Yo soy el mar

El poder del mar me atrae con sus olas, la luna me hipnotiza... pero no tanto como tú

La suave brisa rozaba mi cara descubierta, casi quemada por el sol. El sonido de las olas, arrastrándose hasta invadir la intimidad de la orilla, acompañaba mis pensamientos. Ese sonido rítmico, incesante y penetrante era mi mejor compañero en ese estado de evasión. Cómo describir la sensación en ese momento... Paz, tranquilidad, plenitud... Mi mirada se perdía hasta lo más profundo del agua, antes cristalina y ahora oscureciéndose inminente por la puesta de sol. Ese sol amenazante, ardiente, de hace unas horas, perdía su fuerza sin poderlo remediar, al fundirse en el horizonte con el frío océano. Ahora lo podía mirar directamente, desafiante, sintiéndolo mío.

La oscuridad del atardecer se cernía sobre mí y de nuevo la suave brisa me acarició, provocando un leve escalofrío por todo mi cuerpo. Le dí la última calada al cigarro casi consumido y exhalé el humo con fuerza. Me puse en pié casi de un salto sin apartar mis ojos de la atracción que las olas tenían sobre mí. Noté la arena fría bajo mis pies cuando me aparté de la toalla, húmeda, sobre la que estaba sentada. Como si todo mi ser se sintiera hipnotizado, me quité la camiseta en un gesto lento pero sin titubear, dejando, ahora sí, que la brisa, que tonteaba antes conmigo, me poseyera casi por completo si no fuera porque llevaba la parte de abajo del bikini.

Como si de una locura se tratara, parecía que las olas rompían con más fuerza al verme erguida frente a ellas, escrutándolas con mi mirada que no podía apartar. A "Lorenzo" sólo le quedaba un tercio para desvanecerse y fundirse en lo más profundo del mar. Comencé a caminar al encuentro de esas olas que tanto anhelaba, notando la fría arena en cada paso que daba y dejándome envolver por la brisa deseosa de mí. Tan sólo dí 4 ó 5 pasos cuando pude apreciar lo fría que estaba el agua, cosa que no impidió el que siguiera adelante con mi propósito de dejarme envolver por ella. Cuando casi me cubría las rodillas, una ola se abalanzó sobre mí con tanto deseo que me hizo gritar de sorpresa, haciéndome reír acto seguido. El mar se había convertido en una sombra gigante, oscura y húmeda que me envolvía. Tan sólo el reflejo de la luna llena, que le quitaba el puesto al sol poco a poco, se distinguía a mi alrededor. Estaba verdaderamente fría y mi cuerpo lo notó y reaccionó haciendo que se me erizara la piel.

Me dí la vuelta, dejando a mi espalda la sombra negra y fría del mar, para observar ahora la orilla, el lugar donde estaba sentada. ¿Así es cómo me veía el mar a mí? Me sentí parte del mar en ese instante, más que parte, sentí que yo era el mar. Un mar que, día tras día, observaba a toda esa gente venir en mi búsqueda, deseosas del placer que les daría al poseerlas y mecerlas entre mis brazos, recorriendo, en mi estado líquido y salado, todas y cada una de las partes de sus cuerpos.  Ahora la arena estaba vacía, ya no había cuerpos tumbados tomando el sol ni jugando. Pero en el preciso instante en el que comenzaba a notar la soledad del mar como parte de mí, una sombra se formaba sobre la arena, todavía lejana para poder diferenciar de qué o de quién se trataba. Observaba atentamente cómo se hacía más alta poco a poco, lo que significaba que se estaba acercando a mí, al mar. Pude distinguir que la sombra era humana, y a los pocos segundos, también vi que se trataba de una mujer, con su cuerpo torneado y su andar felino sobre la arena. No sabía de quién se trataba, una extraña que pretendía invadirme o que la invadiera con el poder de mis olas. Al poner el primer pie en el agua, la luna se apiadó de mí e hizo que con su reflejo pudiera reconocerte y así arrancarme del estado líquido en el que me había convertido por unos instantes, volviendo a sentir mi cuerpo mecido por la suave marea nocturna.

  • Hola, ya has vuelto... - te dije para cerciorarme que también había recuperado el habla.

No me contestaste. Tan sólo seguías andando y profundizando en el agua que ya te cubría la cintura. El brillo de tus ojos en la oscuridad me guiaban como faros en la costa. Me mirabas a los ojos, brillantes también, para no perderte. Te acercaste hasta el punto exacto donde me mecían las olas. Estabas seria, o más bien, tu rostro no tenía expresión apreciable. Cuando ya estabas a mi altura, noté bajo el agua cómo tu brazo me rodeaba la cintura y pegabas tu cuerpo al mío, acercaste tus labios a los míos y me besaste.

  • Hola- me dijiste con una sonrisa cuando despegaste tu boca de la mía.

