Yo, padre (cuarta parte, y final)

Esta es la última entrega de la Historia de nuestro protagonista. Contiene violencia, dominación, y sexo. Pero también mucha esperanza. Espero que os guste a los que habéis seguido la historia desde el principio.

Antes de embarcarte en un viaje de venganza, cava dos tumbas.

(Confucio)


Sería la una de la tarde cuando el hijo del diablo salió de esa habitación. Tras él dejaba un incontable rastro de atrocidades a las que había sometido el cuerpo de una pobre chiquilla.

El salvaje que acababa de cerrar con llave esa puerta, dejó de ser consciente hace tiempo de la humillación, el sufrimiento, y la terrible angustia a la que había sometido a esa joven durante horas.

Esas cuatro paredes fueron testigo de las abominaciones que un ser humano es capaz de hacer a otro, con la banal excusa de impartir su inmisericorde justicia.

Pero ya no había culpa ni remordimientos en ese corazón. El aborrecimiento que sentía hacia esa muchacha desde el momento en el que su hija le contó lo que había hecho con su inocente cuerpo, dio paso a la calma y el sosiego que le ofrecía el sin sentido de la venganza.

Ver el miedo y la desesperación que los ojos de esa adolescente expresaban a cada ultraje de su ser, habían sumido a ese hombre en una vorágine de placer y satisfacción que solamente frenaría la total sumisión de su aterrorizada víctima.

Ese hombre no era un demonio; ese hombre tenía rostro; ese hombre… Era yo.

Y en la infinidad de pensamientos que surcaban mi mente en ese momento, sólo había uno que sobresalía sobre el resto. <>.

Me llamo Jesús, y esta es mi historia.


Cuando terminé de limpiar los restos de la desesperación que el cuerpo de esa cría habían dejado sobre mi piel, me dispuse a abandonar la farmacia con premura. La sucursal bancaria que se encontraba a un par de manzanas no iba a esperar ni un minuto más de lo necesario; y era parte fundamental para llevar a buen fin el designio que la total redención de esa jovencita exigía.

Después de retirar una cantidad considerable de dinero, y despachar con educación a alguna vecina que, con su mejor voluntad, preguntaban por el cierre repentino de mi establecimiento, regresé lo antes posible al local.

Antes de volver a dejar entrar en mi cuerpo al depredador que me llamaba incansablemente desde lo más profundo de mis entrañas, debía hacer una llamada de teléfono; tenía que volver a oír la voz de mi princesa. Necesitaba saber cómo estaba mi pequeña, antes de liberar de nuevo a la crueldad  y la barbarie que no paraban de llamar a mi puerta.

-¡Hola Papa! -exclamo a los cinco segundos esa preciosa voz que volvió a devolverme a la realidad-, pensaba que hoy tampoco me llamarías. ¿Va todo bien?, estaba muy preocupada por ti -dijo sin dejarme responder.

No pude evitar sonreír cuando volví a escucharla de nuevo después de sólo tres días.

-Hola cariño. Todo va bien, tranquila -respondí.

-Pero pensaba que… Como no me llamabas… Había ocurrido algo -la voz nerviosa con la que farfullaba una y otra vez no, pudieron evitar una sonora carcajada por mi parte-. ¿Y encima te ríes?, me parece muy bonito. No sé quién de los dos tiene dieciséis años, la verdad -dijo con tono de enfado.

-Perdona mi vida. Siento haberme reído -traté de contenerme-. Pero me has recordado a tu madre cada vez que metía los platos en el armario sin secarlos. Bueno…, ¿me perdonas? -pregunté.

-Ummm, No sé, no sé… -ahora fue ella la que no pudo reprimir la risa-.  Claro que te perdono, bobo. Pero oye, ¿cómo va el tema de la farmacia?, ¿todo bien?, ¿de verdad? -insistió.

-Todo genial, Laura. De verdad. Únicamente me falta por limpiar algún resto del estropicio que se montó ayer en la rebotica -mis pensamientos volvieron hacia Jessica-, pero nada importante. Esta noche volverá a estar todo como siempre -de eso estaba completamente seguro-. ¿Y tú cómo estás? - pregunté cambiando de tema.

-Bueno… La abuela no para de decirme que estoy muy flaca. En casa siempre tiene comida preparada para un ejército. Voy a explotar como siga así -terminó riendo.

-Me refería a cómo estás de verdad, cielo.

Mi pregunta cambió el tono de la charla. Desde la distancia podía notar como el dolor y la angustia volvían a apoderarse de los pensamientos de mi hija.

-No duermo prácticamente nada, papá. Durante el día consigo no pensar mucho en lo que me pasó, pero cuando logro conciliar el sueño, vuelvo a ver a esa chica una y otra vez; el daño que me hizo esa tarde; el miedo que sentí… ¿Por qué lo hizo, papá?, ¿por qué? -pude notar la voz entrecortada del que no puede reprimir el llanto.

Quise morirme en ese mismo instante por el daño que mi pregunta había causado en mi pequeña. Pero era necesario que ese dolor saliese del rincón al que se aferraba en su interior para poder reconocerlo, y con el tiempo, acabar con él.

-Ya lo sé Laura. Ya lo sé, mi vida. Tranquila mi pequeña -intenté consolarla-. Llora lo que necesites y perdona por no estar ahí contigo. Pero quiero que sepas que papá siempre va a estar a tu lado. Vamos a superar esto los dos juntos -insistí-. Y te prometo una cosa, cielo. Cuando vuelvas, ya no vas a tener que preocuparte nunca más por nada, te lo juro.

En ese instante, hasta el último centímetro de mi cuerpo deseó bajar a ese sótano, y matar a golpes a la chica que había provocado todo esto. Pero su destino no era ese, y ya estaba decidido; por más que todo mi ser desease acabar con aquello en ese mismo momento.

-¿Recuerdas lo que decía mamá cuando eras pequeña y estabas con fiebre en la cama?, ¿lo recuerdas, cariño? -pregunté con dulzura.

-Si papa, si me acuerdo -respondió tras una sonrisa que pude presentir sin llegar a verla-.Duerme tranquila mi bebé, que esto también pasará… Eso me decía siempre -podía notar sus lagrimas a través del teléfono-. Me acuerdo mucho de ella, papá.

-Y yo mi vida, y yo. No hay un día que pase que no piense en ella. Por las mañanas, al despertar, y ver que ya no está, siento que no puedo respirar pensando que ya no volveré a verla nunca más -me sinceré mientras me ahogaba en mis recuerdos-. Pero por suerte te tengo a ti, cariño. No podría vivir si no estuvieses a mi lado, corazón mío.

No pude reprimir las lágrimas tratando de ahogar la pena que llevaba años consumiéndome desde que mi mujer murió.

-Y aquí estaré siempre, papa -dijo con la voz más sincera que nunca escuché, y con ello,  logó sacarme del pozo de malos recuerdos en el que me había sumido.

-Pero bueno, cuéntame, ¿qué haces por el día? -pregunté para cambiar de tema mientras secaba mis ojos con la manga del jersey.

-Bueno, pues el abuelo siempre viene a despertarme a las nueve. Me dice que todo el tiempo que pase durmiendo de más, me perderé algo que podría haber visto antes. ¿Qué te parece?, filósofo que nos ha salido -escuché las risas que habían vencido a la tristeza-. Luego desayuno como si no hubiese un mañana, ya te digo que la abuela es muy pesada con la comida, pero que le voy a hacer… -siguió contando-. Después ayudo a recoger la mesa y bueno… me pongo a estudiar hasta que viene Xandru a buscarme cuando sale del instituto -noté los nervios cuando se le escapó lo último.

-¿Xandru?..., ¿no era ese el chicho del que hablamos antes de que te fueses?. ¿No decías que a ti no te gustaba nadie? -no pude reprimir las risas.

-¡Calla tonto!, sólo somos amigos. Vino a verme nada más enterarse que había llegado. Y desde entonces hemos pasado las tardes juntos hasta que me acompaña a casa a eso de las nueve. Me está enseñando todo el valle de nuestra comarca. Es majo, no sé…

-¿Majo?, ¿Será algo más imagino no? -pregunté socarrón.

-Bueno, a ver, claro… -notaba el nerviosismo en su voz-. Es muy callado, casi todo el rato hablo yo. Sólo se limita a asentir y a escucharme. Ya me conoces, parezco una radio -rió.

-¿Dirías que es guapo? -dije mientras reprimía la risa.

-Bueno… Si es muy guapo. Y es súper alto, papá… Casi me tengo que subir a una piedra cuando nos besa…

-¡Ah, lo sabía! -no pude reprimir más las carcajadas, mientras notaba como Laura se moría de vergüenza al otro lado de la línea.

-¡Calla ya, bobo!. Además, sólo nos hemos besado una vez. No es para tanto. Este chico es lo más cortado que he visto. Se pone rojo como un tomate cada vez que le cojo de la mano. No se… Si, es majo, supongo.

Mientras escuchaba atento su forma de referirse a ese chico, pensé que esas conversaciones deberían haber sido con mi mujer. La complicidad que existe entre madre e hija, nunca podría igualarse a la que un padre pudiera ofrecerle. Pero desde que Elena se fue, yo me había convertido en su confesor. Imagino que en la mayoría de las veces desaconsejando marcialmente para proteger a su hija, sobre todo si había algún chico de por medio al que no conocía. Pero los hombres me entenderéis.

