Yo, padre (primera parte) Reescrito y corregido

Primera parte de la saga que he vuelto a reescribir, para facilitar su lectura. El relato contiene partes con mucha violencia y puede que no sea del agrado de muchos lectores.

Supongo que después de leer las cuatro partes este relato muchos pensareis que lo ha escrito un autentico sádico. Un monstruo que hizo algo terrible y que debería estar encerrado el resto de sus días por lo que pasó. Pero también sé que muchos de vosotros sois padres y madres; y en cierto modo os pondréis en mi lugar. Y puede, solo puede, que en algún lugar de vuestro interior me entendáis y podáis comprender, lo que un padre es capaz de hacer para proteger a su hija.

Me llamo Jesús, y esta es mi historia.


Hace ya seis años que mi hija Laura y yo nos quedamos solos. Mi mujer falleció después de luchar durante dos años con una terrible enfermedad que al final consiguió ganarle la batalla. No os voy a engañar si os digo lo difícil que fueron los dos primeros años para mi hija y para mí. No sólo por la falta de su madre, a la que a día de hoy  sigo llorando, si no por todo lo que conlleva criar a una niña un hombre sólo; al que ya de por sí, le costaba un infierno levantarse cada mañana y saber que la compañera con la que pensaba que pasaría el resto de sus días, ya no iba a volver.

Pero ahí estaba mi niña. No os miento si os digo que fue mi pequeña la que me sacó a mi adelante, y no al revés. Desde el primer día fue la que tomó las riendas de la familia. Recuerdo como me despertaba cada mañana con un beso y un vamos grandullón, que conseguía sacarme al instante de una depresión que se hubiese hecho conmigo de no ser por mi hija.

Poco a poco las cosas fueron mejorando, y nuestro estado de ánimo se fue reponiendo apoyándonos el uno en el otro. Yo aprendiendo a ser padre de nuevo y ella convirtiéndose en una mujercita que supo tirar de mi en los peores momentos.

Y así transcurrieron los años. Yo sacando adelante solo la farmacia que regentábamos mi esposa y yo, y Laura convirtiéndose en una jovencita preciosa, por lo menos a ojos de su padre, y excelente estudiante.

Sus notas eran increíbles, y aun le faltaba un curso para terminar el bachillerato, ya nos pasábamos horas hablando de que carrera escogería, o a que universidades mandaríamos las solicitudes.

Pasaba más tiempo conmigo que con sus amigos. Por más que la decía que se estaba perdiendo su adolescencia por estar con su "viejo", poco la importaba. Siempre me decía: -Papa, tu eres mi mejor amigo

Pero como habréis imaginado nada puede durar para siempre, y una nueva sombra volvía a cernirse sobre mi familia. A mediados de curso todo empezó a cambiar. De la noche a la mañana Laura empezó a pasar mucho tiempo en su habitación. Hasta el punto de pasar horas y horas encerrada en su cuarto. Había fines de semana en los que ni se levantaba de la cama, y hacía tiempo que sus calificaciones habían caído en picado. Dejó de ser una niña alegre y llena de vida, para convertirse en alguien muy alejado de lo que ella había sido hasta entonces.

Algo que se me escapaba al entendimiento se estaba apoderando de mi hija. La tristeza y la amargura empezaron a adueñarse de ella más y más  a cada día que pasaba.

Muchas veces intenté hablar con ella; preguntándole que era lo que le estaba pasando; y diciéndole que me contase lo que la ocurría, que fuese lo que fuese podía confiar en mí, que juntos lo superaríamos, como habíamos hecho siempre. Pero ella siempre trababa de esquivar mis preguntas para no preocuparme.

-No pasa nada, papá.  Es sólo una mala racha que estoy pasando. Acuérdate cuando murió mamá y lo triste que estabas… Pues algo así. Ya se me pasará -decía entre sollozos.

Ignorante de mi, pensé que quizá tuviese que ver con algún chico. A cualquiera le han roto el corazón a esa edad, y cuando tienes dieciséis años, a todo le damos mucha más importancia de lo que en realidad tiene.

