraba de la posibilidad de correrme. Me eché hacia atrás en el sofá y le dejé hacer. Creo que a él le pasaba algo similar, ya que, al dejar de pajearle, mejoró en sus habilidades masturbatorias hacia mí. Como otras veces, iba cambiando de mano, pero esta vez añadió una nueva variante, porque con la otra mano, empezó a acariciarme los huevos, la cara interna de los muslos y a subir por mi barriga y mi pecho, cosa que ayudé desabrochándome los botones de la camisa. Esas sensaciones de sentirme acariciado mientras me pajeaban sí que eran buenas. Menudo año, ¡cómo empezaba! Estuve varias veces a punto de correrme, pero ya fuera por el cambio de manos o porque cambió el ritmo, no llegué al orgasmo, hasta el momento que no puede más y se lo hice saber y varios chorros saltaron hacia mi barriga, sobrepasando el ombligo (menos mal que me había desabrochado la camisa). Él seguía y tuve que pararle la mano porque tras el orgasmo mi polla estaba hipersensible. Había sido increíble. Esto del sexo era el mejor invento de la humanidad. Me entró el bajón característico y una parte egoísta de mí, recé para que él no quisiera correrse y lo dejáramos ahí, ya que, una cosa era pajearle mientras me pajeaba, con el calentón y otro bien distinta ahora con el bajón que ni físicamente ni psicológicamente estaba preparado para terminarle su paja. Aun así, por otro lado, mi angelito bueno me decía que tenía que terminarle y hacerle sentir lo que yo había sentido. Ganó el angelito bueno y me dirigí a su polla y empecé a pajearla como me había enseñado él que le gustaba: con la yema de los dedos, cogiéndola por el tronco por debajo del glande y en la subida llegar hasta el límite del borde del glande, rozándolo parcialmente. Entiendo que a él le pasaba un poco como a mí, que no estaba acostumbrado a la mano ajena y tuve que cambiar varias veces de mano, ya que se me cansaba, siendo consciente que la izquierda no era ni mucho menos tan hábil como la experimentada mano derecha. Finalmente, y tras minutos (que se me hizo muy largo), me avisó que se corría y así fue, aunque esta vez, una pequeña gota salió disparada hacia su torso, manchando un poco la camiseta que llevaba y el resto escurriéndose como lava por el tronco de su polla y lógicamente, por mi dedo pulgar. No me dio especial asco, aunque tampoco especial morbo. Notar el contacto de su semen en mi piel no me despertaba sentimiento positivo ni negativo, era más bien neutro.
Con la emoción, no había traído papel higiénico ni nada para limpiarnos, así que tuve que ir, como un pingüino, con los pantalones y calzoncillos por las rodillas hasta el baño a buscar papel para limpiarme y para limpiarle a él. Me limpié yo en el baño y ya con el pantalón subido, le llevé papel a él. Habían pasado casi dos horas desde que se fueron mis padres. Menos mal que no me fui con ellos, sino no hubiera disfrutado de esta nueva experiencia y de poder decir (para mí mismo, ya que no le contaba nada de esto a nadie) que mi primera corrida del año me la había provocado otra persona. Carlos se limpió se vistió y me dijo que se tenía que ir a casa, que pronto tenía que cenar. No hablamos del tema. Nunca lo hablábamos. Simplemente hacíamos cosas. No nos planteábamos nada más.
Tras ese descubrimiento del día 1 de enero. En nuestros posteriores encuentros, se desbloqueó el modo corrida y prácticamente, nos corríamos en la mano del otro, intentando simultanear los orgasmos, aunque dependiendo de dónde nos corríamos, suponía una complicación para no dejarlo todo perdido.