Pero en ese momento me daba igual. Todo el odio que llevaba acumulando esos días, se esfumó como el viento, al volver a notar la alegría en el tono de voz de mi hija. Alguien me estaba ayudando desde la distancia, podía notarlo.

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-Bueno cariño, me alegro de que estés mejor, y lo estés pasando bien -dije con sinceridad-. Pero oye, cuando llegue allí, quiero ver a ese chaval según baje del coche. Estoy deseando conocerle y tener una charla con él, ¿comprendido jovencita? -dije con tono alegre.

-Vaaaale. Te prometo que estará aquí cuando llegues. Verás cómo te cae genial, si no se muere de vergüenza antes cuando te vea -volvió a reír otra vez.

-Seguro que si cielo -asentí sincero. Bueno mi vida, tengo que colgar. Los de la aseguradora tienen que venir a echar un vistazo, y quiero hacer inventario de todo lo que se ha perdido antes de que lleguen. Hablamos mañana, ¿Vale? Y cuidadito lo que hacéis por ahí…

-Teníamos pensado fugarnos esta noche los dos juntos, pero… -sus carcajadas me contagiaron.

-Te quiero Laura, mañana hablamos corazón -dije para terminar.

-Y yo a ti papá. Hasta mañana.

Cuando terminamos de hablar una profunda paz me invadió por completo. Aquel sofá que horas antes había martirizado todo mi cuerpo, se había convertido en el testigo de la felicidad que volví a sentir durante el tiempo que había estado hablando con mi hija.

Mi corazón ya no albergaba ira ninguna. Ni sed de venganza. Mi niña volvía a sonreír. Y eso ya era más que suficiente.

Pero el destino ya estaba escrito, y sabía que no había forma de cambiarlo. Supe que esa noche terminaría todo, y después de eso, mi hija nunca más volvería a tener miedo de ese demonio que me esperaba aterrorizado.

El diablo tenía que volver a guiar a un padre que luchaba por terminar con aquello de una vez. Esa joven debía volver a sufrir hasta que el martirio consiguiese redimirla de sus atroces actos. El inquisidor estaba preparado; y traía el dolor y la redención con él.

Recordé lo que mi padre me dijo una vez: -En esta vida todo se paga, Jesús. No lo olvides.

-Ya lo sé, papa. No lo he olvidado; y se con lo que pagaré. Pero ya no me importa. Ahora solo quiero dormir antes de poner fin al tormento de una vez  -dije para mí, sabiendo que las pesadillas serían fieles compañeras de mis sueños.

Desperté empapado en sudor.  No conseguía acordarme de nada de lo que había pasado por mi mente esas pocas horas en las que había desconectado otra vez de la realidad. Pero una cosa sabía con seguridad. Un versión mucho mas terrorífica del personaje al que Robert Louis Stevenson dio vida tras una noche en la que la tuberculosis le consumía, se había vuelto a apoderar de mi. Mi llamada recibió respuesta. Ahora estaba listo.

Bajé las escaleras y volví a abrir esa puerta que tanto dolor había dejado atrás cuando la cerré por última vez.

Justo cuando entré, la chica corrió como alma que lleva al diablo hacia una esquina de la estancia.

Pude ver que en mi ausencia, la joven había vuelto a vestirse con la ropa que la noche anterior arrojé a un lado del sótano. Y se aferraba como a un clavo ardiendo a la última botella de la que apenas quedaban unas cuantas gotas.

-¡No te acerques a mí, hijo de puta!, o te juro que te mato, cabrón -gritó intentando controlar el temblor de su barbilla.

-¿Y con qué piensas matarme, Jessi?, ¿con ese trozo de plástico que sujetas con la mano? -pregunto el diablo mientras suspiraba-. Mira pequeña, llevas casi un día sin comer nada; lo poco que traías en el estómago cuando entraste aquí, lo vomitaste ayer; y sólo has bebido medio litro de agua en doce horas. Eso sin contar los líquidos que has perdido a causa del sufrimiento que te he estado causando. No chiquitina… No creo que pudieses aguantar ni treinta segundos forcejeando conmigo -no podía creer la frialdad con la que estaba hablando, mientras miraba como empezaba a sollozar.

-Déjame ya, por favor. Te lo suplico… Ya no puedo más. Dime lo que quieres que haga y lo haré. Pero no me hagas más daño, te lo ruego -dijo mientras caía de rodillas y se llevaba las manos a la cara.

En ese momento; con su gesto; con sus lágrimas; con su voz; con su miedo; supe que la mente y el cuerpo de esa joven y atormentada chiquilla, habían capitulado al fin. Ya no había atisbo de la persona que abusó de mi hija días antes. En ese frio rincón ya sólo estaba una pequeña niña que suplicaba por su vida; sin saber, que únicamente ella podría elegir su destino. Pero tenía que ayudarla, y eso pasaba porque mi némesis diese otra vuelta de tuerca a mi desquiciada locura.

Lentamente me acerque a ella mientras buscaba refugio en la esquina, como el boxeador que ve que tiene perdido el asalto y reza para que suene la campana.

-Escúchame Jessica -comencé diciendo mientras acariciaba su pelo-, ya no te quiero hacer más daño. Pero para que comprendas por qué estás aquí, tienes que darte cuenta de algo. Y lo tienes que hacer tu sola -proseguí-. Recuerda lo que te dije antes: dos palabras y te prometo que serás libre para siempre… en todos los sentidos. Ya has dado el primer paso, pero eres tú la que tiene que encontrar el camino -divagaba mientras la joven posaba sus ojos en esa prenda que tapaba mi rostro.

-¿Qué palabras?, diré lo que quieras -preguntó entre lágrimas.

-Eso lo tienes que averiguar tu, Jessica. Yo sólo te puedo enseñar el camino. Y no te voy a engañar, voy a hacerte sufrir mucho más que antes, cariño. Únicamente el tormento conseguirá que te des cuenta del daño que me hiciste -notaba como mis desquiciadas palabras taladraban en lo más profundo de su ser-. Ahora sé que por mucha dolor que inflija a tu cuerpo, nunca va a ser suficiente. Ni aunque acabase con tu vida de la forma más horrible que pueda imaginar, podría encontrar la paz. Necesito que tú me ayudes… Necesito que nos salves a los dos.

Una lágrima salió de mí al comprender al fin lo que mis demonios discutían entre ellos. Necesitaba que esa cría expiase su culpa por sí misma. Y para eso, su destrozada alma tendría que elegir el peón con el que arrancar la partida.

Saqué de mi bolsillo el pequeño escalpelo con el que cortaba el código de barras de las cajas de los medicamentos, y lo acerqué a su mano.

La chica, ante la sorpresa de mi acción, retrocedió hasta que la pared dijo basta. Abrí su mano con delicadeza y coloqué el afilado objeto en ella. Agarré su muñeca y llevé su carne y mi acero hasta colocar su punta en mi garganta.

-Jessica, aquí está mi arteria carótida. Todo el flujo de sangre que llega al cerebro, pasa por ella -dije posando mis ojos en la inexpresiva mirada de esa adolescente-. Tienes dos opciones, pequeña.  La primera es clavar esto lo más profundo que puedas en mi cuello, y luego girar el filo a la izquierda. Verás al instante un mar de sangre; todo mi cuerpo se convulsionará;  y caeré muerto a tus pies al cabo de treinta segundos -hice una pausa-.  Después podrás salir por esa puerta y volver a ser la mierda de ser humano que eras antes -mi desquicio trataba de enfadarla, necesitaba enfadarla-. La segunda opción es soportar el sufrimiento que seguiré infligiendo a tu cuerpo. Y te prometo que no voy a parar hasta que de tu boca salgan esas dos malditas palabras que harán que tu vida cambie para siempre. ¡Elije! -terminé diciendo mientras bajaba mis brazos, dejando mi sino en manos de una ruleta rusa.

Miré sus ojos  y pude ver el odio reflejado en ellos. Su mano temblaba mientras su mirada se posaba en mi garganta, dispuesta a terminar con su sufrimiento; y con el mío a la vez.

-Ahora está en tus manos pequeña -dije mientras me perdía en el infinito de mi propio desquicio.

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Fueron segundos; pero en la mente de la chica y la mía, tuvieron que pasar años. Nunca os podré contar lo que por la cabeza de esa muchacha pasó; ni el pánico que tuvo que sentir; ni porque hizo lo que hizo. Pero el mensaje que recibió todo mi ser al escuchar el choque del metal contra el suelo, hablo por sí mismo. El demonio que destrozó a mi hija había muerto al fin. Tomó su decisión. Seguir recibiendo el castigo hasta encontrar lo que el monstruo en el que me había convertido buscaba, y de esa forma poder perdonarse a sí misma.

Viéndola arrodillada y consumiendo su pena en lágrimas, mientras sus manos descansaban al fin de la tensión a la que el hierro la había sometido, supe que ahora era el momento. Su completa sumisión volvieron a abrir las puertas de mi propio infierno, que aun sintiendo pena por primera vez de esa joven, sabía que tenía que volver a actuar con la mayor brutalidad posible para poder redimirla por completo.