Que equivocado estaba. La verdad de lo que la estaba ocurriendo a Laura era mucho peor; y tuve que darme cuenta por la fuerza un día cuando llegué a casa y llame a la puerta de su cuarto para ver como se encontraba.

-Hola cariño, ¿cómo has pasado el día? -pregunté desde el otro lado.

-Bien papá, como siempre. Hoy no voy a cenar, no me encuentro bien -dijo ella mientras noté ese tono de voz que se tiene cuando intentamos reprimir las lagrimas.

-Laura, ¿Qué te pasa?. Abre la puerta -dije.

-No pasa nada, estoy bien, déjame por favor -no pudo reprimir el llanto cuando terminó la frase.

-Voy a entrar Laura, esto se va a acabar ahora mismo -terminé diciendo mientras abría la puerta.

Lo que encontré en esa habitación me dejo petrificado. Mi hija estaba sentada en su cama, mientras las lágrimas y la tristeza la consumían por momentos. Me acerqué despacio a ella, y después de  arrodillarme a sus pies, retiré sus manos con sumo cuidado, dejando su rostro al descubierto. La cara de mi niña era un autentico despropósito. Tenía los dos ojos amoratados y uno de ellos prácticamente cerrado. El labio inferior estaba hinchado y uno de sus dientes luchaba por mantenerse en su sitio. Restos de sangre seca manchaban su barbilla, y el lóbulo de su oreja derecha sangraba a causa de un pendiente que fue arrancado a la fuerza de su sitio.

intentando reprimir mis lágrimas y besando con dulzura su maltrecho rostro conseguí preguntarla:

-Quién te ha hecho esto, mi vida. Dime quien ha sido el hijo de la gran puta que te ha hecho esto, Laura -logré decir mientras las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas.

-No ha sido un chico, papa. Ha sido una compañera del instituto que hace meses me está haciendo la vida imposible -se sinceró. Empezó insultándome cada vez que me veía, sin motivo alguno. Yo ni siquiera la conocía hasta entonces. Intenté distanciarme de ella, pero cada día que pasaba iba a más. Hasta pensé que dándole parte del dinero que tú me tienes asignado todas las semanas, me dejaría en paz por un tiempo. Pero no era suficiente. Me odia y yo no sé porqué. Nunca la he hecho nada. Incluso accedí a… -en ese momento dejó de hablar y rompió a llorar.

-Tranquila corazón, tranquila. Sigue contándomelo todo. Accediste a… -mi sentidos no estaban preparados para asimilar lo que estaba a punto de escuchar.


-Jessica (así se llamaba) me dijo hoy, que me esperaba en los servicios después de clase de historia. Le dije que no, que yo nunca había faltado a una asignatura. Pero ella, cogiéndome del cuello, me dijo que ni se me ocurriera dejarla plantada, que era capaz de matarme si no estaba dentro de media hora allí. El miedo se apoderó de mí, y acudí a esos urinarios después del descanso entre clase y clase. Abrí la puerta y allí estaba ella -Laura continuaba con su relato con la voz entrecortada.

-Has venido zorrita… Ya sabía que ibas a aparecer. Acércate guarra -me ordenó Jessica-. Estoy hasta el coño de empollonas como tú, ahora vas a saber lo que es bueno -terminó diciendo mientras sacaba una navaja del bolsillo.

-No me hagas daño Jessica, por favor. Te daré más dinero si quieres, pero déjame en paz. Yo no te he hecho nada -dije mientras ella sonreía al notar mi miedo-. Te lo pido por favor, deja ya de acosarme.

-¡Cierra la puta boca payasa!, y acércate a mi lado -dijo mientras movía la navaja de un lado a otro.

-Vale Jessica, pero no me hagas daño, te lo suplico -respondí mientras me acercaba sollozando.

-Mira como llora la putita remilgada -decía mientras pasaba la punta del arma sobre mi cuello- Ahora voy a sacar la lengua y me la vas a chupar hasta que yo te diga. Vas a ser mi zorrita hasta que me canse de ti, ¿te has enterado?

