Yo y un pelirrojo peligroso I

El Club de las pajas dio lugar a algo más, donde un pelirrojo, que sabía más de lo que parecía, me hizo descubrir muchas cosas.

Carlos era un vecino/amigo de toda la vida. Nos habíamos criado juntos y, obviamente, cuando empezamos a desarrollarnos, empezaron los comentarios sobre sexo. Aunque tenía un año más que yo, era el típico chico bajito, delgado, con cara aniñado, blanquito, pecoso y, su rasgo más característico: pelirrojo.

Carlos fue el primer miembro del Club de las Pajas ( https://www.todorelatos.com/relato/170951/ ) y nuestra confianza y nuestra amistad se fue forjándose gracias a las pajas, las películas porno y el sexo, en general.

Quedábamos frecuentemente en su casa a ver porno (cuando se podía) o simplemente a pajearnos. Alguna vez también en mi casa, pero fueron las menos veces.

Unos 6 meses después de la primera paja juntos, Carlos me preguntó si alguna vez me la habían tocado. Yo le dije que quizá algún manotazo jugando con mi hermano, pero sin ningún contenido sexual. Él me dijo si me había gustado, yo no sabía que responder, ya que ni le había dado importancia a esas veces de juegos con mi hermano, pero para seguirle la corriente le dije que sí. A él le gustaba siempre ser el centro de atención y que se hiciera lo que él quería, con lo que yo le seguía la corriente, ya que, me gustaba pajearme con él y, además, podía ver porno en casa de sus padres (ya que su padre tenía una gran colección, que resulta que prestaba al resto de los vecinos, incluidos mis padres). Yo le pregunté si a él se la habían tocado, pero me dijo que no, pero muy sospechosamente, pensé que me mentía. Se hizo el silencio, sólo interrumpido por los gemidos sobreactuados de la dobladora de la porno.

Estábamos los dos sentados, uno al lado del otro, nuestras rodillas tocándose, en el sofá, viendo la película porno, aunque no es que le hiciéramos mucho caso. Entonces me dijo si me atrevía a tocarla y le dije que, si él también me la tocaba, sí. Así que él alargó su mano y le dio un golpecito a mi polla tiesa con su dedo índice. A penas sentí algo similar a lo que me había pasado con mi hermano algunas veces. Aun así, tenía que devolverle el favor y eso hice. Luego él repitió lo mismo y yo otra vez. Los dos reíamos con una risa nerviosa. No me había dado repulsión tocársela, pero tampoco un gran placer: ni frío ni calor. Luego cada uno retomó su polla y nos corrimos viendo la porno.

Tras el episodio en casa de Rafael con su hermano ( https://www.todorelatos.com/relato/171001/ ) había pensado en el morbo que me dio ver como la polla de Rafael era agarrada por mano ajena. Pero esa curiosidad distaba mucho de la sensación que había tenido al tocármela Carlos.