Acerque mis manos a su cara y apoyé mi frente contra la suya.

-¿Sabes lo que viene ahora, no, Jessica?. Te voy a hacer muchísimo daño, cariño. Y hasta que no encuentres las palabras que expíen tu pecado, no voy a parar -dijo Luzbel con la voz más dulce y sincera que pudo.

La cría después de levantar la mirada y fijarla en la ranura de mi pasamontañas, asintió sin mediar palabra. Sabía el calvario que la esperaba, y al igual que el Dios de los Cristianos, acepto su destino.

-Levántate, y vuelve a desnudarte, pequeña -ordené.

La chica obedeció como una prostituta a la que el dinero roba toda su voluntad. Mientras ahogaba su llanto, vi como su ropa desaparecía lentamente mostrando los restos de lo que mi ser había provocado en su piel. Me incorporé, y como el sacerdote que aplica su unción al fiel, bese su precioso y maltratado cuerpo con delicadeza.

Noté como su piel se erizaba al notar el contacto de mis labios con la quemadura que el cigarro había provocado en su pecho, y la saliva que dejé a su paso cuando me deslicé a su amoratado pezón.

Bajé deteniéndome en cada parte de aquel liso vientre hasta que llegué a la parte interior de sus violáceos muslos. Acaricié con mis mejillas su dolorida dermis, que seguía ardiendo a causa del choque de mi carne contra ella, y con mis dedos separé su entrepierna para terminar muriendo en el juvenil sexo de aquella joven.

Un gemido salió del interior de lo más profundo de su ser, al notar como su vagina se humedecía por el roce que la punta de mi lengua con ella.

Pero la chica sabía que esa piedad que sus partes recibían después de tanto sufrimiento, no era nada más que la calma que se siente, antes de la más terrible de las tormentas.

Volví a incorporarme y después de acariciar su rostro, volví a esposar a Jessica a la tubería que antes se había convertido en mi mayor cómplice, y ahora sería su gran consuelo frente a lo que la esperaba.

-Baja la espalda y agárrate con todas tus fuerzas a la tubería, Jessi -dijo el monstruo mientras la niña dejaba expuesto su juvenil culo hacia él.

Cuando vio como me quitaba el cinturón y lo amarraba con fuerza a mi mano, la primeras lágrimas brotaron de sus ojos al saber lo que se cernía sobre ella.

Deslicé el brazo hacia atrás y propiné el primer latigazo contra su carne con toda la fuerza que mis músculos pudieron.

Todo su cuerpo se tensó al momento y el primer grito salió de lo más profundo de su garganta a causa del dolor que tuvo que sentir. Pero ni una sola palabra salió de su boca.

El segundo volvió a impactar con la misma violencia en sus cachas. Y luego un tercero, y un cuarto. Cada azote era acompañado por los alaridos desesperados que salían por su boca.

-¡Para, por favor! -se desgarraba la voz suplicando.

-No Jessica, tu lo has elegido -dije mientras mi corazón empezaba a descontrolarse.

-¡No sigas! -pedía desconsolada.

-¡Sí! -gritó el engendro que tenía todo el control, mientras veía como su desmesurado rabo "pedía la vez" en aquella infernal carnicería.

Y llegó el quinto latigazo que terminó en la parte baja de sus nalgas haciendo que las largas piernas de la penitente temblaran por el golpe.

Y el sexto, y el séptimo. Pero la joven sumisa seguía sin hallar las palabras que con ansia buscaba. Su culo ya era un Collage que cambiaba de color a cada cruel impacto.

Después del octavo latigazo perdí la cuenta de los golpes  que Jessica contaba a base gritos y lágrimas de dolor, mientras de mi entrepierna empezaron a gotear las primeras señales de humedad.

Me ensañé de tal forma que ni siquiera pude darme cuenta de las marcas sanguinolentas que el paso del cuero dejaban a cada restallar.      Cada músculo de mi brazo pedía descanso, pero tenía que seguir. Ella pedía a mi lascivia que continuase con su martirio.

Seguí flagelando sus ya amoratadas nalgas hasta que la pobre muchacha no pudo aguantar más en pié terminando por caer de rodillas, y dejar expuesta su carne más aun si cabe.

La abominación entendió esto, y seguí ensañándome con tal violencia, que varios cinturonazos fueron a parar a la parte baja de su espalda, a causa del descontrol que se había apoderado de mi por completo.

El cuerpo de Jessica dejó de resistir la posición y cayó desplomado hacia un lado abandonándose por completo. Sólo el aferrarse con las fuerzas que la quedaban a esa fría tubería, y el llanto desconsolado, ofrecían algún consuelo a su desgarrado corazón.

Continué mi despropósito con la carne totalmente martirizada de mi sumisa, mientras el eco de sus chillidos rebotaban entre esas cuatro paredes, hasta que me di cuenta de que la mano que empuñaba esa fusta estaba llena de salpicaduras de sangre que salieron de las desgarradas nalgas de mi víctima.

Cuando al fin paré, pude ver como al flagelo se habían aferrado pequeños pliegues de piel que se habían desprendido de sus descarnados glúteos.

El sudor bañaba todo nuestros cuerpos. El mío a causa del terrible ensañamiento, y el suyo por el sufrimiento que emanaba por cada poro de su organismo.

Tiré el cinturón a un lado y después de agacharme cogí a la joven por las caderas y acerque mi venoso miembro a la entrada de su ano.

-¡No lo hagas, por favor, no lo hagas! -suplicó mientras volvía su cara bañada por las lágrimas hacia mí.

-Tengo que hacerlo, mi vida. Ya no puedo parar -volvió a hablar la quimera-. Tengo que seguir martirizándote hasta que halles las respuestas. ¡Pídemelo Jessica, pídemelo! -grité mientras hincaba mis uñas en sus destrozadas nalgas.

-¡Hazlo!, ¡hazlo ya, por favor!, ¡Mételo! -suplicó con un atroz alarido.

Escupí en mi glande y con toda la intensidad que pude, empujé esa barra de aceró para intentar abrirme paso en su interior.

El primer intento se topó con la estrechez de su agujero mientras podía escuchar el rechinar de sus dientes. Volví a tensar mis caderas y con el siguiente empujón logré introducir mi hinchado bálano, ultrajando por primera vez en su vida su virginal culo.

Ya había abierto esa oscura puerta, pero tenía que seguir, debía seguir.

Apreté los dientes, mientras sentía como cada músculo de mi cara luchaba por no convertirse en piedra por la tensión; y con otro descomunal esfuerzo logre meter toda mi polla en el interior de su ano.

La pobre criatura gritó de tal forma que vi como las babas salían acompañando a su predecesor.

Volví a sacar mi erecto miembro de su ser, para volver a introducirlo con más brusquedad aun si cabe, a la vez que mis dedos se aferraban como las zarpas de un felino a su presa.

-¡Ya basta!, ¡sácalo!, ¡sácalo!

Su desgarrada voz no podía expresar el dolor que tenía que estar sintiendo. Pero ya daba igual. Hacía tiempo que mi "ente" imaginario no atendía las súplicas, sólo buscaba destrozar su cuerpo hasta que pudiese hallar la paz.

Volví a penetrar su culo con tal violencia que vi como mi rabo se manchaba del rojo intenso que el desgarro de su ano dejaba tras él.

Retiré mis manos y después de fijarme en las marcas que mis uñas habían dejado en su piel, llevé estas a sus tetas y estrujando con saña sus ya machacados senos empecé a sodomizarla con toda el ansia que mis monstruos exigían.

Jessica no pudo aguantar más y se meo con tal estremecimiento, que la orina que salió por su vagina, encharco mis hinchados huevos.

Retiré mis manos de aquellas juveniles mamas que pedían clemencia de una vez y descargué todo mi peso sobre su espalda, consiguiendo aplastar su delgado cuerpo contra el frío suelo de aquel sótano. Saqué la lengua y lamí su cara como un perro, mezclando en su piel, mi saliva con las lágrimas de mi pobre víctima.

Sodomice, y sodomice su culo con toda la fuerza y la velocidad que mis caderas permitieron, sabiendo que el final estaba cerca.

La chica ya no gritaba, no la quedaban fuerzas. Su mirada estaba fija en un limbo de la que sólo ella podía salir, y el monstruo sabía que gracias al sufrimiento, encontraría la vía de escape para aquella inhumana penitencia.

Pero por más que mi sexo taladrase las paredes de su ano, no pude sentir ningún placer. Estaba follando brutalmente el cuerpo de una cría de dieciocho años, y no notaba ningún escalofrío ni sentimiento de lujuria en mi interior.  Me había vuelto tan loco y despiadado, que la psicopatía que me invadía jamás me habría permitido correrme como un animal en lo más profundo de los intestinos de la pobre Jessica. Mi miembro seguía erecto como el primer momento, pero el semen que alojaban mis testículos jamás saldría para llenar el vientre de la destrozada muchacha.

Saqué mi insensible falo de su interior y vi como hilos de sangre y heces salían del recto de la indefensa chica, manchando de líquidos purpura y marrones sus flagelados glúteos a causa del ensañamiento que el cuero había provocado en ellos anteriormente.