-Pero… ¿Qué dices?,.No Jessica, yo no soy lesbiana, déjame, te lo suplico -una fuerte golpe en  mi estómago hizo que callera al suelo mientras intentaba recobrar la respiración.

-¿Me estás llamando puta boyera?, a mí solo me gustan las pollas -me preguntó a la vez que se engañaba-, pero quiero hacer contigo lo que me apetezca. ¡Levántate y haz lo que te he dicho! -dijo mientras me agarraba del pelo para ponerme en pie.

-Vale, pero no me pegues más. Haré lo que tú quieras, pero no me hagas más daño -la imploré  mientras el miedo paralizaba todo mi cuerpo.

-Así me gusta zorrita, que seas obediente -terminó por decir mientras sacaba su lengua.

Fui acercando mis labios a su boca hasta introducirme toda su carne en mi interior. La chupé despacio mientras trataba de no vomitar pensando en lo que estaba pasando. De la boca de Jessica no paraban de salir babas y gemidos, mientras yo seguía chupando aquella lengua lo mejor que pude, por el miedo al que mi acosadora me estaba sometiendo. Tras varios minutos con aquello me volvió a coger del pelo y tiró de mi hacia atrás.

-Ya sabía yo que eras una mojigata calentorra. Eres una cerdita, Laurita -sonreía mientras se escupía en los dedos y me los introducía en la boca.

Estuvo varios minutos moviendo sus falanges en mi interior. En varias ocasiones estuve a punto de vomitar, ya que Jessica no paraba de introducirlos más y más, mientras mi lengua retrocedía trataba de expulsarlos.

Varias arcadas se escucharon en aquel sucio servicio, hasta que decidió sacar sus dedos de mi boca. Tenía la cara llena de babas y restos de mocos que lucharon por no salir, a causa de la violencia con la que estos habían conseguido llegar hasta el fondo de mi garganta.

Cuando pude controlar la tos y las lagrimas que derramaron mis ojos por el esfuerzo, la dije que parara, que ya no quería seguir; que había llegado muy lejos. Y que pensaba contarle todo a mis profesores.

El segundo golpe fue mucho más fuerte que el primero, además de acompañarlo por una bofetada que a punto estuvo de dejarme sin sentido. Cuando logré recuperarme, Jessica me estaba arrastrando por los piés hasta uno de los servicios, y consiguió meterme a la fuerza dentro de él. Echó el pestillo, y me puso la punta del cuchillo en el cuello. Noté como un hilo de sangre salía de mi piel, y fue cuando verdaderamente empecé a temer por mi vida. Comencé a temblar como una niña pequeña, y no puede reprimir que mi orín empapase todas mis mallas, mientras escuchaba la risa perversa de mi asaltante.

-¡Pero mira mi zorrita, si se acaba de mear de miedo!. Eres una cochina, mira como lo has puesto todo. ¡Desnúdate ahora mismo o te juro que te rajo como a un cerdo! -gritó Jessica mientras me miraba fijamente con los ojos inyectados en sangre.

Ya había conseguido doblegarme del todo. A partir de ese momento me convertí en su muñeca. En una niña muerta de miedo dispuesta a hacer lo que me pidiese con tal de que aquel infierno terminase de una vez. Llorando me desvestí completamente, dejando mi cuerpo totalmente desnudo delante de Jessica.

-Eso está mucho mejor zorrita. Ahora quiero que te des la vuelta y me enseñes ese culito tan blanquito que tienes; y cuando lo hagas, separa las nalgas con las manos para ver bien todo lo que va a ser mío a partir de ahora -me dijo con voz lasciva.

Hice exactamente lo que me pidió. Quité mis manos de mis pechitos y mi sexo, y dándome la vuelta, me separé ambos glúteos para dejar que ese demonio se recreara viendo lo que nadie había visto. Mientras mis pocas defensas terminaban de caer, y sin poder contener ya las lágrimas, noté como uno de sus dedos trataba de introducirse lentamente en mi interior. Mi cuerpo reaccionó al instante intentando apartar aquello de su camino.