En uno de esos encuentros, Carlos me dijo que una vez hizo un juego con otro vecino, dos años mayor que él, amigo de su hermano. El juego consistía en vendarse los ojos y que el otro le desnudase con la boca. Y me pidió de jugar juntos. Como tampoco teníamos vendas nos tapábamos con las manos. Yo tenía mis sospechas que quizá, con ese vecino, había hecho algo más y que, de ahí sus habilidades y sus “ocurrencias”. Pero también era verdad que Carlos era algo mentiroso y de siempre había sido una persona que se inventaba sus propias historias (aunque fueran mentira), y como tampoco quería perder el buen rollo que teníamos, le dejaba que llevar las riendas y le seguía el juego. Estábamos en su habitación, e íbamos los dos con pantalón de chándal. Empezó él a desnudarme: yo de pie, en medio de la habitación con mis manos cubriendo mis ojos y rezando porque aquello no fuera una broma de mal gusto o que entraran sus padres o su hermano mayor y nos pillara de esa manera. Él dio un par de vueltas a mi alrededor, como buscando por donde abordar el tema, y se puso de rodillas en un costado, intentando, con los dientes bajar la gomilla del chándal. La gomilla estaba apretada y tuvo que hacer varios intentos girando la cara hacia un lado y hacia otro, sintiendo yo cierta presión sobre mi ingle. Poco a poco, ese nerviosismo, se convirtió en excitación y no tarde en ponerme erecto, casualmente hacia mi izquierda, donde estaba él colocado. Tenía su cara y su boca, luchando por bajarme el pantalón y, apenas a unos centímetros tenía la punta de mi polla palpitante. Entendí la gracia del “juego” y me gustaba. Finalmente, consiguió bajarlos y ahí estaba yo: con los pantalones en los tobillos, en slips y con mi polla erecta marcándose claramente. La verdad, es que el hecho de tener los ojos tapados, me ayudaba a no tener vergüenza, aunque casi ya no había pudor entre Carlos y yo. Ahora quedaba lo más delicado: bajar los slips. Intentó (sin éxito) la técnica desde el lateral, pero era más difícil de coger, así que tiró hacia delante, y ahora sí, sentía su boca y sus labios rozando mi polla con únicamente un trozo de tela entre medio. Notaba su aliento caliente sobre la piel desnuda de mi barriga, de mis piernas. Su cabeza, su oreja rozaban y se refregaban contra mi polla y mis huevos, de una manera muy sutil, casi por casualidad, pero era imposible que le costara tanto bajarlos. ¿Quizá se estaba recreando? ¿Quizá quería ponerme caliente? Claramente, lo estaba consiguiendo. Finalmente lo consiguió, no sin antes sentir algo de dolor, al coger también unos pocos pelos púbicos que me hicieron soltar un “auch”, flexionar ligeramente el tronco y retirarme las manos y mirar, viendo como Carlos estaba agachado terminando de bajar mis slips por mis rodillas y mi polla tiesa bamboleante. En ese momento, se me pasó por la cabeza que iba a chupármela. Pero se puso de pie y me dijo: tu turno. Me subí pantalones y calzoncillos y se plantó en medio de la habitación. Yo me agaché y rápidamente le bajé el pantalón del chándal. Al cogerlo, se me vino también el calzoncillo y pensé, por un momento, en bajarlo todo de golpe y así terminar antes, pero pensé que, tal y como él había jugado conmigo, yo también tenía que hacerlo (ya que lo había disfrutado mucho y me veía en deuda). Con eso, únicamente bajé el pantalón. Creo que él se sorprendió negativamente de la rapidez. Con eso, volví al lateral y empecé a bajarle, pero quise hacer lo mismo que él y me dirigí hacia su pubis, de donde salían pelillos pelirrojos como preámbulo de lo que venía después. Me hice un poco el torpe, restregando mi cara, cabeza y nariz con el contorno de su polla, que se marcaba claramente dura y excitada. Me gustaba esa sensación de tocar su polla y su olor era penetrante. No era nada desagradable, como hubiera pensado previamente. Finalmente, me decidí no alargar la agonía y se los bajé dejando su bonita polla circuncidada al aire rebotando sobre sí misma.
En eso, escuchamos el ruido de la puerta de su casa, que su madre volvía de comprar. Así que se subió pantalones y calzoncillos y me dijo que estaba castigado y que no le dejaban salir, así que, aprovechando que vivía en la planta baja, me tuve que salir por la ventana de su casa, cosa que no sería la última vez que saldría o entraría por esa ventana para nuestros “encuentros”, pero eso ya es otra historia.
Tenía el corazón a mil. Y fui directamente a casa, y me pajeé apasionadamente con los recuerdos y sensaciones que acababa de tener. No tardé mucho en que mi obligo recibiera mi semen, limpiándome con papel sin mucho tiempo a reflexionar sobre lo sucedido.
Luego, por la noche si que llegaron todas mis cuestiones, dudas y preguntas: ¿Realmente había “jugado” a ese juego Carlos antes? Si así había sido, ¿por qué no jugábamos los tres? ¿Cómo sería su polla? ¿Tenía ganas que Carlos me la chupara? ¿Qué se debía sentir? Si me la chupaba él, ¿se la tendría que chupar yo a Carlos? ¿no me daría asco? Mis dudas se transformaron en excitación y mi excitación en una nueva paja, bajo las sábanas y limpiándome con un calcetín.
Llevábamos poco más de un mes y estaba superando al anterior en sensaciones y experiencias. ¿Siempre iba a ser así? Pronto lo descubriría.