Agarré su martirizado cuerpo por las axilas y logré levantarla como pude. Saqué la llave de las esposas y volví a dejar libre Mientras la joven luchaba temblando por mantenerse en pie, me quité el pasamontañas, y recogí la réplica de bisturí que seguía en el suelo. Y sujetando una de sus manos con la que a mí me quedaba libre, puse el filo del acero bajo la uña del mismo dedo que tres días antes había robado la virginidad de mi hija para siempre.

Nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Sus inexpresivos ojos se clavaron en los míos, y pudo ver por primera vez mi rostro.

No sabía quién era, ni la importaba. Ya estaba totalmente sometida. Apoyó su cabeza sobre mi hombro, y con el último aliento que la quedaba, dijo desde los más profundo de su ser:

-Hazlo. Hazlo, por favor.

Mis lágrimas brotaron de mis ojos mientras hundía el filo del escalpelo bajo su uña y lentamente tiraba de ella hacia arriba, viendo como su dátil se desprendía de la carne que las había unido desde que nacieron.

Jessica clavó sus dientes en mi piel, y mordió mi hombro con toda la rabia que sus mandíbulas pudieron, intentando aguantar el inconfesable dolor que salía de su dedo. Y después de soportar esa última atrocidad, su mente encontró las dos palabras que por fin nos liberaron a ambos para siempre.

-¡Perdóname Laura! -dijo mientras su llanto ofrecía el consuelo que tanto había buscado.

Pude notar como todo el rencor, la inquina y el resentimiento que había acumulado hacia esa joven, desaparecieron al instante al escuchar la suplica del perdón que tanto había ansiado.

Tiré la sangradera que terminó de purificar nuestros cuerpos lo más lejos que pude, y abrace a esa preciosa y renacida niña, con el mismo amor que lo había hecho con mi hija, cuando me confesó la aberración que habían hecho con ella.

-¡Lo siento Laura!, ¡siento lo que te hice!, ¡perdóname, por favor! -exclamo una y otra vez.

-Ya está, Jessica. Ya está, pequeña. Ya pasó todo -dije para terminar besando su frente, y con ello concederla el perdón que tanto sufrimiento la había costado encontrar.

Cogí en brazos su desnudo cuerpo y ambos salimos para siempre de ese maldito lugar. La llevé hasta el servicio, y allí limpié todo los restos de fluidos de su piel que la dura batalla que había librado, dejaron en su personal campo de sufrimiento. Después cure con toda la delicadeza que pude, las heridas que esa maldita guerra habían dejado a su paso, de la misma forma que hice con mi hija días atrás.

La muchacha apenas pestañeo cuando pasé la untura por su castigados pechos y sus marcadas nalgas. Ya nada la dolía. Había vuelto a nacer de nuevo. Y en lo más profundo de su ser, sabía que el salvaje que la había violado durante horas, se había convertido en su salvador, y sería a partir de ahora, alguien que siempre la ayudaría cuando estuviese necesitada. Lo que pasó en ese frio sótano y los pecados que ambos habían cometido, murieron en secreto para siempre.

Acosté a Jessica en el sofá, y con la ayuda de los medicamentos que la di, se quedó dormida al instante con la tranquilidad que lo hace un niño, sabiendo que si una pesadilla lo despierta, llegarán sus padres para consolarla.

Después de asearme un poco cogí el móvil, y sin dudarlo un segundo, borré el video que la noche anterior había grabado durante nuestro primer encuentro. En ese momento pensé utilizarlo de una forma cobarde, amenazando con enseñárselo a todo el mundo para que la persiguiera el resto de sus días, como ella había hecho con mi hija. Pero ya no era necesario, la joven había pagado con creces su deuda con mi niña, y ya no deseaba mal alguno para ella.

Cuando hube terminado, llamé a una prima de mi mujer que vivía en Salamanca, donde Elena y yo nos conocimos mientras cursábamos el segundo año de la carrera de farmacia; y después de hablar con ella durante dos horas y ponernos al día, le pedí un favor al que respondió con un tajante "Por supuesto que sí". Clara, así se llamaba, regentaba una pequeña cafetería donde los estudiantes pasaban la tarde después de las clases. Siempre necesitaba camareros jóvenes que la echasen una mano durante algunas horas, y con ello ayudar a pagarse sus estudios. Y la propuesta que la hice la agradó sobremanera, dando pié con ello al comienzo de una nueva vida para la muchacha que dormía plácidamente en la trastienda.

Ya era de día cuando Jessica despertó, me encontró sentado en una silla a su lado. Había pasado la noche entera vigilando sus heridas; mientras volvía a curarlas con mimo, procurando no romper su merecido descanso.

-Hola -dijo sonriendo mientras se frotaba los ojos.

La joven delincuente y violenta, que había sido durante años, desapareció durante aquellos dos días. Otra chica, preciosa y resplandeciente, había nacido después del largo sueño. Y sabía que jamás volvería a ser la de antes.

-Buenos días, ¿cómo te encuentras? -pregunté.

-Muchísimo mejor, gracias. En todos los sentidos -respondió sincera.

No había ni el menor rastro de odio en su mirada hacia mí. Ya no veía al monstruo que la atormentó durante horas. Delante de ella estaba alguien que la había hecho mucho daño, sí, pero en el fondo de su alma, sentía que había sido necesario tanto sufrimiento, para expulsar por siempre al perverso demonio que la había consumido durante años.

Supongo que pensareis que la muchacha sufría lo que los psicólogos denominan "Síndrome de Estocolmo", pero creedme si os digo que no era así. Sabía perfectamente el mal que había hecho, y el sufrimiento que había causado a muchas adolescentes durante años, mi hija entre ellas. Y sentía que todo el daño que había dejado atrás, había sido redimido para siempre, al igual que el preso que después de una eternidad en la cárcel, está cansado de tanto mal, y solo busca la redención.

-¿Eres el padre de Laura no? -siguió preguntando mientras yo asentía sin responder.

-Perdóname por favor. Estoy avergonzada. No sé cómo pude hacer aquello a tu hija -continuó nerviosa-. A mí siempre me gustó, desde el primer día en que la vi. Esa guapa chica sonriente que hablaba con todos menos conmigo, y pensé que…

-Pensaste que acosándola durante meses, ocultando a todos bajo una máscara lo que sentías desde pequeña hacia el sexo opuesto, conseguirías algo con ella. Pero como no pudo ser, la violaste brutalmente en aquel servicio, ¿no?... -la corté serio y tajante, mientras veía como sus ojos volvían a llenarse de lágrimas-. Ya está pequeña, ya está olvidado. Todo lo que pasó se quedó bajando esas escaleras -dije mientras limpiaba su lamento de la cara.

-Escúchame Jessi, yo también he cometido contigo los peores actos que un hombre pueda imaginar; y sé que algún día pagaré por ellos. Pero ahora tu eres la importante. Olvida para siempre lo que algún día fuiste y céntrate en lo que puedes llegar a ser, cariño -vi como mis palabras cesaban su llanto y volvía a centrarse en mi voz-. Mira, no te voy a engañar; ya no te ata nada a esta ciudad. Y siéndote sincero, creo que lo mejor que puedes hacer por ti misma y por mi hija, es irte durante un tiempo de aquí -proseguí ante su atenta mirada-. No sé el daño que la persona que antes eras habrá producido en un montón de crías, pero estoy convencido que trataras de deshacer todo eso algún día; lo que sí sé, es que el camino que llevabas iba a terminar por desembocar en un barranco tarde o temprano. ¿Me equivoco? -pregunte.

-No te equivocas, Jesús -afirmó después varios segundos en los que sus recuerdos murieron para siempre.

-Pues bien. He pensado algo que igual os puede interesar a tus padres y a ti…

-Yo no tengo padre, murió en prisión hace años -me cortó al instante.

Cada vez entendía más como había llegado esa guapa jovencita a convertirse en un ser tan despreciable. Imagino que la familia que tuvo no fue de gran ayuda para evitar las malas influencias. Supongo que es cierto lo que dicen; el mal, en la mayoría de los casos, no nace, se va forjando en el interior de cada uno con el tiempo.

-Bueno, pues a tu madre y a ti -proseguí-. Antes de que llegases aquí, fui a ver donde vivías, y la chusma con la solías pasar el día. Me fijé en cómo tratabas a tu madre; el daño que constantemente la hacías; y creo que ya es hora de recompensárselo. Te ofrezco la oportunidad de no acabar como tu padre -pude ver el nudo que se formaba en la garganta de Jessica, mientras decía las verdades que necesitaba escuchar. Ayer por la mañana, saqué cuatro mil euros de mi cuenta. Dinero con el que las dos podéis volver a empezar de nuevo. Esta mañana hablé con una amiga que tiene un bar en Salamanca, y estaría encantada de contratar a tu madre, y que tú las echases una mano por las tardes, mientras terminas tus estudios allí -pude ver la tenue sonrisa que aparecía en su rostro-Casualmente, tiene una vivienda libre encima de su local, y os la podría alquilar a muy buen precio.

Una lágrima brotó de sus ojos al ver como ese desconocido, que tanto mal y a la vez tanto bien, la había hecho, estaba dispuesto a dar a su madre y a ella una segunda oportunidad que nunca se mereció.

-Todavía eres una niña, Jessi. Puedes cambiar tu destino, y de paso, el de esa pobre mujer a la que tanto daño has hecho; y que estoy convencido, que te sigue queriendo de la misma forma que el día en el que saliste de su vientre. Eso es lo que he pensado, ¿Qué me dices?

