Yo sumiso
Por fin Ernesto cumple su sueño y se entrega a Lady Helena.
Yo nunca había tenido dioses, nunca hasta ahora, hasta que conocí a Lady Helena. Es mi ama y señora y yo no soy mas que un perro que aun esta por educar, pero ella ha decidido hacerlo. Ha decidido adiestrarme con un único objetivo, su placer. Y yo estoy encantado con ello, soy feliz viéndola gozar, incluso disfruto mas con los pocos orgasmos que pueda arrancarle a ella que con los míos propios, y estos últimos están siempre bajo su estricto control.
Llevamos algún tiempo hablando, la conocí una aburrida tarde de domingo mientras mataba el tiempo por Internet. Yo buscaba alguien a quien servir, y a ella no le importo hablar con alguien sin demasiada experiencia. Me dijo que tenia 32 años y que desde hacía tiempo quería un perro al que educar. Esa primera conversación duro bastante tiempo, quería conocerme, saber si podía desplazarme, y estar segura de si valía la pena perder todo el tiempo que iba a invertir en mi educación para quizás al final decepcionarla.
Y después de casi dos semanas voy a conocerla. Ayer me dijo por fin de donde era, que no pensaba decírmelo hasta que no estuviese segura de querer aceptarme en su casa, y ahora mismo estoy entrando en el bar donde hemos quedado. En algo mas de media hora he llegado. Estoy nervioso, el momento tan anhelado se acerca y un excitante y morboso sentimiento de miedo se apodera de mi. No estoy muy seguro de donde me estoy metiendo, pero abro la puerta del bar y entro. Que sea lo que dios quiera, lo que mi diosa Lady Helena quiera mas concretamente, pienso con ironía. La suerte esta echada.
Elena estaba sentada en una mesa, tomando un café y ojeando el periódico del día, como si nada de lo que allí pasase tuviese algo que ver con ella. Mientras bebía un poco de su taza oyó la puerta del bar y alzo la vista. Allí estaba su perrito, puntual a la cita. Ella había llegado algo antes, le gustaba hacerlo, le daba la oportunidad de observar tranquila a su presa, de ver como se comportaban en esa situación, mirarles a los ojos y contemplar el miedo, la excitación o el nerviosismo en su mirada.
Ernesto entró al bar, y fue hacia la barra. Sentía su corazón acelerado golpear contra su pecho y estaba seguro de que todo el bar podía oírlo. Pidió una cerveza sin alcohol y echo un rápido vistazo por las mesas, buscando a Lady Helena, pero no la vio y se sintió aun mas nervioso, ¿había hecho el viaje en balde? Se puso a hablar con el camarero de temas sin importancia, el tiempo y cosas así. Cuando llevaba un rato ya y la cerveza casi acabada noto una presencia a su espalda y una mujer apareció por su izquierda.
Me cobras por favor le dijo al camarero y este se fue con el billete de veinte que le había dado Elena y volviéndose hacia Ernesto le dijo- llevo observándote desde que has entrado, creo que lo pasaremos bien, voy a hacer de ti mi juguete, te voy a educar como al perro que eres y me darás las gracias por ello. ¿Entendido?
Si Señora contesto Ernesto bajando la mirada al suelo- gracias Lady Helena.
Así me gusta perrito, que seas educado. Bien pues, paga que nos vamos, se hace tarde. Quiero que me sigas, un par de metros por detrás. Tengo el coche en un parking aquí cerca. Cuando lleguemos iré a pagar y mientras quiero que te desnudes y te metas en el maletero. Dentro tienes una bolsa para que dejes toda tu ropa, no la vas a necesitar en todo el fin de semana, ¿estamos?
Ernesto no contestó, solo asintió con la cabeza, estaba nervioso, nervioso y asustado. Ya no había vuelta atrás, los acontecimientos se sucedían uno tras otro a una velocidad que daba miedo. Observó como Elena salía del local, sabía que quizás fuese ese el único momento que podía admirar a su Diosa con total impunidad. No se la imaginaba así, irradiaba una seguridad y una confianza en si misma envidiable, era superior a todos y cada uno de los que se quedaron dentro del bar y ella lo sabía y disfrutaba con ello. Sin perder mas tiempo Ernesto pagó y la siguió, no deseaba perderle la pista entre la marea de gente que a ultima hora de la tarde pululaba por la calle.
Elena salió del bar sin mirar atrás, sabía que Ernesto la estaba admirando y lo hacía sin su permiso, luego se ocuparía de darle el castigo que se estaba ganando a pulso. Caminaba orgullosa entre la gente, estaba ansiosa por empezar cuanto antes. La docilidad y la predisposición de su nuevo perro la excitaban mas de lo que quería reconocer. Se había vestido provocativa, como siempre que se encontraba en esa situación. Llevaba una falda hasta las rodillas, pegada a sus curvas y una chaqueta a juego que dejaba ver un generoso escote. Debajo del traje llevaba su mejor lencería, un conjunto de sujetador, tanga y liguero, todo ello de seda negra. También se había puesto unas medias negras y como no sus zapatos favoritos, negros, acabados en punta y con un tacón de vértigo. Después de un par de minutos andando llegó hasta el subterráneo, se acercó al coche para abrirlo y se fue a pagar.
El nerviosismo de Ernesto iba en aumento, un par de veces creyó perder a su Señora, pero cuando la vio bajar por las escaleras del parking respiró aliviado. La siguió hasta el coche y mientras ella se iba el abrió el maletero. Como ella le había dicho dentro encontró una bolsa de cuero negro. Miró a su alrededor buscando a alguien que pudiese verlo mientras se desnudaba, estaba asustado y el bulto que se marcaba en su pantalón era una clara muestra de que además estaba muy excitado. Sin perder tiempo se desnudó. Fuera la chaqueta, la corbata, la camisa, los zapatos, los calcetines, el pantalón y el reloj, todo a la bolsa. Había acudido a la cita sin ropa interior tal como Lady Helena le había ordenado. Echó un ultimo vistazo, se metió al maletero y cerró.
Elena observó todo desde una prudencial distancia quería ver si sus ordenes eran cumplidas. Desde su posición tenía una vista inmejorable de su sumiso, vio como se desnudaba y la tremenda erección que se gastaba. Estaba súper excitada, notaba su tanga mojado pegado a su coño y una imperiosa necesidad de masturbarse se adueño de ella. Cuando vio que el maletero se cerraba se acerco al coche y lo cerró. Aun no había pagado, ni iba ha hacerlo todavía, antes iba a dejar a su perro encerrado un tiempo, que esperase y se desesperase.