La siguiente vez que quedamos, en su casa, fue sin película porno, los dos solos en su habitación, “escuchando música” y aprovechando que sus padres dormían la siesta. Volvió a sacar el tema de tocar la polla y si me había gustado la vez anterior. Sinceramente, no me había resultado ni repulsivo ni especialmente agradable, pero tampoco quería cortarle el rollo, casi siempre le seguía la corriente y que llevara las riendas. Con ello le dije que sí y, mientras nos pajeábamos (cada uno con la suya) me dijo que volver a hacerlo. Acepté la propuesta y esta vez fui yo el primero en tocársela (sin cambios en mis sensaciones respecto a la vez anterior) y luego él (ídem). Lo hicimos dos o tres veces, pero la verdad es que me parecía aburrido y yo había seguido con mi paja. Así que él me dijo: “¿qué tal si hacemos un juego?” Siempre tenía cosas en las que sacarme de mi inocente monotonía. El juego consistía en agarrarla y contar 3 segundos y luego el otro. Empezó él y me la agarró con dos dedos (tal y como se agarraba él la suya para pajearse) y contó en voz alta los tres segundos. La verdad es que ahí sí que me subió una sensación de cosquilleo que me recorrió todo el cuerpo por detrás de la espalda. Luego me tocó hacérselo a él y repetí su misma acción utilizando únicamente mis dos dedos y contando esos tres segundos en voz alta y dejándola. Me preguntó si me había gustado y asentí con la cabeza. Estaba rojo, ruborizado y notaba mi corazón latiendo que parecía que me iba a salir. Quería repetirlo, quería volver a sentir esa sensación, pero no sería yo quien lo dijera. Y, efectivamente, fue él que volvió a repetir su acción sin ni siquiera decir nada más, pero esta vez contó hasta 5. ¡Uffff! La sensación fue mucho más intensa y podía notar como las yemas de sus dedos apretaban sobre mi pene erecto. Cuando pasaron esos cinco segundos, se quedó mi polla huérfana de esos dedos, pero ella quería más. Si el pago para volver a sentirlo, iba a ser hacerle lo mismo era barato comparado con la sensación extraordinaria que me estaba haciendo sentir. Y así hice, cogí su polla, esta vez, utilizando más dedos (tal y como me hacía a mí mismo), pero con las yemas de los dedos y conté hasta 5 como había hecho Carlos hacía apenas un minuto. Su cara de placer, con los ojos cerrados me hacía pensar que él estaba disfrutando tanto como yo de esas nuevas sensaciones. Dejé de contar y se quedó como en trance, con la cabeza hacia atrás, sus ojos cerrados y su polla tiesa. Los dos estábamos sentados en su cama, uno al lado del otro, con los pantalones y los calzoncillos por los tobillos. Pensé que ahí se había acabado todo, pero, una vez salido del trance, Carlos volvió a cogérmela, pero esta vez sin contar en voz alta. La sensación era electrizante. Una mezcla entre cosquillas e incomodidad, pero también de excitación anímica y sexual y escalofrío. Esta vez la cogió con los dos dedos, pero tras su índice fueron acompañándolo el resto de los dedos, para, finalmente, cerrar en puño, cosa que para él era impensable. Su cara era de emoción de cómo me miraba la polla y de fascinación, viendo que ni tan siquiera su mano cerrada alrededor cubría mi polla entera, sobresaliendo la cabeza por encima de sus dedos. Mi sensación aún fue mucho más intensa y me dieron unas ganas enormes de correrme, pero, aunque esos segundos fueron largos en relación a las sensaciones vividas, se hicieron cortos por requerirlos más y sentir más tiempo esas sensaciones. Me imagino que mi cara de placer lo debía decir todo, aunque su mirada no se dirigía a mi cara sino a mi polla y lo agradecí porque, en el fondo, me daba un poco de vergüenza que supiera que estaba disfrutando de lo lindo con todo esto. Me tocaba a mí, y él cogió y se echó hacia atrás tumbándose en la cama, con sus pies colgando de la misma. Su polla era muy recta, circuncidada y tirando a rosita, muy acorde con la piel del resto de su anatomía. Se la cogí y repetí lo mismo que él, cerrando el puño, pero sobraba mano y mi puño tapaba por completo su polla. Me gustó la sensación de tenerla en mi mano, en mi poder, como si en ese momento, su polla fuera un pequeño joystick con el que lo pudiera controlar a él. Con ello, por primera vez, se me ocurrió adelantarme y empecé a moer su polla como si las marchas del coche fueran…primera…segunda…tercera…cuarta…y, ¡quinta! Él empezó a reírse, pero creo que le gustó mi ocurrencia. Así que, posteriormente él me hizo lo mismo. Yo me tumbé como él había estado y empezó...primera, segunda, tercera, cuarta, quinta, sexta…la verdad es que la movía sin mucho sentido de cómo van las marchas del coche y pensé en rectificarle, pero ahí no estábamos para aprender conducción sino otras cosas. Fue divertido y bajó un poco la tensión que había hacía unos minutos. Estábamos muy excitados y le dije que no me faltaba mucho para correrme. Así que nos pusimos manos a la obra, cada uno con la suya, con nuestras piernas rozándose, los dos sentados uno al lado del otro. El primero en correrse fui yo y me salió una gota disparada hacia mi pubis (creo que era la primera vez que me salía así) y luego otras dos que ya se quedaron en la punta, bajando por el tronco de mi pene. Cuando volví a la Tierra tras el lapsus del orgasmo me giré y él estaba mirando mi polla y mi corrida y fue mirar hacia la suya y correrse, derramándose un pequeño chorro por su polla. Nos limpiamos con papel higiénico que había traído y él se fue con los papeles mojados de los dos, al baño, haciendo ver que iba a mear para tirarlos por el wáter.

La de pajas que me hice pensando y rememorando ese día, esa situación, esas sensaciones. Volvimos a quedar un par de veces, pero cada uno con la suya, sin ningún atisbo de tocamientos. Pasaron unas semanas, quizá un mes sin poder quedar, hasta que finalmente pudimos quedar para pajearnos juntos. Cuando me la saqué para ponerme a darle a la zambomba, se me acercó y dijo cogiéndomela: ¡Cuánto tiempo! Pero esa vez no sólo la sujetó como otras veces, sino que empezó a mover su mano pajeándome cosa que multiplicó el placer por diez, pero también esa sensación de cosquillas que me hizo retraerme y no siguiera, cosa que me arrepentí “en cero coma” tras hacerlo. Como siempre, me sentí en deuda de hacerle lo mismo, así que me incorporé y me dirigí hacia su, ya erecta, polla diciéndole: ¡Sí, cuánto tiempo, parece que te ha crecido! A veces cuando tardas en ver a alguien tienes esa sensación, pero quizá sí que le habría crecido unos 2 o 3 centímetros desde la primera vez hacía unos 7 meses o así. Al no tener pello que subir y bajar no sabía realmente cómo pajearla, así que subía lo que podía la piel de debajo de su glande. En ese momento, él estiró su mano y me cogió la mía cerrándola en su puño. Oficialmente, nos estábamos pajeando “a mano cambiada”. La sensación era muy buena, parecía que me iba a correr en cualquier momento, pero a la vez, sentía que no me iba a poner correr ya que me hacía la paja de una manera muy diferente a cómo me lo hacía yo. Yo miraba su polla y, la verdad, es que la había echado de menos, le estaba cogiendo cariño. No me daba ningún asco tocársela y pajearle, ahora bien, que se corriese en mi mano no es que me hiciera mucha ilusión, así que le dije que avisara si se iba a correr y me contestó que tranquilo que le faltaba mucho. No estuvimos mucho más y volvimos cada uno a su polla y su paja a mano conocida. Pese a que dijo que le faltaba mucho, me sorprendió que no tardó en correrse. Teníamos dicho que nos avisábamos cuando nos íbamos a correr, para avisarnos. Y fue ver su polla dando espasmos y soltando ese chorrillo que le salía de semen y venirme el orgasmo corriéndome sobre mi vello púbico (dejándomelo todo pringoso y luego, tieso al secarse. Ya sabemos todos lo que pasa con el papel de wc).

