Yo soy la jefa 5
Con su mano siguió dibujando las lineas de mi cuerpo, se entretuvo en la parte del ombligo y al fin llegó a mi pubis. Podía notar perfectamente su dedo buscando por el encima del vestido, el punto exacto de mi clítoris, a veces acertaba, otras no, pero me encantaba igualmente.
Al día siguiente fui bastante temprano a la oficina, al depender de un táxi no tenía ganas de llegar tarde y además tenía un montón de cosas por imprimir. Pasé más de media mañana en la sala de las impresoras y cuando me faltaba el último informe la impresora que estaba utilizando se atascó. Trataba de desatascarla abriendo media impresora y tirando del papel que se había quedado pillado cuando llegó Carlos que también necesitaba imprimir.
Al ver que estaba sóla cerró la puerta detrás de él, me preguntó qué me pasaba y cuando se acercó a ayudar me cogió abrazándome por detrás y apretó su sexo contra mi cuerpo. Yo podía oler el perfume de su after shave, notar la piel suave recién afeitada de su barbilla en mi frente y mi mejilla, me susurró al oido
-Este soldadito está listo para recibir nuevas órdenes, jefa.
Me deshice de Carlos con un movimiento brusco y me alejé de él algunos metros
-Estate quieto! ¿estás loco?
-Si loco por volver a verte, por volver a tenerte.
-Nos van a despedir.
Volvió a abrazarme, aunque esta vez con menos fuerza
-No lo harán y además no lo puedo evitar, cada vez que te veo me vuelvo loco. Ayer en la reunión mientras hablabas tan sólo podía pensar en follarte, yo creo que todos los que estaban allí te habrían querido follar, estabas tan guapa, tan segura de ti misma, tan exultante… que había más de uno con la polla tiesa. Si no te llegas a dejar las gafas en el coche, habría pasado toda la noche haciéndome pajas y ahora estaría de baja con un brazo roto. Y ahora cuando te he visto aquí, con esta falda, estos tacones, el pelo recogido… aún me gustas más, quiero volver a romperte las medias y hacer que tiembles con mi soldado dentro.
-No me gusta que me hables así en el trabajo, Carlos. De la puerta de la oficina aquí, tenemos que comportarnos y mantener las distancias.
-Lo, lo siento, jefa, no volverá a ocurrir.
Lo ví tan aturdido por mi respuesta tan seca, tan de jefa gilipollas… y luego vi el bulto de su entre pierna, que no quise resistirme, me acerqué de nuevo a él y mientras le acariciaba suavemente le dije:
-Más te vale soldado, la paciencia en la batalla también es virtud, además no querrás cansarte demasiado pronto, no?. Por otra parte más te vale que seas bien discreto y sobre todo que no hagas planes para el viernes noche, vendrás conmigo a la cena de empresa así que búscate un traje, porque exigen media etiqueta. Vendrá el dueño.
-Joder yo paso de eso! Dijo alejándose de mí.
-No, no pasas, son órdenes. Yo mando, recuerdas?
Carlos asintió con la cabeza y salió sin imprimir ni nada.
El viernes noche pasé a recogerle con mi propio coche, los dos estábamos un poco disgustados, pero ya poco podía hacer. Tampoco a mí me apetecía mucho cenar con aquella panda de buitres, por mucha pasta que tuviesen y por muy grandes que fuesen sus cartelitos de jefes, pero el trabajo es el trabajo y un sueldo es un sueldo aún si lo paga un viejo verde.
La cena la verdad, es que tal y como sospechaba fue un auténtico infierno. No sólo eran una panda de viejos verdes sino que eran unos pelotas y unos déspotas, les faltó sacarse el nabo para medirlo y en función del tamaño sentarse al lado del dueño. Carlos y yo trabajamos mucho para que la cosa no derivase en nada más que no fuese trabajo, yo prácticamente me sentía molesta y arrepentida de haber ido con un vestido con un pelín de escote, en vez de con un abrigo de cuello vuelto y pantalones.
Aunque estábamos un poco indignados por el encontronazo de la sala de impresiones podíamos sentir que éramos cómplices y nos echábamos el capote el uno al otro sin dudar. A cada insinuación salida de tono, él me defendía recordandoles que no era ninguna de sus fulanas y yo, cada vez que lo trataban de novato le defendía recordándoles su impecable trayectoria y su éxito en todas las funciones que ejercía en la empresa. Al principio me preocupaba un poco que se nos viese el plumero pero en menos de una hora, me importaba un pimiento y me alegraba de haber llevado conmigo a Carlos.
