Yo y mis amigos: El Club de las pajas (I)

Como fuimos descubriendo el sexo, juntos, entre amigos.

Tras el descubrimiento qué había hecho en la ducha tenía muchas preguntas, muchas dudas, pero no tenía a nadie a quién preguntar. Yo sospechaba que lo que me acababa de hacer era una paja, pero no estaba seguro. Mis amigos de clase me parecían muy niños, sólo sabían hablar de fútbol y de videoconsolas y nadie hacía nunca ningún comentario relacionado al sexo… ¡y yo con tantas preguntas!

Con mis amigos del barrio, tampoco había tenido la oportunidad de hablar de ello, pero, siempre he sido muy avispado a la hora de enterarme de las cosas y algún comentario al respecto había cazado al aire. Notaba que algunas veces cambiaban de conversación cuando yo llegaba y tal, cosa que me hacía malpensar sobre lo que estaban hablando. Una vez, estaban Miguel, Carlos y Alejandro y se callaron al llegar yo, como otras veces. Yo no quise hacerles caso, pero esa vez, Miguel, como para intentar reírse de mí me preguntó directamente si tenía pelos en la polla. Empezando todos a carcajearse. Con total naturalidad, aunque muerto de miedo por que se supiera “mi secreto”, contesté un “claro” que les dejó algo descolocados. Miguel siguió con el interrogatorio y me preguntó si me hacía pajas y si me corría. Contesté afirmativamente a ambas cuestiones y contraataqué preguntando: ¿y vosotros? Se miraban entre ellos algo nerviosos y atónitos. Alejandro me dijo que pensaba que era un “niño bueno de papá y de mamá” y que yo no haría esas cosas. Le recriminé si por eso cambiaban de conversación y me contestaron que tenían miedo que me chivase a mis padres y ellos a los suyos. Les confirmé que podían estar tranquilos y que su secreto y mi secreto estaban a buen recaudo.

Desde entonces nuestras conversaciones fueron mucho más interesantes y buscábamos sitios para poder hablar tranquilamente sin que la vecina cotilla estuviera escuchando pegada a la ventana. Incluso nos ideamos una serie de nombre en clave donde el avión era la polla, “ir a Japón” era hacerse una paja, el barco era el coño, chocar era follar, los pasajeros era el semen, etc. para así poder hablar alguna vez en presencia de gente.

Miguel era el mayor, aunque sólo tenía un año más que yo. Nos parecíamos bastante físicamente, de una altura media, con tendencia a cierta barriguita (pero sin estar gordos), aunque su pelo era más oscuro que el mío y su piel más clara, quizá excesivamente pálida.

Alejandro era mi “amigo de toda la vida”, éramos de la misma edad y nuestros padres eran muy amigos y habíamos crecido juntos desde bebés. Él tenía una complexión más atlética y le gustaba mucho hacer deporte, era bueno en todos, aunque sobre todo en fútbol, se podía pasar horas y horas pegando patadas a un balón a una pared. Era muy moreno de piel y de pelo muy negro y de altura similar a la mía. En los últimos años, no habíamos sido demasiado cercanos ya que él estaba muy metido en el fútbol y a mí no me interesaba lo más mínimo.

Carlos era de la misma edad que Miguel, aunque era el más aniñado de los cuatro. Era bajito, delgado, carita de niño bueno, pecoso, blanquito y lo más característico, pelirrojo. Siempre había tenido buena relación con él, pero tampoco éramos mejores amigos como con Alejandro.

Poco a poco, fui resolviendo mis dudas y me cercioré que, efectivamente, eso que me hacía era una paja y que lo que me salía era semen. Hablábamos de desde cuándo nos hacíamos, desde cuándo nos salía semana, desde cuándo teníamos pelos, etc. Esas conversaciones se volvieron en mi inspiración para mis pajas en mi intimidad. Me imaginaba cómo serían las pollas de mis amigos, cuánto pelo tendrían, cómo sería su semen… ¿era mi semen normal?

Algunas veces, se unía a esas conversaciones Rafael, que aunque era vecino de Miguel, con Alejandro había hecho buena amistad ya que los dos eran futboleros. Rafael era de la edad de Miguel y de Carlos, pero tenía cara de aniñado. Era el más alto de todos, muy blanco de piel y el pelo muy negro y lacio y era muy delgado, pero de esos delgados fibrados por el deporte.

Rafael comentó algo que me llamaba poderosamente la atención. Él decía que se corría pero que en cambio no tenía ni un solo pelo en su pubis. Cosa que me parecía muy extraña ya que, incluso Alejandro, que nos comentó que llevaba años pajeándose, incluso antes de pudiera eyacular, no empezó a eyacular hasta tener pelos en sus partes.