Un par de días después volvimos a quedar, esta vez en mi casa, en mi habitación. Y una vez solos, nos bajamos los pantalones y, esta vez de pie, nos la cogimos cada uno al otro y empezamos a pajearnos uno enfrente del otro. La verdad es que la estampa que se hubiera encontrado mi madre si hubiera abierto la puerta…los dos con los pantalones y calzoncillos en los tobillos en medio de la habitación con la polla del otro en la mano. De postal. Nunca supe si realmente, Carlos, había practicado con alguien antes todo esto, pero sí que es verdad que estaba más suelto y siempre proponía cosas nuevas. Esa vez, estando los dos así, dijo que se dieran las pollas un besito, y acercamos nuestras puntas. Aunque al principio fue gracioso y de broma, la sensación fue muy morbosa y excitante y terminamos poniéndolas juntas frotándose una con la otra. A día de hoy, sigue siendo una de las prácticas en el sexo que me da más morbo, coger las dos pollas y pajearlas juntas. La de Carlos fue la primera. Sin irme mucho por las ramas, y siendo sinceros, con mi hermano, de más pequeños, sí que habíamos tonteado jugando, con nuestros pitos erectos a espadachines chocando apenas 2 o 3 veces nuestras pollas como si fueran dos espadas luchando, pero sin ninguna connotación sexual como lo que estaba haciendo con Carlos.

Íbamos probando cosas como coger las dos pollas yo con una mano y pajearlas, cogerlas con las dos manos y pajearlas, cogerlas y que Carlos se moviera como follando mi mano…. y lo mismo él conmigo. Ahí no nos decíamos nada, simplemente nos dejábamos llevar por el deseo y por las sensaciones. Podía sentir su aliento muy cerca y su olor corporal característico, que no era nada desagradable. Nuestros cuerpos, aunque cerca, no se tocaban más que manos y pollas. Le dije que me avisara cuando le quedara poco y así fue, con los que nos separamos un poco y nos terminamos la paja, uno en frente del otro, los dos de pie, cayendo varias gotas en el suelo. Después fui al baño a por papel higiénico para limpiarlo. Otras veces, me había corrido en el suelo y si me dejaba alguna gota, después se quedaba la marca, así que me agaché para, a trasluz, ver si quedaban más y limpié todo con el papel, tanto su semen como el mío, los dos entremezclándose en el suelo y en el papel. De camino al baño miré el papel y me dio morbo saber que estaban los dos sémenes mezclados y notar mi mano derecha, con la que sujetaba el papel, húmeda de ello, sin saber si era mi semen o el suyo el que había tocado (seguramente una mezcla de los dos). En ese momento, no lo pensé, pero era el primer semen ajeno que tocaba y que, a modo de curiosidad, en el baño, olí, acercándome el papel a mi nariz. El olor era el mismo que el mío propio, seguramente, también condicionado a que el mío tenía mayor presencia en dicha mezcla.

Volvimos a quedar un par de veces en su casa y no pasamos de pajearnos mutuamente y cogernos las pollas de pie pajeándolas juntas, pero siempre terminábamos cada uno con la suya. Le enseñé cómo me gustaba a mí, bajándome y subiéndome toda la piel y me ponía un poco de saliva para humedecerla y que facilitar la subida y bajada de la piel, cosa que veía q a Carlos le llamaba mucho la atención. Él también me enseñaba cómo le gustaba y poco a poco íbamos disfrutando más.

Cambiamos de año, un año en el que me había hecho mi primera paja, me había corrido (conscientemente) por primera vez, había tenido mi primer orgasmo, había creado el Club de las pajas, le había visto la polla a Rafael y a Carlos, me había pajeado con ellos, me había puesto mi primer condón, había visto mi primera peli porno, había visto pelo púbico por primera vez de alguien de mi edad, ver correrse a alguien, tocar su semen, tocar su polla y que me la tocaran todo por primera vez, con mi fiel Carlos, el pelirrojo peligroso. Un año fructífero y de muchas emociones, aunque el que entraba tampoco se quedó atrás. Pero eso ya es otro relato.