Se incorporó llorando del sofá y me abrazó con toda la fuerza que pudo, mientras yo tenía la certeza al ver ese gesto, que definitivamente había enterrado el monstruo que antes era.

-Supongo que eso es un sí -dije riendo mientras trataba de poder respirar.

-Gracias Jesús, no entiendo por qué lo haces, después de lo que le hice a Laura, pero te prometo que mi madre y yo no desperdiciaremos lo que nos ofreces. Gracias…, Gracias… -terminó diciendo mientras me estrujaba más si cabe.

-De nada Jessica. Por cierto, aquí tienes tu móvil. Siguen estando los videos que grabamos los dos, pero no los he borrado. Haz con ellos lo que quieras -dije mientras la chica se separaba lentamente de mí.

Cogió el aparato y lo estrello contra el suelo, dejándolo totalmente destrozado por el golpe. Esa era la última prueba que necesitaba ver para empezar a conocer a la nueva chica que estaba delante de mí. Acto seguido, volvió a abrazarme.


Pasaron dos días desde mi último encuentro con Jessica. Mientras conducía bajo la fina lluvia que siempre acompaña al norte de nuestro país, repasaba todo lo que había ocurrido entonces.

Espere junto al portal de la chica hasta que ella y su madre salieron por la puerta cargadas de maletas, dispuestas a emprender un nuevo viaje que cambiaría sus vidas para siempre.

Pude ver las risas cómplices que derrochaban ambas mientras esperaban al taxi que las llevaría hasta su nuevo destino.

La felicidad que emanaba de la mujer que días antes sucumbía a la tristeza desde que la vi en el balcón, mientras escuchaba los insultos que su antigua hija la profería mientras se perdía tras una esquina, había desaparecido para siempre. Imagino que nunca pensó que recuperaría alguna vez a su niña; que el destino de la joven estaba ligado al de su padre, sin que nadie pudiese impedirlo.

La chica se percató de mi presencia y cruzo la calle hasta llegar a mi coche.

-Hola Jesús, sabía que vendrías -dijo mientras sacaba algo del bolso.

-Hola Jessica, y yo imaginaba que también lo esperarías -respondí sincero.

-Esto es para Laura. Dáselo cuando la veas, por favor -extendió su mano y me entregó un sobre que cogí mientras asentía-. Cuídate mucho, ¡vale! -termino diciendo mientras se giraba y volvía con su madre.

Mientras veía como esa preciosa, ya mujer, se alejaba, observe una sonrisa que provenía de la otra acera, y que estaba destinada para mí.

No sé lo que la chica le habría contado desde que volvió con ella, pero sentí el agradecimiento que emanaba de aquella madre mientras me miraba.

  • Adiós Jessica -dije para terminar, mientras le devolvía el gesto a su madre y levantaba la mano a modo de despedida.

-Arranqué y jamás volví a ese lugar.

Llegue a eso de la una de la tarde a la "Casona" que mis suegros tenían en pueblecito asturiano, donde mi hija había pasado los últimos seis días.

Nada más bajar del coche, vi como Laura corría hacia mí con los brazos abiertos y riendo, del mismo modo que hacía cuando tenía cuatro años y veía que su padre acababa de entrar por la puerta de casa.

-¡Hola Cariño! -dije feliz de volver a verla, mientras ella se abalanzaba sobre mí para colgarse de mi cuello y abrazarse a mi cuerpo con todas sus extremidades.

-¡Hola papá! -gritó mientras no paraba de comerme a besos.

-¿Cómo estás, mi vida?, ¿Cómo lo has pasado?, ¿has echado de menos a tu viejo? -pregunté mientas mi hija volvía a bajar al suelo.

-Todo genial, papi. No te imaginas las ganas que tenía de que llegases. Pensaba que no vendrías nunca. No te imaginas lo bonito que es esto, y lo bien que lo estoy pasando. Los abuelos me tratan como a una reina y…

Mientras mi hija entraba en uno de sus habituales "Bucles lingüísticos", podía ver como su rostro había cambiado desde que me despedí de ella en la estación. Cada poro de su piel, desprendía alegría y felicidad por todos lados. Nada quedaba de la tristeza que invadía su mirada mientras se despedía de mi por la ventanilla de aquel tren.

Supuse que había acertado al enviarla con sus abuelos maternos, y que en esos días que estuvimos separados, en los que yo me había convertido en el mismísimo demonio, ella había vuelto a recuperar parte de la felicidad que había dejado en ese maldito servicio.

Mientras escuchaba a mi hija hablar, desvié la mirada y pude ver a unos metros por primera vez, a aquel chico del que tanto me había hablado Laura desde el día en el que salió su nombre a relucir, mientras hablábamos por teléfono.

En verdad tenía razón. No aparentaba para nada los diecisiete años que tenía. Era un joven alto y fuerte. Con el característico semblante de los hombres del norte. Pero podía sentir que esa mirada que se escondía bajo su cabeza, al agacharla cuando se percató que mis ojos le observaban, no transmitían malicia alguna; si no una expresión que denotaban la nobleza y la bondad, que mi pequeña siempre recalcaba cuando se refería a él.

-Para un momento, cielo. Tenemos cuatro días por delante para que me cuentes todo con detalle -la corté viendo que mi hija no pararía de hablar en todo el día si la dejaba, característica que había heredado su madre-. Pero oye, ¿No nos vas a presentar? -pregunté mientras le guiñaba un ojo.

-Ehh, claro que sí. ¡Yan, ven aquí, quiero presentarte a mi padre! -dijo mi hija mientras el muchacho se acercaba muerto de la vergüenza.

-Encantado de conocerle, señor. Me llamo Yandru -dijo mientras adelantaba su brazo hacia mí.

-Igualmente, chaval. Puedes llamarme Jesús -dije mientas nos dábamos un fuerte apretón de manos.

Si os soy sincero, me cayó bien desde el primer momento. Algo me decía, que mi hija había encontrado al hombre con el que estaría el resto de su vida. Supe al instante que ese tímido joven, jamás haría daño a mi pequeña, y siempre estaría a su lado para protegerla de cualquier mal. Ya sé que esas historias de película romanticona, rara vez se dan hoy en día, pero presentí que aquellos dos jovencitos, acababan de emprender juntos un camino que compartirían el resto de sus días, aunque ellos todavía no lo supieran.

Estuvimos charlando los tres durante un buen rato. Durante ese tiempo, pude ver la complicidad que ya era manifiesta entre mi hija y Xandru. Los pequeños roces inocentes que involuntariamente se producían entre ellos, mientras Laura tomaba siempre la palabra sobre cualquier  tema. Todo en sus gestos me recordaban a su madre y a mí, veinticuatro años antes, en la misma situación, el día que Elena me presentó a mis futuros suegros.

Podría haber pasado el resto del día en ese lugar con ellos, pero recordé lo que Jessica me había dado antes de despedirse. Sabía que aquello iba a romper de un zarpazo aquel momento, y que volverían los malos recuerdos a la mente de mi hija. Pero era necesario. Había que acabar con todo lo que pasó lo antes posible. Laura tenía que enfrentarse sola a sus monstruos, y algo me decía, que lo que contenía aquel sobre, sería la pala que ayudaría a enterrarlos para siempre.

-Cariño, esto me lo dio Jessica para ti -dije sin más rodeos, alargando el sobre hacia mi hija.

-¿Jessica?, ¿Cómo?, Pero que… ¿Qué es esto, papá?, ¿de qué conoces tu a esa chica? -vi como Xandru cambiaba el gesto, mientras apretaba los puños con rabia. Supuse que él también conocía lo sucedido-. ¿No habrás ido a la policía no?, te dije que…-su rostro empezó a deshacerse en lágrimas-.¿Que has hecho papá?, ¿por qué…?

Las preguntas de mi pequeña, me taladraban el alma como cuchillos afilados. Pero tenía que mantenerme firme, por más que me doliese; dejando a un lado mis sentimientos, y dañando su corazón por última vez en la vida.

-Laura, tranquila, mi vida -dije mientras acariciaba su rostro-. Ya ha terminado todo. No he acudido a la policía, como te prometí. Pero si te puedo decir una cosa, nunca más tendrás que preocuparte por esa chica -proseguí anticipándome a lo que sus oídos necesitaban escuchar algún día-. Cielo, lo que ha pasado estos días me acompañará el resto de mi vida, y a Jessica también. No te lo puedo contar, y espero que perdones por ello. Pero papá te dijo que se encargaría de todo, que nunca estarías sola en esto. Y así lo he hecho. No podía consentir que mi hija sufriese un segundo más -parecía que mis palabras iban calmando su llanto-. Ahora necesito que seas fuerte, cariño. Coge el sobre, Laura, por favor -supliqué.

-¿Qué hay en él, papá? -preguntó mirándome a los ojos mientras alargaba su mano hacia él.

-No lo sé. Y nunca lo voy a querer saber. Lo que contiene es sólo para ti. Pero creo que para que pongas fin a tus demonios, tendrás que enfrentarte sola a esto, ¿Vale chiquitina? -terminé diciendo mientras retrocedía un paso.

-Vale papá -suspiró mientras se quedaba a solas con sus sentimientos.