-No Jessica, por favor. No me hagas eso, nadie me ha tocado nunca ahí. Soy virgen… -mi violadora volvió a golpearme con violencia en la boca mientras me agarraba del pelo y me colocaba a la fuerza en su regazo, dejando mi culo expuesto a lo que le esperaba.

El primer azote no tardo en llegar, ni el grito que salió de mi interior por el tremendo dolor que sentí.

-¡No grites, perra, ¿quieres que nos escuche todo el insti? -me decía mientras cogía mis braguitas y me las metía en la boca- Ahora puedes berrear lo que quieras zorra, que sólo voy a escucharte yo

Y ahí empezó mi autentica tortura. Cada golpe que me propinaba hacía que se tensase cada musculo de mi cuerpo. Mis ahogados chillidos se los llevaban mis braguitas, que en poco tiempo estaban empapadas de saliva. No sé el tiempo que estuvo azotándome con la mano, pero a mí me parecieron horas. Pasado el rato ya no trataba ni de moverme. Mi compañera me estaba destrozando las nalgas sin compasión. No se detuvo hasta que su brazo no podía moverse más por el cansancio.

-¡Así aprenderás a no protestar hija de puta!. Madre mía como te he puesto el culo -decía mientras intentaba recuperarse del esfuerzo-. Te han salido hasta pequeños moratones por toda la nalga. Como me gusta azotar a zorritas como tu hasta destrozarles el culito. Y ahora vamos a por esos agujeritos que están deseando ser violados por mis deditos -Termino por decir mientras dio tal pellizco a mi clítoris, que hizo que mi castigado cuerpo volviese a reaccionar intentando alejarse de aquella tortura.

Pero Jessica me tenía bien agarrada por la nuca, y únicamente conseguí enfadar más a aquella psicópata de dieciocho años que me estaba destrozando sin ningún motivo.

-Así me gusta cerdita, que grites. No te imaginas lo que me gusta ver cómo te retuerces por el dolor. Pero ahora viene lo mejor, vamos a comprobar si en verdad eres virgen.

Acto seguido introdujo dos dedos hasta el fondo de mi joven vagina. Los metió con tal violencia, que un calambre recorrió todo mi interior; y empezó a taladrar mi sexo con tal violencia que ni mis bragas pudieron ocultar los gritos de desesperación que inundaban aquel asqueroso urinario. La sequedad de mi interior hacía que en cada embestida de su mano, se transformase en un cuchillo que destrozaba mi carne por dentro. Luego introdujo otro dedo, y luego otro. Cuatro dedos que ese diablo metió dentro de mí una y otra vez, hasta que después de varios minutos se dio por satisfecha y pararon, terminando así con la tortura a la que mi vagina había sido sometida.

-Madre mía putilla, pues decías la verdad. Si que eras virgen. Mira como me has dejado -decía mientras colocaba su mano delante de mi cara.

Con gran esfuerzo abrí los ojos y pude ver la sangre que manchaba los dedos que habían estado violando mi cuerpo segundos antes. Ya no tenía lágrimas que derramar. Jessica había conseguido quitarme por la fuerza el tesoro más preciado que una jovencita pudiese tener. Una chica acababa de arrancarme la virginidad de una forma tan cruel, que sabía que aquellos recuerdos me perseguiría el resto de mis días. Ya no gritaba, todo me daba igual. Podía hacer conmigo lo que se la antojara, nadie me iba a rescatar. Solo quería salir entera de ese infierno y volver casa.

-Iba a follarte el culo también, so guarra, pero me has dejado el brazo temblando por el esfuerzo. Te he partido por la mitad, y seguro que lo has disfrutado. Ni una de las pollas que me han follado desde los quince años -decía mintiéndose a si misma-,  hubiese conseguido lo que yo he logrado con cuatro dedos -me susurraba al oído mientras notaba como otro escupitajo caía sobre mi mejilla-. Pero tranquila, ya falta menos para terminar. Ahora me voy a bajar los vaqueros y el tanga, y me vas a chupar todo el coñito hasta que me corra en tu boca. Y salga lo que salga de mi, te lo vas a tragar todo.