  • ¿Dónde has...?

Intenté preguntarte, aunque no pude terminar porque tus labios decidieron robarme las palabras. Mi boca quedó sellada en ese momento por la tuya. Mis labios sintieron el sutil roce de tu lengua, abriéndose camino hacia el interior, lo que provocó que yo te buscara dulcemente con la mía. Apenas nos veíamos la cara, ya era noche cerrada, y la luna nos daba una tregua con su claridad...

Las olas mecían nuestros cuerpos con su vaivén nocturno, parecían deseosas del contacto de nuestra piel, nos querían poseer... Al igual que yo te quería poseer allí mismo... respaldada por el anonimato de la gran mancha negra. Tus besos, salados, seguían el ritmo de las olas. Tus manos, recorriendo mi cuerpo mojado, se movían con inquietud, buscando el sitio perfecto donde detenerse. Al igual que nuestras pulsaciones aumentaban, la olas rugían acompañándonos. Me abrazaste con fuerza para no perder el equilibrio mientras me mirabas a los ojos, que ardían de deseo. No mediábamos palabra, no nos hacía falta. Nuestra comunicación era sensitiva, instintiva, casi animal... Tu mirada me susurraba, el contacto con tu piel me suplicaba, tus manos me gritaban y de fondo la dulce melodía de las olas y la tenue luz de la luna, qué más se puede pedir?

  • Me estás volviendo loca...- te dije en un hilo de voz.

  • Loca? Vas a ver lo que es la auténtica locura... - me respondiste con la sonrisa más seductora que jamás te había visto.

Al terminar de pronunciar esas palabras, te abalanzaste sobre mí, concretamente, tu boca se abalanzó sobre mi cuello. Notaba tus labios besándome por todo él, a la vez que tus manos apretaban mi cuerpo. Un suspiro se me escapó cuando llegaste al lóbulo de la oreja... Te apreté más contra mí, quería, más bien necesitaba, sentirte lo más cerca, fundir mi piel con tu piel, absorbernos la una a la otra. Percibí un palpitar en mi pecho, pero de inmediato supe que no era yo, eras tú. Estabas tan excitada como yo y tu corazón se comunicaba con el mío a golpes. Nuestras manos al unísono, como si se hubieran puesto de acuerdo previamente, bajaron por nuestras espaldas, acariciándolas tan mojadas, hasta los muslos. El agua nos cubría por encima de la cintura y nos sentíamos libres de jugar, sentir, gozar... Como si de un juego se tratara, me di cuenta de lo que estabas haciendo conmigo.

  • Vamos a jugar un poquito... - me susurraste a la vez que me mordías el labio. - Tú sígueme!!

Y así me dispuse a hacerlo, me propuse ser un fiel reflejo tuyo, un espejo en el que mirarte, una marioneta en tus manos. Cada movimiento, yo lo repetía a petición tuya, todo lo que mi cuerpo sintiera lo iba a sentir el tuyo. De este modo comenzaste a jugar. Paseabas tu mano por todo mi muslo, arriba y abajo, y de vuelta a arriba para cogerme con fuerza y por sorpresa el culo. Yo, guiada por tus gestos, hacía lo mismo contigo, con tu cuerpo. No podía creer lo mucho que me ponía esta situación. Pero no sólo estábamos las dos, las olas que nos embestían también seguían nuestra sincronización de caricias, susurros y jadeos... Nuestras manos al unísono rozaban nuestra piel mojada y salada mientras bailábamos con el vaivén de la marea que nos rodeaba. En un instante buscaste mi mirada con la tuya, parecía que me traspasabas con esos ojos oscuros pero que en ese momento tenían un brillo espectacular. Intentaba leerte la mente, saber qué pensabas o qué sentías, mientras una de tus manos tan suave como decidida se paró en la zona que más anhelaba tu contacto. Sin hablar, me pediste con tus ojos que yo hiciera lo mismo, que siguiera siendo tu espejo, y así lo hice por supuesto. Esa acción me excitó tanto o más que la  que acababas de hacer tú. Notaba mi cuerpo temblar, mi piel erizada, las palpitaciones de mi corazón se localizaban ahora mucho más abajo... Seguíamos mirándonos, como dos desconocidas, como dos amantes que se anhelan, como dos animales con los instintos más profundos y que ahora sacan a la luz, la una con la otra. Tu forma de tocarme, tan directa, me lleva hasta lo más cercano a la luna, esa luna que es la única testigo de nuestra pasión. Esa luna que, con su influencia, hace que las olas nos mezan con ritmo. Ese ritmo que lo has hecho tuyo y lo transmites desde tus manos a mi cuerpo, y, a su vez, lo hago mío desde mis manos a tu cuerpo, porque sigo siendo tu fiel reflejo en esta actividad.