-Bueno chaval, ¿qué te parece si tu y yo dejamos tranquila un rato a solas a tu novia, y me hablas de todo lo que me vais a enseñar esta Semana santa? -mientras le echaba el brazo por sus hombros, veía como la rabia le consumía en silencio viendo llorar a mi hija- Tranquilo hijo, va a estar bien. Dejémosla a solas, ¿ Te parece?

-Lo que usted diga, señor. Perdón… Jesús -asintió mientras los dos nos alejábamos, y mi hija comenzaba a abrir el sobre y leer lo que su interior contenía.

"Hola Laura. Llevo sentada toda la noche delante de este trozo de papel, sin saber muy bien cómo expresar el asco que siento de mi misma por todo lo que pasó. Lo mal que te lo hice pasar durante meses, y el terrible acto que cometí en esos servicios la semana pasada. Sé que nunca podrás perdonar lo que te hice, y lo comprendo. Tendré que vivir el resto de mis días con esa culpa. Quiero que sepas que merecí morir por aquello, y tal vez aun lo merezca, pero yo también he pagado con mucho sufrimiento lo que hice. No te puedo contar lo que pasó. Sería muy duro y complicado de entender. Gracias a un buen hombre, que consiguió hacerme ver la locura que cometí contigo, ahora mi madre y yo, empezamos una nueva vida. No te preocupes, no creo que tengas que volver a verme. Pero si algún día nos encontrásemos, te juro que no movería ni un dedo si deseases matarme a golpes. Sé que todo lo escrito no reparará el dolor físico y mental que te ocasioné. Pero espero que de algún modo, estas palabras, pueda aliviar tu pesar. Cuida mucho de tu padre, porque el buen hombre del que antes hablé, era él. Sólo te pido una cosa más; no le preguntes jamás por lo que pasó. Eso quedara entre nosotros para siempre, y ya lo hemos superado. Espero de corazón que tengas una buena vida. Hasta siempre, Laura".

Desde la distancia pude ver como mi hija secaba sus ojos con la mano, y guardaba aquel papel para siempre en el fondo de su ser. Miró hacia la nada y sonrió para sí, de la forma más sincera que el cielo pude presenciar jamás. Entonces supe que había vuelto a recuperar a mi niña. Nunca olvidaría lo que pasó, de eso estaba seguro, pero gracias a esa carta, y lo que en ella había escrito, al fin consiguió enterrar para siempre todo el tormento que la acompañó durante aquellos horribles días.

Llego corriendo con el brillo y la felicidad que las lágrimas derramadas habían dejado en su rostro, y nos cogió a Xandru y a mí de la mano.

-¿Pero qué hacéis aquí todavía, pareja de bobos?, los abuelos nos están esperando con la comida en la mesa -volvía a reír mientras hablaba-. Ahora les vais a explicar vosotros por qué hemos tardado tanto en entrar en casa. Dios mío… estoy rodeada de niños -terminó diciendo mientras los tres nos dirigíamos hacia nuestro nuevo futuro.


Pasaron diez años desde que Laura y yo volvimos a casa después de esos cuatro días. No volvimos a hablar nunca de lo sucedido; ni falta que hacía. Los malos recuerdos son para lo que son; aprender de ellos y guardarlos para siempre en el fondo de un "baúl"; y después de haberlo hecho, encerrarlos para siempre. O eso es lo que pienso.

¿Y sabéis una cosa?. ¿Recordáis cuando os hablé de esas películas de "Serie B", que ponen en la televisión los sábados por la tarde, y en las que dos jóvenes se enamoran, y viven felices para siempre?. Pues eso fue exactamente lo que ocurrió.

Dos años después de lo que pasó, Xandru se vino a vivir con nosotros a Madrid, y empezó a cursar el grado de auxiliar de farmacia, mientras mi hija comenzaba su carrera de psicología. Supongo que Laura siempre estuvo destinada a eso.

Os confieso que nunca me importó que el chaval durmiese bajo el mismo techo que yo. Jamás puse ninguna traba en su relación, ni ellos dieron motivo alguno para hacerme sentir incómodo. Durante el tiempo que los tres compartimos casa, la pareja buscó sus momentos de intimidad fuera de ese hogar. Nunca vi un mal gesto por parte de ese joven, y siempre me hizo ver el agradecimiento que sentía hacia mí, por haberle acogido como a un hijo más. Y en realidad eso era lo que pensaba de él.

Pasaron tres años desde su llegada, y Xan, como ya le llamaba todo el mundo, terminó sus estudios y comenzó a trabajar conmigo en la farmacia. Desde que mi esposa murió, había conseguido sacar adelante el negocio con mucho esfuerzo y sacrificio. Pero con la ayuda y la rectitud que siempre caracterizaron al muchacho, pude permitirme algo de tiempo libre para mi, y las cosas empezaron a ir mucho mejor que antes.

Laura termino su doctorado, y al cabo de un año, cuando mi hija consiguió abrir su propia consulta, los dos se fueron a vivir juntos. Poco tiempo después se casaron.

Todo nos iba genial. Los chicos eran el matrimonio perfecto, al igual que Elena y yo lo habíamos sido. Pero sabía que tenía una deuda pendiente, que tarde o temprano tendría que pagar. Y un martes de febrero, supe que el destino había llegado para cobrarse lo que le debía.

-Buenos días -dijeron dos mujeres que acompañadas de un niño de unos cuatro años, entraron en la farmacia.

-Buenos días, señoras. ¿Que necesitan? -pregunté mientras ordenaba el mostrador.

-¿No me recuerdas, Jesús? -preguntó una de ellas.

Levanté la mirada, y me fijé en las dos preciosas chicas que tenía delante. Una de ellas sujetaba de la mano al pequeño mientras este se entretenía con el estante donde tenía los caramelos de menta; y la que hablo me miraba atenta esperando mi respuesta, regalándome la misma sonrisa que vi diez años atrás en la cara de una jovencita que esperaba junto a su madre, el taxi que las llevaría a su nueva vida.

Salí riendo a su encuentro y los dos nos fundimos en un fuerte abrazo.

-Hola Jessica. No te imaginas lo que me alegro de verte -dije

-Y yo a ti, Jesús, y yo a ti -respondió con los ojos brillantes.

La última vez que supe de ella, Clara me había contado que Jessi, había montado su propio negocio junto a su madre, y una amiga que había conocido mientras echaba una mano en la cafetería. A partir de entonces la perdí la pista hasta ahora.

-¿Cómo has vuelto?, ¿Qué tal todo? -pregunté sin saber muy bien lo que decir.

-Todo genial. Mi mujer y yo queríamos llevar a nuestro hijo a Disneyland París, y como teníamos que coger el avión en Madrid, he pensado que no te importaría que pasásemos a saludarte -dijo.

-Todo lo contrario, encantado de que lo hayas hecho. Pero oye, ¿No me vas a presentar? -pregunté mirando a la otra atractiva mujer y al niño que ahora se aferraba a la pierna de ella.

-Pues claro. Esta es Ainhoa, y este es Alex, nuestro hijo -respondió.

-Encantado de conocerte, Ainhoa. Y encantado de conocerte chavalín -dije con una sonrisa.

Estuvimos hablando durante largo rato. Empezaron a contarme como se habían conocido y lo bien que marchaba su negocio. Riendo me comentó el cabreo con el que habían dejado a su madre, por no poder acompañarlas a Francia. He de decir que su mujer me cayó bien al instante. Era una chica súper agradable, y mientras escuchaba atentamente lo que decía, pude ver esos gestos cómplices que cruzaban entre las dos, cuando se está enamorado verdaderamente de alguien.

El tiempo pasó volando mientras nos contábamos nuestras respectivas vidas, pero irremediablemente mis visitantes tenían que coger un avión, y no las iba a espera más de lo necesario.

-Bueno Jesús, nos tenemos que marchar ya -dijo mirando el reloj-. Me ha encantado volver a verte, y saber que tu hija está bien. Cuídate mucho, ¿Quieres? -dijo mientras se dirigían a la salida.

-Igualmente Jessica. Y encantado de conoceros, Ainhoa y Alex. Espero que seáis muy felices los tres. Hasta siempre -dije despidiéndome.

-Adiós Jesús -respondieron al unísono, mientras se iban para siempre.

Cuando atravesaron la puerta, supe que ese era el día que había estado esperando. Pero antes tenía que hacer un par de cosas más.

Al cabo de unos minutos, regresó Xandru, que había ido al banco a ingresar el dinero que había en la caja del día anterior. Se extraño al verme de pie, absorto en mis pensamientos.

-¿Va todo bien, Jesús?, te noto un poco raro -preguntó.

-No podría ir mejor, Xan. Oye, ¿Te importaría encargarte tu sólo de la tienda el resto del día?, tengo que hacer unos recados que no pueden esperar más -dije.

-Claro que no. Ve tranquilo. Mañana nos vemos -dijo con la forma típica que tienen los asturianos de hablar.

-Genial, y una cosa más -me acerque a él y le mire directamente a los ojos-, prométeme, que siempre cuidaras de mi hija. Que nunca te separaras de su lado, y que jamás la dejarás sola cuando yo ya no esté -podía ver la extrañeza ante lo que acababa de oír-. Tu solo asiente, hazle ese favor a tu suegro -sonreí mientras aguardaba su respuesta.