En el momento de las copas, cuando ya todos tuvieron ocasión de olvidarse de mí para ir a mamarle el nabo al dueño, Carlos se las apañó para cogerme del brazo y sacarme a tomar un poco de aire freco.
-¿Dónde están sus mujeres y sus queridas?, cualquiera diria que viven todos en una caverna! Espeté nada más salir.
-Viven en una caverna… contestó una mujer algo mayor, que estaba sentada mientras fumaba.
No sabía quién demonios era a quella mujer, pero consiguió que me riese por primera vez en toda la noche. Nos ofreció tabaco aunque ninguno de nosotros dos fumábamos.
-De todos modos no tiene usted de qué preocuparse, señorita, esta panda de carcamales son todos unos impotentes y puedo aseguarle de que su grado de impotencia es directamente proporcional al número de insinuaciones que le hayan hecho.
-Sí es posible… sin embargo, sólo me queda resignarme, al fin y al cabo son los jefes y aunque cada día me gusten menos me pagan un sueldo y con él yo pago mi casa, mi ropa y mi comida.
-Eres una buena chica, pero sabrás que jamás ascenderás más de lo que ahora estas, con esa actitud, no?
-Bueno, si tengo que elegir entre el dinero y la dignidad, me quedo con la dignidad. Prefiero ganar menos y ser dueña de mí misma que dejar que me pongan precio como si fuese una vulgar cortesana.
-Bien dicho! Vamos, vamos tomaos algo conmigo, al fín y al cabo paga mi marido.
…En cuanto escuché esto, quería que me tragase la tierra…
-¿co… cómo?.
-Vamos niña, no te quedes mirándome así que pareces boba. Yo soy Lucía Ramírez señora de Ángel Vázquez… el que de verdad para tu sueldo. Carlos por favor, llama al camarero o traete tres hendrixs con pepino, por favor.
Carlos afirmó con una sonrisa y fué a por las copas. Yo me había quedado de piedra, ¿acaso acababa de meter la pata con la mujer del dueño de mi propia empresa?, ¿en qué tipo de lío me había metido?.
-¿Conoce usted a Carlos?, pregunté un poco duditativa.
-Bueno conozco a la mayoría de los empleados, también te conozco a ti Ana. Carlos es un buen tipo y muy prometedor, no crees?... pero vamos no te quedes ahí de pié siéntate a mi lado, por favor.
-Si, es muy brillante, llegará donde quiera. Acerté a decir aún un poco aturdida.
En ese momento llegó Carlos con las copas, mientras se acercaba aproveché para observarle detenidamente, estaba guapísimo, vestía entero de negro excepto por la corbata que era de un color gris perla que me pareció muy bonita desde el momento en que lo ví al inicio de la noche.
Mientras nos tomábamos las copas, Lucía nos contó un poco la historia de la empresa. De cómo tomaron el dinero de una herencia familiar y la transformaron en una gran compañía de telecomunicacciones. El tiempo con Lucía se nos pasó volando, al final había resultado ser una noche de lo más interesante, con una gran conversación por medio. Cuando saliamos ya todos del restaurante, Lucía nos prometió que nos llamaría para tomar café y seguir con la conversación. Además la muy astuta aprovechó para decirlo cuando estaba todo el mundo delante y lo dijo bien fuerte para asegurarse de que todos se estaban enterando.
Carlos y yo, le agradecimos la invitación y cuando salió su coche del parking, nos fuimos al mío en silencio. Estuvimos todo el trayecto en silencio, aunque yo iba conduciendo podía ver a Carlos que no me quitaba ojo de encima. Cuando llegamos a su casa, me convenció para que subiese con él prometiéndome que no haríamos nada, tan sólo me dijo que puesto que él había entrado en la mía, lo justo es que entrase yo en la suya.
Una vez arriba, me ofreció un café, era tarde y yo aún tenía que volver a mi casa conduciendo, se lo acepté. Nos sentamos en el sofá para tomarlo, los dos estábamos en silencio todo el rato, pero no era un silencio incómodo sino cómplice.
-Jefa, hoy me has deslumbrado de verdad, no sólo con tu físico, sino con tus palabras y tu actitud.
Mientras decía esto paseaba uno de sus dedos por mis mejillas, por mis labios…
-No he hecho nada
-Para mí sí
No ibamos acercando un poco más como dos imanes que no pueden resistirse, el seguía jugando con su dedo y ahora bajaba por mi cuello y dibujaba la forma del escote sobre mi piel.
-Hemos dicho que no ibamos a hacer nada, Carlos.
-No estamos haciendo nada.