De un empujón me tiró al suelo y me quedé inmóvil viendo como Jessica se quitaba los pantalones y volvía a sentarse en la taza del váter levantando sus piernas y abriéndolas bien para lo que venía a continuación.

-¡Levanta zorrita!, ya has descansado bastante. Ahora me tienes que recompensar por haber follado tu coñito hasta hacerlo sangrar. ¡Vamos joder!, chúpame el coño y déjalo bien limpio o vuelvo a azotarte hasta que pierdas el conocimiento -decía mientras volvía a cogerme por la maraña de pelos, y a la fuerza, me ponía la cabeza a centímetros de aquella vagina que olía a orín y a sudor.

Ya no era Laura. Ya no era nadie. Era un zombi al que ya no le importaba nada. Me quité las bragas de la boca, saque mi lengua y empecé a chupar su maloliente sexo lo mejor que supe. Lamía de arriba abajo; succionaba su clítoris; chupaba como una posesa el coño de mi violadora esperando a que todo terminase. Jessica no paraba de empujar mi nuca hacia su interior. A veces conseguía dejarme sin respiración de tanto apretar. Cuando empezaba a toser por la asfixia, me separaba de ella y volvía a escupirme en la cara. Una de las veces alcanzó mis pezones y los retorció de tal forma, que las lagrimas volvieron a brotar de mis ojos. Pero no grité más, no iba a darle ese gusto. Era lo único que ya podía hacer. Cuando me soltó volví a succionar su clitorix, que cada vez estaba más y más  hinchado.

-Así joder, asiiiiii. Sigue pedazo de puta, cómetelo todo bien. Estoy a punto de correrme en tu boquita. Vamos sigue, más fuerte, más rápido. Chúpalo hasta que te duelan los labios… -gritaba entre gemidos mientras noté que su cuerpo empezaba a convulsionar por el orgasmo que estaba a punto de tener.

Y terminó por correrse mientras me apretaba contra su sexo a la vez que me gritaba que me lo tragase todo. Y eso hice; tragar aterrorizada lo que salió de su coño. No todo fueron lo que pensé que eran flujos, también se meó de tal forma dentro de mí boca, que mi estomago no pudo aguantar más todo lo que se estaba depositando en él, y vomitó todo el orín tragado y gran parte del desayuno de esa mañana, yendo a parar al cuerpo de mi violadora, que me apartó al instante de su lado con tal puñetazo, que consiguió romperme el labio.

Viéndola así no pude controlar la risa. Esa fue mi venganza por todo lo que me había pasar. Mis incontrolables carcajadas, viendo como trababa de quitarse mi vómito de encima, terminaron por sacarla de quicio.

-¡Que has hecho puta guarra!, ¡mira como me has puesto!, ¡me has echado toda la pota, y encima no paras de reírte!... -esas fueron las últimas palabras que escuche.

Empezó a golpearme con tal violencia, que después de la segunda patada en la cabeza perdí el conocimiento a causa de la paliza.

Por suerte cuando he despertado encima de un charco de sangre y meados, ya se habían terminado las clases. Me he puesto de pié como he podido. He conseguido vestirme y salir de aquel infierno, mientras recorría el camino de vuelta a casa bajo la lluvia y mis lágrimas, que salían de mí no por el terrible dolor que desprendía todo mi cuerpo, si no por lo que siente una mujer cuando su integridad y su inocencia son violados de tal forma, que ni la peor pesadilla que haya podido tener, igualasen en algún momento lo que hoy ha pasado.


-Papá no se lo puedes contar a nadie, ni denunciarla a la policía. Me dejó escrita una nota donde me decía que había grabado la parte en la que la chupe… -me decía mientras sus lagrimas brotaban de nuevo-, y que si se me ocurría contárselo a alguien, el video llegaría hasta el último teléfono del instituto.