-Sabes que daría mi vida por ella. La quiero más que a nada en este mundo, y prometo que no me separaré de ella en la vida -respondió sin dudar un segundo-. Oye, ¿De verdad que te encuentras bien? -preguntó.

-Mejor que nunca. Cuida bien del fuerte, chaval -dije antes de salir de la farmacia.


Sofía abrió la guantera y encontró justo lo que necesitaba. Una superficie plana donde vaciar el contenido que había en esa bolsita de plástico, que le acababa de dar su camello antes de arrancar el coche.

-Eso no es gratis, ¿lo sabes no? -preguntó el conductor.

-¡Que sí joder!, que pesado eres, tío -respondió ella mientras empezaba a cortar la cocaína con el carnet de identidad.

-Te lo digo porque yo no voy a buscar al colegio a una "farlopera"  como tú, para fiarla porque si, ¿comprendes? -dijo el joven mientras aceleraba el  antiguo BMW que conducía.

-¿Qué pasa, no te fías de lo que dije por teléfono? -pregunto la joven, mientras se limpiaba la nariz, después de meterse la primera raya de esa mañana.

-No me pongas esos ojitos de guarra, joder. Estoy hasta la huevos de llevar a mi "choza" a niñatas calientapollas  como tú, para que luego me digan que de follar nada.

Sofía dio al muchacho el billete enrollado de diez euros que acababa de utilizar, y le puso delante de la cara la carcasa del compact disc donde quedaba el resto de lo que había preparado.

El muchacho esnifó la droga que quedaba, mientras la chica se desabrochaba el cinturón de seguridad y empezaba a bajarle la bragueta a su acompañante. El joven al ver esto, pisó más el acelerador si cabe. Sólo tenía una cosa en mente; joder por todos lados a esa niña de papá cuando llegasen a su casa, como ella le había jurado que haría si hoy venía a buscarla con el "material".

-¿Te fías ahora de la niñata calientapollas? -dijo con voz mimosa, mientras sacaba su miembro del pantalón y empezaba a masturbarle-. ¿Quieres metérsela hasta el fondo a la nena hoy? -decía mientras el chico la miraba con lascivia, y apartaba los ojos de la carretera por primera vez ese día.


Llegué en veinte minutos a la consulta de mi hija, después de avisarla de que iba a hacerla una visita antes de comer, y de camino, pararía en la pastelería a comprar uno de esos donuts rellenos de crema que tanto la gustaban.

Ese día necesitaba hablar con ella más que ningún otro. No es que hubiésemos perdido el contacto desde que se casó, es más, nos veíamos muy a menudo, y hablábamos por teléfono casi a diario. Pero hoy era distinto. Tenía que decir algo importante a mi hija, y debía de ser en persona.

Laura ya me estaba esperando sentada en el banco que había frente a su local, con la misma sonrisa que siempre veía cuando me acercaba a ella.

-Hola, mi vida. Perdona por llamarte de repente… Ya sabes, las cosas de tu viejo -dije después de besarla en la frente.

-Hola papá. No te preocupes, hasta la tarde no tengo ningún paciente. Me encanta que hayas venido a verme -dijo alegre-. Bueno, ¿Y qué era eso tan importante que me tenías que decir?. Llevo intrigada desde que colgué el móvil. ¿No habrá pasado algo no?, ¿va todo bien con Xan?. Mira que siempre le digo que…

Otra vez empezaba a hablar sin poder parar. Con ese maravilloso defecto que tenía, conseguía que su padre se sintiese el hombre más feliz del mundo con sólo escucharla.

-Tranquila cariño, frena un poco -dije mientras reía.

-Perdona, es que no puedo dejar de pensar en que tienes mal la espalda desde que nos ayudaste con la mudanza, y luego esta lo de… -continuaba con su bucle particular.

-Laura, cielo, todo va genial -dije mientras ponía un dedo entre sus labios de forma cariñosa-. Tu marido es un sol, ya sabes que le quiero como a un hijo -pude notar como la brillaban los ojos cuando dije eso-. La tienda está perfectamente, igual que mi espalda. Pero gracias por preguntar -sonreí, mientras la acariciaba la mejilla.

-¡Vaya!, me quedo más tranquila... Perdona, pero ya sabes cómo me pongo. Las "loqueras" estamos fatal de la cabeza -dijo mientras empezaba a reír.

Después compartir unas risas, y escuchar cómo me contaba lo que había hecho durante el día, igual que cuando era pequeña y llegaba del colegio, pensé que ya era el momento de decirla por lo que había venido.

-Oye, cariño, me gustaría preguntarte algo; y aunque sé que es lo más raro que vas a oír, quisiera que me respondieras con sinceridad, ¿vale, mi vida? -dije mirándola fijamente.

-Claro papá -respondió extrañada.

-Bien, ¡Pues allá voy! -exclame gracioso para quitar tensión al ambiente- ¿Crees que he sido un buen padre? -pregunté.

-¿Perdona? -respondió alargando cada sílaba de esa palaba.

-A ver, no te asustes -podía notar la sorpresa en su expresión-. Mira, ya sabes que mama nos dejó cuando tú eras muy joven. Y sé que cualquier chica necesita a su madre para compartir cosas con ella como si de una amiga se tratase. También sé que hemos pasado por cosas horribles, y que las hemos superado juntos. Pero mama no estaba; y solo te quedaba yo. Pero… -se me hizo un nudo en la garganta-, sólo quiero que sepas que te quiero más que a nada en el mundo, y que lo he intentado hacer lo mejor que he sabido. Por eso quería saber si… ¿Crees que he sido un buen padre? -terminé diciendo mientras miraba hacia abajo sin poder contener más las lagrimas.

Laura me miró con ternura, y me abrazó como nunca lo había hecho durante unos minutos, hasta que consiguió calmarme mientras me susurraba que me tranquilizase. Después llevó sus manos a mi cara, y la levantó hacia ella.

-No sé a qué viene esto papá, pero te voy a contestar -dijo-. Ya sé que mamá se fue hace mucho, y claro que se que una jovencita necesita a su madre en muchos momentos. Pero como bien has dicho, ella no estaba, estabas tú -continuó hablándome con la voz más dulce que nunca había escuchado-.Has sido mi padre y mi madre a la vez; has sido mi confesor y mi amigo; has sacrificado tu vida por mí y has estado a mi lado cuando más te he necesitado. ¿Quieres saber lo que pienso de verdad?, vale, te lo diré. Has sido, eres, y serás el mejor padre que una niña haya podido tener; y eres el hombre más bueno que una mujer haya podido encontrar. ¿Contesta eso a tu pregunta, pedazo de bobo? -terminó mientras me besaba y volvía a abrazarme.

-Gracias Laura, eso es todo lo que necesitaba saber -dije mientras podía notar sus lagrimas caer sobre mi espalda.

-Y otra cosa cariño, prométeme que vas a ser lo más feliz que puedas. Y aunque vengan malos tiempos, sacarás de tu interior la fuerza que has tenido siempre cuando las cosas no han ido bien -hice una pausa- Y lo más importante; nunca pierdas esa sonrisa que siempre te acompaña, ¿Vale, Laura? -susurré mientras seguíamos unidos.

-Te lo prometo, papi, te lo prometo -dijo mientras nos separábamos y pasaba su mano por los ojos.

-¡Esa es mi niña! -exclamé antes de cambiar de tema. Bueno cielo, ya es muy tarde, y tendrás que preparar las sesiones de la tarde. Perdona por estas tonterías que te he dicho, pero es que hoy tu viejo anda un poco sensiblero. No me hagas ni caso, será la edad -me levanté y la di la bolsa con los bollos.

-¡Donuts rellenos!, ¡Y de crema! -exclamo- Son mis favoritos… Gracias papá, eres el mejor.

Esa preciosa mujer de veintisiete años recién cumplidos que tenía delante, siempre sería la niña que gritaba feliz cuando su madre o yo la dábamos cualquier sorpresa, por insignificante que fuera. Esa niña… Siempre sería mi Laura.

Después de despedirnos y seguir con la mirada como entraba en su consulta, como el chico que espera atento en la acera hasta que su novia cruza el portal, supe que ya era la hora; y me dirigí hacia mi destino.


El coche volaba hacia su destino, mientras la gente que dejaba atrás, soltaba todo tipo de improperios hacia el loco conductor.-¡Que os follen, gilipollas! -gritaba el joven, mientras veía como la estudiante que había recogido hacía una hora, le hacía la mamada de su vida-. ¡Uff, joder, que bueno, igual que en los videos porno que veo!, ¡No pares, pedazo de zorra, sigue chupando! -gritaba como loco, "puesto hasta las cejas" de droga.

Sofía sabía perfectamente lo que hacía. A sus diecisiete años ya tenía bastante experiencia; Utilizando su bonito cuerpo, y practicando sexo con cualquier idiota al que pudiera sacarle algo , había conseguido costearse la de cocaína que tanto necesitaba desde la primera vez que probó ese polvo blanco. Sabía lo que tenía, y lo utilizaba como nadie. Especialmente con ese camello "picha corta", al que había camelado hacía unos meses, y no paraba de decirla que lo que más le ponía, es que se la chuparan mientras conducía.

