Yo soy la jefa 10

No sé muy bien como ocurrió pero de pronto y golpe estaba en su coche, su chófer particular nos llevaba a su casa, yo seguía sonánbula, hipnotizada, tan sólo me dejaba hacer sin oponer resistencia, el coño me palpitaba y chorreaba tanto que me preocupó que traspasara la braquita y la falda.

En todo en día a penas si fui capaz de decirle nada. Su sóla presencia era suficiente para que el corazón latiese con una fuerza desmedida… me desconcentraba y ocupaba toda mi mente.

A media mañana alguien empezó a llamarme al movil, como no conocía el teléfono, no esperaba la llamada de nadie y además estaba currando, lo silencié… bastante distraida estaba ya. Cerca de la una se me acercó una de las chicas de recepción y me dijo que La Sra. Lucía Ramíez había llamado intentando localizarme para invitarme a comer en un restaurante cercano. No tuve tiempo ni para presentar mis excusas, la invitación se parecía casi más a una orden, a las 14:30h en el restaurante. De todos modos cuando lo pensé un poco después llegué a la conclusión de que me vendría bien para despejarme.

Nada más llegar al restaurante el que parecía el metre se me acercó y me pidió que le siguiera, recorrimos todo el restaurante y subimos por una escalera hasta llegar a un pequeño salón lujósamente decorado y donde sólo había una gan mesa rectangular con varias sillas. En la silla anfitriona me esperaba ya Lucía en pie y sonriendo.

Pese a que estaba un poco flipando por tanta obstentación y lujo, hice como si nada me importara aunque una sóla silla de aquellas podría haber pagado cinco veces todo el mobiliario de mi casa, del ikea. Me acerqué a Lucía para saludarla y nos sentamos a la mesa donde ya ella estaba tomando un vino. Con un gesto de la cabeza hizo que se acercase el metre que sin siquiera preguntarme me llenó la copa del que parecía que era el mismo vino que ella tomaba. Inmendiatamente después dos camareros se afaban en servirnos pequeños canapés que estaban deliciosos y vino.

Pasamos una hora hablando de la crisis de cómo estaban cambiando las cosas… bueno ella hablaba y yo tan sólo la escuchaba por no replicar, no estaba de acuerdo con ella en casi nada. Se notaba perfectamente quién era el patrón y quien el marinero. Sin embargo y aunque consideré responderle, prefirí no hacerlo por no ser descortés aunque por mucho que lo intentó tampoco le dí la razón en ninguno de sus argumentos. Tan sólo le repliqué un par de veces con la mayor cortesía posible a lo que respondió en cada caso con una sonora carcajada.

Poco a poco, la tensión de la conversasión se fue diluyendo y empezamos a hablar de otros menesteres, yo sentía la presión del vino sobre mi cabeza. Pese a que la comida estaba esquisita pensé que un restaurante tan de alto postín, debería tener más cuidado con la sal, tenía una sed enorme que no conseguía apaciguar con el vino.

-Por favor, necesito agua.

-¿Qué dices, no te gusta el vino?, replicó Lucía con una expresión un poco molesta.

-El vino está exquisito (aunque en realidad tenía una especie de regusto que no me gustaba demasiado), pero tengo sed, y llámeme rara pero cuando tengo sed, sólo se me pasa si bebo agua.

-Está bien, Y me pidió un botellín de agua.

Mientras bebía el agua, empecé a sospechar que algo no iba bien, me sentía como muy mareada, la cabeza me daba vueltas y de buena gana me habría tendido sobre la alfombra que cubría el suelo de madera. Oía que Lucía me seguía hablando pero yo ya no la escuchaba, tan sólo la miraba absorta. Su sonrisa, sus gestos… todo parecía perfectamente calculado, era como un autómata que me dejaba pasmada. Descubrí sus pechos perfectos envueltos en un sujetador de seda con encaje detrás de su blusa vaporosa y sentí como me invadía una ola de calor. Quise apartar la mirada, me sentía avergonzada, pero no fui capaz ni de parpadear. De pronto ella desabrochó un botón de su blusa, pensé que me había pillado mirando y aparté mi mirada.

Seguía charlando como si cualquier cosa, y mi mirada se volvió a clavar en sus senos, en su escote y la estrechez de su canalillo. A cada segundo que pasaba yo notaba más calor y cómo poco a poco mi coñito se iba derritiendo. Deseaba tocar aquellos pechos, liberarlos del sujetador y pasar mi lengua entre ellos para comprobar a qué sabían. Para mí el resto del mundo acababa de desaparecer, ni siquiera podía creer que estuviese tan cachonda, el sopor del vino me bloqueaba el razocinio, a penas si pude articular palabra cuando me preguntaron qué postre deseaba. Estaba absolutamente fuera de mí.

No sé muy bien como ocurrió pero de pronto y golpe estaba en su coche, su chófer particular nos llevaba a su casa, yo seguía sonánbula, hipnotizada, tan sólo me dejaba hacer sin oponer resistencia, el coño me palpitaba y chorreaba tanto que me preocupó que traspasara la braquita y la falda. No sé con qué excusa Lucía cogió mi mano y la colocó sobre su hombro. Yo pensé que me iba a dar un infarto o algo, no podía ni moverme. Tomó mi mano como si fuese una simple marioneta y la pasó por su cuello primero, y su pecho después acariciándola por encima de la blusa y tropezando con el sujetador y los botones. Guió mi mano por su vientre y cuando llegamos a rozar con los dedos la parte superior de su pubis y por debajo del ombligo, paró. Paró también el coche.

