Yo sumiso (3)

Por fin Lady Helena toma posesion del cuerpo de Ernesto

Después de ver a su Diosa desaparecer detrás de la puerta Ernesto entró al baño. Una vez dentro pensó en cerrar la puerta pero deshecho la idea por lo ridículo de la misma. Observó donde se encontraba. Era un cuartito pequeño con un plato de ducha, una mampara de cristal transparente, un lavabo con un espejo encima y un vater. Había también una toalla colgada cerca de la ducha y otra en cerca del lavabo. Miró su imagen en el espejo. Aun no tenía marcas externas que delatasen su condición de sumiso, aunque hacía tiempo notaba como lo quemaba la mas importante de todas, la del alma.

Sin perder más tiempo abrió la mampara y entró dentro cerrando la puerta tras de si para no poner todo perdido de agua. Solo había un botón y un grifo en la pared de modo que no iba a poder regular la temperatura su gusto. Cerró los ojos y pulso el botón esperando un termino medio entre el exceso y el defecto. Y se equivocó. El agua salía helada y un escalofrió recorrió su cuerpo. Sentía las punzadas de las gotas en todo su cuerpo y la cabeza comenzaba a dolerle pues era la que recibía de lleno el azote del agua. Trató de salir de la ducha pero la puerta estaba cerrada por medio de algún mecanismo que escapaba a su comprensión. Estaba encerrado. Se apartó un poco, dejando que el chorro le golpease en varias partes de su cuerpo. Al menos su polla se había retirado, lo que simplificó la tarea impuesta por su Ama de no masturbarse.

Cuando al fin el temporizador que controlaba la ducha acabó y cortó la presión Ernesto respiró aliviado. Le dolía todo el cuerpo y los dientes chocaban entre si. Cogió un poco de jabón de una repisa de dentro de la ducha y se enjabonó todo el cuerpo poniendo especial interés en sus partes blandas para que Lady Helena encontrase todo bien limpito. Al terminar todo su cuerpo estaba cubierto de una fina capa de espuma, inspiró profundamente preparando su cuerpo para el gélido agua y pulsó el botón, y volvió a equivocarse. El chillo que soltó se debió de oír en toda la casa y en otra habitación Elena reía ante el tormento de su perro. Esta vez el agua salía casi en su punto de ebullición y Ernesto sentía como se piel se deshacía al contacto con el liquido elemento. Todo su cuerpo ardía, después del frío anterior y ahora con semejante calor su cuerpo temblaba, notaba como las piernas le temblaban y cayó al suelo de rodillas. Con las manos trataba de cubrirse la cara y hundió la cabeza en el suelo.

Al terminar de nuevo el temporizador y cerrar la corriente de agua Ernesto aun lloraba. Estaba hecho un ovillo en el plato de ducha. Todo su cuerpo había adquirido una tonalidad rojiza debido a la temperatura del agua y sentía la piel abrasada. Se incorporó como pudo y empujó la puerta. Esta vez cedió a su presión y se abrió. Salió de la ducha sintiendo que aun le temblaban las piernas, necesitaba unos segundos para recuperarse del shock sufrido. Agarró la toalla y se envolvió con ella. Olía bien y su tacto era suave. Respiró hondo y comenzó a frotar su cuerpo para secarse. No sabía cuanto tiempo había pasado desde que se había montado en el maletero del coche de Elena. Pensó en lo que había sucedido desde entonces y si no estaría equivocado, quien le mandaría meterse en semejantes marrones.

Terminó de secarse y salió del baño apagando la luz. El pasillo estaba a oscuras y solo brillaba un débil resplandor al final, en lo que suponía era el salón. Con paso lento y cansado dejo atrás el baño de sus horrores y llegó a su destino. Era una habitación grande, había una gran mesa y ocho sillas a su alrededor. También había varios sofás alrededor de otra mesa de madera apenas levantaba medio metro del suelo. Todos los muebles eran de madera y parecían muy caros. Por el suelo había varias alfombras con distintos motivos geométricos. Una chimenea, una gran pantalla plana y una extensa biblioteca completaban el mobiliario de la estancia. Por suerte para él Lady Helena aun no había terminado con su baño así que se apostó a un lado de la puerta que se Señora le había indicado y dispuso a esperarla.