Dos minutos antes, empezó dando besitos juguetones al glande del chaval; para después lamer como una perrita la corta extensión de ese pene, hasta que consiguió endurecer como el acero los doce centímetros de los que tan orgulloso estaba su dueño.

Miró a su benefactor a los ojos, con esa carita de niña que sabía que derretía hasta al hombre más duro, y se metió su rabo hasta la garganta. Aguantó cinco segundos en esa posición y luego volvió a sacarlo. Sabía lo que gustaba, y lo hacía mejor que cualquier profesional.

Bajó hacia los huevos del afortunado muchacho y se los metió en la boca uno a uno dejando una buena cantidad de saliva en ellos, para a continuación, volver a direccionar su experta lengua hacia el capullo, y engullir esa pollita otra vez, hasta que empezó a mamar como una posesa toda su corta extensión.

-Espera putita -dijo el chaval, mientras apartaba a la joven bruscamente y se desabrochaba el cinturón de seguridad, al igual que lo había hecho la cría antes-. Quiero follarte la boca yo, joder -dijo para después agarrarla del pelo y volver a meter su rabo en el interior de la colegiala.

Sofía aguantaba las embestidas de cadera del camello sin mucho sufrimiento. La molestaba más tener que comerse algún vello púbico de ese neandertal, que el tener que tragar entero varias veces ese pedacito de carne.

De vez en cuando soltaba algún ruidito gutural, intentando que el chico pensara al oírlo, que ella se estaba atragantando con esa ridícula follada de boca. Siguió dejándole hacer mientras apretaba los labios y esperaba que aquel borrego acabase pronto.

Al cabo de cinco minutos desde que comenzó a mamársela, notó como aquel vergonzoso miembro empezaba a palpitar entre sus dientes y su lengua, señal inequívoca de que el final estaba próximo.

El  joven apretó con toda la fuerza que pudo la cabeza de la chica contra si, para terminar corriéndose como un animal, mientras gritaba como un loco.

-¡Toma joder!, ¡Toma leche, pedazo de puta! -bufaba mientras soltaba varios trallazos de semen en el interior de la boca de aquella jovencita.

-Sofía, como buena maestra en felaciones, y mirándole con ojos de sumisa, tragó todo lo que de esa vergonzosa polla salió como una buena niña, para después seguir chupándole su cosita hasta dejarla completamente limpia.

-¡Hostia puta, tía!, ¡Como la chupas joder!. ¡Cuando lleguemos a mi casa vas a saber lo que es bueno, zorrita! -decía envalentonado.

La chica se incorporó y con el antebrazo limpió su barbilla de algún resto de semen que se la había escapado.

Observando como ese infeliz golpeaba el techo del vehículo con el puño mientras no paraba de alardear de sus futuras hazañas con ella, supo que tendría su cocaína asegurada para mucho tiempo gracias a ese imbécil.

Pero eso fue lo último que pensó, hasta que miró hacia adelante y gritó aterrorizada cuando se dio cuenta que un hombre cruzaba por el paso de peatones que tenían justo frente a ella.

-¡Frena, frena, joder! - chilló desesperada, mientras veía como después, el frontal del coche impactaba brutalmente contra aquel cuerpo que salía despedido varios metros hacia adelante.

El muchacho al escuchar el golpe, pisó el pedal del freno instintivamente y perdió el control del vehículo para siempre.

El coche derrapó; y uno de sus neumáticos pasó por encima del hombre que acababa de atropellar, para después quedar enganchado bajo el chasis y ser arrastrarlo varios metros, hasta que las ruedas traseras terminaron por rematarlo.

Después de soltar el lastre, el viejo BMW giró bruscamente hacia la izquierda saliéndose de la calle, para terminar empotrándose violentamente contra la fachada de un edificio.

Medio segundo después del impacto, los cuerpos de los jóvenes salieron despedidos del habitáculo, atravesando el parabrisas y reventando sus cabezas contra la fría pared.


Laura había vuelto a su despacho y se disponía a preparar las terapias que ese día,  tenía por la tarde.

Desde que se había sentado delante del escritorio, no paraba de pensar en la conversación que había tenido con su padre.

<> -pensó.

El fuerte estruendo que se escuchó en su consulta, saco a la chica de su mundo. Algo había pasado en el exterior.

Salió de su despacho y cruzó la puerta de entrada hasta salir a la calle. Miró hacia su derecha, y vio como un grupo de gente se arremolinaba alrededor de un coche que se había estrellado treinta metros más allá.

Se acercó al barullo, y entre las cabezas de los curiosos pudo ver los cuerpos sin vida de una pareja de jóvenes.

El chico yacía tirado encima del amasijo de hierros que antes debieron ser el capot del vehículo; y la joven que lo acompañaba, había pasado a formar parte de aquel muro que la había arrancado de cuajo su rostro, y la vida.

Pasó un minuto hasta que observó a una mujer señalando algo con el dedo, mientras el hombre que la acompañaba, sacaba su teléfono y llamaba a emergencias.

Fijó su mirada en esa dirección y vio tendido en el asfalto el cuerpo de un hombre que trababa de levantar su cabeza del suelo, mientras el resto de su complexión se tendía de espaldas bajo un charco de sangre.

Un grito de espanto salió de su garganta cuando reconoció a lo lejos, aquella chaqueta que había comprado meses antes.

Ese hombre era su padre.


Al fin se había terminado todo. Pensé cuando mi cuerpo consiguió detenerse después del brutal atropello.

Siempre supe que esto llegaría algún día. El "karma" no entiende de ricos ni pobres; ni de buenos ni malos. El  tremendo daño físico que infligí a esa muchacha durante aquellos dos días, tenía un precio; y yo fui consciente de él, desde que metí a Jessica en mi coche ésa noche ya olvidada en el tiempo. El destino había prorrogado durante diez años su reintegro, pero al fin había llegado para cobrárselo. Y lo haría con mi vida.

Mi vista, teñida de granate, ahora se posaba en aquellas lejanas nubes que indicaban que ya había pasado la tormenta.

Levanté como pude el cráneo  con las pocas fuerzas que mi cuello logró reunir, y pude ver algo parecido a lo que antes habían sido mis piernas.

Una de ellas se doblaba hacia fuera a la altura de la rodilla, en una  trágica y a la vez cómica posición; y de la otra, asomaba partida por la mitad mi tibia, entre una tremenda herida la que no paraba de fluir un oscuro fluido rojo.

Miré hacia un lado y vi como parte de mi brazo derecho, se sujetaba al resto gracias a la manga de mi abrigo.

Un tremendo vómito de sangre salió por mi boca e hizo que mi cabeza volviese a caer rendida en la calzada.

Pero ya no sentía nada. Mi maltrecha existencia se había apiadado de mí. Todo el sufrimiento y el dolor que había sentido, quedaron bajo la oscuridad de ese coche.

Sólo pedía una cosa antes de marchar,  como el reo que elije su última cena antes de que el veneno termine con su calvario, y me fue concedida cuando vi a mi pequeña llegar a mi lado.

-¡No te muevas, papá!, ¡No te muevas! -dijo después de arrodillándose y cogerme de la mano que aún sentía.

-Ya está, cariño, ya está. Ya pasó, cielo -dije mientras miraba sus ojos bañados en lágrimas.

-¡Ayuda, por favor!, ¡ayudadme! -gritaba mirando hacia todos lados.

-Déjalo, pequeña. No importa -susurré mientras ella no paraba de chillar.

-¡Que venga la ambulancia ya, joder! -exclamaba pidiendo auxilio-. Ahora vuelvo papá, no te preocupes, voy a buscar a alguien…

-No te vayas, Laura. No te vayas, por favor. No me dejes ahora. Sólo quédate a mi lado -supliqué mientras me aferraba a sus dedos.

-No me voy papá, no me voy a ningún sitio. Estoy aquí contigo… Yo cuidaré de ti -dijo dulcemente mientras acariciaba mi maltrecho rostro.

-Perdona por dejarte tan pronto, mi vida, perdóname, pero me tengo que ir, cielo. No llores, cariño. Recuerda la promesa que me hiciste, ¿Vale?. No te olvides ningún día de ser feliz -dije mientras mi hija apoyaba su cabeza en mi pecho.

-Te lo prometo papá, pero no me dejes. No me dejes -suplicaba entre sollozos.

-Y no lo haré nunca, chiquitina.  No tengas miedo, papá siempre estará a tu lado -susurré mientras mi última lágrima rozaba su mano.

-Te quiero mucho papá -dijo tiernamente por última vez.

-Y yo a ti, Laura. Y yo a ti. Adiós, pequeña mía -y cerré los ojos para siempre.

FIN


Queridos lectores, perdonad por la demora en compartir esta última parte, pero quería cerrar bien la historia de Jesús. Puede que esta entrega me haya quedado muy larga, y muy "ñoña"; pero he considerado que tenía que cerrar la saga así. Espero que no se os haya hecho muy largo el final. Como siempre os digo, agradezco vuestros comentarios, buenos o malos, que de todo se aprende para mejorar. Y refiriéndome a lo mal que muchos lo están pasando estos días por culpa de esta puta pandemia, recordad lo que decía la madre de Laura: esto también pasará. Cuidaros muchísimo todos, y un abrazo muy fuerte.