-Hemos llegado.

Salimos del coche a un jardín enorme lleno de flores, árboles y un cesped perfectamente cuidado. Ella me seguía cogiendo de la mano y tiró de mí hasta que llegamos a la casa, cruzamos un recibidor con suelos de mármol y subimos por una fastuosa escalera que se encontraba justo enfrente de la puerta principal por donde habíamos entrado. Cuando llegamos arriba, la casa era como una galería que rodeaba el comedor enorme que se encontraba abajo. Me empujó hasta un despacho donde había un divan y cerró con llave.

Cuando se giró, simplemente empezó a desabrocharse la blusa con parsimonia, cogió mis manos las puso sobre sus pechos y me susurró al oido: -Sigue.

Yo estaba temblando, sin saber que hacer, ni lo que quería. Mi cerebro simplemente había dejado de funcionar y tan sólo una pequeña parte de mí trataba de luchar para retomar el control. Pero era demasiado débil. Recorrí con mis dedos cada centrímeto de aquella piel casi nívea, dibujé con mis dedos los encajes del sujetador y subi hasta los tirantes liberándolos de sus hombros. Sus pezones se endurecieron y marcaron el sujetador. Empecé a besarle y lamer la parte superior del pecho por debajo justo de las clavículas, su piel era suave, melosa. Ella jugaba con mi pelo y me arrastró detrás suya hasta que se recostó en el diván. Yo seguía lamiendo de aquél caramelo prohibido y cada vez iba incrementando la fuerza movida por el compás que ella marcaba con sus gemidos. Conseguí quitarle el sujetador el todo y sus pechos saltaron sobre mis manos. Jugué con ellos, los lamí y subcioné de sus pezones, con mi lengua remarcaba sus aureolas, noté como bajaba sus manos hasta su sexo y empezaba a pajearse por encima de la falda. Mientras yo segría absorta metiendo la lengua entre sus pechos, ella cogió una de mis manos y la obligó a entrar en su entrepierna, estaba húmedo y caliente. Con una primera caricia noté su tanga de seda y debajo su coño depilado y chorreando. Me dejé llevar y con delicadeza mis dedos buscaron el capuchón de su clítoris, primero un dedo suave, después dos, cogió mi mano y empezó a restregarla por su coño con más fuerza y velocidad, mi mano cogió entonces soltura por sí misma y empezé a pajearla como si fuese mi propio coño, al final me tuve que emplear a fondo con las dos manos metiéndole los dedos en su coño mientras le golpeaba el clítoris con la palma y se lo pellizcaba con los dedos de la otra mano. Deseaba follarla con mis manos y lamenté no tener un pollón como el de Carlos para metérsela hasta los huevos. Ella incrementó sus jadeos, se restregaba bien contra mis manos, y de pronto y golpe empezó a correrse soltando un chorro líquido que me dejó flipando. Había oido hablar de ello, lo había visto en algunas pelis porno, se había corrido con un squirting. Me chorreaban las manos y los brazos de su líquido, todo estaba mojado pero reclamé mi parte.

Lucía se abalanzó sobre mis pechos, me desabrochó la blusa con brusquedad, y sin esperar a quitarme el sujetador sacó mis tetas por encima, me las estujaba, palpaba y acariciaba. Se notaba la experiencia, mis pezones se endurecieron y mi coño palpitaba excitado pero de pronto la ví.

Cuando alzé la vista, vi una foto en lo alto de una estantería. Era la chica del video porno que se follaba al director. Me quedé en blanco llena de pánico, me retiré de Lucía tapando avergonzada mis pechos.

-¿Qué haces?!!

-No, no me encuentro bien, me acabo de acordar de que tengo la regla, será mejor que lo dejemos, por favor. Mentí como una bellaca, pero el pánico se había apoderado de mí y tan sólo deseaba huir de allí.

Lucía clavó sus ojos azules en mi cara, su semblante era serio, apretaba los dientes, claramente estaba muy cabreada. Le sostube la mirada con firmeza, sabía que si me dejaba adrementar estaría perdida. Fueron unos segundos interminables, finalmente relajó el gesto, agachó la mirada y se alejó unos pasos.

-Está bien, está bién. Vistete, Frank te llevará a tu casa. Aquí no ha pasado nada. Si le cuentas a alguien lo más mínimo te despediré y mandaré sobre ti los perros de presa para que nunca, ni tú ni nadie de los tuyos, levantéis nunca la cabeza. ¿Me has entendido?.

Por primera vez en toda la tarde mi cerebro empezó a funcionar y en vez de acobardarme y jurarle silencio hasta la sepultura, le tomé los pechos con mis manos, les besé los pezones y con una sonrisa falsa le dije que no se preocupase, que tendría que volver a terminar lo que había empezado.

Lucía se relajó y se empezó a reir creyéndome a sus pies.