Del otro lado de la puerta Elena había estado observando todo cuanto su perro hacía. La casa disponía de un circuito de televisión cerrado para no perder detalle de todo cuanto pasaba en su morada. Había reído mucho con los aspavientos, los chillos y los lloros de Ernesto cuando se duchaba. Esa ducha había sido una de sus mas celebradas invenciones. Soltaba chorros de agua fría y caliente alternativamente y la mampara se cerraba por medio de unos imanes en cuanto el agua empezaba a caer y solo se abría cuando el chorro cesaba. Mientras su nuevo perro pasaba por el proceso de purificación al que sometía a todo sumiso que entraba a esa casa ella disfrutaba de un relajante baño caliente con sales y aceites aromáticos.

Al notar que el agua empezaba a enfriarse decidió dar por terminado su baño y pasar a su habitación para prepararse para la larga noche que tenían por delante. Hasta el momento Ernesto no la había decepcionado, había pasado todas sus pruebas satisfactoriamente y no veía el momento de poseerlo. Fue hasta su armario y la abrió. No sabía que ponerse, estaba nerviosa, como una colegiala en su primera cita. Se probó varios conjuntos delante del espejo, sujetadores, medias, ligueros, corsés, zapatos, tangas, braguitas. Dio varias vueltas a toda su ropa y al final quedo contenta con la imagen que el espejo le devolvía. Optó por un corsé rojo y negro que elevaba sus pechos y dejaba los pezones al aire. Las braguitas eran también rojas y negras con la parte delantera semitransparente dejando intuir un depilado coño. Completaban su atuendo unas botas de cuero negro de altísimo tacón. Muy satisfecha con su imagen cogió su fusta y abrió la puerta que daba al salón.

Allí estaba Ernesto, arrodillado a un lado de la puerta y cuando vio salir a su Diosa fue raudo a mostrarle sus respetos lamiendo sus botas. Elena observó la entrega de su perro y no pudo evitar un espasmo de placer.

  • Bien Ernesto, veo que vas aprendiendo y eso me complace. Sígueme, tengo algo para ti.

Ernesto la siguió a gatas hasta un sillón, una especie de trono, situado justo enfrente de la pequeña mesa de madera. Lady Helena se sentó separando las piernas, mostrando su braga mojada a su perro que se situó arrodillado ante ella. Sin decir nada más Elena levantó una tela que cubría una pequeña mesita redonda dejando al descubierto un collar de cuero.

  • Mientras esperabas en mi coche he comprado esto para ti. Acércate que te lo ponga. –y se inclinó hacia delante colocando el collar alrededor del cuello de Ernesto que sonreía complacido con la muestra de afecto de su Ama. – Ves así que bien, un buen perro debe de llevar siempre un collar para que se sepa a quien pertenece. Y ahora Ernesto te voy a decir una serie de normas básicas que deberás cumplir. El no cumplimiento de una de ellas conllevara un castigo. Siempre que te castigue te diré porque lo hago para que vayas aprendiendo y no se repita la conducta merecedora del mismo. Habrá veces que lo haga porque me de la gana, por el simple hecho de castigarte. Las normas son: nunca hablaras si no se te pregunta, andarás siempre que no se te indique lo contrario a cuatro patas, como el perro que eres. Siempre que te castigue me darás las gracias por ello y nunca, repito nunca, me miraras a los ojos. Y por supuesto solo eyacularas cuando yo lo crea oportuno, ¿entendido?

  • Si.

  • Si ¿que?

  • Si Señora

  • Bien perro, así me gusta, que seas educado. Ahora vamos a ordeñarte. Súbete a la mesa y ponte a cuatro patas.

Ernesto se subió a la mesa tal como su Ama había ordenado, mirando hacía el suelo con la cabeza hacía ella.

  • Así no perro estúpido, date la vuelta, quiero ver ese culo que enseguida disfrutare rompiendo.

Elena observó como su perro se giraba hasta dejar su culo y sus huevos totalmente expuestos, facilitando el acceso a ellos. Se recostó en el trono y levantó la pierna derecha hasta apoyar el tacón de la bota en la entrada del ano de Ernesto. Hizo un poco de presión y sintió a su sumiso estremecerse.

  • Será mejor que te relajes puta, disfrútalo –y lentamente fue metiendo el tacón hasta que quedo totalmente hundido en el cuerpo del perro. Luego inició un lento mete-saca mientras con su mano izquierda buscaba su clítoris debajo de su braga y comenzaba a frotarlo. – Mmmmmm, como voy a disfrutar dándote por el culo puta.