También tenía mucha curiosidad por Carlos, por ver si realmente, tenía los pelos de su pubis pelirrojos, ya que nos confirmó que era así. Por eso, cuando, una vez, me entraron ganas de orinar y me puse detrás de un muro y unos matorrales, y él se puso también a mear en el otro extremo en otros matorrales (pero a penas a metro y medio) no perdí la oportunidad en preguntarle: ¿de verdad los tienes pelirrojos? Claro, me contestó. Ya habíamos terminado los dos y nos habíamos guardado las pollas, pero la mía estaba ya dura con la situación. Le pregunté si me los podía enseñar y me dijo que sí, pero que yo también se lo enseñara. Así que me bajé el pantalón y le enseñé mi polla tiesa de unos 14 cm con bastante pelambrera en la base. Él se quedó mirando diciéndome que era muy grande. Después me acerqué y él me enseñó la suya y una abundante pelambrera rizada pelirroja en su base del mismo color que el pelo de su cabeza. Me llamó mucho la atención. Su polla estaba floja (semi, sospecho) pero era muy pequeña, prácticamente de niño. Sin decirnos nada, nos empezamos a pajear (cada uno con la suya) mirándonos las pollas. La suya se puso dura y pude ver que era como un dedo (de unos 7-8 centímetros y de 1,5 cm de ancha) y estaba circuncidada. La mía era una monstruosidad a su lado ya que era el doble de larga y el doble de ancha. Yo le dije que me iba a correr y así hice sobre unos cartones que hacía en el suelo, dejando las marcas (que perduraron varios días). Él me dijo que tardaba más y lo dejamos.

Ese día marcó un antes y un después. Mi objetivo siguiente (una vez resueltas las preguntas, aunque fuera parcialmente) sería pajearme con todos mis amigos. El recuerdo de esa paja con Carlos fue inspiración de muchas más en solitario.

Desde ese momento, tuvimos mucho más acercamiento y nos mirábamos de otra manera, con más complicidad. Volvimos a repetir tres veces en el mismo sitio, aunque ya íbamos directamente a pajearnos y no fue hasta esa tercera que se corrió y conseguir ver el semen de otra persona por primera vez. Fue a penas una gota blanquecina (de parecido color a las mías) que se quedó entre su glande y su mano, pero que se fue a sumar al resto de gotas que se transformaban en manchas en el cartón del suelo.

Debido a que era el mayor y el que estaba más desarrollado, intentamos “meter” a nuestro Club de las Pajas a Miguel, pero él era muy pudoroso con su desnudez y ni siquiera era capaz de mear en la calle, cuando para el resto, era una práctica habitual echar la meada detrás de algún matorral o detrás de un muro.

Siguiente objetivo: Alejandro. Él era mucho más abierto, pero, así como yo me había acercado a Carlos, él se había acercado a Miguel y tenían una relación de mayor complicidad. Ello podía desbaratar mis/nuestros planes ya que Miguel no era nada partidario de las pajas en compañía.

Llegó el verano y coincidió que fuimos a unas piscinas mi familia y la de Alejandro. Quizá ahí tendría la oportunidad. Nos teníamos que poner el bañador y nuestras madres nos mandaron al vestuario. Como estaban casi todos ocupados, nos metimos mi hermano pequeño, Alejandro y yo en uno de esos cerrados. Mi hermano se despelotó y se puso el bañador sin ningún problema. Yo le dije a Alejandro si tenía mucho “bosque” ahí abajo y me contestó: seguro que más que tú. Y le dije, venga, a ver. Y me retó a que fuera yo el primero. Como con Carlos me fue bien la técnica no dudé en quitarme pantalón y calzoncillo y dejar al aire mi pelambrera y mi polla erecta (en forma de gancho hacia arriba). Alejandro se reía y mi hermano también, yo, para hacer la gracia puse la toalla encima como si fuera un perchero y le comenté mi ocurrencia. Me puse el bañador y le dije, tu turno y se quitó el pantalón y con el calzoncillo, se bajó únicamente la parte de arriba para mostrar su “bosque” que realmente era más frondoso y oscuro que el mío. Luego cogió el bañador y se lo puso encima. Me quedé muy defraudado ya que yo le había expuesto mi desnudez, mi polla erecta y él NO. Era muy injusto. No me gustó nada su actitud, pero tampoco quería enfadarme con él porque aún tenía esperanzas en después del baño. Al final del día, volvimos al vestuario los tres para ducharnos y cambiarnos y cogimos un solo cubículo individual para los tres. Nos duchamos los tres con el bañador, ya que así, según decían nuestras madres, también se les iba el cloro a los bañadores. Entramos en el cubículo, me desnudé otra vez (con mi polla semierecta) y él cogió y salió y se puso en el cubículo de al lado vociferando que se había quedado libre. Definitivamente, Miguel le había contagiado el pudor, ya que, de niños, nunca habíamos tenido problemas en vernos desnudos. Misión fracasada.

Tenía que conseguir que Carlos fuera mi aliado y me ayudara a sacar del “lado oscuro” a Alejandro para incluirlo en nuestro Club. Igualmente, el siguiente objetivo tendría que ser Rafael.