Carlos estaba como hipnotizado, pero a la vez era hipnotizador y yo símplemente me dejé llevar. Su dedo seguía dibujando mi escote y al poco por encima del vestido iba dibujando la forma de mis senos para remarcar luego el punto donde estaban mis pezones. Acostumbrada a Carlos sabía qué signicaban esas caricias y empecé a excitarme en un segundo, pero le dejé que siguiera a su ritmo hoy se lo había ganado.
Con su mano siguió dibujando las lineas de mi cuerpo, se entretuvo en la parte del ombligo y al fin llegó a mi pubis. Podía notar perfectamente su dedo buscando por el encima del vestido, el punto exacto de mi clítoris, a veces acertaba, otras no, pero me encantaba igualmente. Para que supiese cuándo estaba encima y cuando no, yo le besaba despacito en los labios, era tan solo un pico pero parecía que a él le encantaba. De los picos, pasamos a un beso largo y profundo, nos habíamos besado otras muchas veces pero aquel beso me pareció especialmente excitante, hizo que saltara como un resorte y me puse de pié. Le jalé tirando de su corbata hasta que se puso de pie también. Le deshice el nudo de la corbata y cuando estiraba para quitársela él me dio la vuelta y se quedó detrás de mí. Poco a poco nos ibamos acariciando sin prisa y disfrutando de cada centrímetro de piel. Carlos me bajó la cremallera del vestido pero a la vez iba recorriendo mi espalda con su lengua haciéndo que me estremeciese. El vestido cayó a mis pies y él se deleitó con mis sujetador. Me dí media vuelta para quedar justo enfrente, le fui desabrochando cada botón de la camisa, dejando al descibierto su perfecto torso, al que aproveché para ir lamiendo hasta llegar al pantalón. Le quité el cinturón, le bajé los pantalones y empecé a soplar aire caliente y a lamer su polla. Ya la tenía enorme y la pobre luchaba por salirse de los boxers, pero no la dejé salir, me dediqué a lamerle con los boxers hasta que al final saltó como un resorte y yo la atrapé con mi boca.
En este momento Carlos me cogió con delicadeza en brazos y me llevó hasta su cama. Yo me quedé abajo y su polla colgaba hasta mi boca, aunque no se lo había hecho nunca a ningún tio, deseaba mamársela hasta que se corriera en mi boca, mientras él me comía el coño, pero lo hacía sin prisas, disfrutando de cada pliegue, de cada resquicio jugaba con su lengua y sus dedos con los que jugaba a follarme. Cuando estaba a punto de correrme, le paré en seco, no quería ser la primera, esta noche me apetecía que fuese él quien más disfrutase.
-¿Qué haces?
-No quiero acabar todavía
-Pero si puedes tener varios, ¿Porqué parar?
-Porque hoy me apetece que tú seas el primero.
Dicho esto se la empecé a mamar como ya sabía que a él le gustaba, le lamía y le estujaba los huevos y le subcionaba la parte del glande. Al poco tiempo empecé a notar los espasmos de sus huevos entre mis manos, se estaba empezando a correr y cuando me preparaba a que llegara la leche, me la sacó de golpe de la boca y dejó caer la lefa sobre mis tetas. Cuando ví lo que había soltado le agradecí el gesto pues no me la podría haber tragado toda y seguramente me habrían dado náuseas.
Carlos se quedó exausto tumbándose a mi lado y me besó.
-Lo siento, pero no me gusta besar mi propia leche.
Empezó a acariciarme las tetas con su leche, como si me estuviese echando crema, aún estaba caliente, y Carlos volvió a cebarse con mi coño, me lo chupaba, subcionaba y hasta mordía, me encantaba, me follaba con los dedos y luego con la mano entera llegando casi a meterme el puño entero hasta que me corrí atrapando su mano con mis piernas.
Esta había sido una follada un poco especial, más pausada, más tranquila, casi como un juego en el que nos estuvimos riendo y bromeando, no había conseguido una corrida espectacular de esas en las que terminas empapada en sudor y fluidos corporales pero sí que había sido igual de placentera que siempre. Podría haber seguido follando con él toda la noche, pero pensé en que si lo dejaba así, quedaba perfecto y además sería una excusa para volver a repetirlo.
Carlos me invitó a quedarme, pero no me hacía ninguna gracia levantarme un sábado y tener que vestirme con el vestido de la noche anterior, así, que me vestí pero sin ponerme la ropa interior que guardé en mi bolso. Me marché a casa sin querer marcharme y Carlos sin comprender muy bien porqué me marchaba.