Ernesto sintió como salía el tacón de su culo, despacio, tal y como había entrado. Acto seguido Elena le agarró fuertemente de los huevos y comenzó a apretar y a Ernesto comenzó a dolerle. Se sentía como un trozo de carne, humillado y sometido a la férrea voluntad de Lady Helena y esta cada vez apretaba más. Pronto el dolor empezó a mezclarse con el placer y Ernesto disfrutaba con ello. Sentía su polla reventar con la presión que su dueña ejercía con hábil mano en sus genitales y al final pasó lo que tenia que pasar, que eyaculó gota a gota.

  • Mira la puta viciosa, como ha puesto todo, y sin mi permiso, sabes que significa esto, ¿no?

  • Si mi Diosa, he incumplido una de las reglas.

  • Y vas a ser castigado por ello –dijo Elena mientras abría un cajón de la mesa donde estaba subido Ernesto y sacaba un arnés y un consolador. – Este servirá para empezar. Limpia lo que has manchado mientras me preparo.

Ernesto se giró y se puso a lamer el semen que había soltado. Mientras lo hacía, puedo ver como Elena se quitaba las bragas y colocaba en su lugar el arnés, con un pequeño consolador para su propio placer y otro más grande para usarlo con su perro. Una vez armada con la polla de plástico se colocó delante de Ernesto dejando el miembro a la altura de su boca.

  • Chupa –fue su escueta orden y Ernesto se puso a chupar.

Sentía el trozo de goma hasta la garganta, le daban arcadas y no quería ni imaginar como iba a ser cuando lo penetrara. Después de varias chupadas Lady Helena saco el aparato de la boca de Ernesto y volvió a ponerse detrás de él. Apoyó la punta en el ano de su perro y empezó a empujar.

  • Tranquilo, no te pongas nervioso, ya veras como te gusta.

Lentamente la polla de goma se hundió hasta el fondo, pegando las caderas de Elena con el culo de Ernesto. De la boca del perro se escapaban pequeños gemidos de dolor. Los que salían de la de la Dómina eran de placer. Tan lento como había entrado la saco y después de un solo golpe de caderas la metió hasta el fondo. Ernesto chilló y Elena enfadada sacó el aparato de su sumiso, se colocó a la altura de su cara, le dio dos sopapos y recogiendo sus bragas del suelo se las metió en la boca para no oírlo más.

  • Ves, si es culpa tuya, mira como me has puesto. ¿Notas lo mojadas que están mis bragas?, ¿notas mi sabor? Y ahora calladita puta o será peor, disfruta sintiéndote poseído por tu dueña.

Y de un solo golpe volvió a meterle el consolador por el culo y comenzó a follárselo lentamente, sintiendo como a cada embestida se le clavaba el consolador de su coño y cuanto mas profundo hundía la polla en el culo de Ernesto mas profundo se hundía el otro consolador dentro de ella. Los gemidos de su perro salían ahogados por las bragas y lentamente fueron pasando del dolor al placer. Elena también gemía, llevaba todo el día esperando este momento, por fin estaba tomando posesión del cuerpo de su nuevo juguete pues su alma como había podido comprobar ya le pertenecía. Notaba como se acercaba el orgasmo, aceleraba el ritmo y lo disminuía, dejando a ratos la polla bien metida en el culo de Ernesto, moviéndola en círculos, hacia los lados y luego volvía a penetrarlo con mas ganas, salvajemente. Hasta que por fin el orgasmo llegó, el cuerpo de Elena se sacudió con un especie de descarga eléctrica y cayó rendida en su trono. Estaba exhausta pero completamente satisfecha, poseer a Ernesto había sido lo mejor que le había pasado en años. Contempló el culo totalmente dilatado de su perro y como su polla volvía a estar dura otra vez.

Por su parte Ernesto al principio sentía como su Dueña lo desgarraba por dentro pero los gemidos de esta hicieron que se olvidase en su propio dolor y se concentrase en el placer de Elena. Aprendió a acompasar sus caderas con el ritmo de las embestidas de su dueña y al final él también terminó gimiendo de puro placer. Cuando Lady Helena estalló en su orgasmo Ernesto se sintió satisfecho por haber sido él mismo el causante de dicho placer. Y sin decir nada se bajó de la mesa y se puso a lamer las botas de su Ama como agradecimiento por haberle concedido un orgasmo.