Cierro los ojos porque el placer que estoy experimentando con tu boca en mi cuello, tu lengua en contacto con la mía, tu cuerpo mojado junto al mío, tus manos inquietas pero a la vez sin perder el ritmo, me hacen enloquecer, me hacen sentir lo inimaginable. Y sé que, lo mismo que estoy sintiendo por tu culpa, lo estás sintiendo tú también, y en este caso, por mi culpa. Sí, soy culpable de tus gemidos, de tu aliento en mi nuca, de tus "oh dios", de tus susurros pidiéndome que no pare, que siga con ese infernal castigo al que te estoy sometiendo, o mejor dicho, nos estamos sometiendo. Porque al igual que las olas se mueven bajo las órdenes de la luna, yo estoy bajo las tuyas y viceversa. La humedad que noto ahora en tí no tiene nada de que ver con el poder de mojar de las olas, sino que es tu humedad, tu placer, tu deseo, que ahora se convierte en mío. Nos movemos en sincronización, juntas, sin separarnos un ápice, y del mismo modo, comenzamos a sentir el clímax como respuesta a nuestra aventura en la mancha oscura que nos rodea.

Parece que mi cuerpo empieza a relajarse poco a poco, recobrando la respiración que creía perdida al verme absorbida por tí. Percibo tu relajación también, pero algo extraño comienza a suceder... Mis manos son como espuma de mar, mi vista se nubla, te miro y eres casi un espejismo, te desvaneces ante mis ojos sin poderlo remediar a pesar de que de mi boca intenta salir un grito desgarrador... La noche se hace día, y oigo una voz...

  • Perdón, pero tengo que recoger la tumbona, si no es mucha molestia...

Mis ojos se abren y distinguen ahora sí la claridad de la tarde. Me siento desorientada, sin saber dónde estoy. ¿Qué ha pasado?.

  • Perdón, jejeje... - me vuelve a repetir la figura que está junto a mí con una sonrisa nerviosa.

De repente lo comprendo todo. Me quedé dormida en la playa, en la tumbona, bajo la sombrilla. Y ahora, vuelvo a la realidad a causa de la niñata esta de las hamacas.

  • Sí, sí, disculpa. Se me ha ido el santo al cielo, jejej-. Conseguí decirle lo más amable posible, sin mirarle siquiera a la cara. Así que me levanté de la tumbona, me puse el pareo rodeando mis caderas y la parte superior del bikini. La "niñata de las hamacas" (ya le había puesto un mote adecuado), comenzó a realizar su arte de cómo recoger y plegar una tumbona de playa. Yo iba a lo mío, recogiendo mi bolsa, mi toalla, mi protección solar, mis revistas, mis libros, mis gafas de sol, mi smartphone, mi tabaco, mis 3 mecheros, mis chanclas..., lo indispensable para un día de playa vamos. La verdad que mucho caso no le hacía, bien por indiferencia hacia ella, o bien por la vergüenza de que me hubiera tenido que despertar para recoger su tan ansiada hamaca, en fin...

  • Hasta luego wapa.- Escuché en el momento en que estaba cerrando mi bolsa casi maleta de playa. Levanté la vista y era la "niñata de las hamacas" que había terminado con su labor, y se dirigía ya hacia el paseo.

No sé por qué, pero una fuerza inexplicable me obligaba a no apartar la vista de esa persona, mirando casi embobada cómo caminaba por la arena, alejándose de mí, observando su piel morena, tostada por el sol que es su acompañante cada día en su trabajo veraniego... Y cada vez que mis ojos la escrutaban, más familiar me resultaba. Esa forma de moverse entre la gente hasta llegar al paseo, fuera de la arena. Vi cómo te colocabas las chanclas para andar sobre el asfalto cálido bajo tus pies, y cuando lo hiciste, levantaste la cabeza y me miraste. Un rayo me atravesó en ese momento el estómago y fue bajando hasta... bueno hasta donde podía bajar esa sensación. Por fin veía su cara, ya que en todo este momento no había sido capaz de mirarla. Sus ojos directos a los míos eran faros que me podían guiar en la noche más oscura, su sonrisa tan cautivadora y a la vez con una pizca de picardía me erizó el poco vello que cubre mi cuerpo. No la había visto en toda mi vida, toda una desconocida para mí y que con solo mirarme me produce esta reacción, no lo entiendo. Pero entonces, como si me dieran un bofetón, me di cuenta de lo que pasaba. El andar sinuoso por la arena, los ojos como faros, la sonrisa atrayente, todo eso lo conocía de hace 10 minutos escasos, pero era de noche cuando me topé con ella por primera vez. Cogí mi bolsa y fui caminando hacia el paseo, siguiendo sus pasos, guiada por los faros que me miraban...

Calderón de la Barca dijo que "la vida es sueño, y los sueños, sueños son". Pero en ese momento en mi cabeza sólo resonaba parte de una canción "...¿desde cuándo te llevo en mis sueños...?"