-Pero mi vida, esto no se puede quedar así, tenemos que denunciarla. Mira lo que te ha hecho, mira lo que te ha hecho Laura -dije con rabia contenida.

-No papá, solo quiero olvidar esto de una vez. Me cambiaré de centro, sólo quiero volver a ser la hija que siempre has tenido, sólo quiero volver a ser la de antes… -me suplicaba entre sollozos.

-Tranquila cariño, no pienses más por hoy. Mañana lo hablaremos. Y ya no te preocupes más. Te prometo que no vamos a hacer nada que tu no quieras -solo quería que olvidase ese infierno por el que estaba pasando, al menos durante esa noche.

-Gracias papi, te quiero muchísimo -dijo agradecida.

-Y yo a ti, cariño, y yo a ti.

Termine de escuchar el terrible relato de mi hija con ahogado por las lágrimas, al ver por lo que mi niña había pasado ese día. Y me dieron ganas de arrancarme los ojos por no haberme dado cuenta de lo que la pasaba mucho antes. Por no poder haber evitado todo aquello. Todo lo que esa malnacida había hecho con el cuerpo de mi Laurita.

Recordé los últimos días en los que su madre seguía con nosotros, y en como su hija, aun siendo una niña, no se había apartado de su cama hasta el último momento. Recordé todos sus besos por las mañanas que al principio os comenté. Recordé como casi me mareo cuando me dijo que había tenido su primera menstruación. Su primer sobresaliente. Las noches de los viernes donde terminábamos los dos dormidos en el sofá viendo películas. Y ahora estaba allí totalmente rota, tanto física como mentalmente, después de contar a su padre por el infierno que había pasado.

Logré sobreponerme y la cogí en brazos mientras la llevaba al baño. La desnudé todo lo despacio que pude, como cuando era un bebe, y con todo el cuidado la metí bajo la ducha. Pude ver lo que ese monstruo había hecho con ella. Su cuerpo al completo estaba lleno de moratones y de sangre reseca. No podía comprender como una chica de dieciocho años podía haber hecho algo así con mi hija. Con suma delicadeza la enjabone y quité de su cuerpo todos los restos de flujos que había sobre su maltratado cuerpo, mientras ella seguía con la mirada perdida. Cuando terminé, la seque lo más despacio que pude y después de ponerla su pijama favorito, volví a llevarla de nuevo a su cama. La di un par de analgésicos, y conseguí bajar bastante la inflamación de sus ojos gracias al hielo y a una pomada antiinflamatoria que tenía en el botiquín. Cuando el cansancio y los medicamentos hicieron su parte, la dejé en su cama durmiendo y descansando por primera vez ese día.

Fui al baño, y metí una toalla en mi boca, intentando ahogar el grito que desgarraba mi garganta, intentando soltar toda la rabia que salía de mi interior. Cuando mis entrañas dijeron "basta", escupí la felpa y di un puñetazo en el espejo del baño.

Vi como emanaba la sangre de mi puño, y levanté la mirada hacia los restos de cristales que todavía quedaban después del golpe. Me encontré con la cara de un hombre al que habían hecho lo peor que se puede hacer a un padre. Violar a su hija. Y como estuviese hablando con un desconocido, empecé a sincerarme con ese rostro desfigurado que reflejaban los restos del vidrio que aun se mantenían en su sitio.

-Te prometo sobre la memoria de mi mujer, que voy a devolverte multiplicado por cien el daño que le has hecho a mi hija. Prepárate demonio. Vas a aprender de lo que es capaz un hombre al que le han quitado parte de su vida. Vas a entender lo que es el miedo. Vas a saber lo que es el horror

Continuara…..


He vuelto a reescribir el texto para facilitar su lectura. Es lo que tiene no releer más veces lo que voy a compartir. Perdonar. Espero que os haya gustado y recordad que esto es un relato de ficción. Gracias por leerme