Yo sumiso (2)

Ernesto continua bajo el zapato de Lady Helena

Elena salió del subterráneo contenta. Tenia un perro atrapado en el maletero de su coche. Era un perro grande y seguro que no estaba cómodo, el espacio era reducido y la postura debía a la fuerza ser muy forzado. Vagó sin rumbo por la avenida comercial, mirando escaparates, zapatos, ropa, lencería, mas zapatos. Entró en varias tiendas e incluso llegó a comprar alguna cosilla. Cuando notó que empezaba a anochecer decidió que ya era hora de volver y seguir con sus planes. Caminaba tranquila, saboreando el momento, pensando en Ernesto y en como lo estaría pasando. Notaba un agradable cosquilleo en su entrepierna y apretó el paso. Cuando llegó al parking y después de pagar dejo las bolsas en el asiento del copiloto y arrancó.

Dentro del maletero Ernesto estaba asustado, había oído como se cerraba el coche dejándolo encerrado y no sabía cuanto tiempo llevaba dentro. Su erección hacía tiempo que había desaparecido y aunque no hacía calor sudaba bastante. Cuando noto que el coche se ponía en marcha en cierto modo respiro aliviado, la sensación de claustrofobia empezaba a ser preocupante y el reducido espacio del habitáculo no le dejaba mucho margen para maniobrar. Había conseguido entrar a duras penas y aunque no era un hombre demasiado grande su mas de metro ochenta le obligaba a estar en una postura forzada, al menos el tiempo de estar en el maletero se acababa, tarde o temprano llegarían a su destino.

Era ya de noche cuando Elena aparcaba en su garaje. Vivía en un pequeño pueblo a las afueras de la ciudad, en una casa herencia familiar que había remodelado adecuándola a sus gustos. Se bajo del coche y encendiendo un foco que alumbraba justo el maletero lo abrió, viendo a su sumiso desnudo y desorientado por el potente foco que le daba de lleno.

  • Vamos perro, sal del coche. -

Cuando sintió que se paraba el coche Ernesto se retorció intranquilo, llevaba demasiado tiempo metido en el maletero y le dolían las articulaciones y el foco que le cegó cuando se abrió la puerta no ayudaba demasiado a que su situación mejorase.

- He dicho que salgas, si me haces sacarte será peor, ¡vamos!

Oía una voz, no sabía muy bien de donde, solo sabía que tenía que salir del coche y hacerlo rápido además, no quería disgustar a su Señora tan pronto. Así pues salió del coche he intentó incorporarse, pero calculó mal las distancias y marchó al suelo. Cuando empezaba a acostumbrarse a la luz y a distinguir sombras, esta se apagó. Entonces pudo ver a Lady Helena como la diosa que era, majestuosa, altiva y él arrastrado y humillado a sus pies.

  • Bien Ernesto, vamos a empezar con tu adiestramiento. Lo primero que vas a hacer es ponerte a cuatro patas, como el perro que eres, vas a venir hasta aquí y me vas a dar las gracias por permitirte ser mi perro.

Y Ernesto obedeció, era lo que llevaba tanto tiempo esperando, por fin su mayor fantasía se había hecho realidad y de nuevo una considerable erección dejaba claro como se encontraba. Gateó hasta los pies de su Dueña y sacando la lengua lamió los zapatos con entrega y dedicación. Cada lametazo era una clara muestra del amor que sentía por Lady Helena y esta sonreía complacida al ver a su nuevo perrito lamiendo feliz sus zapatos. Su tanga se había mojado de nuevo, volvía a estar muy excitada y esta vez si se iba a masturbar. Aun era demasiado pronto para que Ernesto la viera desnuda así que metió su mano por debajo de la falda, noto la tela mojada y comenzó a frotarse por encima de ella.

  • Ni se te ocurra levantar la vista de mis zapatos puta, o tendré que castigarte, aun no te has ganado ver lo que estoy haciendo.

Ernesto oía como su Ama gemía, estaba claro que se estaba masturbando y aunque la idea de mirar como lo hacía era muy tentadora no se atrevía a mirar. No quería que ese momento acabase nunca, se sentía humillado pero el morbo que le producía la situación era tal que sentía como su polla latía por la excitación y se centró en lamer con mas entrega si cabe los preciosos zapatos negros de su Diosa.

Mientras Elena ya había metido la mano debajo del tanga, con la otra se había soltado los botones de la chaqueta y pellizcaba sus pezones alternativamente. Según iba notando que se acercaba al final metió un dedo a su mojado coño, luego dos y hasta tres. A sus pies su perro lamía con entrega, le excitaba la sumisión que había encontrado en el pobre Ernesto, iba a disfrutar como una loca de él. Notaba el orgasmo próximo y aumento el ritmo de sus dedos.

  • Vamos zorra, lo estas haciendo muy bien, sigue así, lame, vamos, no pares, eres mi perrito, mi puta, mi juguete. Lame, vamos lame, mas rápido.

Y el orgasmo llegó, e hizo que Ernesto pusiera mas interés en lamer, estaba disfrutando mas de lo que se atrevía a reconocer. Los gemidos de Elena llenaron el garaje, estaba gozando como hacía tiempo que no gozaba. Se agachó y acarició la cabeza de su perrito.

  • Muy bien putita, toma, límpiame los dedos, vete acostumbrándote al sabor de tu Ama.

Ernesto limpió la mano que su dueña le mostraba, era la primera vez que tocaba su piel y la sintió suave y cálida, y el sabor era único. Atrapó con sus labios cada dedo, con la lengua los acariciaba mientras Lady Helena los alternaba. Cuando estuvieron bien limpios la Diosa se levantó y recompuso su ropa.

  • ¿Qué te parece Ernesto?, ¿qué sientes?

  • Una tremenda gratitud Señora, muchas gracias por permitirme lamer sus zapatos y limpiar sus dedos. Hemos abierto la caja de Pandora Señora, soy suyo, le entrego mi cuerpo y mi alma.

  • Perfecto puta, perfecto. Tengo el tanga muy mojado, te has portado muy bien, por el momento esto es todo. Voy a ir a darme un baño y a cambiarme. Sígueme. – Elena abrió una puerta y entró, Ernesto la seguía- ¿Así andan los perros zorra?

  • No Señora –contesto este.

-¿Y que es lo que eres tú?

Ernesto comprendió y se arrodilló, su Ama sonrió y siguió por el pasillo que se extendía ante ellos con su perrito intentado seguir su paso. A la altura de la primera puerta de la izquierda Elena se paró y la abrió.

  • Aquí tienes un baño. Aséate, y cuando estés listo sigues este pasillo que llegaras al salón. Veras una gran puerta, la de mi habitación. Deberás estar esperándome para cuando salga, ¿comprendido?

  • Si mi Diosa Lady Helena.

  • Ahora besa de nuevo mis zapatos.

Y así lo hizo Ernesto, volvió a pasar su lengua por la superficie del zapato, varios lametazos largos, en ambos zapatos mientras su Ama lo observaba satisfecha.

  • Por cierto –dijo Elena mientras se agachaba- ni se te ocurra masturbarte, te voy a estar observando todo el rato y como vea que te tocas mi castigo sera terrible. Luego me encargare yo de ordeñarte.

Y diciendo esto se marchó, dejándolo arrodillado en la puerta del cuarto de baño, con un calentón tremendo y con la prohibición expresa de tocarse. Vio como se alejaba, altiva y soberbia silbando una cancioncilla y desapareciendo detrás de la puerta del salón por lo que antes le había dicho.